15. receptor elegido

Puede que el riesgo no fuese muy alto. Si optaba, como opté, por el sujeto pobre de espíritu incapaz de dar salida a sus ideas, y el trasvase de memoria no era una pamema, ¿en mi segunda vida iba yo a ser un infeliz pusilánime resignado a dejar que sus iniciativas se pudran en el anonimato? El libro gris sostiene que el donante pasa a tener el carácter del receptor tras la operación. Bien, en realidad matiza ese punto sugiriendo que el donante, tras el trasvase, adquiere aquellos rasgos de la personalidad que son innatos en el receptor, y puede aportar a éste las características personales que han sido aprendidas, que son fruto de lo que la vida (los acontecimientos, los demás, los libros, la escuela, el trabajo…) le han enseñado. Ignoraba e ignoro qué parte de nuestro carácter es innata y qué porción forjada con los años de existencia, sin embargo tenía la casi plena seguridad de que, si me metía en la piel de aquel individuo, iban a prevalecer sobre su timidez mis aptitudes para la puesta en marcha de cualquier proyecto viable. Quizá aquel tipo fuese cándido, tuviese tendencia a la melancolía o adoleciera de una simpatía mal encauzada, inútil para la seducción y digna de lástima. Pero si yo me quedaba con su cuerpo todo eso iba a sufrir un buen revolcón. Su candidez se vería arrollada por mi suspicacia, su tendencia a la melancolía la reservaría para los momentos de soledad en un cómodo asiento de una terraza con grandes vistas y música de cámara (con lo que resultaría incluso placentera) y si el sujeto exhibía sonrisas con excesiva facilidad y sin venir a cuento, ya me encargaría yo de administrar adecuadamente su simpatía.

Los informes de los posibles receptores acababan con una nota sobre lo recomendable que era cada uno de ellos para mí en opinión de los psicólogos de la empresa de John X. Precisamente, el empleado de banca inventor de juegos, era quien había recibido la nota más baja, el que menos me recomendaban, porque su carácter distaba del mío más que ningún otro. ¿Cómo tenía que tomar esa recomendación? Recurrí por enésima vez a la doble perspectiva. Desde la que presentaba al negocio de John X como ilegal pero serio, aquella sugerencia no debía dejar de considerarse. Desde la que presentaba lo de John X como una trama para embaucarme, la recomendación podía tener a su vez otra doble lectura. Según la simple, no les interesaba que eligiera al número dos y por eso le puntuaron menos que a nadie. Según la compleja, conocedores de mi perspicacia y escepticismo, los chicos de John habían dado mala nota al de los inventos expresamente, para que lo escogiera, porque les interesaba que lo escogiera. No perdí mucho tiempo divagando sobre esas dos posibilidades, sobre todo porque si lo hacía caería en un espiral infinita basada en un como sé que sabes que sé que sabes que sé que sabes que sé… que estoy tratando de confundirte

Miguel, por una vez, se permitió reflejar ostensiblemente un sentimiento y me miró extrañado cuando le di a conocer mi elección.

—¿Está seguro? —preguntó—. Pero si es el menos recomendado.

—Ya.

—Si no le satisface ninguno de los cuatro podemos buscar otros. Nos llevará un tiempo, pero…

—No es necesario. Me quedo con el empleado de banca.

—Tenga en cuenta que es el que menos se le parece. De hecho está entre los cuatro elegidos sólo por su relación con los juegos. Y se discutió bastante si le incluíamos en la lista o lo sustituíamos por otro.

—¿De verdad es un problema que el chico sea tan diferente a mí?

—Puedo serlo.

—¿No ve posible que mi personalidad se imponga a la suya?

—Pues… podría ser que…

—Verá —le interrumpí— creo firmemente que, si son capaces de colocar mi memoria en su cerebro, él será realmente otro, seré yo. No se va a desperdiciar todo lo que he aprendido en mi larga vida. No se me va a olvidar cómo tratar a la gente, qué hilos mover en todo momento… Y creo también que el carácter de cada uno tiene mucho que ver con la posición social que ocupa. Si a ese chico lo sube en un pedestal, pone un imperio a sus pies y mucha gente a su servicio, ¿seguro que seguirá siendo un timorato en lugar de convertirse en, no digo que un tirano, pero quizá algo aproximado? Además —quise agotar mi turno de palabra antes de que me respondiera— en usted tengo la prueba.

