Capítulo 11

Un millón de preguntas giraban como un torbellino en mi cabeza. Quería saber más sobre la esposa de Devlin, acerca de sus fantasmas, pero preferí quedármelas para mí. Observé al detective caminando por el cementerio, en dirección a Regina Sparks. Quizá no estaba preparada para escuchar las respuestas. Tenía la esperanza de que, si seguía siendo un desconocido para mí, conseguiría mantener cierta distancia.

Nada más lejos de la realidad, por supuesto. Después de todo, nuestros destinos ya se habían cruzado. Pero todavía no lo sabíamos.

Con mucho esfuerzo, conseguí centrarme en otras cosas y regresé al coche. No sabía qué opinar respecto a lo que acababa de averiguar sobre Afton Delacourt, pero empezaba a temerme lo peor. El hallazgo de tres cadáveres en el mismo cementerio no podía ser una simple coincidencia, aunque hubieran transcurrido varios años entre los distintos asesinatos. Sin embargo, si los restos de huesos pertenecían al sepulcro original, podría llegar a aceptar que las dos muertes, la de Afton y la de la última víctima, eran fruto de una casualidad. Tal y como Devlin había señalado, quince años eran mucho tiempo, y un cementerio abandonado era un lugar más que propicio para ocultar un cadáver.

La única certeza que saqué de todas las revelaciones de Devlin fue su antipatía por Rupert Shaw. En mi opinión, su juicio no podía ser más erróneo.

Había conocido al doctor Shaw poco después de mudarme a Charleston. Alguien le había enviado el vídeo de Samara y, a través del blog, se puso en contacto conmigo. Desde entonces, nos enviábamos correos electrónicos e incluso en una ocasión cenamos juntos. De hecho, gracias a uno de sus investigadores asociados encontré la casa en la avenida Rutledge. Solo por esa razón, tenía una opinión favorable de él, no como Devlin.

Tras atravesar unas hierbas más altas que yo, corrí hacia mi todoterreno en busca del móvil. Estaba escondido entre mi asiento y la pequeña guantera, detrás del cambio de marchas. Imaginé que se me había caído del bolsillo mientras me calzaba las botas.

Temple no estaba en su despacho, así que le dejé un escueto mensaje en el contestador para explicarle la situación y pedirle que me devolviera la llamada lo antes posible.

En cuanto cerré la puerta del coche, me fijé en un tipo que estaba apoyado justo en el vehículo aparcado delante del mío. Aunque estaba nublado, llevaba gafas de sol. Se estaba tapando la boca con la mano, así que no pude distinguir sus rasgos. Pero le reconocí de inmediato. Era el mismo hombre que había visto en Battery el día anterior.

Y en ese momento estaba aquí, en Oak Grove.

Eché un vistazo al otro lado de la calle, donde un agente de uniforme hablaba por radio fuera del coche patrulla. Al oír el ruido de la transmisión me tranquilicé, pues estaba lo bastante cerca como para oírme gritar, si es que surgía la necesidad.

Rodeé mi todoterreno y, por el rabillo del ojo, vi que el desconocido levantaba la cabeza.

—¿Amelia Gray?

Se me dispararon todas las alarmas.

—¿Cómo es que sabe mi nombre?

—Lo he visto en el periódico —contestó—. Soy Tom Gerrity.

En vez de estrecharme la mano, se cruzó de brazos y se reclinó sobre el vehículo. Por lo visto, estaba cómodo y tranquilo. No podía decir lo mismo de mí.

—¿Nos conocemos?

—No, pero la he visto alguna que otra vez.

—¿Como ayer por la mañana, en Battery?

Dibujó una sonrisa.

—Me halaga que se acuerde.

Volví a mirar al policía. Seguía hablando por radio, igual de cerca.

Gerrity me observaba detenidamente. Me desconcertaba no poder mirarle a los ojos, aunque la parte visible de su rostro era, sin duda alguna, atractiva. Era más apuesto que Devlin, pero no tenía su encanto, así que no suponía una amenaza para mis reglas.

