Capítulo 20

La sede del Instituto de Estudios de Parapsicología de Charleston estaba en un callejón sin salida, en el corazón del centro histórico de la ciudad. Hasta hacía algunos años, el barrio se hallaba en plena decadencia, casi en ruinas después de la guerra, pero una oleada de remodelaciones había devuelto al vecindario su antiguo encanto.

Gracias a la restauración, en aquellas pretenciosas avenidas se podía encontrar un sinfín de negocios nuevos y modernos; galerías de arte, marcas de diseño y anticuarios compartían espacio con tiendas de tatuajes y de alquiler de películas para adultos que, durante los veinte últimos años, habían multiplicado su presencia en la zona.

El edificio del IEPC era, sin lugar a dudas, la joya de la corona. La edificación de tres plantas se apoyaba sobre unas hermosas columnas blancas y contenía preciosas piazze con aparcamiento privado. Localicé un hueco a la sombra y bajé un poco las ventanillas para ventilar el interior del coche.

De camino a una de las entradas laterales, no pude evitar fijarme en el parpadeo de un letrero de neón justo al otro lado de la calle, donde una quiromántica llamada Madame Sabiduría había establecido su propio negocio. Era bastante irónico que un local de tales características estuviera tan cerca del noble y destacado Instituto de Estudios de Parapsicología de Charleston. Por primera vez desde hacía días, me reí a carcajadas.

No era la primera vez que visitaba el instituto, así que conocía la dinámica. Tras tocar el timbre, esperé a que me abrieran la puerta y pasé del calor bochornoso del mediodía a un ambiente fresco más que agradable. El recibidor consistía en un salón muy elegante decorado con candelabros de cristal y papel pintado brocado. En algún rincón del edificio repicaba un reloj de caja, lo que aumentaba todavía más la sensación de haber retrocedido en el tiempo.

Sin embargo, la jovencita que vino a recibirme no llevaba enaguas ni una falda de aro. Era el prototipo de una muchacha del sur: cabello rubio, piel dorada y sonrisa amable. Llevaba su mirada azul perfilada de negro, lo que añadía un toque de misterio a su apariencia. Lucía unos pendientes de plata y varios collares con colgantes exóticos.

Debía de ser nueva, pues la última vez que estuve allí no la había visto, pero me reconoció enseguida. Me acompañó por un pasillo hasta llegar a una sala con una gigantesca puerta corredera. La abrió para anunciarme y me hizo un gesto invitándome a entrar.

La falta de estilo de la habitación quedaba compensada por las vistas que ofrecía de un jardín trasero muy acogedor. Además, tenía una majestuosa chimenea de mármol y libros, cientos y cientos de volúmenes apiñados en larguísimas estanterías de madera, apilados sobre el suelo, esparcidos por todo el escritorio. Los volúmenes con cubierta de cuero olían a moho. Por todas partes, grandes libros se repartían el espacio con novelas de bolsillo manoseadas.

Me habría sentido mucho más cómoda allí si hubiera podido ajustar el aire acondicionado.

El doctor Shaw se levantó para recibirme y me saludó con dos besos en las mejillas. Después me señaló un sillón de cuero al otro lado de su escritorio, ofreciéndome así un cómodo asiento. Llevaba su ya habitual atuendo andrajoso: pantalones de franela, un chaleco con estampado de pata de gallo, una camisa azul cielo que hacía juego con sus ojos y un casco de cabello blanco. Era más alto que su hijo Ethan, más larguirucho y desgarbado. Tenía un porte muy elegante que, a pesar de su aspecto harapiento, sugería una vida de opulencia.

Me senté frente a él y recordé el día que le conocí. Alguien le había hecho llegar el vídeo de Samara, así que se puso en contacto conmigo a través del blog y me animó a que me diera una vuelta por el instituto. Después, él y su asistente (una estudiante de penúltimo curso que había aceptado una oferta como profesora al otro lado del océano) me invitaron a cenar. La chica necesitaba subarrendar su apartamento de la avenida Rutledge. Y resultó que en aquella época yo me estaba planteando mudarme a Charleston. Y como todavía no había encontrado un piso que cumpliera todos mis requisitos, le pedí si podía echar un vistazo a su apartamento. Nada más poner un pie dentro, supe que aquello era lo que estaba buscando. Una semana más tarde trasladé todos mis trastos. Después de unos meses, la asistente me escribió para decirme que había decidido quedarse una buena temporada en su nuevo destino, así que empaqueté todas sus cosas, las guardé en el sótano y firmé mi propio contrato de alquiler. Había vivido en ese apartamento en perfecta armonía hasta…, hasta que la niña fantasma de Devlin apareció en mi jardín.

