27. Paseo por el jardín

Se acercaba la hora del regreso a Londres y no había obtenido de Samuel nada, es decir, no había conseguido pillarle en falta, sonsacarle cualquier dato que dejase en evidencia a John, quizá porque la mayor parte de las conversaciones mantenidas con él habían girado en torno a sus inventos. ¿No sería una táctica? ¿No había previsto la gente de John que sería difícil hablar con Samuel de algo distinto a los juegos? Me propuse abordar cuestiones más personales en el poco tiempo que quedaba para la vuelta a la ciudad.

Un par de horas antes de abandonar la casa de campo invité a Samuel a dar un paseo por los jardines de la finca. No hacía falta ampararse en un pretexto, pero le dije a mi huésped que deseaba mostrarle rincones de la propiedad que aún no conocía.

La superficie privada que rodeaba la casona era lo bastante grande como para que el paseo a ritmo lento por ella cundiese, y más si con cierta frecuencia nos sentábamos en bancos estudiadamente ubicados para gozar de estupendas vistas o disfrutar de la tranquilidad de un rincón recóndito en el que no había más sonido que el de los surtidores de pequeñas fuentes o el de los pájaros que aprovechaban la frondosidad del lugar.

—Samuel —inicié la ofensiva ya en los primeros metros del paseo— ¿qué opinión le merece el trasvase de memoria?

Me miró como si no entendiera la pregunta.

—¿Qué quiere saber exactamente?

Busqué otro modo de plantear el asunto.

—¿Qué pensó cuando le hablaron por primera vez del trasvase de memoria? ¿No le dio la sensación de que le tomaban el pelo?

Rumió unos segundos.

—Bueno… no me dio por dudar si era factible o no porque los avances de la ciencia… en fin, si es posible la clonación y la manipulación genética en general, quién sabe dónde está el límite. Yo no, desde luego. Y en consecuencia, tampoco puedo decir que me sorprendiera. Tan influenciados como estamos por el cine, la literatura o las noticias cotidianas, hoy ya casi nada nos coge por sorpresa. ¿Quién no ha visto películas donde actuar sobre la memoria del protagonista es de lo más ordinario?

—Ya, pero cuando se lo explicaron todo también le dirían por qué se hacía la operación, ¿no?

—Sí, señor.

—¿Y qué pensó?

—Primero me costó un poco entender que no me proponían un trasplante de órganos corriente, que no querían de mí un riñón sino todo mi cuerpo. Me confundieron con el uso equívoco que hicieron de los términos receptor y donante. ¿De verdad soy yo el receptor? ¿Yo recibo una memoria o dono mi cuerpo? En segundo lugar… no me lo creí del todo. Entiéndame, como le he dicho, no es que no creyese que el trasvase de memoria fuese posible, lo que no entendía en realidad era que con esa operación se alargara la vida de otra persona, que hubiese un cambio de identidad. Y sigo teniendo mis dudas. ¿De verdad no seré yo mismo cuando haya perdido mi memoria y en mi cerebro esté la suya?

Las incertidumbres de Samuel no era precisamente la mejor publicidad para el negocio de John X. Que me las transmitiese con tanta franqueza ¿cómo debía interpretarlo? Pospuse para cuando estuviera solo el esfuerzo de encontrar una respuesta a esa cuestión.

—¿Me lo pregunta a mí?

—No —sonrió— usted parece que también tiene sus dudas… Verá, un punto que me interesó mucho fue el de si yo iba a perder totalmente mi memoria con el trasvase. Me dijeron que sí, que antes de colocarme la nueva debían quitar la mía, porque un cerebro con dos memorias podría sufrir graves trastornos. A usted le habrán explicado también lo de la doble personalidad, la esquizofrenia, etc. Pero a mí me dio por pensar que si se eliminaba o se intentaba eliminar mi memoria era para que ésta no se impusiera sobre la suya.

—¿Se impusiera? —pregunté interesado y sorprendido al tiempo.

—Sí. No sé mucho de biología ni del cuerpo humano, pero intuyo que mi organismo es un todo en el que mi memoria es parte de ese todo. Si se añade más memoria artificialmente puede ser que, o bien mi organismo rechace esa nueva memoria por ser un cuerpo extraño, o bien la asimile pero subordinándola a la mía. Soy un ignorante en estos temas y estoy especulando…

—Sí, pero lo que dice tiene cierto sentido.

—De todos modos, si de mi memoria no va a quedar nada… En fin, supongo que las dudas se despejarán cuando despierte de la operación. Ése será el momento crucial. ¿Quién regresará de la inconsciencia? ¿Usted? ¿Yo? Mi cuerpo abrirá los ojos y verá lo que hay alrededor. El cerebro recordará que está allí porque tenían que hurgar en él, pero ¿con qué memoria recordará? En teoría con una que antes estaba en otro cerebro, el suyo. Puede que alguien me pregunte cómo me encuentro. Diré que muy bien o que me duele la cabeza, y lo diré con una voz que la memoria no reconocerá como propia, pero que sí recordará porque usted conoce mi voz. Y lo mismo ocurrirá cuando me mire y vea el aspecto que tengo. Pero sólo con eso, ¿se podrá afirmar que yo he muerto como Samuel y he pasado a ser Nelson? Desde su punto de vista, ¿llegará a pensar que se ha reencarnado en mí? ¿Pensará como usted o como yo?

