Del interpretar signos

E l año pasado, el difunto abad Teobaldo de Eberbach nos narró lo siguiente: Un monje que estaba de viaje oyó cantar a un cucú. Contó veintidós voces. Lo interpretó como signo de que aún le quedaban otros tantos años de vida. «¡Ea —se dijo—, aún he de vivir veintidós años! ¿Tanto tiempo he de enterrarme en el convento? Volveré al mundo, me consagraré a la vida profana y gozaré sus placeres durante veinte años. En los dos años que entonces me queden haré penitencia». Pero Dios, que aborrece la interpretación de signos, dispuso sus designios de otro modo. Los dos años que aquél había destinado al arrepentimiento se los dejó pasar en la vida profana, pero los veinte años que aquél había destinado a la vida profana se los restó (y lo hizo morir).