Llevábamos un buen rato avanzando por el túnel. Ya era demasiado tarde como para dar marcha atrás. Sentía un frío helador en la espalda, y vi un fantasma merodeando entre las sombras, nutriéndose de mi energía, absorbiendo mi calor.
Creía que el corazón se me iba a salir por la boca, así que me giré.
—¿Ha oído algo?
—No —respondió Devlin, que se giró e iluminó el túnel con la linterna.
Atisbé el resplandor de unos ojos pequeños y brillantes. Solo era una rata.
Seguimos adelante. Saber que los sonidos que oía a mis espaldas no eran más que ratas que roían los ladrillos me tranquilizó y recuperé el ritmo de mi respiración. Era curioso, pero el haberle confesado mi pesadilla a Devlin me había animado. De hecho, sentía como si por fin me hubiera liberado de ese terror de infancia que me había acosado durante tantos años. Además, eso le convertía en mi confidente. Nunca le había explicado esa pesadilla a nadie. Me asustaba saber cuáles eran mis sentimientos hacia él.
Habíamos mantenido un paso constante. Oí un extraño ruido que perturbó el silencio y me quedé quieta. Di un paso hacia delante y miré por encima del hombro.
—Hay algo ahí.
Devlin hizo caso omiso.
—Será otra rata.
—No, no es una rata. Escuche.
Un silencio sepulcral.
Y entonces volví a oírlo, como si alguien arrastrara los pies. Se me erizó el vello de la nuca.
—¡Ahí! ¿Lo ha oído?
Devlin enfocó el túnel con la linterna. Pero la luz solo mostró oscuridad.
—Mantenga la calma.
—Ya lo hago —protesté, aunque el corazón me latía desbocado en el pecho—. ¿Qué puede ser?
—No lo sé.
No era un fantasma, desde luego. Aquel sonido provenía de algo muy real, algo sólido y vivo.
El detective cogió la linterna con la mano izquierda y, con la derecha, extrajo la pistola de la funda. Allá donde apuntara, la luz tan solo revelaba opacidad.
—Póngase delante de mí —dijo, y me entregó la linterna.
—Está ahí detrás, ¿verdad? —murmuré.
—Siga caminando.
Avanzábamos en silencio. El ruido se desvaneció y por fin pude calmar los nervios. En ese instante me percaté de que estábamos ascendiendo. Y justo cuando creía que estábamos a punto de alcanzar el final del túnel, nos topamos con una sólida pared de ladrillo. Era un pasadizo sin salida.
La idea de dar media vuelta y dirigirnos hacia ese sonido, hacia aquella sala de los horrores, me superaba. Emocionalmente, no tenía fuerzas. Quería dejarme caer y echarme a llorar.
—Ahí —dijo Devlin, y me cogió de la mano con la que sostenía la linterna para iluminar hacia la izquierda.
Otra ranura. Otra salida.
Me arrebató la linterna y alumbró el agujero.
—¿Es una salida? —pregunté, casi histérica.
—Eso creo. Vamos.
Él entró primero y me esperó al otro lado.
Aparecimos en un espacio circular de unos dos metros de ancho. Había unos escalones metálicos fijados en la pared y sentí el impulso de subir por ellos, pero me di cuenta de que no llevaban a ningún sitio. No había ranura alguna en el techo. Tan solo tinieblas.
—Supongo que estamos en un pozo, o en una cisterna —dijo Devlin. Su voz sonó metálica al retumbar en aquellas paredes circulares.
—¿Cómo salimos de aquí?
—Tiene que haber una tapa, o algo así —comentó. Tras echar un vistazo al techo, me ofreció la linterna junto con su pistola.
—¿Sabe cómo utilizar un arma?
—No, la verdad es que no.
—He quitado el seguro. Si ve que entra alguien por ese agujero, apunte y apriete el gatillo. No piense, dispare.
Asentí.
—Ilumine el techo —ordenó—. No me mire. Vigile el agujero.
—De acuerdo.
Comprobó que la escalera soportara su peso y le oí subir los peldaños. Al cabo de unos segundos, Devlin se había encaramado unos siete metros por encima de mi cabeza. Oí el chasquido del encendedor y varios gruñidos. Sabía que estaba tratando de desplazar la cubierta, pero resistí la tentación de mirar hacia arriba.
—¿Está atornillada?
—Es una puerta. Veo bisagras y un pomo, pero han colocado algo muy pesado encima. La he movido, pero no puedo abrirla del todo.
Seguía con la mirada pegada en el agujero, sujetando la pistola en una mano y la linterna en la otra. Por un segundo, habría jurado que…
¡Ahí estaba! Ese sonido escurridizo y sigiloso. Alguien estaba avanzando por el túnel, merodeando en la negrura para no revelar su posición.
—Está cerca —murmuré.
Mi voz se oyó en cada recoveco de la cisterna. Oí a Devlin descender por los escalones metálicos. Cogió la pistola y la linterna, y me mostró la escalera.
—Suba hasta arriba. He conseguido abrir la puerta unos centímetros. Mire a ver si puede colarse por ahí.
—¿Y usted?
—Suba. Estaré detrás de usted.
Pero en cuanto subí el primer escalón, eché la vista atrás y vi que la luz desaparecía por el túnel.
—¿Devlin?
No obtuve respuesta.
Dudé. No sabía si seguir subiendo o bajar el peldaño. Aquella tortuosa indecisión era idéntica a mi pesadilla. No me había movido ni un ápice cuando vi a Devlin escurrirse por el agujero.
No dijo palabra. Esperó a que hubiera alcanzado el último escalón y me siguió.
Me colé por la ranura, arañándome los codos y las rodillas con el ladrillo. Una vez fuera, empleé toda mi fuerza para apartar una gigantesca roca y abrir la puerta.
Devlin salió y los dos miramos a nuestro alrededor. Estábamos en mitad del bosque, fuera de los muros del cementerio.
Todavía no era de noche. Aún se distinguía un punto de luz dorada en el horizonte. En dirección este, la luz de la luna bañaba los árboles con un manto plateado. Soplaba una suave brisa que hacía susurrar las hojas y distinguí el aroma a jazmín del crepúsculo.
Devlin me cogió de la mano y nos alejamos de allí. En ese instante, sus fantasmas se colaron por el velo.