Capítulo 30

Esa misma mañana, tras una ducha bien fría, salí de casa con las ideas claras. Mi primera parada del día sería el Instituto de Estudios Parapsicológicos de Charleston. En cuanto rodeé la esquina hacia la entrada lateral, me pregunté si Madame Sabiduría me proporcionaría los mismos servicios. Mi última visita al doctor Shaw me había dejado con más dudas que certezas.

La misma chica rubia con la misma bisutería plateada me saludó en la entrada y me acompañó hasta el despacho del doctor Shaw. Con suma discreción, deslizó las puertas correderas a mi espalda.

La luz que se colaba por los ventanales que daban al jardín me deslumbró, así que tuve que parpadear varias veces para acostumbrarme. El doctor Shaw no estaba sentado tras el escritorio, sino al fondo de la habitación. Sumido en penumbra, ojeando un tomo muy grueso con cubierta de cuero.

No pareció importarle que estuviera allí, porque dejó ese libro a un lado y cogió otro de la estantería. Verle pasar las hojas con aquel frenesí me dejó bastante perpleja. Siempre había considerado que su aspecto andrajoso tenía cierto encanto, pero en ese momento me pareció un mendigo; tenía la camisa y los pantalones tan arrugados que supuse que había dormido con ellos puestos. Y aquella hermosa cabellera blanca, que sin duda debía de ser lo único que requería un poco más de atención, estaba grasienta y sin vida.

Permanecí en silencio unos minutos. Quizá no se había dado cuenta de que había llegado, así que me aclaré la garganta y di un paso al frente, pero siguió sumido en su tarea. Estaba pasando las páginas de otro libro. Era evidente que buscaba una perla que, por lo visto, era muy escurridiza.

—Deje de moverse —dijo sin levantar la mirada—. Ya sé que está ahí.

—¿He venido en un mal momento? Llamé para avisarle.

—No, está bien. Me temo que estoy teniendo una mañana exasperante.

—¿Puedo hacer algo para ayudarle? Soy una investigadora nata.

Alzó la vista y esbozó una débil sonrisa. Después descartó otro libro.

—No puede ayudarme; ni siquiera sé lo que estoy buscando.

—Sí, eso me suena.

Después se acercó al escritorio. Ahora que le veía con más claridad me di cuenta de que mi primera impresión había sido superficial. La ropa arrugada y el pelo despeinado eran lo de menos. No tenía buen aspecto. Tenía la piel de un tono amarillento, y los ojos completamente rojos, como si llevara días sin dormir.

Sus modales habían desaparecido, pues, en lugar de sentarse como un caballero, se dejó caer en su sillón. Me indicó que tomara asiento y advertí un ligero temblor en la mano que no había visto antes.

—¿Qué le trae por aquí tan temprano? ¿Debo suponer que ha vuelto a toparse con su extraño perseguidor? —preguntó. Su sonrisa transmitía dolor, como si le costara recurrir a su habitual genialidad.

—De hecho, no. He venido por otro motivo. Por otro… acontecimiento.

En ese momento, la luz del sol reveló su verdadero estado. Apenas era piel y hueso. Tenía la sensación de estar hablando con un cadáver. Por suerte, se revolvió en la silla y aquella ilusión se desvaneció.

Me aclaré la garganta de nuevo. Pensé que había cometido un tremendo error al ir allí. El doctor Shaw parecía molesto y preocupado, pero no podía levantarme y marcharme sin dar una explicación. Me observaba con aquella mirada vidriosa, esperando a que continuara.

Por tercera vez, carraspeé.

—Me preguntaba si sería posible que un ser humano absorbiera, de forma inconsciente, la energía de otro. Y no me refiero a energía emocional, sino física.

—No estoy seguro de que ambos conceptos puedan entenderse por separado —puntualizó—. Después de todo, el bienestar emocional determina el estado físico de cualquier persona, ¿verdad? Y viceversa.

—Sí, desde luego.

—Pero creo saber de qué habla, y la respuesta es… quizás. ¿Está familiarizada con el concepto de «vampirismo psíquico»?

—He oído hablar del tema.

