Manuscrito de Terasaka

Al acabar la ceremonia, Oishi entró en el templo con el abad. En la mano derecha sostenía una bolsita de cuero. A pesar de haberse limpiado, aún podía verse sangre en su rostro, su cabello, su ropa y su armadura.

—Te ruego que cuando hayamos realizado seppuku, nos entierres decentemente. Tengo poco que darte, pero confío en tu bondad.

Oishi pidió al abad que les enterrase con decoro y ofreciese oraciones por ellos. A continuación le dio todo el dinero que había sobrado de la acción contra Kira.

Admirado del valor y la fidelidad de aquellos hombres, el abad se comprometió a cumplir con sus deseos.

—Reza por nuestras almas. Kira antes de morir lanzó una maldición.

—¿Cuáles fueron sus palabras?

—Dijo que volvería de la muerte para encontrarnos y vengarse. También aseguró que al morir iría al yomi.

—El hogar de los muertos.

—Sí, eso dijo, y también que, en vez de purificar su alma, regresaría convertido en ashiki-kami.

—Un diablo, un ser semihumano dotado de grandes poderes.

El abad hizo un inciso como si dudara en seguir hablando, pero finalmente reveló:

—Kira ostentaba un gran poder en la corte para ser un simple maestro de protocolo. ¿No crees?

Oishi recapacitó y asintió:

—Cierto, ascendió rápidamente, se casó con la hija de uno de los daimios más poderosos de todo Japón e influía en el sogún y en su madre de forma inaudita, tanto que hizo que pasara por alto una ley que le condenaba a morir.

El abad le hizo sentarse junto a un brasero que lanzaba pequeñas llamas azuladas, y le dijo que prestara mucha atención, que no tenían mucho tiempo.

—Kira era un onmyoji, un maestro de onmyodo, una autoridad de los cinco elementos y del yin yang. Desde hace más de diez siglos, los miembros de la Corte Imperial de Kioto han usado el onmyodo para tomar decisiones. Kira y otros maestros onmyoji eran consultados en la corte para cualquier cambio, desde la ubicación de un templo, la orientación de la habitación de cualquier miembro de la familia imperial o del sogún, la interpretación de señales o para predecir la suerte de una decisión o el futuro del sogún y sus allegados. Kira era su consejero más cualificado y yo diría que más venerado. Estate seguro de que la pena que caerá sobre quienes han permitido con su negligencia que muriese será implacable.

—Es una práctica basada en los conocimientos de la naturaleza. No veo nada extraño en ello, un onmyoji practica la astrología y la predicción, y eso en la corte siempre ha estado bien considerado.

—Eso es solo un aspecto de su arte, hay otro mucho más tenebroso que usa artes ocultas.

—Encontramos a Kira en una habitación oculta. Era una especie de celda y de santuario. Había un perro muerto y otro agonizando. Gracias a él descubrimos el escondite. Fue realmente extraño, al perro le habían cortado la lengua para que no se oyeran sus quejidos, pero aun así logró gemir de tal forma que su lamento llegó hasta nosotros a través de los gruesos muros.

—La víctima se convirtió en verdugo. Entre nosotros era bien sabido que Kira trabajaba en ese lado más oscuro. Un onmyoji también es quien complace a las almas de los difuntos y atrae o evita la aparición de los yurei, los fantasmas malvados. Aparentemente, Kira protegía a la corte y al sogún Tokugawa Tsunayoshi de estos terribles seres, pero en realidad los atraía y los usaba en su provecho. Para lograrlo ponía en juego ancestrales conocimientos mágicos y las ceremonias dedicadas a deidades taoístas como Taizan Fukunsai, el señor de las almas de los hombres, el que marca el momento de la muerte.

—¿Cómo sabes todo esto? ¿Qué has querido decir con que entre vosotros Kira era conocido como un onmyoji del lado oscuro? ¿Quiénes sois vosotros?

—Hace tiempo las competencias de la práctica de onmyodo eran del clero budista, pero la corte imperial quiso controlar este gran poder y nos prohibió practicarlo y pasó a estar bajo su dominio.

—Un gran poder en manos de un hombre perturbado —reflexionó Oishi.

—¿Os maldijo?

—Sí, antes de que le matara, clamó: «Yo os maldigo a vosotros, a todas vuestras reencarnaciones y a vuestros descendientes». También dijo que sus soldados regresarían convertidos en goryo.

—Los goryo son fantasmas vengativos de la clase más elevada, pueden atormentar a quien les causó una profunda ira mientras vivían o, si esta persona ha muerto, a sus descendientes o a sus reencarnaciones.

—¿Cómo podemos evitarlo?

—Espera, ¿dijo algo más?

—Que nos buscaría desde el más allá, vida tras vida, hasta que el sol salga por el ocaso y se ponga por el este.

—Hasta que el sol salga por el ocaso y se ponga por el este —repitió el abad—. Toda la eternidad. Es un conjuro muy poderoso, y más si se ha hecho en un estado de inmenso odio y sumido en la ira, justo antes de morir sabiendo que va a morir.

El hombre dejó la mirada perdida en el fuego, y dijo:

—Durante siglos los monjes budistas hemos luchado contra el mal que viene de más allá de la muerte, pero el sogún Tokugawa Tsunayoshi y los anteriores sogunes han prohibido que lo hagamos.

El tiempo se acababa. Pronto los soldados del sogún llegarían a las puertas del templo.

—¿Puedes ayudarnos?

El abad miró por una ventana desde donde veía a los samuráis alrededor de la tumba de su señor, muchos de ellos jóvenes, adolescentes, casi niños.

