2. A la espera

Había hecho mi jugada, un sencillo movimiento de tanteo para empezar la partida. Si la venta de inmortalidad era un negocio serio (clandestino e ilegal pero serio) la empresa que la explotaba podía tener un magnífico cliente en mí, tan magnífico como para permitir que su hombre más valioso, su mayor activo personal, me dedicara una cantidad indeterminada de horas de trabajo. Si se trataba de un timo, el libro gris sería un cuento y el Dr. Ros un personaje imaginario. En ese caso, o se acababa la partida en el momento en que me comunicaran que el Dr. Ros (o Miguel) no se podía poner a mi servicio, o utilizaban un impostor que representara al personaje, con el consiguiente riesgo de que lo descubriera.

Podía haber sido aún más exigente y reclamar también un encuentro con el mismísimo John X, pero no lo consideré oportuno todavía. Lo que sí hice con la figura de John X fue asignarle un papel muy especial. Existiera o no, personalicé en el real o irreal John X a mi adversario. Así, ya podía situar al otro lado del tablero a un tipo que yo seguía imaginando viejo como John y no joven como Jig.

Sólo tres días después de mi cita con la supuesta Laura, ésta me llamó para decirme que sus superiores aceptaban mis condiciones, pero que antes de un mes el doctor… o sea, Miguel, no podría atenderme en persona porque tenía muchas tareas pendientes e ineludibles, y que, si yo no podía esperar tanto, otra persona…

—No me importa esperar —respondí—. En cuanto el doctor pueda estar por mí, por favor, que él mismo me llame y acordaremos dónde y cuándo reunirnos.

La respuesta de John X a mi jugada no me sorprendió. Fue más o menos la que había previsto. No le comprometía, no dejaba al descubierto nada sospechoso y podía servirle para ganar tiempo. Por un lado, a lo mejor el Dr. Ros no era un fantasma y realmente no podía atenderme en breve. Por otro, situados en la hipótesis de que se estaba tejiendo una telaraña para atraparme, quizá un mes era tiempo suficiente para «fabricar» un Dr. Ros, para encontrar a alguien con el aspecto que podría tener Miguel y enseñarle todo lo que debía saber sobre éste y el Dr. Ros; lo justo para convencerme de que era o podía ser el Dr. Ros en el cuerpo de El Maya.

Mientras llegaba esa llamada me dio por pensar que ya era hora de que hiciera algo con mi vida, algo distinto quiero decir. Hubiera o no una segunda vida, ya tocaba, respecto a la primera, asumir una filosofía diferente a la que me había guiado desde que gané el primer chelín. Enriquecerme cada vez más siempre me ha complacido, tanto que no me he parado nunca a considerar si no estaré confundiendo el medio con el fin. Bueno, no quisiera insistir en la cuestión. Quedó claro al principio que, como todo avaro, he dedicado más energías a acumular riqueza que a disfrutarla. El libro gris me brindó la oportunidad de reflexionar sobre mi conducta y lo acertada de la misma… No nos pongamos melodramáticos, mi existencia no ha sido desgraciada: he hecho siempre lo que he querido, por lo que, en todo caso, frustraciones no he sufrido. Distinto hubiera sido que me hubiese equivocado al elegir mi modo de vida. Tal vez con otro me hubiese divertido más. Divertirse, ¿de eso se trata? Entendámonos, buena parte de los seres humanos bastante tienen con intentar sobrevivir. La inmensa mayoría están obligados a trabajar en labores que no les satisfacen, o no les satisfacen tanto como lo que hacen en su tiempo de ocio. No puede decirse que su vida haya sido cien por cien diversión. En cuanto a mí, sí, he tenido momentos duros, pero en general mis ocupaciones no me han resultado tediosas (nadie podrá decir que me ha visto bostezar en una reunión de trabajo) y hasta podría afirmar que he sido feliz sin objeciones. Pero… ¿podía haberlo sido más? Tratar de responder a este interrogante me inspiró un objetivo a obtener de mi relación con el Dr. Ros o Miguel. Y es que, ahora no bastaba con que John X y los suyos consiguieran convencerme de que realmente podían dar continuidad a mi primera vida, además debían encontrar una buena razón que diera sentido a la segunda, hallar el modo en que ésta me resultara más satisfactoria que la primera.