Capítulo 9

La presencia de Devlin me había cogido por sorpresa, tanto que tardé unos segundos en reconocer la voz de Camille Ashby, y otros tantos en darme cuenta de que estaba escuchando una conversación privada. Sin embargo, opté por disimular y me deshice el cordón de las botas para volverlo a anudar.

—… algún familiar o amigo debe de estar echándola de menos. Estoy segura de que alguno relacionará su desaparición con la noticia que ocupa la primera plana de todos los periódicos —explicaba Camille.

—Esperemos.

Una pausa.

—Sea quien sea, no podemos permitir que la relacionen con Emerson. Creo que comprende lo que quiero decir. Lo último que necesitamos es un periodista entrometido que trate de relacionar este asesinato con el otro.

—Encontramos los dos cadáveres en el mismo cementerio —apuntó Devlin—. Es de esperar que haya cierta especulación al respecto.

Noté un suave hormigueo en la parte inferior de la espalda. ¿Habían encontrado otro cadáver en Oak Grove?

Las voces estaban cada vez más cerca, así que me levanté e hice un poco de ruido sobre las piedras del sendero para avisarles de que andaba por allí. Pero, aun así, rodearon el monumento tras el que me había escondido; al verme, se quedaron mudos. No entendí por qué se sorprendierontanto, ni por qué el hecho de verlos juntos me hizo sentir tan violenta. Sospecho que eso último tenía algo que ver con el modo en que Camille rozó el brazo de Devlin al verme plantada en mitad del camino. La familiaridad del gesto me dejó de piedra, porque el detective siempre me había parecido un tipo distante, inalcanzable e intocable. Por lo visto, Camille Ashby no tenía el mismo concepto de él.

Fingí no haberme percatado de ese pequeño detalle ni de la mirada cómplice que intercambiaron cuando me armé de valor y decidí romper el hielo.

—Oh, hola. Precisamente la estaba buscando.

—¿No llega un poco pronto? —preguntó Camille con voz tensa.

Devlin echó un vistazo al reloj.

—Quedamos sobre la una, así que llega justo a tiempo.

Asentí, agradecida por cómo me había defendido.

—Por lo que veo, la búsqueda ya está en marcha.

Miró hacia el cielo y dijo:

—Se está nublando. Queremos adelantarnos a la lluvia.

—Entonces supongo que todos deberíamos empezar a trabajar —añadió Camille con cierta brusquedad—. Si no le importa, me gustaría hablar con Amelia a solas.

—Ningún problema.

Devlin se alejó varios pasos y sacó su teléfono móvil.

Intenté concentrarme en Camille, pero notaba la mirada del detective clavada en mi espalda. Me observaba con intensidad, lo cual me desconcertaba. Además, no pude evitar pensar en lo poco que me había arreglado ese día. Llevaba la melena recogida en una cola de caballo y, con la humedad, se me había quedado lacia. El único cosmético que me había molestado en aplicarme era una crema con factor solar del treinta, además del imprescindible repelente de insectos. Incluso en un lugar tan lúgubre como el cementerio, un estilo más elegante me habría otorgado una mejor imagen.

Camille, en cambio, estaba espléndida.

—Lo siento, no quería interrumpirles —me disculpé.

—No pasa nada. De hecho, debería darle las gracias por llegar antes de tiempo. La falta de puntualidad es muy habitual en los tiempos que corren. Y es algo que detesto —dijo. Relajó el ceño y, poco a poco, abandonó su frialdad. El acento de Camille me recordaba al de mi madre y mi tía, aunque no arrastraba tanto las vocales y ciertos sonidos los pronunciaba de forma más sutil.

Parecía distinta a las otras veces que me había reunido con ella en su despacho. Siempre la había considerado una mujer atractiva, pero la Camille Ashby que me había contratado para restaurar el cementerio de Oak Grove se distinguía por ser una mujer de edad indeterminada, estirada y remilgada tanto en los modales como en la forma de vestir. De hecho, hasta entonces la veía como la personificación de una niña de familia rica que había recibido una educación impecable.

