Después de varios días seguía sin comprender cómo Devlin me había encontrado aquella noche. Según él, habían rastreado la señal de mi teléfono móvil hasta el mausoleo, lo cual me parecía poco creíble, teniendo en cuenta la profundidad a la que me encontraba. No le había dejado de dar vueltas al papel que había jugado Robert Fremont. No solo había sido determinante a la hora de guiar a Devlin a mi lado, sino que además nos había ayudado a Shani y a mí a salir de aquella especie de laberinto. Estaba en deuda con él, pero solo de pensar en qué me exigiría a cambio se me helaba la sangre.
Había tantas preguntas…, tantos misterios…
Preferí dejarlo todo atrás y recuperarme en Trinity, junto a mis padres. Me quedé allí una semana. El primer día que estuve en mi casa, desenterré aquel diminuto anillo que había escondido en el jardín y conduje hasta el cementerio Chedathy, donde lo coloqué justo en el centro del corazón de conchas. Era mi forma de darle las gracias, o quizá de despedirme, aunque tenía la sensación de que volvería a ver el fantasma de la niña.
Al marcharme distinguí el coche de Devlin. No sé si le extrañó encontrarme allí. Al menos, no hizo ningún comentario al respecto. Le esperé a las puertas del cementerio. Al verme, me cogió de la mano. Nos quedamos allí parados durante un buen rato. Él quería entrar; yo, salir. Intenté soltarme, pero él se negaba a dejarme marchar.
—¿Algún día vas a contarme qué pasó aquella noche? —me preguntó, atravesándome con la mirada—. ¿Por qué huiste de mí?
Me estremecí. No podía mirarlo a la cara.
—Algún día te lo explicaré, pero ahora no. No es nuestro momento.
No intentó convencerme de lo contrario. Él también lo sabía. Devlin tenía sus fantasmas; yo, mis demonios.
Desenredé mis dedos de los suyos y fui hacia el coche.
Lo observé por el retrovisor. Seguía a las puertas del cementerio, con un aspecto desolado y abandonado, pero no estaba solo. Mariama y Shani continuaban a su lado. Pensé que sus fantasmas siempre estarían con él, tal y como la soledad siempre estaría a mi lado.
Pero aquello no fue una despedida. Nuestra historia todavía no había acabado.
En aquel momento no lo sabía, pero allí, en algún lugar, me estaba esperando una tumba oculta. Muy pronto tomaría la decisión de destapar los secretos de mi padre.
Desviando la atención hacia la carretera, me encaminé hacia el ocaso.