En ese momento pensé que el destino tenía un sentido del humor algo peculiar. Cuando por fin había conocido a un hombre que me despertaba un deseo carnal, resultaba que le acechaban fantasmas.

Sin embargo, no podía distraerme pensando en eso. Tom Gerrity me había estado siguiendo, y debía averiguar por qué.

—¿Qué quiere, señor Gerrity?

—Directa al grano —dijo—. Me gusta. Lo que quiero, señorita Gray, es una vía directa con el departamento de policía.

Le miré sin disimular mi sospecha.

—¿Una vía directa? ¿Es periodista? ¿Realmente espera que le pase información sobre la investigación? Porque eso no va a ocurrir.

—No soy periodista, y no busco información. Quiero que le dé a John Devlin un mensaje de mi parte.

Señalé el cementerio.

—Todavía está ahí. Puede decírselo usted mismo.

—Hay un guardia en la puerta. Jamás me permitiría pasar.

—Pero si tiene información…

—Da lo mismo. En este mismo momento, soy persona non grata para el departamento de policía de Charleston —contestó.

Espanté una mosca que no paraba de zumbar a mi alrededor.

—¿Y eso?

—Digamos que los agentes de policía y los investigadores privados no se llevan bien. Devlin jamás estará dispuesto a responder a mis llamadas, y mucho menos a verme. Necesito que sea mi intermediaria.

—¿Y por qué tendría que aceptar una cosa así?

—Porque sé quién es la víctima.

Aquello me pilló desprevenida.

—Se llamaba Hannah Fischer —continuó—. Su madre me contrató para encontrarla.

—¿Encontrarla? ¿Había desaparecido?

Durante todo ese tiempo, Gerrity no había cambiado de postura: de brazos cruzados, la cabeza ladeada y apoyado en el coche. Me sorprendió que fuera capaz de mantenerse inmóvil.

—El jueves pasado, el día antes de la tormenta, la señora Fischer encontró a su hija haciendo las maletas. Según su versión, Hannah parecía no haber dormido desde hacía varios días. Era evidente que se estaba escondiendo de alguien, pero no se atrevió a decirle de quién. No quería poner a su madre en peligro. Hannah le pidió el dinero que necesitaba para desaparecer e insistió en que era el único modo de que ambas estuvieran a salvo. La señora Fischer le dio todo el dinero que tenía a mano y las llaves del coche. Hannah huyó y, desde entonces, la he estado buscando. Hasta hace un par de días, no tenía ninguna pista sobre su paradero.

—¿Por qué está tan seguro de que es ella? El periódico no facilitó ninguna descripción.

Gerrity levantó un hombro.

—Llamémoslo una corazonada, instinto. Mi abuela le diría que es un don. Lo único que puedo decirle es que nunca me equivoco con estas cosas. Nunca. Por eso me llaman «el Profeta».

Se me puso la piel de gallina.

—¿Sabe quién asesinó a Hannah Fischer?

—Eso es algo que tendrá que resolver usted misma.

—No hablará literalmente, espero.

—El cadáver de Hannah Fischer apareció sobre esa tumba por un motivo. Si lo averigua, encontrará al asesino.

—No soy detective.

—Pero conoce los cementerios. Y quizás esa sea la clave.

Aquella idea no era muy reconfortante.

El sonido discordante de mi teléfono me sobresaltó. De mala gana, desvié la mirada de Gerrity para comprobar quién me estaba llamando. Era Temple, que me devolvía la llamada.

—Tengo que responder —dije—. ¿Quiere que le diga algo más a Devlin?

—La última vez que vieron a Hannah con vida, llevaba un vestido de verano, blanco, con flores rojas y amarillas. Dígale eso.

Me llevé el auricular a la oreja y me alejé un poco del coche. No quería que Gerrity pudiera escuchar mi conversación con Temple.

—Gracias por llamarme tan pronto —susurré.

—Por lo visto, tienes un asunto muy peliagudo entre manos.

—Lo único que puedo decirte es que están a punto de exhumar una tumba anterior a la guerra civil. Pensé que querrías estar presente cuando eso sucediera.

—Sí, pero… espera un segundo.

Temple farfulló algo incomprensible y oí varias voces emocionadas de fondo.