Pero ese no era el propósito de mi visita.

Después de intercambiar varios cumplidos, el doctor Shaw apoyó la barbilla sobre su mano cadavérica y me miró con curiosidad.

—Y bien, ¿qué puedo hacer por usted? Su llamada telefónica me ha dejado intrigado.

—Esperaba que pudiera darme una explicación verosímil…, en realidad de cualquier tipo, que me ayudara a entender lo que he visto últimamente… —Me quedé muda, sin saber cómo continuar. No estaba dispuesta a revelarle que veía fantasmas.

Hasta mi conversación con Essie, jamás había hablado sobre las apariciones de espíritus con nadie, excepto con mi padre. Aunque no era una regla específica, se sobreentendía que el silencio y la discreción eran fundamentales.

Pero el ser que había percibido era otra cosa. Jamás había visto algo parecido, y no tenía la menor idea de cómo protegerme.

Me recosté en el sillón y procuré relajarme.

Relatar una experiencia paranormal, aunque fuera con alguien como el doctor Shaw, no era tarea fácil. Me sentía expuesta y me arriesgaba a quedar en ridículo.

—Sabe que he estado trabajando en el cementerio de Oak Grove, ¿verdad? De hecho, Ethan me contó que usted forma parte del comité que se decantó por mí para llevar a cabo la restauración. Quería darle las gracias, por cierto.

Hizo un gesto con el dedo, para quitarle importancia.

—Su trabajo habla por sí solo.

—Aun así, le agradezco su voto de confianza.

Inclinó la cabeza, esperando, paciente, a que le desvelara el objetivo de mi visita.

—Supongo que ha oído hablar de que ha aparecido el cadáver de una chica asesinada sobre una de las tumbas. Ha salido en todos los periódicos, en las noticias…

Pero el doctor Shaw permaneció en silencio. Me preguntaba si, al igual que yo, estaría pensando en la víctima de homicidio que hacía quince años habían hallado en ese mismo cementerio. La policía le había interrogado por el asesinato de Afton Delacourt y, según Temple, le habían expulsado de Emerson por ciertos rumores que le relacionaban con el crimen.

Pese a toda esa información, no temía estar a solas con él. Le había conocido antes de enterarme de la historia de los asesinatos, y tal vez por eso me sentía tranquila. Había tenido tiempo de sobra para forjarme una opinión acerca de él, así que los chismorreos sobre su pasado no mancillaron ni alteraron mi impresión del doctor Shaw; seguía viéndole como un erudito refinado, algo excéntrico y con detalles propios de un caballero. No podía imaginarme a Rupert Shaw implicado en un asesinato, y menos todavía en un crimen tan brutal y salvaje como el que había descrito Devlin.

Su mirada azul continuaba contemplándome, pensativa.

Con gran esfuerzo, dejé a un lado todas esas ideas y me concentré.

—Hace un par de días vi algo en Oak Grove, algo inexplicable. Estaba caminando a solas por el sendero del cementerio cuando percibí algo extraño por el rabillo del ojo. Era como una silueta, o una sombra, que merodeaba por el lindero del bosque. Cuando me detuve, esa cosa vino hacia mí a tal velocidad que enseguida supe que no era un ser humano. Ni siquiera me tocó, pero sentí ese frío horrendo, esa humedad fétida. Aunque fétida no es la palabra más apropiada, pues implica un olor, y no sentí ningún olor. Sin embargo, noté algo asqueroso, algo… putrefacto.

Hice una pausa para observar su expresión.

—Ayer volví a verla. Estaba a unos siete kilómetros de un cementerio del condado de Beaufort y se me pinchó una rueda. Y vi esa… cosa, esa silueta…, primero agazapada entre los árboles, y después junto a la ventanilla de mi coche. Pero tras un segundo, desapareció.

—Por lo que dice, deduzco que en ambas ocasiones estaba a punto de anochecer cuando vio a esa figura oscura entre los árboles, ¿verdad?

