E n Brabante hay una casa de nuestra orden, con el nombre de Villers; en ella se atendía muy bien a los huéspedes y necesitados, tal cual sigue haciéndose hoy día. El año pasado había una época difícil en la provincia, por lo cual los monjes hicieron en el convento una estimación de cuánto les retribuiría la cosecha y, pues así son las humanas debilidades, temieron pérdidas y se pusieron de acuerdo en no seguir brindando las abundantes dádivas que solían prodigar a los pobres hasta pasadas las cosechas. Ello sucedió, como se evidenció más tarde, por una tentación del diablo. En la noche siguiente —así nos lo ha narrado un monje que acaba de venir de aquel convento— desbordó el estanque de peces cercano a la casa, inundando varios depósitos y causando grandes daños. Los hermanos, unos hombres honrados y piadosos, buscaron el motivo de esta tribulación en sus pecados y sobre todo en la avaricia que habían dirigido contra los pobres; modificaron aquella resolución y continuaron brindando los donativos acostumbrados.