En cambio, aquel día aparentaba ser más joven, más descarada y, sin duda, mucho más cercana. Vestía una camisa blanca y unos pantalones vaqueros muy ajustados. Solía llevar una media melena lisa como una tabla, pero en ese momento, debido a la humedad que se cernía sobre el cementerio, se le había ondulado un poco, lo que la favorecía muchísimo. Y, sin las gafas, me percaté de que tenía los ojos de un violeta muy intenso.

Devlin era su equivalente masculino, alto, esbelto y tremendamente atractivo. El día anterior no había podido ignorar lo bien que le quedaban la camisa y los pantalones; en ese momento, me fijé en la hechura experta de cada pieza de ropa que llevaba. Sin duda, invertía un buen dinero en su armario. Una vez más, me di cuenta de que no era un detective normal y corriente. Tenía un pasado, unos antecedentes que me moría de ganas por descubrir.

Yo era la única persona extraña allí; con aquellos pantalones militares y mi camiseta de tirantes era evidente que no seguía ningún tipo de moda.

—Le pedí que nos reuniéramos aquí, en el cementerio, por un par de razones —empezó Camille—. Primero, necesito que esté presente durante la búsqueda. No quiero que nadie cuestione nuestros métodos. Los sepulcros deben tratarse con la máxima dignidad y respeto en este proceso, tan horrendo y traumático. Y segundo… —continuó. Miró a su alrededor y frunció el ceño—. Si quiere que le sea sincera, me parece que la cantidad de trabajo que queda por hacer es alarmante. Lo cierto es que esperaba ver más progresos.

—Perdí casi toda una semana por la lluvia, justo antes de que esto ocurriera —le recordé.

—A pesar de la lluvia, o de otros contratiempos, acordamos un plazo de tiempo.

—Soy consciente de cuál es mi fecha límite, pero no puedo empezar la limpieza hasta que me permitan entrar para fotografiar la antigua sección. No se puede proceder a la restauración hasta que dispongamos de un registro claro y preciso del terreno.

Consideró el problema durante unos instantes.

—¿Y si le consiguiera algo de ayuda? ¿Podría avanzar con más rapidez?

Traté de mantenerme diplomática.

—Los voluntarios siempre son bienvenidos, pero antes de empezar a trabajar deben recibir una formación apropiada, lo cual lleva mucho tiempo. Créame, yo misma he visto a decenas de personas que, a pesar de su buena intención, se entrometen en un viejo cementerio con sierras mecánicas y hachas, y que empiezan a talar árboles ancestrales sin reparo alguno y sin prestar atención a la estética o al significado simbólico.

—Sí, supongo que podría ser un problema —musitó.

—Además, no creo que debamos preocuparnos. No vamos tan mal de tiempo y, en cuanto reanude mi tarea, podré contratar a alguien que me ayude. Es un cementerio pequeño. Una vez que la investigación haya concluido, la limpieza será rápida.

—Usted es la experta. Ocúpese de los detalles, pero, por favor, no olvide que el trabajo debe finalizar a principios del primer semestre, ni un día más tarde. Este año es el bicentenario de Emerson y el comité ha decidido incorporar Oak Grove en el Registro Nacional.

Eso explicaba por qué, después de tantos años de bochornoso abandono, el tiempo era esencial.

Se me ocurrieron varias respuestas, pero preferí ser prudente y guardármelas para mí. Ni siquiera me atreví a puntualizar lo difícil que sería incluir un cementerio, incluso uno tan antiguo como Oak Grove, en la lista de lugares históricos del Registro Nacional. Camille Ashby sabía lo estrictos que eran los criterios a la hora de escoger un cementerio.

Así que esbocé una sonrisa y asentí. Le aseguré una vez más que, salvo posibles complicaciones, acabaría el proyecto a tiempo y dentro del presupuesto.

Por suerte, a Camille le llegó un mensaje de texto y, mientras lo leía, se distrajo de nuestra conversación.

—Ha surgido algo —dijo con la voz entrecortada antes de guardar el teléfono en el bolso—. Tengo que regresar al despacho. Mandaré a alguien para que se ponga en contacto con usted y pueda mantenerme informada de los progresos.

