Aunque hubiera querido, no habría podido ir a ver a Ethan esa misma tarde. De camino a casa, la tía Lynrose me llamó para decirme que habían hospitalizado a mi madre en el MUSC, donde Jane Rice, una de las víctimas, había trabajado. Una mañana, se había levantado para ir a trabajar, y no había vuelto.
Aquello no tenía nada que ver con mi madre, pero esa mera coincidencia sirvió para que casi me dejara llevar por el pánico.
Paré un momento en casa para darme una ducha rápida y cambiarme de ropa. Después recorrí la avenida Rutledge. Tras aparcar el coche, me dirigí hacia el gigantesco edificio de ladrillo y cristal que albergaba el hospital principal.
Cuando por fin encontré el ala y el piso correctos, mi madre estaba recibiendo la visita del médico, de modo que tuve que esperar en el vestíbulo con mi tía, que se negaba a contarme nada.
—Se va a poner bien —me aseguraba Lynrose mientras se balanceaba hacia delante y atrás en la sala de espera—. Pero es ella quien debe contártelo.
Cuando por fin nos permitieron entrar, me imaginaba lo peor. Reconozco que me quedé un tanto sorprendida. Su aspecto era mejor que el de la última vez que la había visto. Tenía buen color, y parecía fuerte y despierta. Me incliné para darle un fuerte abrazo y un beso, y después me acomodé a los pies de la cama. Lynrose colocó una silla junto al lecho. Durante un momento, las tres nos quedamos en silencio.
No quería presionar a mi madre, pero no pude soportar aquel silencio ni un minuto más.
—Mamá…
—Tengo cáncer —dijo.
Casi de forma automática, los ojos se me llenaron de lágrimas.
Le cogí la mano y la estreché con ternura.
—Es cáncer de pecho —continuó—. Han detectado un tumor en la última mamografía.
—El médico ha dicho que puede tratarse —añadió Lynrose—. Nos ha asegurado que tiene motivos suficientes para mostrarse optimista. Cree que se recuperará.
—Eso no es exactamente lo que ha dicho —la corrigió mi madre—. El diagnóstico es favorable, pero el estado del tumor es avanzado, así que puede extenderse muy rápido. Por eso debo someterme a un tratamiento agresivo y ser realista sobre mis posibilidades.
Era como si alguien me hubiera clavado un cuchillo en el corazón. Tragué saliva y procuré controlar mis emociones.
—¿Y qué hacemos? ¿Cuál es el siguiente paso?
—Entro en quirófano a primera hora de la mañana.
—¿Tan pronto?
Me acarició la mano.
—No es tan pronto. Hace tiempo que lo sé.
—¿Desde cuándo lo sabes?
Y entonces se me iluminó una bombilla.
—Por eso viniste a Charleston para celebrar tu cumpleaños. Entonces ya lo sabías. ¿Por qué no me lo contaste?
—Nos lo estábamos pasando tan bien que no quise arruinar el momento. Y después… No quería que lo supieras hasta que no quedara otro remedio.
—¿Por qué? Te habría apoyado en todo momento.
El silencio de mi madre fue como una puñalada en la espalda.
—Lyn no se ha separado de mí. Me ha cuidado mucho.
—Pero me habría gustado estar contigo.
—No habrías podido hacer nada. Y tenías mucho trabajo.
—Pero, aun así…
—Amelia —llamó la tía Lynrose. Sacudió la cabeza y me quedé callada. Furiosa, me giré hacia la ventana y observé la puesta de sol sobre el río Ashley.
—Espero volver a casa dentro de un par de días —dijo mi madre con aparente alegría—. Estará toda la habitación llena de tubos y gasas…, un incordio, la verdad. No quiero que tengas que lidiar con todo eso. Y por supuesto, la quimio…
No podía creer que mi madre hablara sobre ese tema tan escabroso con tal normalidad. Siempre la había considerado una persona frágil, pero su pragmatismo me dejó estupefacta. Le esperaba una cirugía complicada, semanas de quimioterapia, y su mayor preocupación era que yo no lidiara con tubos y gasas.
Hasta entonces, la tía Lynrose se había mantenido muy entera, pero en ese momento la veía sollozar y secarse las lágrimas con un pañuelo de lino.
—Lyn, por el amor de dios —la regañó mi madre.
—Lo sé, lo sé. Ya he visto la película Magnolias de acero. Pero tu pelo, Etta. Vas a perder esa magnífica cabellera.
—Es solo pelo —espetó mi madre—. Quizá después me crezca rizado. ¿No creéis que me lo merezco después del dinero que me he gastado en permanentes?
Decidí reprimir el llanto. Le ahuequé los cojines, le serví un vaso de agua y, cuando no tuve nada más con que entretenerme, se lo pregunté:
—¿Dónde está padre?
—Es un hombre y, como tal, un inútil en una situación como esta —dijo mi tía, que, por lo que sabía, nunca había mantenido una relación seria con nadie en su vida, y mucho menos con un marido.
—Ha venido antes —aclaró mi madre—. Ha salido a tomar el aire. Nunca ha soportado los espacios cerrados.
