Me desperté con un regusto a vómito en la boca y el inconfundible hedor a putrefacción pegado a la nariz. Estaba sobre una superficie fría y rugosa. Notaba un corte en la mejilla. Traté de levantar la cabeza. Al mínimo movimiento sentía náuseas y empecé a tener arcadas.
Me desplomé de nuevo sobre el suelo y no volví a moverme hasta tener la cabeza un poco más despejada. Poco a poco fui recordando lo que había pasado. Daniel Meakin había estado en mi casa y me había confesado que había asesinado a Clayton Masterson. ¿Qué había dicho Ethan sobre esa muerte? Al menos siete navajazos. Fue un asesinato violento y despiadado.
En un intento de deshacerse de su verdugo, había descubierto que seguía atado al fantasma de Clayton. Y quería utilizarme como cebo, para que Clayton picara y poderse librar de él.
Todavía aturdida, me levanté y avancé arrastrando los pies hasta la pared. La palpé y advertí que estaba húmeda y viscosa, como las paredes de aquella estancia construida debajo de Oak Grove.
Hurgué en los bolsillos y me sorprendí al encontrar mi teléfono móvil. ¿Por qué Daniel no me lo había quitado?
Pero allí abajo no había cobertura: no podía pedir ayuda. Eso sí, al menos la pantalla daba algo de luz. Quizá por eso no me había quitado el móvil. Me había dado la sensación de que Daniel quería que pensara bien de él; le importaba que entendiera por qué había hecho lo que había hecho.
Y, claro, lo entendí, por supuesto, pero no podía justificar ni perdonar sus actos. Levanté el teléfono para inspeccionar mi celda. Paredes viejas de ladrillo. Telarañas espesas y tupidas. Tenía el presentimiento de que estaba encarcelada a varios metros bajo tierra, seguramente en una parte todavía por descubrir del entramado de túneles. Examiné a mi alrededor y no vi abertura alguna, ninguna puerta ni salida. Estaba rodeada de paredes sólidas.
¿Cómo era posible? Él me había metido ahí, así que tenía que haber una salida.
A menos que hubiera sellado la pared después de dejarme allí tirada…
Ahogué un grito. No podía dejarme llevar por el pánico. Si perdía los nervios, estaría condenada a una muerte segura.
Recorrí la habitación una y otra vez, arranqué las telarañas pegajosas y forcé cada ladrillo. Minutos más tarde tenía los dedos en carne viva y sangrando.
Agotada, me dejé caer sobre el suelo y enterré la cabeza entre las manos. Estaba desesperada. Era imposible que a alguien se le ocurriera buscarme tras una pared sólida.
Me quedé allí sentada. De repente, noté una presencia fría. Alguien, o algo, me removió el pelo y me acarició la nuca. Y entonces me tiró de la mano…
Estaba asustada, así que pulsé un botón del teléfono para iluminar el lugar. Pero no vi nada extraño.
¿Acaso Clayton ya había llegado? La mera idea de que pudiera estar allí me horrorizó, y mi primer impulso fue retroceder hasta la pared.
Tras unos instantes, el frío se disipó y me convencí de que había sido producto de mi imaginación. Lo más probable era que siguiera sufriendo los efectos secundarios del sedante que Daniel me había puesto en el té. Era evidente que llevaba mucho tiempo vigilándome. Conocía mis hábitos lo bastante bien como para adivinar que me tomaría una taza en cuanto llegara a casa. Quizás había colocado una serie de mirillas en el apartamento de Macon para espiarme.
Me estremecí y me abracé la cintura. Estaba helada, asustada y muy perdida. Pensé en mis padres y en Devlin. En todas las personas que me importaban. ¿Volvería a verlas algún día?
En algún momento debí de quedarme dormida. Soñé que corría por un túnel sin fin de cuyas paredes sobresalían unas manos que querían atraparme. Recorrí varias habitaciones en las que había cadáveres colgando y fantasmas que se deslizaban tras de mí. A lo lejos, en algún lugar por encima de aquel laberinto, oía la voz de Devlin: «¡Por aquí! ¡Date prisa!».
Pero no era Devlin quien me guiaba por aquellos pasadizos, sino Shani.
Me tiraba del brazo, obligándome a seguir hacia delante. Y entonces, justo enfrente de mí, distinguí el fantasma de Robert Fremont. Se cernía tras los cuerpos sin vida, esperándome. Con Shani tirando de mí, me acerqué a él. De pronto, cuando se dio media vuelta, desapareció entre los ladrillos de la pared.