—De acuerdo —murmuré, aunque no había nada que odiara más que tener a alguien tras de mí vigilándome.

Miró de reojo a Devlin, que seguía pegado al auricular del teléfono.

—Dígale a John que ya le llamaré. Y también que… cuento con él. Ya sabrá a qué me refiero.

Se marchó a toda prisa. Estaba molesta conmigo misma por haberle permitido intimidarme. Aunque carecía de otras cualidades, confiaba plenamente en mi pericia profesional, incluso en cementerios tan deteriorados y destrozados como Oak Grove. Arreglar tantos años de negligencia era como restaurar una pintura: requería paciencia, habilidad y una dedicación casi obsesiva.

Hacía dos años que había decidido fundar mi propio negocio. Desde entonces, había trabajado intensamente para labrarme una reputación impecable. Nadie podía criticar mi preparación, pero mi edad y mi escasa experiencia solían jugar en mi contra, a pesar de haberme pasado toda la infancia y la adolescencia aprendiendo a mantener y cuidar un cementerio.

Me consideraba una artesana dedicada, pero también era una mujer de negocios y, como tal, necesitaba la benevolencia y las recomendaciones de alguien como Camille Ashby cuando finalizara el proyecto. Así que me tragué mi enfado y decidí enviarle actualizaciones semanales, tanto escritas como visuales, sin esperar a que me las pidiera.

De espaldas a Devlin, esperé a que acabara de hablar por teléfono. Al igual que había ocurrido las veces anteriores, enseguida noté que se había acercado. Se me erizó el vello de la nuca y tuve que frotarme las manos para deshacerme de ese hormigueo incómodo.

Creí oír la voz de mi padre susurrándome: «Prométeme que no volverás a ver a ese hombre».

Respiré hondo y, de forma deliberada, le desobedecí. Lo siento, padre.

—¿Camille se ha marchado? —preguntó Devlin.

La había llamado por su nombre de pila.

—Sí. Ha tenido que volver a su despacho. Me ha encargado que le diga que le llamará y que… cuenta con usted. Me ha asegurado que ya sabría a qué se refería.

Devlin encogió los hombros, como si el mensaje no le pareciera importante, pero advertí un parpadeo de irritación, lo cual alimentó mi curiosidad por saber qué relación le unía a Camille Ashby. Se llamaban por su nombre de pila, así que deduje que no eran simples conocidos. Además, no podía olvidar cómo ella le había rozado el brazo. Era mayor que él, aunque no mucho. Sin embargo, para una mujer tan atractiva y seductora como Camille, la edad no supondría ningún problema, sin duda.

—¿Algo va mal? —preguntó.

—¿Qué? No…, lo siento. Estaba soñando despierta.

Me preguntaba si conocía el poder de su mirada, si se imaginaba el efecto que tenía en mí. No podía apartar la vista de él, y quizás eso era otra advertencia. En cierto modo, era como un imán para mí, aunque no era culpa suya. Yo era la única responsable de mis actos. No había hecho el viaje hasta el cementerio para reunirme con Camille Ashby. Ella tan solo me había puesto las cosas fáciles. Había ido hasta allí persiguiendo lo prohibido. Nunca había hecho algo tan imprudente y temerario en toda mi vida.

Varios agentes se aproximaron a nosotros y traté de apaciguar mis nervios centrando toda mi atención en ellos.

—Debe de ser como buscar una aguja en un pajar —murmuré—. ¿No es posible que la lluvia haya eliminado cualquier prueba física, como huellas dactilares o manchas de sangre?

Tantos años de autodisciplina me habían servido para hacer que mi voz sonara normal, aunque el corazón me latiera a mil por hora.

—No todas. Siempre queda algo. Tan solo tenemos que seguir buscando, hasta encontrarla.

—¿Y si no la encuentran?

Una vez más, cruzamos las miradas y sentí un escalofrío por todo el cuerpo.

—Entonces dejaremos que sea ella quien nos guíe hasta el asesino.

