L as Gesta Romanorum son una colección de narraciones, leyendas y anécdotas, acompañadas de conclusiones morales por clérigos; en la Baja Edad Media tuvieron gran difusión en toda Europa como lectura divertida e instructiva. Originariamente, como dice el título, todos estos cuentos deben de haberse tomado de la historia y leyenda romana; con el tiempo se les fueron añadiendo una serie de posteriores anécdotas y leyendas de santos.
Son desconocidos tanto el autor o compilador como la patria de este libro extraño e influyente. No hay muchas obras importantes de la literatura antigua que se hayan investigado tanto y sobre las que tanto se haya escrito, y de las que sin embargo se sepa tan poco. Aquí no caben las suposiciones; por eso se explicará en breves palabras lo poco que se sabe con seguridad acerca de las Gesta Romanorum.
El manuscrito más antiguo de las Gesta Romanorum latinas es de origen inglés y pertenece al año 1342. A partir de entonces y hasta comienzos del siglo XVI se encuentran muchos manuscritos, latinos en general, que difieren notablemente unos de otros, además de traducciones e imitaciones inglesas y alemanas que contienen en parte elementos nuevos, mientras que las traducciones a otros idiomas no son más que reproducciones de los textos en latín. Pues bien: se supone que las Gesta surgieron después de 1300 en Inglaterra o en Alemania; nada se sabe acerca del autor, y las pocas suposiciones eruditas al respecto no son convincentes. Lo único seguro es que este libro de anécdotas con moraleja gozaba de gran popularidad por doquier, pero sobre todo en Alemania, y que se fue copiado, elaborado e impreso repetidas veces. Con la Reforma va desapareciendo poco a poco, y una parte de sus materias más apreciadas pasa a integrar las versiones tempranas de los llamados libros populares alemanes. A partir de mediados del siglo XVI, o tal vez antes, las Gesta parecen ser olvidadas rápidamente.
La traducción presente pertenece a Johann Georg Theodor Graesse y fue publicada por primera vez en el año 1842. A título de ensayo comparé también una antigua traducción alemana del siglo XV. Pero para un poeta de nuestros días no me parece una tarea deseable la de confeccionar una imitación arcaizante de aquel antiguo texto alemán; además, la traducción de Graesse me parece absolutamente legible, fiel y no carente de encanto, de modo que me conformé con una selección del texto de Graesse. Naturalmente la selección no fue trazada según valores morales, sino sólo según la belleza de las narraciones, por lo cual no se tuvo una consideración especial para con los amantes de los cuentos atrevidos ni para con las almas mojigatas. La selección de las narraciones, la creación de nuevos títulos y el acortamiento de unos pocos cuentos demasiado extensos constituyen mi trabajo personal; todo lo demás es una versión textual de la traducción de Graesse. Algunos sabios de épocas recientes, entre los que citaremos a Oesterley como el que más conoce la materia, solieron hablar un poco despreciativamente sobre Graesse; su juicio puede ser justo en lo que se refiera a las suposiciones de Graesse respecto al origen y el autor de las Gesta; sobre su traducción sólo podría expresar opiniones positivas.
La literatura latina del medioevo alemán e inglés es poco conocida. (…) En mis notas algunas veces he tratado sin miramientos la «moral» de los compiladores monacales; mi amor hacia este rico mundo medieval no se dirige de ningún modo a las tendencias eclesiástico-clericales, sino a sus temas, a su profunda fantasía y clara plasticidad, a su cálida y bella humanidad. Aún está lejos la época en que sintamos como propias las maravillosas leyendas de la Edad Media francesa, inglesa y alemana en toda su pureza; demasiado conocemos a Sigfrido y a Percival, a Tristán y a Lohengrin, sólo a partir del teatro. Pero las reencontraremos, volverán a ser propiedad de los lectores y tema de nuestros poetas, y cuanto más claramente apartemos nuestros corazones del olor del incienso y de las hogueras, tanto antes volverán a pertenecemos como propios los valores anímicos de aquellos siglos oscuros y de su poesía que no hayan sido tocados por ese olor.
(1914)