Después de honrar a su señor, los ronin esperaron serenamente la llegada de las tropas del sogún.
Al atardecer apareció ante la puerta del templo el inspector general de la Corte Suprema de Justicia, el daimio Sengoku, con setecientos soldados.
Los cuarenta y seis samuráis no ofrecieron resistencia y se entregaron. Solo faltaba uno: Terasaka.
En vez de llevarlos a la cárcel, Sengoku condujo a los samuráis de Asano al palacio del daimio Hosokawa de Kumamoto.
Cuando Yoshida informó al sogún de los hechos, se encontraba de visita en el castillo de Edo el daimio Hosokawa. Sengoku le pidió que hospedase a los samuráis de Ako en su palacio. Hosokawa aceptó complacido, incluso se ofreció a trasladarlos con dignidad y decoro.
—No es habitual que los procesados sean llevados en palanquines —dijo Hosokawa a Oishi—, pero entre vosotros hay heridos y viejos, y no sois bandidos.
Los cuarenta y seis samuráis fueron trasladados dignamente al palacio de Hosokawa en palanquines. El mismo gobierno del sogún les trató con honor y respeto, todo lo contrario de lo que hicieron con Chisaka y los samuráis de Uesugi.
El sogún hizo saber al daimio Uesugi el castigo por no haber sabido cumplir sus órdenes de defender a Kira: sería despojado inmediatamente de todos sus bienes y sus samuráis pasarían a ser ronin, samuráis sin señor, guerreros vagabundos.
Llegaron al castillo de Kumamoto, donde pudieron descansar, comer y recuperarse de las heridas de la batalla.
Sengoku y Hosokawa se reunieron con Oishi en el palacio.
—Por todas partes se habla de vuestra hazaña. Sois unos héroes —dijo Sengoku—. El sogún no está enojado, está muy impresionado por vuestra lealtad y astucia.
Oishi permanecía en silencio escuchando.
—El sogún está ante una difícil situación —intervino Hosokawa—. Hay dos aspectos que debe contemplar, uno es el legal y otro es el moral. La ley le obliga a sentenciaros a muerte, y no lo puede pasar por alto, pero considera que no sois criminales, que actuasteis por lealtad.
—Nuestro señor Tokugawa Tsunayoshi, el quinto sogún, no puede cambiar las leyes sagradas establecidas por el primer sogún Ieyasu hace ya tantos años ni interpretarlas a su gusto —explicó el inspector general de la Corte Suprema de Justicia, el daimio Sengoku.
—Elogiar este asalto y la muerte de muchos hombres leales que lucharon siguiendo las órdenes del sogún de proteger a Kira supone glorificar una violación de la ley, lo que para muchos es un acto injustificable —dijo Hosokawa.
—Las leyes no se pueden interpretar —sentenció Sengoku.
—El gobierno del sogún ha prohibido que se ensalce vuestra heroicidad —explicó Hosokawa—. Aunque ya hay un kabuki y otras obras teatrales en vuestro honor. Se han cambiado vuestros nombres para que no se juzgue a los autores ni a los actores por incumplir las órdenes del sogún. Nadie puede hablar públicamente de vuestra hazaña ni mostrar admiración por lo que habéis hecho. Pero la gente os lleva en su corazón. Eso ninguna ley lo puede prohibir.
—La noticia de lo que habéis hecho ha viajado con rapidez y ha conmocionado a todo Japón —dijo Sengoku—. Sé que el sogún os concederá el honor de morir por seppuku, pero debéis tener paciencia.
Habían transgredido la ley del sogún, pero lo habían hecho por lealtad y merecían morir con honor.
—Quiero solicitar al compasivo sogún tres peticiones —se dirigió Oishi al inspector general de la Corte Suprema de Justicia, el daimio Sengoku.
—Habla, la gente está con vosotros y el sogún te escuchará.
—La primera es que la casa y el nombre de Asano sean restablecidos.
—Se está hablando de ello. ¿Y la segunda?
—Que hagamos seppuku según nuestro rango, de menor a mayor. El primero será Chikara en hacer seppuku.
—¿Tu hijo?
—Sí. Y yo el último.
—No creo que haya impedimento alguno, si el sogún lo considera oportuno. ¿Y la tercera?
—Que el sogún perdone la vida a Terasaka, el número cuarenta y siete. Es muy joven.
—También tu hijo lo es. Además, Terasaka ha participado en la venganza contra Kira y su espada está manchada de sangre.