—¿Ella?

—La víctima. Los muertos tienen mucho que decir si uno está dispuesto a escucharlos.

Era irónico. De repente, me vino a la mente la imagen de la niña fantasma, tirándole del pantalón, pateándole la pierna, haciendo todo lo posible por llamar su atención. ¿Qué quería decirle? ¿Y por qué él no la escuchaba?

También había acudido a mí, pero tenía buenas razones para rechazarla. Mi padre no estaba equivocado. Conocía muy bien las consecuencias de romper las normas. Reconocer que veía a la pequeña era como invitarla a entrar en mi vida. De ese modo, le ofrecía mi calor y mi energía como sustento. Con el tiempo, pasaría a ser un esqueleto viviente. Daba igual lo que quisiera de mí, tenía que protegerme a toda costa. Para seguir a salvo, debía distanciarme de Devlin y de sus fantasmas.

Y, sin embargo ahí estaba, cautivada por su cercanía.

Se giró para echar un vistazo al cementerio. Parecía tan absorto que, por un segundo, me dio la impresión de que se había olvidado de mi presencia. Aproveché la oportunidad para estudiar su perfil, persiguiendo la línea de su mandíbula hasta la barbilla. Me detuve en ese punto sombrío y sensual, justo debajo del labio, donde tenía una cicatriz que caracterizaba su perfil casi impoluto. Por alguna razón, esa imperfección me hipnotizaba. Cuanto más intentaba desviar la mirada, más atracción sentía.

—Tengo que confesarle algo —anuncié.

Al principio creí que no me había oído, pero luego se dio media vuelta y alzó una ceja. Estaba claro que le interesaba lo que tenía que decirle.

—Este mediodía, al llegar, le he oído hablar con la doctora Ashby. Le estaba comentando que aquí habían descubierto otro cadáver.

No alteró la expresión, pero noté su cautela, como un animal en busca de una posible amenaza.

—¿Y qué quiere saber?

—¿Cuándo ocurrió?

—Hace años —respondió de forma imprecisa.

Una respuesta tan imprecisa no hizo sino aumentar mi curiosidad. Aquel detective aún no lo sabía, pero mi insistencia a veces podía rozar la obsesión.

—¿Atraparon al culpable?

—No.

—¿Es posible que los dos asesinatos estén relacionados? Tan solo lo pregunto —me apresuré a añadir— porque voy a pasar mucho tiempo trabajando sola precisamente aquí. Y todo este asunto es un poco perturbador.

Permaneció impasible, sin mover un solo músculo.

—Después de quince años, no me atrevería a asegurar que están relacionados, pero no le aconsejo que venga sola. Aunque se encuentra dentro de los límites de la ciudad, este cementerio está bastante aislado.

—Y los cementerios metropolitanos, en especial los más remotos, son como un imán para los criminales —apunté.

—Sí, exacto. ¿No tiene a alguien que la ayude? ¿Un asistente o algo así?

—Tendré mucha ayuda durante la etapa de limpieza. Hasta entonces, andaré con cuidado.

Pareció que quería decir algo más, pero, en lugar de continuar, se dio media vuelta.

—¿Puedo preguntarle algo?

—Sí.

Otra vez ese titubeo. Esa misma cautela encubierta.

—He pasado horas y horas investigando Oak Grove, y hasta hoy no me había enterado de que se había producido otro asesinato justo aquí. ¿Cómo es posible?

—Quizá no haya mirado en el lugar apropiado.

—Lo dudo. Siempre busco toda la información disponible sobre el cementerio que voy a restaurar. Y no me refiero únicamente al registro del condado o a la biblioteca de la iglesia. Paso muchas horas releyendo los archivos de periódicos.

—¿Y qué sentido tiene?

—Es difícil de explicar, pero sumergirme en la historia me proporciona una perspectiva única. Restaurar no solo consiste en cortar malas hierbas y fregar lápidas, sino en recomponer.

—Es evidente que es una apasionada de su trabajo.

—Tendría que dedicarme a otra cosa si no fuera así, ¿no cree?

