Pretendéis que la desesperación y la agonía sólo son preliminares, que el ideal consiste en superarlas, que cuando se vive durante mucho tiempo sometido a su influencia se vuelve uno un autómata. Pensáis que la alegría es la única salvación, y despreciáis todo lo demás. Calificáis la obsesión por la agonía de egoísmo y para vosotros sólo es generosa la alegría. Y esa alegría nos la ofrecéis; pero ¿cómo queréis que la aceptemos viniendo del exterior? Porque mientras ella no surja de nosotros mismos, mientras no brote de nuestros propios recursos y de nuestro propio ritmo, las intervenciones exteriores no sirven para nada. ¡Qué fácil es recomendar la alegría a quienes no pueden regocijarse! Y ¿cómo regocijarse cuando somos torturados a todas horas por la obsesión de la locura? ¿Se dan cuenta quienes proponen la alegría a cada momento de lo que significa el temor de un hundimiento inminente, el suplicio constante de ese terrible presentimiento? A ello se añade la conciencia de la muerte, más persistente aún que la de la locura. Admito que la alegría sea un estado paradisíaco, pero ese estado sólo puede alcanzarse mediante una evolución natural. Es posible que superemos un día la obsesión por los instantes de agonía y penetremos en un paraíso de serenidad. ¿Permanecerán las puertas del Edén, en efecto, cerradas para siempre ante mí? Hasta hoy no he encontrado su llave.
Puesto que no podemos regocijarnos, sólo nos queda el camino del sufrimiento, el de una loca exaltación ilimitada. ¡Llevemos, pues, la experiencia de los instantes de agonía hasta su expresión última, vivamos el paroxismo de nuestro drama interior! No subsistirá entonces más que una tensión suprema, que desaparecerá a su vez para sólo dejar tras ella una estela de humo... Porque nuestro interior habrá acabado por consumirlo todo. La alegría no necesita justificación —representa un estado demasiado puro y generoso para que nosotros hagamos su elogio. Siendo los desesperados orgánicos incapaces de experimentarla, la alegría ejerce sobre los desesperados ocasionales suficiente encanto como para prescindir de una justificación. La complejidad de la desesperación absoluta es infinitamente mayor que la de la alegría absoluta. ¿Es esa la razón por la cual las puertas del Paraíso son demasiado estrechas para quienes han perdido la esperanza?