—Chikara es un samurái, Terasaka no ha cumplido quince años y aún no ha hecho la ceremonia de gembuku y, por tanto, no es oficialmente samurái. No es correcto que haga seppuku. Además, necesitamos a alguien de nuestra confianza que pueda ayudar a nuestras familias si lo necesitan.
—No sé si el sogún aceptará que uno de vosotros se libre, aunque su propia ley lo ampare.
—Los kami han hablado a través del abad del templo Kisshoji. Sus palabras han sido las que me han guiado a esta petición.
—Habla.
—«La flor más joven del cerezo tarda más tiempo en caer a tierra que las demás».
El abad del templo de Sengakuji fue a hablar con Sengoku y luego obtuvo el permiso para ver a Oishi.
—La familia de Kira se ha llevado su cabeza —le dijo enseñándole el recibo que les había hecho firmar para que constara públicamente que la había entregado—. No he podido impedirlo.
—Nuestra venganza ha sido consumada. No importa. Nuestro señor ha visto la cabeza de su enemigo en su tumba. Ya descansa en paz.
—Cierto, una vez consumada la venganza, Asano ha seguido su camino y puede descansar en paz. Pero vosotros tendréis que enfrentaros a la maldición de Kira, que se verá fortalecida al llevarse la familia su cabeza. Un objeto perteneciente a quien ha fallecido es un poderoso refuerzo para que la maldición se cumpla, y más algo tan importante como la cabeza del mismo que hizo la maldición y el conjuro. Kira enseñó a su hijo y especialmente a su nieto, Sahoe, sus artes oscuras.
—Pudimos haberlo matado.
—Estaba derrotado. Hicisteis lo correcto. Los kami terrestres conservan la tierra y la protegen de las fuerzas hostiles. Los kami celestes guían hasta la tierra las influencias divinas. Pero también hay fuerzas oscuras que tratan de destruir todo lo existente, y la única forma de contrarrestarlas es haciendo lo correcto.
—Un samurái siempre trata de hacer lo correcto.
—Kira era un gran maestro de ceremonias y conocía bien los protocolos de los ritos y los conjuros mágicos más poderosos. Los empleó en la corte para proteger la soberanía del sogún, pero sobre todo para aumentar su influencia con el apoyo de los kami perversos. Su nieto seguirá su funesta tradición y hará los conjuros para destruiros.
—¿Y qué podemos hacer para contrarrestarlos?
—Debéis estar preparados para la lucha. Habrá que invocar a los kami virtuosos para que se sitúen a vuestro lado. El abad de Kisshoji está avisado. Pero habrá tiempos oscuros en los que deberéis recordar quiénes sois. Llévate contigo tu experiencia y mejora en la vía del guerrero hasta lograr la budeidad. Entonces serás libre.
—¿Y los demás?
—No hay más camino que la derrota de las fuerzas que ha despertado Kira, y para lograrlo todos deberéis recordar quiénes habéis sido en esta vida.
El abad reunió a los samuráis de Ako.
—Los yurei son fantasmas que vagan sin descanso, atormentados por algo que les sucedió en vida, alejados de una existencia pacífica. En vida fueron personas que se suicidaron cuando no era su momento de morir o que sufrieron el conjuro de un enemigo. Debéis prepararos para no convertiros en fantasmas errantes tras la muerte.
Sacó las ofuda. El abad pretendía rechazar a los yurei de Kira mediante las ofuda, las escrituras sintoístas santificadas, y también impedir que algunos de los cuarenta y siete se transformasen en uno de ellos.
—También puede ayudar contra los goryo, pero no será suficiente. Los goryo son mucho peores, son fantasmas vengativos. Se engendran porque aquel que va a morir maldice a alguien por algo que le hizo mientras vivía como acto de venganza.
—¿Cómo podemos lograr que no nos destruyan?
—El alma o parte de ella permanece ligada al cuerpo y a los lugares y objetos más preciados después de la muerte. Haremos ofrendas hasta que llegue el día en que todos de nuevo os juntéis para enfrentaros a la maldición de Kira —dijo el abad—. Las invocaciones a los kami para que os protejan y os guíen de regreso a la vida se verán reforzadas con la presencia en el templo de vuestros restos.
—¿Y Terasaka? —quiso saber Oishi.
—Con estas invocaciones y conjuros podemos hacer que los que aquí vais a morir podáis estar a salvo de estos monstruos, pero no creo que podamos proteger a Terasaka. Él no va a morir ahora, tendrá que prepararse de otro modo.
El abad levantó las escrituras y comenzó sus cánticos sagrados.