Devlin por fin desvió la mirada, lo que me hizo sentir más cómoda.

—Supongo que sí —murmuró con una voz suave como la seda.

—Sobre ese cadáver… —me aventuré a decir.

Cambió de tema con desgana.

—No ha encontrado nada en los periódicos por una razón.

—¿Y cuál es?

—Ciertas partes, incluida la familia de la chica, aunaron esfuerzos para que las investigaciones no salieran a la luz.

—¿Y cómo lo lograron?

—En esta ciudad, todo funciona por contactos, sobre todo en asuntos que afectan a la clase alta. La gente con poder e influencias tiende a ocultar sus historias.

Su voz desveló un viejo desdén, y recordé el comentario de mi tía sobre los Devlin del sur de Broad, una familia adinerada y aristocrática cuyas raíces se remontaban a la fundación de la ciudad. Tal vez ese desprecio a la clase alta tenía algo que ver.

—En el momento del asesinato, el jefe de policía, el alcalde y el editor del periódico local más importante de la ciudad eran alumnos de Emerson —apuntó—. Un asesinato dentro de sus propiedades habría dañado, y mucho, la reputación de la propia universidad.

Me rasqué la parte interior del codo, donde un mosquito me había picado, justo en la zona donde no me había aplicado loción antimosquitos.

—Pero ¿por qué la familia de la víctima participaría en un encubrimiento como ese?

—Los Delacourt representan una suerte de realeza de Charleston. La clase alta de esta ciudad está dispuesta a evitar un escándalo a toda costa. He sido testigo de muchas irregularidades. Aun así, cada vez que veo hasta dónde son capaces de llegar para proteger el apellido de la familia, me quedo atónito.

—¿Incluso encubrir un asesinato?

—Si ese asesinato conlleva humillación y desgracia para la familia, sí. Afton Delacourt era una chica de diecisiete años a la que le gustaba mucho la fiesta. Una joven promiscua que buscaba emociones fuertes y consumía drogas y alcohol. Hay quienes decían que coqueteaba con… cierta clase de misticismo, por así decirlo. Lo cierto es que ese caso es carne de cañón para la prensa más sensacionalista.

Había algo en su voz, en esa mirada cautelosa, que me aceleraba el pulso.

—¿A qué se refiere con que coqueteaba con el misticismo? ¿A un tablero güija?

—Algo más oscuro que eso.

—Más oscuro… ¿Cómo?

Pero no respondió.

—¿Cómo murió exactamente? —insistí.

—Créame, no quiera conocer los detalles —contestó en voz baja.

Recordé su reacción el primer día que, en el cementerio, le había preguntado sobre la causa de la muerte. Me preguntaba si su reticencia a divulgar cierta información relacionada con los asesinatos, tanto antiguos como recientes, se debía a su discreción profesional o si su educación y personalidad tenían algo que ver con la prudencia con que respondía a mis preguntas. La verdad era que me parecía un hombre un poco chapado a la antigua que aplicaba su papel de protector más allá de sus obligaciones como policía.

Era extraño, pero esa actitud anticuada no me ofendía. De hecho, es la fantasía de toda adolescente que, durante largos y solitarios años, se ha alimentado a base de Jane Eyre y Mr. Rochester, de Buffy y Angel. De todas formas, estaba decidida a enterarme de toda la historia. Al parecer, Devlin lo intuyó, así que, para mi sorpresa, prosiguió sin que tuviera que insistirle más.

—¿Qué sabe de las sociedades secretas de los campus universitarios?

—No mucho, en realidad. He oído hablar de Calavera y Huesos. También sé que ese tipo de organizaciones suele utilizar imágenes mortuorias y que sus emblemas y símbolos a veces aparecen tallados en lápidas antiguas.

—La simbología no es algo arbitrario —añadió—. La mayoría se usa para crear una sensación de seriedad, incluso para intimidar.

—¿La mayoría?

Aunque no se movió ni un ápice, noté una sutil tensión en los músculos de la mandíbula, un cambio casi imperceptible.

