Quisiera estallar, hundirme, disgregarme, quisiera que mi destrucción fuese mi obra, mi creación, mi inspiración; quisiera realizarme en el aniquilamiento, elevarme, mediante un ímpetu demente, pro encima de los confines, y que mi muerte fuese mi triunfo. Quisiera fundirme en el mundo y que el mundo se fundiera en mí, que juntos tuviésemos en nuestro delirio un sueño apocalíptico, extraño como una visión del final y magnífico como un gran crepúsculo. Quisiera que naciesen de la materia de nuestro sueño esplendores enigmáticos y sombras conquistadoras, que un incendio total devorase el mundo y que sus llamaradas provocasen voluptuosidades crepusculares tan complicadas como la muerte y fascinantes como la nada.
Para que el lirismo alcance su expresión suprema son necesarias tensiones dementes. El lirismo absoluto es el lirismo de los últimos instantes. La expresión se confunde en ellos con la realidad, se vuelve todo, se convierte en una hipóstasis del ser. No ya objetivación parcial, menor e incapaz de revelaciones sino parte integrante de nosotros mismos. A partir de entonces no son importantes solamente la sensibilidad o la inteligencia, sino también el ser, el cuerpo entero, toda nuestra vida con su ritmo y sus pulsaciones. El lirismo total no es más que el destino llevado al grado supremo del conocimiento de sí mismo. Cada una de sus expresiones es un trozo de nosotros mismos. De ahí que sólo lo experimentemos en los momentos esenciales, en los que los estados expresados se consumen al mismo tiempo que la propia expresión, al igual que el sentimiento de la agonía y el fenómeno complejo de morir. El acto y la realidad coinciden: el primero no es ya una manifestación de la segunda, sino ella misma. El lirismo como una tendencia hacia la auto-objetivación se sitúa más allá de la poesía, del sentimentalismo, etc. Se parece más a una metafísica del destino, en la medida en que coinciden en él una actualidad total de la vida y el contenido más profundo del ser a la búsqueda de una conclusión. Por regla general, el lirismo absoluto tiende a resolverlo todo haciéndolo girar alrededor de la muerte. Pues todo lo que es capital tiene algo que ver con la muerte.
¡Sensación de la confusión absoluta! No ser ya capaz de ninguna distinción, no poder ya aclarar nada, no comprender ya nada... Esa sensación convierte al filósofo en poeta. Sin embargo, no todos los filósofos pueden conocerla ni vivirla con una intensidad permanente. Si lo hicieran, no podrían continuar filosofando de manera abstracta y rigurosa.
El proceso de transformación del filósofo en poeta es esencialmente dramático. Desde la cumbre del mundo definitivo de las formas y de las interrogaciones abstractas, se hunde uno, en pleno vértigo de los sentidos, en la confusión de los elementos del alma, que se entretejen para engendrar construcciones extrañas y caóticas. ¿Cómo consagrarse a la filosofía abstracta a partir del momento en que se siente en sí mismo el desarrollo de un drama complejo en el cual se amalgaman un presentimiento erótico y una inquietud metafísica torturadora, el miedo a la muerte y una aspiración a la ingenuidad, la renuncia total y un heroísmo paradójico, la desesperación y el orgullo, la premonición de la locura y el deseo de anonimato, el grito y el silencio, y el entusiasmo y la nada? Además, esas tendencias se amalgaman y evolucionan en una efervescencia suprema y una locura interior, hasta la confusión total. Ello excluye toda filosofía sistemática, toda construcción precisa. Hay muchos seres que han comenzado por el mundo de las formas y han acabado en la confusión; esos seres no pueden ya filosofar más que de manera poética. Pro cuando se alcanza ese grado de confusión, sólo importan los suplicios y las voluptuosidades de la locura.