—La última promesa o la última voluntad de quien muere presa de la ira y del odio posee un gran poder sobrenatural, y más si es un poderoso maestro de ceremonias que sabe usar la palabra, la forma, la intención y el momento. Todo en estas circunstancias está a su favor para que el conjuro y la maldición sean siniestramente efectivos.

El fuego crepitó ruidosamente y del brasero salieron alargadas y finas llamaradas azuladas.

—¿Confías en alguien?

—En los hombres que ves ahí fuera.

—Alguno debe vivir. Oishi pensó en su hijo Chikara, pero enseguida desterró esa idea.

—Mi poder solo no es suficiente para contrarrestar el de Kira. Necesitaréis más ayuda para vencer a los poderes que ha despertado.

—¿Quién puede ayudarnos?

—La tradición no se perdió. En algunos templos budistas se mantuvo el conocimiento más ancestral y poderoso. Sí, aún hay quien posee la sabiduría del bien y del mal y los poderes para enfrentarse al lado más oscuro.

—¿Quién? —insistió Oishi.

—Estos seres de la oscuridad solo pueden ser derrotados por un yamabushi. Son guerreros que poseen grandes poderes fruto de su trabajo interior. Juken, el abad de Kisshoji, es uno de ellos.

—Le conozco. Fue amigo de mi señor Asano. Gracias a él los kami nos han sido propicios.

—Lo sé, estuve con él. ¿Recuerdas que te dijo que los kami habían hablado, y que si vencíais te diría sus palabras?

—Sí.

—Dijeron: «La flor más joven del cerezo tarda más tiempo en caer a tierra que las demás».

Oishi llamó a Terasaka.

Yoshida y Terasaka habían acudido a Sengakuji tras cumplir las órdenes de su capitán y ya estaban preparados para dar el último paso del plan de Oishi.

—Te voy a ordenar un último y difícil servicio, Terasaka. Debes ir a Ako e informar de lo sucedido, luego, al hermano menor y al resto de la familia de nuestro señor Asano.

El joven se quedó desconcertado. Viendo que Terasaka iba a negarse a cumplir aquella orden, Oishi le dijo:

—¿Quieres morir?

—Claro que sí, por eso estoy aquí, maestro.

—Nadie desea en realidad morir.

—Tú sí, y Hara, Yoshida… todos.

—Yo no deseo morir, Terasaka.

El joven quedó mudo.

—Escúchame, quisiera vivir, como tú, como todos, pero no puedo. Tú sí puedes vivir. Tú debes vivir. Una vez que entregues el mensaje en Ako, deberás informar a todas las familias. Luego deberás cuidar a la esposa de nuestro señor Asano y a su pequeña hija.

Terasaka trató de protestar, pero Oishi fue categórico.

—La lealtad te hizo venir, la lealtad te hará marchar. Por algo tu espada quiso llamarse Lealtad. Además, deberás velar por las familias de los demás samuráis. Desde este día la protección de la esposa de Asano y de su hija es cosa tuya. No podrás morir hasta que ambas hayan muerto.

Oishi le dio ese mandato final para que el joven no sucumbiese a la tentación de hacer seppuku y unirse a ellos en la muerte. Pero Terasaka a pesar de ser joven era un fiel samurái y en contra de su voluntad cumpliría las órdenes de su capitán.

Para un samurái lo que dice tiene valor absoluto. No necesita dar su palabra ni prometer lo que va a hacer, es responsable de lo que dice y si dice que va a hacer algo lo hace, y asume las consecuencias, antes o después, pero se puede dar por hecho que así será a no ser que la muerte se lo impida. Pero incluso así, si ha alcanzado el grado suficiente, lo hará en su siguiente reencarnación. Un samurái no olvida ni siquiera tras la muerte y nada de lo que está entre la tierra y el cielo se lo impedirá. Entonces habló el abad y le explicó a Terasaka todo lo referente a Kira y a su maldición.

—Deberéis volver a uniros tras la muerte y derrotar a Kira en su forma más poderosa, un ashiki-kami, y a sus huestes de goryo. Mientras no lo hagáis, la maldición seguirá vigente y todos, vida tras vida, pagaréis las consecuencias, y vuestras familias y descendientes. Tenéis que volver a matar a Kira y a sus infernales aliados en su forma demoniaca más poderosa.

—¿Qué debo hacer?

—Ve al templo Kisshoji. Lleva pelo y uñas de los cuarenta y siete samuráis, incluyéndote a ti. El abad estará prevenido y sabrá qué hacer. Luego deberás seguir ascendiendo en la vía del guerrero y adentrarte en las artes más elevadas que permitan que tu alma quede a salvo del conjuro de Kira y así proteger a las familias de tus compañeros. Juken te lo explicará. Deberás dedicar esta vida y puede que las próximas a este cometido, hasta que llegue el momento del combate final. Mientras tanto es mejor que no tengas familia. Ellos podrían ser un objetivo que podría emplear Kira y sus servidores para destruirte y destruir a los demás samuráis. Cuanto Terasaka se preparaba para partir, el abad le dijo a Oishi:

—Solo una última cosa. La ira en el momento de la muerte ha sido para Kira su mejor aliado. El dolor en su máxima expresión que sentirás al abrirte el vientre y liberar la energía a través del punto hara servirá para preparar tu regreso como espíritu encarnado y poder contrarrestar la maldición de Kira. Él usó el dolor como vehículo de su odio y de su ira, úsalo tú para afianzar tu serenidad interior y el amor a todos los seres vivientes.