—La sociedad de Emerson es conocida como la Orden del Ataúd y la Zarpa. Goza de una larga tradición en el campus. Los compromisos heredados se remontan a generaciones anteriores. Hay quien piensa que antes de su fallecimiento, Afton Delacourt se lio con un zarpa. Este la engatusó para acudir hasta el cementerio y la asesinó en una especie de ritual de iniciación.

Entre los viejos robles se colaba una brisa húmeda que, en aquel momento, me pareció tan siniestra como tocar un cadáver helado.

—¿Le arrestaron?

—Nadie sabe quién era y, por supuesto, ningún miembro de la orden traicionaría a uno de los suyos. La lealtad se valora, aunque no tanto como la discreción.

—¿Se valora? ¿Ese grupo todavía existe?

—Después del asesinato, la propia universidad denunció a la orden, pero muchos opinan que, en vez de disolverse, la organización se unió más en la clandestinidad. Actualmente, siguen presentes en el campus, como una sombra.

No sé si lo percibí en su voz o fue por otra cosa, pero, de repente, los datos encajaron.

—Las personas que ha mencionado antes…, el jefe de policía, el editor del periódico, el alcalde…, ¿eran zarpas?

—Como ya he dicho, la pertenencia a la orden es uno de los secretos mejor guardados.

—Pero tiene sentido, ¿verdad? No ocultaron el asesinato para salvar la reputación de Emerson, sino para proteger a otro zarpa —aventuré. Me animaba saber que estaba dando en el clavo—. Ahora entiendo por qué ayer por la mañana vino a mi casa con su retahíla de preguntas sobre simbolismos e imágenes lapidarias. Piensa que el autor de este último crimen pudiera estar relacionado con la orden.

No tuvo la oportunidad de responder. Alguien gritó su nombre y Devlin se giró.

—¡Estoy aquí!

—¡Hemos encontrado algo! —respondió el policía—. ¡Tiene que venir a verlo!

—Espere aquí —dijo por encima del hombro, y siguió el sendero del cementerio.

Y esperé… pero no mucho. No pude resistir la tentación de seguirle entre el desorden de lápidas que reinaba en la parte más antigua del cementerio.

Tras cruzar unas enormes arcadas, vislumbré un tejado puntiagudo en el horizonte. El mausoleo Bedford era el más antiguo del cementerio. Se construyó en 1853, en conmemoración del fallecimiento de Dorothea Prescott Bedford y su descendencia. Era de estilo neogótico. En lo más alto se podían ver una serie de cruces. El cuerpo de la estructura había sido tallado en la piedra de un altozano, lo que lo hacía único. Los terrenos elevados eran muy poco comunes en esa parte del país. De hecho, por eso Oak Grove me parecía tan inquietante. Era como si la topografía no encajara.

Al adentrarme en la parte más oscura, la temperatura descendió en picado. Las cortinas de musgo rizado bloqueaban la mayor parte de la luz, lo que permitía que los tentáculos de hiedra se enroscaran alrededor de estatuas y monumentos, todos ennegrecidos por el liquen. Allí donde los rayos lograban colarse, las gotas de rocío titilaban como cristales sobre filodendros gigantes. Era como sumergirse en el corazón de una prístina selva amazónica.

Perdí de vista a Devlin, pero, cuando me fui acercando al final del descuidado sendero, empecé a oír de nuevo su voz. Andaba por la parte derecha del mausoleo. Mientras trataba de zafarme de una vid silvestre, le localicé. Estaba junto a un grupo de hombres embarrados que llevaban la camiseta sudada y el pantalón manchado de lodo hasta las rodillas, reunidos alrededor de una tumba marcada con una lápida rectangular.

Poco a poco, me acerqué. Esperaba que, en cualquier momento, Devlin se diera la vuelta y me ordenara mantenerme alejada. Pero ni siquiera cuando me coloqué a su lado musitó palabra alguna.

Tenía la mirada puesta en aquella tumba, observando lo que había llamado la atención de sus hombres.

Y entonces lo vi.

El esqueleto de una mano asomándose por las hojas secas, como un azafrán que hubiera brotado demasiado temprano.