—¿De veras? No lo sabía.
—Hay muchas cosas que no sabes sobre tu padre —murmuró. Había una nota de misterio en su voz que me hizo mirarla a los ojos y estudiar su expresión.
—Etta, no sé si es el momento más apropiado…
—Cállate, Lyn. Esto es entre mi hija y yo. Es posible que no sobreviva a la operación.
Y al ver que mi tía y yo nos disponíamos a protestar, levantó una mano para frenarnos.
—Es una posibilidad muy remota, pero… hay algo que debes saber sobre Caleb…
Lynrose cerró el pico y sacó unas agujas y un par de ovillos de lana. Bajó la cabeza y se concentró en su labor, pero sabía que no nos quitaría ojo de encima. Sentía la tensión que emanaba su cuerpo.
—Mamá, ¿qué pasa? —murmuré.
¿Sabía que mi padre veía fantasmas? ¿Habría descubierto mi secreto también?
Vaciló y, por primera vez desde que había llegado, vi un resquicio de la mujer delicada y melancólica que no solo me había adoptado, sino que me había criado y querido como a su propia hija. La misma mujer que nunca me había dejado conocerla a fondo.
El continuo chasquido de las agujas de mi tía era el único sonido que rompía el silencio. No sabía si estaba tejiendo, o si lo fingía para estar ocupada.
—Tu padre…
Me incliné hacia ella, y creo que mi tía también.
—¿Sí?
—Tu padre… —repitió. Parpadeó varias veces y se quedó con la mirada perdida.
Entonces, vi a mi padre en el umbral. Permaneció ahí unos segundos, con el rostro desencajado y agotado. Sin mediar más palabra, regresó al pasillo.
Di la vuelta a la camilla para estar más cerca de mi madre.
—¿Por qué no ha querido entrar?
—Supongo que prefiere que pasemos tiempo juntas.
—No te pongas tan dramática —supliqué, pensando en Devlin y en sus despedidas fallidas.
—No era mi intención.
—Mamá, cuéntamelo.
Intercambió una mirada con su hermana.
—Tu padre es un hombre complicado con un pasado igual de complicado —sentenció Lynrose—. Dejémoslo ahí.
—¿Un pasado complicado? —le pregunté a mi madre—. ¿Qué significa eso?
Era evidente que estaba librando una batalla interna. No sabía hasta dónde contarme, y esa indecisión la estaba consumiendo. Cerró los ojos y suspiró.
—Lo único que debes saber es que te quiere. Más que a nada en este mundo, incluso más que a mí.
Pero eso no era lo que había pretendido desvelarme. La conocía lo suficiente como para saberlo.
—Mamá…
—Estoy cansada. Necesito dormir un poco.
—Será lo mejor —murmuró Lynrose.
Lo último que quería era disgustarla en la víspera de la operación, así que dejé correr el tema. Tras un rato, me levanté y salí de la habitación a hurtadillas, dejando a mi madre y a mi tía cuchicheando, tal y como solían hacer en el porche de casa.
Cuando salí al pasillo, mi padre ya no estaba allí.
Dos días más tarde, mi madre recibió el alta en el hospital. Mi intención era quedarme en casa unos días, acompañando a mi madre en el postoperatorio, pero mi tía y ella consiguieron engatusarme para que regresara a Charleston.
—Tienes asuntos de los que ocuparte, y no es necesario que pases apuros económicos por nuestra culpa. Además, otra cosa no, pero tengo tiempo de sobra —insistió mi tía. Y mi madre, por supuesto, la respaldó.
La última noche que pasé allí, mi padre se fue de casa justo después de cenar, así que decidí darme un paseo hasta Rosehill para despedirme. El sendero que conducía al cementerio olía a rosas. Lo vi junto a los ángeles, esperando a que aquellos rostros fríos cobraran vida con la luz del atardecer. Después se dio media vuelta y echó un vistazo a la puerta. Sabía que estaba buscando a aquel fantasma. A medida que se acercaba el crepúsculo, crecía su miedo.
—¿Lo has vuelto a ver, padre?
Su respuesta me dejó helada.
—Últimamente viene muy a menudo.
—¿Qué quiere?
Me miró con los ojos llenos de lágrimas. Me sentí paralizada al verlo llorar. Nunca había mostrado sus emociones. Al igual que yo, vivía en su pequeño mundo.
Y entonces me vino una idea a la cabeza. Me llevé una mano a la boca.
—¿Crees que ha venido a por mamá?
Cerró los ojos y se estremeció.
—Ojalá lo supiera, cariño. Ojalá lo supiera.
La vuelta a casa se me hizo eterna y solitaria. Comprobé si tenía mensajes. Uno de Ethan, otro de Temple; sin noticias de Devlin.
Ethan me había invitado a una pequeña reunión en el Instituto de Estudios Parapsicológicos de Charleston el viernes, para celebrar el setenta cumpleaños de su padre.
Entré en mi casa, completamente a oscuras, y no pude evitar pensar en si mi madre seguiría con nosotros para su próximo cumpleaños.