La cruz que hacía reverencias

S egún me han contado, no ha mucho que en nuestra provincia un caballero había dado muerte al padre de otro caballero. Por una casualidad, el hijo pudo apoderarse del asesino. Cuando, blandiendo la espada, quiso matar a aquél en venganza por la muerte de su padre, el asesino se echó a sus pies y le dijo:

—¡Señor, os pido por el honor de la Santísima Cruz, en la que Dios se compadeció del mundo, que tengáis vos también piedad de mí!

Turbado por esas palabras, aquél se detuvo y pensó qué debía hacer; la misericordia se hizo fuerte en él, de modo que levantó al asesino y le contestó:

—Mira, en honor de la Santa Cruz, y para que Él, que padeció en ella, me absuelva de mis pecados, no sólo te perdono tu culpa, sino que además seré tu amigo, —y le dio el beso de la paz.

Poco después el caballero, signado con la cruz, atravesó el mar, y al llegar junto con otros cruzados, respetados hombres de su provincia, a la iglesia del Santo Sepulcro y pasar por el altar más próximo, la imagen del Señor hizo desde la cruz una profunda reverencia ante él. Algunos de ellos, al percibir esto, pero sin saber a quién le correspondía tan alto honor, consultaron entre sí y luego regresaron por separado, uno tras otro, a aquel lugar, pero la imagen sólo se inclinaba ante él. Entonces le preguntaron el motivo, y al reconocerse indigno de semejante honor, le volvió a la memoria lo que hemos narrado arriba. Los hermanos a quienes se lo contó se admiraron de tamaña humildad de Dios, y se dieron cuenta de que la reverencia de la imagen había significado un agradecimiento.