Manuscrito de Terasaka

Carta de Asano Naganori, daimio de Ako, a su esposa y su hija.

Amada esposa, mi querida hija:

He dedicado mi vida a cumplir con mis obligaciones hacia aquellos que estaban bajo mis órdenes, aunque no siempre lo he logrado hacer convenientemente. He descuidado mi deber hacia vosotras dos, y ahora ya no puedo más que escribir estas apresuradas líneas para deciros que siempre os he amado y siempre os amaré, más allá de la vida y de la muerte. Buda dice que morir es volver a casa. Ahora yo voy a casa a esperar que algún día lejano nos encontremos allí los tres.

Lamento las consecuencias que mi actitud tendrá para vosotras y para todos aquellos que están a mi servicio y a mi mando. Mi comportamiento podría haber sido otro y podría haber pensado en las consecuencias de mis actos, pero aunque daimio, esposo y padre, un samurái es samurái. Ahora debo irme.

Elevo mis plegarias al Cielo para que el emperador y el sogún tengan una larga y feliz vida.

Mientras Chikako leía el último poema de su marido, una lágrima cayó por su mejilla.

Desearía poder disfrutar

Del resto de la primavera.

Los cerezos todavía permanecen en flor,

A pesar de que la brisa quiere llevarse

Todos sus pétalos y mi vida.

Cuando la mujer acabó de leer la carta que él mismo le había entregado, Kataoka le explicó todo lo que había sucedido tras el ataque de su esposo a Kira. La idea de venganza cruzó su mente. Chikako era consciente de que un solo gesto suyo desataría el ataque inmediato de los samuráis de Ako contra Kira y quienes se interpusiesen en su camino, pero también conllevaría la muerte de todos aquellos hombres fieles y seguramente la de la propia familia Asano.

Kataoka la tranquilizó y le dijo que su hija estaba a salvo con su capitán. Ella sabía que todos los samuráis de Ako darían su vida antes de permitir que la niña sufriese el mínimo percance.

Desde su exilio, vio partir a Kataoka, el bravo samurái de Ako, a reunirse con los demás samuráis en el castillo que hasta hacía unos días había sido su hogar.

Chikako abrió una cajita lacada en negro que siempre llevaba consigo. En el fondo vio una daga de doble filo especialmente diseñada para hacer jigai, dar muerte a la mujer samurái. Su pensamiento fue en busca de su hija. Chikako, la niña de sabiduría, como la llamaba dulcemente Asano, alzó su mano y sacó una larga pipa y un abanico que descansaban junto a la daga, y salió al jardín.