¡Marcha atrás hacia el caos inicial, retorno a la confusión primordial, al maelstrom originario! ¡Lancémonos hacia el torbellino anterior a la aparición de las formas! Que nuestros sentidos palpiten gracias a ese esfuerzo, a esa demencia, a ese arrebato, a esos abismos. Que desaparezca todo lo que existe, para que en esa confusión y ese desequilibrio podamos alcanzar plenamente el vértigo total, remontándonos desde el cosmos hasta el caos, desde la naturaleza hasta el torbellino. La desintegración del mundo obedece a un proceso contrario a la evolución: un Apocalipsis invertido, pero brotando de las mismas aspiraciones. Porque nadie desea el regreso al caos si no ha experimentado plenamente los vértigos del Apocalipsis.
Qué inmensos son mi terror y mi alegría cuando imagino que soy atrapado bruscamente por el tumulto del caos primigenio, por su confusión y su paradójica geometría —la única geometría caótica, sin excelencia formal ni de sentido.
El vértigo, sin embargo, aspira a la forma, de la misma manera que el caos posee virtualidades cósmicas. Me gustaría vivir en el comienzo del mundo, en el torbellino demoníaco de las turbulencias primordiales; que nada de lo que en mí es veleidad de forma se realizase; que todo vibrase con un estremecimiento primitivo, como un despertar de la nada.
Yo sólo puedo vivir en el comienzo o en el fin del mundo.