—Existen dos escuelas filosóficas que tratan lo que algunos llaman: «psivamp». Una asegura que todo ser humano contiene una entidad paranormal que se alimenta de la energía psíquica de los demás. La otra lo relaciona con el parasitismo social. La gente que sufre trastornos de personalidad o algunos individuos que se hallan en un estado emocional o espiritual débil pueden tener cierta influencia sobre los demás, hasta el punto de dejarlos físicamente agotados y emocionalmente vacíos, o incluso sumidos en una profunda depresión.

Pensé en lo que Ethan había comentado acerca del estado emocional del detective tras el accidente. También nos había contado que corrían rumores que aseguraban que había estado interno en una especie de manicomio. Si la pena y sus fantasmas le habían mermado tanto a nivel físico como mental, ¿era posible que su subconsciente buscara un modo de reponerse?

—¿Cómo se puede detener? —quise saber.

—La forma más sencilla y eficaz es evitar a ese individuo. Cortar de raíz toda relación con él —dijo imitando el gesto con la mano.

—¿Y en el caso de que eso no fuera posible?

—Puede intentar enfrentarse a ellos, aunque dudo mucho que sirviera de algo. De hecho, da la casualidad de que… —murmuró. Se quedó mirándome fijamente. Tenía los ojos tan rojos que parecían inyectados en sangre—. Me encuentro en una situación parecida.

—¿Tiene un vampiro psíquico? —pregunté, atónita.

—Peor. No me está chupando mi energía física, sino el trabajo de toda mi vida.

—¿Alguien le está robando?

Hizo un gesto de impotencia.

—Años de anotaciones y de búsquedas… se han ido consumiendo tan despacio que, cuando me he querido dar cuenta, ya era demasiado tarde. Ahora tienen todo lo que necesitan.

Respiré hondo. La nota de miedo de su voz disparó todas mis alarmas.

—¿A qué se refiere?

Tardó un buen rato en responder.

—Mucho me temo que el asesino de aquella pobre mujer está entre nosotros. Es alguien sutil, audaz y sin un perfil relevante. Alguien de quien nunca sospecharíamos…

Me llevé la mano a la garganta y sentí que me palpitaba la yugular.

—¿Está insinuando que sabe quién es el asesino?

Se resistía a decírmelo, y quiso quitarle hierro al asunto haciendo un gesto con la mano. En ese instante, percibí el destello del emblema plateado que lucía en su anillo. Lo había visto antes. Sabía que sí…, pero ¿dónde?

—Es solo una hipótesis —dijo al fin—. Solo sé lo que publican los periódicos.

Pero no sabía si creerle.

—¿Ha charlado con Ethan sobre esa hipótesis? ¿O sobre el robo de sus papeles?

—¿Con Ethan? No, no he hablado con mi hijo de todo esto —aseguró. Después giró la silla para contemplar el jardín que se extendía tras el ventanal.

Sin mediar más palabras, me fui de su despacho.

Devlin me había dejado un mensaje en el contestador. Se reuniría conmigo en Oak Grove para que inspeccionáramos juntos el cementerio. De camino, hice una parada en la biblioteca de la universidad porque quería revisar unos archivos.

Atravesé el campus a toda prisa, comprobando en todo momento si alguien me seguía. Todavía no había podido quitarme de la cabeza la enigmática advertencia del doctor Shaw: el asesino estaba entre nosotros. Alguien de quien nadie sospecharía. Hasta el eco de mis pisadas al descender la escalinata de piedra que conducía a los archivos sonaba siniestro.

Había pasado mucho tiempo en aquel sótano, así que sabía perfectamente dónde estaba almacenada toda la documentación de Oak Grove. El doctor Shaw había afirmado que le habían sustraído archivos, y eso me hizo pensar en aquel libro eclesiástico que había estado buscando.

Me arrodillé y revisé las etiquetas de las cajas. Y, de repente, una sombra se alzó detrás de mí. Estaba tan asustada que giré sobre mis talones y casi perdí el equilibrio.

—¿Está bien? —preguntó Daniel Meakin, un tanto preocupado—. No quería asustarla. Pensaba que me habría oído llegar.

No había oído nada.

