Un día se me perdonó la vida por no ser aún samurái. Hoy lo soy. Mañana lo seré. Siempre seré samurái.
Una persona puede llegar a ser samurái solo con dar un primer paso en la vía del guerrero, pero una vez que comienza no puede detenerse hasta llegar al final. Si lo hace, si no sigue ese camino, será destruido por su propia conciencia y su vida será finalmente amarga, aunque al comienzo pueda parecer exitosa.
Desde el principio el samurái trabaja la fuerza de su cuerpo y de su mente, va adquiriendo sabiduría y conocimiento para fortalecerse y vencer todo aquello que pretenda destruirle.
El conocimiento de los elementos naturales y de su propia naturaleza le da la fuerza y la capacidad de acción y le permite canalizar la energía, la suya, la de otros y la de los cinco elementos hacia donde quiere a través de la mente.
Entonces se abren dos caminos.
Uno de los caminos lleva a adaptarse al flujo de lo que sucede, a estar a resguardo de enfermedades, poder soportar el dolor y el sufrimiento y poder ayudar a otras personas. Siempre he intentado usar este poder para asistir y proteger a las familias de los samuráis de Ako y a todos aquellos que lo han necesitado.
El otro camino lleva a manipular lo que sucede, a causar enfermedad, dolor y muerte. Un gran poder, sí, pero sujeto a la ira y al odio. Ese fue el que eligió Kira.
En el momento de la muerte, si su mente está en paz, el samurái percibe la unidad de su cuerpo, de su mente y de su espíritu. Y a medida que se desprende del hábito mortal, su espíritu se desplaza por el tiempo y el espacio, como si ambos hubiesen dejado de existir.
Lo que queda es la esencia más pura. Esa que podrá regresar a través de un tiempo y un espacio inexistentes al lugar y en el momento correctos.
He dedicado mi vida a atender las necesidades de las familias de mis compañeros, a avanzar en el camino del guerrero y a tratar de que la maldición de Kira no se hiciese realidad.
Mi nueva reencarnación dará la medida de lo logrado, si es que algo he logrado.
He vivido una vida honorable, sí, pero una vida que no quise vivir. Cumplí con mi deber. Dejé a mis compañeros para informar de lo ocurrido a las familias de todos los samuráis de Ako y decirles que murieron con honor. Cuidé del bienestar de las familias de los samuráis que murieron por seppuku cumpliendo la sentencia del sogún. Ahora que he visitado la tumba de la esposa y de la hija de nuestro señor Asano, puedo morir y buscar a mis compañeros para renacer en el sol de un amanecer imperecedero.
La muerte no tendrá dominio sobre mí.
Mi cuerpo con mi mente se abrirá a ella.
Desnudo me uniré al viento y al sol del ocaso.
Cuando mis huesos sean solo polvo
Y las estrellas caigan a mis pies,
Emergerá de nuevo la luz del amanecer.