—¿Dónde estás? —pregunté.

—Por tus tierras, en una de las islas. Estamos excavando en una colina donde es posible que haya un cementerio. Acabamos de encontrar unos objetos bastante interesantes, así que no podré ir al cementerio hoy.

—¿Mañana?

—Haré lo que pueda. ¿Con quién tengo que hablar para coordinarnos?

—Con John Devlin, del departamento de policía de Charleston, aunque han contratado a un antropólogo forense llamado Ethan Shaw.

—Conozco a Ethan. En cuanto cuelgue, le llamaré. Hasta entonces, ¿por qué no me invitas a cenar esta noche y me cuentas qué tal te va? Ya veo que te has metido de lleno en una investigación por asesinato.

Antes de colgar, acordamos una hora y un lugar. Cuando volví, Tom Gerrity se había esfumado.

Miré a ambos lados de la carretera. Como no lo vi por ningún lado, regresé al cementerio. A medio camino, me dio la extraña sensación de que alguien me observaba. Miré por encima del hombro, esperando encontrar a Gerrity tras mis pasos, pero no había nadie. No percibí ningún movimiento, a excepción de las hermosas espigas que crecían cerca del bosque. Me di el capricho de contemplarlas durante un segundo, y después seguí caminando.

Tras varios pasos, volví a notar la misma sensación.

Activé todos mis sentidos y escudriñé los alrededores. Vislumbré un movimiento fugaz y se me aceleró el pulso.

Fingiendo normalidad, me di la vuelta y vi algo justo detrás de un árbol. Una silueta oscura que se escabullía por el bosque.

La sombra se movía de forma sigilosa entre los árboles y arbustos. En cuanto la vi, volvió la cabeza hacia mí.

Aquella quietud me ponía nerviosa. Era como si una fiera salvaje estuviera tanteando a su presa. Y, de repente, las malas hierbas empezaron a formar un sendero. La impresión era que una guadaña invisible se estaba abriendo camino hacia mí.

Fuese lo que fuese, se acercaba como un tren descontrolado, precedido por una oleada de frío que parecía de otro planeta. Me quedé ahí quieta, aguantando la respiración. Aquella pesadilla me había paralizado.

Vi revolotear varias pelusas de algodón en el aire. Acto seguido, una ráfaga de viento helado me rozó el pelo. Se estaba aproximando. De hecho, estaba tan cerca que notaba una humedad sobrenatural en la piel, pero seguía sin poder moverme.

Entonces me dio un vuelco el corazón y sentí un chute de adrenalina. De inmediato, me di la vuelta y eché a correr.

No oía nada detrás de mí. Ni pasos ni ramas partiéndose. Sin embargo, sabía que seguía allí y que no podría escapar de esa… cosa, esa entidad oscura.

No aminoré el paso.

Tras unos segundos, salí de entre la maleza y vi a Devlin. Estaba solo y reaccioné por puro instinto. Me abalancé sobre sus brazos. Por un momento dudé, pero él me agarró sin vacilar.

Era tan cálido, tan fuerte, tan… humano. Me sentía tan bien entre sus brazos que, en vez de apartarme, que es lo que debería haber hecho, me hundí en su abrazo.

—¿Qué ocurre?

No fui capaz de articular palabra. Seguía sin aliento y no dejaba de temblar. Me estrechó aún más fuerte y por fin sentí esa protección que había intuido en él. Me ofreció consuelo durante un buen rato, y después se apartó para mirarme a los ojos.

—Explíqueme qué ha pasado.

El miedo me hizo hablar sin pensar.

—He visto algo en el bosque.

—¿Qué era? ¿Un animal?

—No…, una sombra.

Una entidad. Un fantasma. Uno de los otros.

Me observaba fijamente, atónito pero tratando de comprender mis balbuceos.

—¿Ha visto la sombra de alguien?

De alguien no, de algo.

—No he podido verla bien. En cuanto se ha acercado, he echado a correr.

Me cogió por ambos brazos.

—¿Se ha acercado? ¿Alguien la estaba persiguiendo?

—Sí. Al menos…, sí.

—Pero no le ha visto la cara.

