Me pregunto por qué el sufrimiento sólo agobia a una minoría. ¿Existe una razón a esa selección que entre los individuos normales aísla una categoría de elegidos destinados a los suplicios más horribles? Algunas religiones afirman que el sufrimiento es el medio que usa la Divinidad para probarnos, o para hacernos expiar un pecado o la ausencia de fe. Semejante concepción puede ser válida para un creyente, pero no para quien ve cómo el sufrimiento castiga indiferentemente tanto a los puros como a los impuros. Nada puede justificar el sufrimiento, y querer fundamentarlo en una jerarquía de los valores es estrictamente imposible —suponiendo que una jerarquía semejante pudiera existir.
El aspecto más extraño de quienes sufren reside en su creencia en lo absoluto de su tormento, que les hace suponer que detentan su monopolio.
Tengo la clara certeza de haber concentrado en mí todo el sufrimiento de este mundo y de poseer el derecho a su gozo exclusivo, y ello a pesar de que constato sufrimientos aún más atroces, que se puede morir perdiendo trozos de carne, que se puede desintegrar uno ante sus propios ojos. Hay sufrimientos monstruosos, criminales, inadmisibles. Nos preguntamos cómo pueden producirse y, puesto que se producen, cómo se puede seguir hablando de finalidad y demás estupideces. El sufrimiento me impresiona tanto que me hace perder toda especie de coraje ante él. No puedo comprender la razón del sufrimiento en este mundo; el hecho de que provenga de la bestialidad, de la irracionalidad, del diabolismo de la vida, explica su presencia, pero no su justificación. Es, pues, probable que el sufrimiento no tenga ninguna, igual que la existencia en general. ¿Debería la existencia existir? ¿O tiene una causa puramente inmanente? ¿El ser no es más que ser? ¿Por qué no admitir un triunfo final del no-ser, por qué no admitir que la existencia se dirige hacia la nada, y el ser hacia el no-ser? ¿Acaso este último no constituye la única realidad absoluta? Esa es una paradoja del tamaño de la paradoja de este mundo.
A pesar de que el sufrimiento como fenómeno me impresiona e incluso a veces me fascina, no podría escribir sin embargo su apología, dado que el sufrimiento duradero —y el verdadero sufrimiento lo es siempre— por muy purificador que sea en su primera fase, acaba trastornando, destruyendo, desagregando. El entusiasmo fácil por el sufrimiento caracteriza a los estetas y a los diletantes, los cuales lo consideran como una diversión, ignorando su terrible fuerza de desintegración y sus recursos venenosos de disgregación, pero también su fecundidad, la cual sin embargo hay que pagar muy cara. Poseer el monopolio del sufrimiento equivale a vivir colgado encima de un precipicio.