Escuché pasos detrás de nosotros y el chirriante sonido de unas cadenas que se arrastraban por el suelo. Me abrí paso entre la multitud de telarañas, cerré los ojos y seguí a Fremont. Miré la mano. Shani se había desvanecido. Por alguna razón, no había atravesado la pared conmigo. Quise volver atrás para buscarla, pero la pared se había vuelto a transformar en un bloque sólido. La había perdido…
Sobresaltada, alcé la cabeza y miré a mi alrededor. Estaba sola en aquella habitación, pero, por un solo instante, capté su presencia…
Con torpeza logré ponerme de pie y arrastrarme hasta la pared donde, en mi pesadilla, había visto desvanecerse al fantasma de Fremont. Con la ayuda del teléfono, escudriñé cada centímetro del muro, pero tan solo encontré argamasa a punto de desmoronarse.
Y entonces la vi. Mi salida.
Hacía unos días, había sido una mosca la que nos había mostrado el camino hasta aquella primera sala oculta, así que en ese momento debía ser otra mosca la que me ayudara a salir de allí. Nunca me hubiera fijado en la grieta de la pared si no hubiera sido por el brillo iridiscente de aquel insecto que se colaba por un diminuto agujero de la argamasa. Palpé la fisura con la yema de los dedos. Era una puerta secreta, tallada de forma que los ladrillos encajaran a la perfección al cerrarla. Dejé a un lado el teléfono y empujé con ambas manos, pero la puerta no se movió. Opté por apoyar un hombro y utilizar el peso de mi cuerpo, pero tampoco sirvió de nada. Al final, decidí tumbarme en el suelo y patear sobre los ladrillos con todas mis fuerzas. El panel se vino abajo y dejó al descubierto otra habitación.
De aquella abertura emergió una nube de moscas. Acto seguido me embargó un hedor a podredumbre. Sentía el hormigueo de los insectos en los brazos, en la cara, en los labios. Las espanté como pude y, tapándome la nariz y la boca con la manga de la camisa, crucé el agujero. Era obvio que la peste venía de allí dentro. Se me revolvió el estómago e incluso perdí el equilibrio. Me horrorizaba imaginar qué se escondía allí.
Cadáveres. Cuerpos sin vida que Daniel no había tenido tiempo de enterrar.
Me pregunté cuántos habría.
«Intenté ser sensato con la selección… Quería elegir solo a las almas que deseaban ser liberadas».
No hice caso del cosquilleo de medio centenar de patas trepando por todo mi cuerpo y enfoqué la pantalla hacia el agujero. Más paredes de ladrillo. Más telarañas. Y la silueta de lo que intuía que podía ser un cuerpo colgando.
Y ese olor. Estaba por todas partes, impregnando cada grieta y fisura, adhiriéndose a mi ropa, a mi piel, a mi olfato…
Me arrimé todavía más la camisa a la nariz.
Me adentré en la otra sala y de inmediato se me empaparon las botas. Se levantó otra oleada de descomposición más intensa y penetrante que la anterior. ¿Qué era aquel líquido que me había mojado los pies?
No quería ni pensarlo…, no en ese momento…
Al dar otro paso resbalé y caí de bruces sobre aquel charco. Me salpiqué la cara y me puse a gritar a pleno pulmón. Conseguí levantarme, jadeando y con arcadas. Con sumo cuidado para no volver a caer, avancé en la oscuridad. No podía quitarme de la cabeza el constante zumbido de las moscas, y agradecía no poder ver más allá de la débil luz que irradiaba la pantalla de mi teléfono.
Caminé en línea recta hasta alcanzar otra pared. Examiné todos los ladrillos, buscando una abertura. Al final la hallé. Empapada y temblando, me agaché y me colé por el agujero, que me condujo a una sala casi idéntica a las anteriores.
Justo cuando había perdido la esperanza de salir de aquella maraña de habitaciones, me escurrí por otro agujero que daba a un estrecho pasadizo. El aire era más fresco, y el olor fétido se desvaneció. Confiaba en que eso significara que estaba cerca de una salida. Una agónica indecisión me dejó inmovilizada durante un buen rato. ¿Qué camino tomar? Entonces oí pasos detrás de mí. Lo último que quería era esperar a ver quién aparecía de entre las sombras. ¿Quién sino Meakin?
Me di media vuelta y eché a correr por el túnel, con la débil luz del teléfono iluminándome el camino.
Encontré otra ranura y, sin pensármelo dos veces, me deslicé hacia dentro. Miré a mi alrededor y reconocí aquellas paredes circulares. Sabía perfectamente dónde estaba. Alcé la mirada y aprecié el tono lavanda del cielo, que anunciaba el crepúsculo. No pude contener las lágrimas de alegría.
Empecé a trepar. Entonces, justo cuando estaba a punto de alcanzar los últimos peldaños, volví a oír pasos, el susurro de un cuerpo que se deslizaba por la ranura y el sonido metálico de una escalera metálica sobre el suelo. Quien me estaba persiguiendo estaba en la misma habitación que yo.
