¿A causa de qué anatema hay seres que no se sienten a gusto en ningún lugar? Ni con sol ni sin sol, ni con la gente ni sin ella... Ignorar el buen humor es un hecho desconcertante. Los seres humanos más desgraciados son los que no tienen derecho a la inconsciencia. Poseer una conciencia permanentemente despierta, definir de nuevo sin cesar nuestra relación con el mundo, vivir en la tensión perpetua del conocimiento, equivale a estar perdido para la vida. El saber es una plaga, y la conciencia una llaga abierta en el corazón de la vida. El ser humano ¿no vive acaso la tragedia de un animal constantemente insatisfecho que habita entre la vida y la muerte? Mi naturaleza de ser humano me hastía profundamente. Si pudiera, renunciaría a ella inmediatamente; pero, ¿en qué me convertiría? ¿En un animal? Imposible dar marcha atrás. Además, correría el peligro de ser un animal al corriente de la historia de la filosofía.
Convertirme en un superhombre me parece una imposibilidad y una estupidez, una quimera fisible. La solución —aproximativa, es cierto— ¿no residiría en una especie de supraconciencia? ¿No podríamos vivir más allá (y no más acá, en el sentido de la animalidad) de todas las formas complejas de la conciencia, de los suplicios y de las ansiedades, de los trastornos nerviosos y de las experiencias espirituales, en un nivel de existencia en el que el acceso a la eternidad dejaría de ser un simple mito?
Por lo que a mí respecta, dimito de la humanidad: no puedo, ni quiero, continuar siendo un hombre. ¿Qué podría yo hacer aún como ser humano: elaborar un sistema social y político o hacer desgraciada a una pobre joven? ¿Denunciar las inconsecuencias de los diversos sistemas filosóficos o dedicarme a realizar un ideal moral y estético? Todo eso me parece irrisorio: nada puede ya seducirme. Renuncio a mi calidad de ser humano, a riesgo de hallarme solo en las pendientes que debo escalar. ¿Acaso no estoy ya solo en este mundo del que he dejado de esperar algo?
Más allá de las aspiraciones y de los ideales corrientes, una supraconciencia proporcionaría, probablemente, un espacio en el que se pudiese respirar.
Ebrio de eternidad, yo podría olvidar la futilidad de este mundo, nada perturbaría ya un éxtasis en el cual el ser sería tan puro e inmaterial como el no-ser.