De la desventaja del predicar

D urante una festividad, el abad Gevard, antecesor del actual, nos dio una prédica en el cabildo. Entonces se dio cuenta de que los más, sobre todo algunos convertidos, estaban durmiendo e incluso roncando. De pronto exclamó a viva voz:

—¡Oíd, hermanos, oíd! Os contaré un cuento nuevo y bonito. ¡Había una vez un rey llamado Arturo… —pero en vez de proseguir en este punto, dijo—, mirad, hermanos, qué triste! Mientras hablaba de Dios os dormíais. Pero en cuanto comienzo a narrar frivolidades, todos despertáis, aguzáis los oídos y atendéis.

Yo mismo estuve presente en aquella oportunidad.