Asentí. Un lugar intermedio en un momento intermedio.

—¿Y siempre la ha visto de refilón?

—¿Acaso eso importa?

—Quizá sí —murmuró. Se removió en su asiento y observó el jardín—. Es posible que haya vislumbrado lo que muchos denominan un ser de sombra. Una masa deforme que puede adoptar la silueta de un humano.

—¿Se refiere a algo como… un fantasma?

—No. Esta entidad es diferente. Los que aseguran haber visto un fantasma lo describen como algo borroso, casi invisible. Pero también afirman que parece una persona, con rasgos claramente humanos. Los seres de sombra son… justo eso, sombras. Siempre los acompaña una sensación malévola que induce a muchos investigadores a especular sobre si pueden ser demoniacos por naturaleza.

—¿Demoniacos?

Sentí que se me helaba la sangre. ¿Qué tipo de puerta había abierto?

El doctor Shaw cogió un volumen que tenía sobre el escritorio y pasó varias hojas.

—Aquí —señaló, y me ofreció el libro—. ¿Esa entidad se parecía a esto?

Eché un vistazo al dibujo. Era una criatura oscura con forma humana y ojos carmesí.

—No recuerdo su mirada… —dije, y estudié la imagen unos segundos más—. Supongo que era algo parecido a esto…

—Pero es incapaz de dar una descripción detallada de esa criatura porque no pudo verla con claridad.

—Supongo que tiene razón… —murmuré. Me dio la sensación de que estaba llegando a alguna conclusión y pregunté—: ¿Qué está pensando?

—Puedo darle un par de explicaciones posibles.

—¿Aparte de lo de la entidad demoniaca? Soy toda oídos.

—El ser de sombra que avistó podría ser la representación física de un egregor.

—¿Un egregor?

—Es el producto del pensamiento colectivo; a veces, un acontecimiento que conlleve un estrés físico o emocional extremo puede crear un egregor.

«¿Como un asesinato?», me pregunté.

—En otras palabras, es la entidad psíquica de un grupo. Una forma de pensamiento que se crea cuando varias personas toman conciencia de un propósito común. Algunas fraternidades y organizaciones místicas han aprendido a crear egregores mediante ceremonias y rituales. El peligro, por supuesto, es que el egregor pueda llegar a ser más poderoso que todas sus partes.

—Pero ¿es real? —pregunté. Nunca había oído hablar de la existencia de tal criatura.

Él se encogió de hombros.

—No he tenido el placer de ver uno con mis propios ojos, pero, tal y como le he dicho, es una de las explicaciones posibles.

—¿Cuál es la otra?

—Hay quien cree que tan solo la magia negra puede invocar a un ser de sombra.

De inmediato pensé en el amuleto de Essie que llevaba en el bolsillo.

El doctor Shaw apoyó los codos sobre el escritorio y se inclinó hacia delante.

—Por desgracia, no puedo decir que esas teorías expliquen lo que usted vio.

—¿Ah, no? Entonces, ¿cómo lo explica?

Agitó la mano y dijo:

—Ilusión óptica.

Le miré, atónita.

—Es decir, que en realidad no vi nada.

—¿Está familiarizada con el término pareidolia? Es un fenómeno psicológico que se produce cuando el cerebro interpreta patrones aleatorios de luces y sombras como formas familiares, como la figura humana. Esta interpretación incorrecta suele darse con imágenes que captan las zonas periféricas de la visión, y en condiciones de poca luz. El anochecer, por ejemplo.

Arrugué el ceño.

—Así pues, ¿piensa que me imaginé esas siluetas?

—No, lo que usted vio era muy real, aunque no lo que percibió.

Me recosté en el respaldo del sillón.

—He de reconocer que, viniendo de usted, esa explicación me ha pillado por sorpresa.

Sonrió con un punto de aburrimiento.

—Créame que me duele decírselo, pero después de todos los cientos, quizá miles, de casos psíquicos y paranormales que he estudiado a lo largo de los años, tan solo un puñado siguen sin tener una explicación científica o lógica.

Me pregunté qué pensaría de todos los fantasmas que había visto desde que había cumplido nueve años.

Saqué el amuleto de Essie del bolsillo y lo dejé sobre el escritorio.

—¿Alguna vez había visto uno de estos?