—¿En mí? —volvió a mostrarse sorprendido.

—Sí, en usted. Yo no conocí en persona al Dr. Ros. Lo que sé de él lo sé por el libro gris, como lo que sé de Miguel. Pero ahora, ¿con quién estoy hablando?

—No sé si le entiendo —dijo tras un segundo de vacilación.

—Intento decir que usted me recuerda mucho más al Dr. Ros que al Miguel del libro, que su forma de hablar y de comportarse son más del doctor que de Miguel. Y de la mirada no le digo nada porque nunca vi los ojos del doctor. En definitiva, que usted se llamará Miguel, y aparte del cuerpo igual conserva alguna característica del Miguel original, pero me da la impresión de que su personalidad real es la del Dr. Ros. ¿Me equivoco mucho?

El Maya no se atrevió a responder directamente.

—Cuando se escribió el libro gris —comenzó su contestación— estábamos convencidos de que un cambio de memoria no afectaría en exceso al carácter del receptor, que este carácter prevalecería sobre el del donante. A día de hoy esa teoría está en entredicho. Si la información es poder, el conocimiento también. Lo que uno sabe influye en su carácter, lo que uno ha vivido influye en su carácter. Una memoria de setenta años en un cuerpo de veinte potenciará aquellos rasgos del carácter que donante y receptor tenían en común antes del trasvase, y provocará un enfrentamiento entre los rasgos contrarios de ambos. Parece que de ese enfrentamiento, si no a corto, a medio plazo resulta vencedor el rasgo más fuerte. No está claro qué rasgo es más fuerte. ¿Es más fuerte el descaro que la timidez?, ¿lo es más la ambición que el conformismo? Estamos trabajando en la actualidad con la hipótesis de que es más fuerte y predomina el que está más arraigado, el que tiene más años. Siendo así, como los donantes suelen ser mucho más viejos que los receptores, en caso de rasgos contrarios se impone el del donante.

Cualquier afirmación que derive de una mentira o se base en ella es, sobre todo, gratuita. Gratuito, simple maniobra de distracción tenía que ser el discurso que acababa de ofrecerme Miguel si el trasvase de memoria era un fraude. Fuese o no un fraude, aquellas palabras me valían como respuesta. Me valían si había fraude porque encajaban en el guión que debían haber construido los secuaces de John, y me valían si no había fraude porque me daban la razón y, en cierta forma, me tranquilizaban por haber escogido al número dos.

—¿Y ahora qué? —pregunté.

—Ahora sigamos con lo acordado, a menos que usted desee cambiar lo que ha pedido. Puede hacerlo.

—¿De veras?

—Claro —exclamó—. Sólo hemos llegado a la etapa en que el cliente escoge su receptor. Todavía tiene la oportunidad de optar. ¿Quiere un servicio rápido y hacerse con el cuerpo del receptor sin el consentimiento de éste?, ¿o quiere que haya tal consentimiento aunque eso obligue a emplear un tiempo que no puedo concretar ahora pero que necesariamente será largo?

—Quiero que haya consentimiento, como ya dije en su momento.

—Muy bien. Es mi obligación aconsejarle en ese caso, por si el periodo de persuasión se prolonga en exceso, que deje que obtengamos y guardemos una copia de su memoria.

—No se preocupe, soy yo quien corre el riesgo y no me importa correrlo.

—No crea, nosotros también nos arriesgamos.

—¿Ustedes? —le miré asombrado aunque comencé a intuir qué quería decirme.

—Sí… bueno, los del departamento comercial se lo podrían explicar mejor, pero igualmente me entenderá si le digo que en el lamentable supuesto de que usted nos abandonara antes de que el receptor estuviera a punto, nuestra empresa perdería un cliente muy importante.

—¿Y si se hiciera una copia de mi memoria no lo perderían?

—Seguramente no.

Calló unos instantes a la espera de que me repensara si de verdad quería o no el consentimiento del receptor y que se hiciera una copia de mi memoria.

—Hagámoslo como lo acordamos —me reafirmé—. Si es necesario aumentaré la provisión de fondos para que puedan trabajar más tranquilos.

—Bien, pues, como ya le he dicho, necesitaremos un tiempo más bien largo para preparar a su receptor.

—No tengo prisa. Ustedes convénzanle y cuando lo tengan convencido me avisan.

—Así se hará si así lo prefiere.