N o ha mucho tiempo, unos monjes de Prüm celebraron una francachela en la casa de un sacerdote secular; comieron carne varias veces y bebieron excelente vino hasta la medianoche. Cuando estaban más que hartos de comer, el sacerdote, al primer canto del gallo, llamó a un discípulo, Juan, al que he conocido bien, y le dijo:
—Por cierto, continuemos comiendo. Ve y tráenos la gallina que encuentres sentada en el palo al lado del gallo, pues ésa por lo general está más gorda que las demás, y prepáranosla.
El joven le retorció el pescuezo a la gallina, le abrió el vientre, metió la mano y creyó sacar todas las entrañas. Pero lo que sacó fue un enorme sapo. Sintió que se movía en su mano, lo tiró, vio lo que era y atrajo a todos con sus gritos. Al ver convertidos los intestinos en un sapo, abandonaron sobresaltados el lugar de la comilona, pues se dieron cuenta de que era obra del Diablo. Esto me lo ha contado uno de los hermanos allí presentes que lo vio con sus propios ojos.