Cogió la pequeña bolsa, le dio la vuelta y al final se la llevó a la nariz para olisquearla.

—Tierra y canela —susurró—. En el oeste de África los llaman sebeh, o gris-gris. Lo utilizan para protegerse de los espíritus malignos. ¿De dónde lo ha sacado?

—De una anciana que asegura ser médica naturista. La conocí en el cementerio de Chedathy, en el condado de Beaufort.

Alzó la mirada.

—¿Antes o después de ver el ser de sombra?

—Antes. Me ocurrió algo muy extraño en su casa. Creo que me puso algo en el té —dije. Y entonces saqué el paquete de hierbas y se lo entregué—. Llamó a esto «vida eterna».

—Vivir para siempre. La planta de la que se extraen estas hojas pertenece a la familia de las margaritas. Puede tener propiedades embriagantes si se fuma, por eso es ilegal en Carolina del Sur —explicó. Y después inhaló el aroma del paquete de hierbas—. Se dice que cura cualquier resfriado, pero es inofensivo.

—¿Inofensivo? Me desmayé.

—Pero no por culpa de esto, se lo aseguro. En más de una ocasión he tomado té preparado a base de estas hierbas y no he sufrido ningún efecto negativo. De hecho, es bastante vigorizante, mejor que un chute de B12.

—Entonces tuvo que echarme algo más en el té. O quizá fueron las galletas…, aunque tanto ella como su nieta comieron de la misma bandeja y bebieron de la misma jarra. No sé qué pasó, pero fue muy surrealista. Como un sueño. Estaba adormilada, pero le oí decir cosas realmente estrambóticas sobre mí.

Él levantó la vista, interesado por lo que acababa de revelarle.

—¿Qué cosas?

—Según la anciana, he estado al otro lado, y ahora mi espíritu no sabe a qué lugar pertenece.

—Interesante —dijo, pensativo y observando el gris-gris—. ¿Alguna vez ha vivido una experiencia cercana a la muerte?

—No.

—¿Ni de niña?

—No, que yo recuerde.

—¿Qué más le dijo?

—Que alguien viene a por mí. Alguien con un alma negra que merodea entre los muertos. También me entregó ese amuleto para que lo colocara debajo de la almohada. Según ella, eso espantaría los malos espíritus.

Me devolvió el amuleto, que me guardé en el bolsillo.

—Es más que probable que vertiera algún alucinógeno suave en su té, tal y como usted sospecha. Aunque también cabe la posibilidad de que haya experimentado un fenómeno conocido como «alucinación hipnagógica». Eso puede explicar los seres de sombra que asegura haber visto. Cualquier persona puede ser consciente de lo que la rodea, incluso cuando está medio dormida; el subconsciente transmite ciertos estímulos que pueden interpretarse como sombras o voces extrañas. Este fenómeno suele ir acompañado de sensaciones sombrías, como terror y paranoia, y se ha utilizado en numerosas ocasiones para justificar experiencias paranormales, incluidas apariciones y abducciones alienígenas.

Le sonreí con tristeza mientras guardaba el paquete de vida eterna en el bolso y me puse de pie.

—Otra vez con sus explicaciones lógicas.

—Créame, nada me complacería más que estar equivocado —apuntó. Después se levantó para acompañarme hasta la puerta—. Los casos que no pueden resolverse mediante una explicación satisfactoria son los que me obligan a trabajar lenta y laboriosamente, día tras día, año tras año. La parapsicología es una ciencia muy frustrante, un campo de estudio muy solitario.

Ya en la puerta, me estrechó la mano. No pude evitar volver a fijarme en el anillo de ónice que llevaba en el meñique.

—Su anillo me sigue fascinando —dije—. El símbolo es muy poco habitual, pero tengo la sensación de haberlo visto en alguna parte. Quizás esculpido en una lápida.

—Supongo que es posible. No conozco el origen. Me llamó la atención cuando lo vi en un mercadillo y no me lo he quitado desde ese día.

En un mercadillo.

Sacudí la cabeza y me despedí.

—De nuevo, gracias por su ayuda.

—Si le vuelve a suceder algo parecido, no dude en llamarme de inmediato. Es posible que no haya acertado con mi hipótesis y que, en realidad, una manifestación demoniaca la esté persiguiendo —dijo con optimismo.