Y entonces pronunció mi nombre. Solo eso: «Amelia». Con ese acento suave y exótico que tanto me gustaba. Miré hacia abajo y vi a Devlin, que me observaba horrorizado. Un segundo más tarde noté una mano extraña que me sujetaba la muñeca.
Nunca habría pensado que Daniel Meakin fuera tan fuerte. Me arrastró contra mi voluntad hacia la abertura que daba al exterior. Una vez fuera deslizó la cubierta y la atrancó con un pestillo que no había estado allí semanas antes, cuando Devlin y yo habíamos logrado escapar por el mismo pozo.
Devlin aporreaba la puerta sin cesar e intenté abrirla, pero Daniel me agarró. Me abalancé sobre él como un demonio, arañándole, pateándole y golpeándole con los puños.
Daniel desenfundó un cuchillo. Con una agilidad inesperada, se giró y me rasgó la parte superior del brazo. Me encogí de dolor. De la herida empezó a brotar sangre, me tambaleé y, casi inconsciente, caí al suelo. Se acercó con sigilo hacia mí, pero Daniel ya no estaba solo. Como ya había anochecido, el fantasma de Clayton Masterson se había deslizado por el velo.
El fantasma mantenía sujeta la mano izquierda de Meakin.
Había sido Clayton quien había tratado de acuchillarme…
Daniel empezó a lloriquear.
—Puede verlo. Sé que puede. Lo único que tiene que hacer es reconocer que puede verlo, y todo habrá acabado. Por favor…, por favor…, deje que termine.
Terminaría para él, pero no para mí. No podía admitir que podía ver al fantasma. Mantuve la mirada clavada en Daniel sin dejar de presionar la herida, para evitar desangrarme.
Meakin se desplomó sobre las rodillas, desesperado. Por unos momentos, el fantasma y él se enzarzaron en una terrible pelea. Aproveché esa oportunidad y me lancé hacia la cubierta del pozo. Agarré el cerrojo y conseguí deslizarlo justo cuando Daniel se levantaba, con el cuchillo en la mano. Sabía muy bien qué pretendía. En cuanto abrió la puerta y salió del pozo, Devlin vio a Daniel a mi lado, empuñando un cuchillo manchado de sangre. Como era de esperar, no vio a Clayton. No podía saber la batalla que se estaba librando entre ambos.
Gritó el nombre de Daniel una y otra vez, y luego disparó.
Estaba tumbada sobre el suelo. La cabeza no dejaba de darme vueltas.
Los paramédicos por fin habían llegado. Uno me estaba tomando la presión en el brazo mientras los demás se ocupaban de Daniel, pero ya era demasiado tarde. Había muerto. Vi su espíritu marcharse a la deriva, todavía unido al fantasma de Clayton Masterson. Para el resto de la eternidad.
Y entonces, por el rabillo del ojo, vislumbré una silueta oscura emergiendo del bosque. Después advertí otra y otra. Los dos fantasmas quedaron rodeados y una muchedumbre de sombras negras los engulló.
Después de todo, los seres de sombra no habían venido a por mí, sino a por Daniel Meakin.
Tenían que darme unos puntos en la herida, pero ya había dejado de sangrar. Me senté en la parte trasera de la ambulancia y observé a Devlin, hasta que distinguí un rostro familiar merodeando en el fondo. Me extrañó que nadie le prestara atención, y entonces recordé por qué.
Me acerqué a él con paso poco firme por el efecto de los analgésicos.
—Estabas allí abajo conmigo, ¿verdad? Me mostraste la salida. —Shani y él me habían salvado la vida—. ¿Por qué?
Me observaba con frialdad a través de las gafas de sol.
—Porque mi obligación es hacer justicia —dijo el agente asesinado—. Y tú eres la única que puede ayudarme.
—¿Amelia?
Devlin se acercó a mí. Me miraba extrañado.
—¿Con quién hablabas?
Miré a mi alrededor. No había nadie.
Colocó una mano sobre mi hombro.
—¿Estás bien?
—No —respondí con voz temblorosa—, pero lo estaré.
Quería preguntarle cómo me había encontrado, pero estaba hecha un lío. Tenía la corazonada de que Robert Fremont había sido una pieza clave para que Devlin hubiera logrado sacarme de allí. No sabía qué quería ese fantasma de mí, y eso me ponía los pelos de punta. Sin embargo, decidí que ya tendría tiempo para preocuparme de eso. En aquel momento, lo único que quería era disfrutar de estar con Devlin.
Apoyé la cabeza en su pecho. Él me abrazó con tal ternura que sentí ganas de llorar.
Sin embargo, apenas tuve tiempo de disfrutar de él. Había anochecido y sus fantasmas le estaban esperando.