—Bueno —intervine por fin para interrumpir tanta pregunta trascendente— a mí me venden una segunda vida con el argumento de que somos lo que sabemos, lo que conocemos.

—Ya, pero ¿el conocimiento lo es todo? —volvía al ataque.

—¿Usted qué cree? —no quise arriesgarme a responder una tontería o una inconveniencia.

—No estoy seguro. Pero sí me gustaría llamar su atención sobre algo que a lo mejor los que le prometen una segunda vida no le han contado.

—¿A qué se refiere? —me apresuré a preguntar.

—A las horas de inconsciencia. ¿Le han hablado de los sueños?

—No, ¿por qué?

—¿Qué soñará mi cerebro después de la operación? No sé si los sueños son independientes en su funcionamiento de la memoria. Es muy probable que en el proceso de fabricar imágenes oníricas haya relación con lo que sabemos, pero me inclino a pensar que los sueños surgen sobre todo del inconsciente y que después del trasvase de memoria, los sueños que fabrique este cerebro —se tocó la frente— tanto los dulces como las pesadillas, sean más míos que suyos. Soñaré con gente que yo conozco y usted no. Gente que conozco desde siempre como mis padres, ya fallecidos, o recientemente como usted. Para usted esos sueños no significarían nada, pero yo sí podría, si no comprenderlos, tener cierta noción de su origen. Y cuando sueñe con usted supongo que estaré viendo a otra persona distinta de mí mismo. De manera que tal vez sí tenga doble personalidad: despierto seré usted, y dormido seré yo.

Samuel debió creer que sus últimas frases merecían unos segundos de reflexión y guardó silencio para que yo pudiera asimilarlas. No les di la importancia que él pareció otorgarles al pronunciarlas porque no me atemorizaron. Seguramente el inconsciente interviene en la construcción de los sueños. Y seguramente tenemos sueños de etapas remotas de nuestra existencia. Pero no creo que soñar con los padres de Samuel o con algún suceso traumático de su infancia me afectara demasiado. Y en todo caso, si era cierta su teoría, le afectaría a él, que sería quien viviera el sueño por ser el poseedor del cuerpo durante la inconsciencia.

—Descansemos un momento, por favor —puse cara de fatiga para reforzar la petición cuando llegamos a uno de los rincones sombreados de mis jardines con banco de piedra y fuente decorativa.

—No será usted creyente, ¿verdad? —soltó nada más sentarnos.

—No, ¿por qué?

—A mí me preguntaron si lo era.

Me sorprendió que dijera eso porque el personal de John había demostrado trabajar a fondo. Claro que una cosa es averiguar si alguien está inscrito en alguna confesión religiosa, otra saber si practica la religión en la que está inscrito o cree en ella, y también otra diferente es enterarse de si en realidad ese alguien tiene creencias de una Iglesia que no es aquella en la que está inscrito.

—¿Y qué respondió?

—Que no —dijo con naturalidad—. Lo asombroso fue el motivo por el que me lo preguntaron, o al menos el que a mí me dieron. Según ellos, si yo no profesaba ninguna fe, no tenía que preocuparme por el trasvase de memoria. Pero si la profesaba tampoco, quizá hasta era mejor para mí, porque todos mis recuerdos negativos, todos aquellos por los que tenía mala conciencia, desaparecerían cuando extrajeran mi memoria.

—Sí, pero podían llegar otros malos recuerdos con la nueva memoria.

—Yo también dije eso y me respondieron que cada memoria carga con sus propios recuerdos, los buenos y los malos; y que cuando los de mi donante estuvieran alojados en mi cerebro no habría alteraciones relevantes. Creo que me mintieron.

—¿Por qué lo cree?

—Creo que sólo querían asegurarse de que yo no tuviera problemas de conciencia.

—Explíquese, por favor.

Me miró con aire travieso.

—Bueno —comenzó sin poder evitar una sonrisa por una vez más maliciosa que boba— usted es multimillonario, y la fortuna no le ha llegado por herencia. Sospecho que guardará más de un cadáver en el armario y que habrá tenido que pisotear muchas cabezas y saltarse algunas normas para llegar a donde ha llegado —aguardó mi reacción antes de proseguir— pero también sospecho —continuó tras asegurarse de que no iba a rebatirle y convencido seguramente de que mi silencio se ajustaba al consabido quien calla otorga— que usted remordimientos de conciencia no tiene muchos.

—No muchos, la verdad —sí quise contestar ahora para evitar otro silencio innecesario.

—Imagine entonces que yo fuera proclive a sufrir graves sentimientos de culpa por cualquier infracción a las normas o por cometer pecados leves. Imagine que a una persona con esa característica le cambian la memoria, en la que hay recuerdos de algunas faltas insustanciales, por otra bien surtida de gran cantidad de recuerdos sobre deleznables transgresiones de las leyes, tanto las humanas como las divinas. Imagine la tortura que le supondría a una conciencia pacata haber de soportar el peso del remordimiento engendrado por una conducta tan aberrante.

—Ya veo. ¿Y usted cómo anda de escrúpulos?

—Escaso.

—Pues no hay de qué preocuparse —sentencié.