—No, no le he visto la cara.

Escudriñó el bosque que se alzaba tras de mí.

—Tal vez fuera un alumno de la universidad, que quería asustarla. Iré a echar un vistazo.

—¿Devlin?

No sé muy bien qué quería decirle, pero enmudecí en cuanto vi una luz que centelleaba entre las hojas.

Un segundo más tarde, sus fantasmas se deslizaron por el velo del anochecer.

No encontró nada en el bosque, lo cual no me sorprendió. La silueta que había visto entre los árboles no tenía sustancia suficiente para dejar una huella. Aunque sí tenía fuerza, porque nunca había sentido nada parecido.

Pero en ese momento tenía algo más por lo que preocuparme. Estábamos junto a mi coche, y los fantasmas de Devlin le acompañaban. El frío que desprendía su presencia me consumía. Hice todo lo posible para no tiritar y delatarme. La niña estaba a su lado, con la mejilla apoyada en su pierna. Sin embargo, esta vez la mujer se había distanciado un poco. Su audacia y atrevimiento me inquietaban. Su mirada, fría y ardiente al mismo tiempo, me aterrorizaba. No me atreví a mirarla directamente, pero la veía. Había sido una mujer muy hermosa. Exótica y voluptuosa. Incluso muerta, su esencia era poderosa. Se podía notar.

Devlin se inclinó para mirarme.

—¿Está segura de que se encuentra bien?

Me acarició el brazo y sentí una descarga en mi interior. El aire que nos rodeaba vibró con electricidad y noté un hormigueo en todas y cada una de mis terminaciones nerviosas.

Atraída por aquella explosión de energía, la mujer se deslizó a mi lado. Posó la mano sobre mi brazo, imitando a Devlin. Todavía tenía el calor del día pegado en la piel, así que la desconocida me rozó el brazo, saboreando mi calidez, mientras flotaba a mi alrededor. Notaba el tacto de su mano entre el cabello, su aliento en mi oído, sus labios en el cuello. Su presencia era heladora. Entonces supe que lo que buscaba no era el calor de mi cuerpo. En realidad, se estaba burlando de mí.

Estaba atrapada entre ella y Devlin. No podía imaginar un ménage à trois más inquietante. Me concentré para ignorar esas caricias fantasmales. Devlin me había dicho algo, pero no entendí ni una sola palabra.

Le miraba atentamente, tratando de no desviar mi atención. En ningún momento cambió de expresión. Desconocía todo lo que nos rodeaba.

—Casi me olvido de decírselo —susurré—. Antes me he encontrado con alguien. Es un detective privado. Se llama Tom Gerrity.

Y, de pronto, todo cambió. El fantasma dejó de mover las manos y Devlin adoptó una expresión rígida, severa. La mujer planeó hacia él y cogió a la pequeña de la mano. Ambas desaparecieron entre los árboles, como si esa tensión repentina les hubiera repugnado.

—¿Qué quería? —dijo con tono frío y entrecortado.

Tuve que contener otro escalofrío.

—Me pidió que le diera un mensaje.

—¿Qué mensaje?

No me anduve por las ramas y le conté todo lo que podía recordar. Devlin no dijo palabra, pero sabía que solo oír el nombre de Gerrity le había molestado.

—Dijo que necesitaba una intermediaria porque es una persona non grata para la policía —añadí—. ¿Qué hizo?

Devlin apretó la mandíbula.

—Antes formaba parte del cuerpo. Un caso no fue bien y un agente murió por su culpa.

Deduje que la historia era mucho más larga, pero no parecía dispuesto a contármela, lo que no me importó. Había llegado el momento de irme a casa y terminar de una vez por todas ese día. Quería alejarme de él y de sus fantasmas, de Oak Grove y de esa cosa que había vislumbrado en el bosque. Habían sucedido muchas cosas, y no había nada que deseara más que estar en mi casa, sana y salva. Sola en mi pequeño santuario podría asimilar todo lo ocurrido.

Sin embargo, en cuanto subí al coche, empecé a añorar el tacto de Devlin. Y entonces recordé las normas de mi padre y me las repetí en voz alta.