Se agachó a mi lado. Cuando apoyó el brazo izquierdo sobre una de las cajas, se le subió la manga y vi la cicatriz. Pero no era una cicatriz cualquiera. Vi una serie de crestas que se sobreponían las unas sobre las otras. No se había intentado quitar la vida una sola vez, sino varias.

Aparté la vista enseguida. La luz era muy débil en el sótano, así que tenía la esperanza de que no hubiera visto mi cara de espanto.

Tras un instante, cambió de posición. Bajó la mano, escondiendo así todas esas cicatrices detrás de la manga de la camisa.

—¿Todavía anda buscando nombres que puedan corresponderse con las tumbas sin identificar? —preguntó.

—Sí. No pierdo la esperanza de que aparezca ese libro eclesiástico.

—Lo entiendo —dijo—. Habré revisado estas cajas docenas de veces, pero todavía bajo con la ilusión de encontrar información que se me haya escapado. Es como una búsqueda del tesoro.

—Es una tarea adictiva —añadí.

Sonrió.

—Sí, eso es.

Después se volvió hacia las cajas y les echó un rápido vistazo.

—Qué coincidencia encontrarla aquí esta mañana. La verdad es que venía a consultar algunos de los archivos de Oak Grove.

—¿De veras? ¿Por qué?

—Hoy mismo me ha contactado un detective de la policía. Por lo visto, tiene varias preguntas acerca de la historia del cementerio. No me ha dicho mucho más, solo que pasaría por aquí esta tarde. Pero ha dejado caer algo que me tiene intrigado. Me preguntó si se habían construido otros edificios en la propiedad, además de la vieja iglesia, antes de levantar el cementerio.

—¿Y los habían construido?

—No… No que yo sepa —vaciló.

—Pero si fuera así, lo sabría, ¿no? Usted mismo acaba de decir que ha estado aquí muchas veces.

—Sí, pero los registros están incompletos. Tal y como mencioné el otro día, durante y después de la guerra se destruyó mucha documentación.

—¿Puede decirme algo sobre la propiedad que no esté en los archivos?

—Nada en concreto, pero siempre he sostenido que Emerson se construyó sobre la vieja plantación de los Bedford. A finales del siglo XVIII, la casa quedó arrasada por un incendio, pero estoy convencido de que la volvieron a levantar en la parte más antigua. Ahora que el detective Devlin ha vuelto a poner el tema encima de la mesa, me pregunto si Oak Grove era el lugar donde se erigía la casa original.

—¿No aparecería en las escrituras del condado?

—No si alguien las hubiera destruido de forma deliberada.

Levanté la mirada.

—¿Por qué hacer eso?

Parecía nervioso y antes de contestar comprobó que siguiéramos a solas.

—Para proteger lo que el detective Devlin ha desenterrado en el cementerio.

El corazón me dio un brinco.

—Está insinuando que alguien se ha dedicado a eliminar documentación del condado, registros eclesiásticos, archivos de la universidad…

—Alguien con el suficiente dinero o la influencia necesaria puede hacer desaparecer cualquier cosa —susurró.

—Una observación muy interesante —dije.

Lanzó otra mirada furtiva por encima del hombro y se inclinó un poco más.

—Después de nuestra charla del otro día, he hecho mis pesquisas sobre la Orden del Ataúd y la Zarpa. Mucho antes de que asesinaran a Afton Delacourt, mucha gente sospechaba que la sociedad secreta estaba relacionada con Oak Grove.

—¿Cree que alguien de la organización destruyó los archivos?

—Un alguien colectivo, quizá. No lo sé. Estoy especulando, pero… puede que haya encontrado algo que le interese a usted.

—¿Ah, sí?

—Quería saber si se había topado con alguno de sus símbolos en las lápidas. Pues bien, esta es la única imagen que he podido vincular a la orden.

Sacó un papel arrugado del bolsillo y lo extendió en el suelo, justo frente a mí.

El emblema era una serpiente enroscada a una garra.

Observé el dibujo durante un buen rato. Temía mirar a Daniel a la cara y que mi expresión me traicionara.

Era el símbolo que aparecía en el anillo del doctor Shaw. Por fin me acordé de dónde lo había visto antes: en el medallón que Devlin llevaba colgado del cuello.