—En la relación con nuestros clientes —dijo Miguel— como es obvio, el servicio lo prestamos nosotros y, lógicamente, el trabajo que debe hacerse corre a nuestro cargo, pero no todo porque al cliente también le requerimos un esfuerzo, y no me refiero ahora al pago de nuestra factura, sino a un verdadero esfuerzo más mental que físico. Seguramente no es su caso, seguramente usted no tendrá que sufrir ese esfuerzo, y espero que me confirme que es así.
—No sé de qué me habla.
Era cierto, no lo sabía, y además estaba desconcertado.
—Le hablo del factor sentimental…
—¿Me está diciendo que no tengo sentimientos? —bromeé interrumpiéndole.
—No, que no tiene familia, por lo menos cercana.
—Así es.
—Pues en lo que se refiere al trasvase de memoria su situación es mucho más una ventaja que un inconveniente.
—¿Por qué?
—Verá, en nuestro negocio la familia del cliente unas veces es un problema y otras una ayuda. Es una ayuda cuando el donante potencial lo que quiere es una segunda vida entre otras cosas para huir de su familia. No soporta a su cónyuge, no puede ver a sus suegros, sus hijos son un desastre… En fin, ¿qué mejor que un trasvase de memoria para conseguir lo que quiere? Ése es casi nuestro tipo de cliente ideal. Por el contrario, nuestros clientes más difíciles son aquellos con un gran apego familiar, que quieren a su cónyuge, que adoran a sus hijos y a sus nietos. Debemos desarrollar un intenso trabajo psicológico, primero para convencerles de que el trasplante de memoria les obliga a llevar una nueva vida en la que no tienen cabida sus seres queridos, y, segundo, para ayudarles a prescindir de éstos… —Miguel intentó hacerme ver la inconveniencia de que un donante de memoria mantuviera contactos con sus familiares de la primera vida tras la operación. Según él, eso sólo podía tener efectos negativos, supondría un gran cataclismo para los suyos y para él mismo. Para que los suyos pudieran aceptarle como de la familia debería explicarles la naturaleza de la operación a la que se había sometido, y esa explicación debería ser entendida y creída. El donante tendría tras la operación otro cuerpo, otro nombre y otra personalidad. Aun en el muy improbable caso de que le entendieran y creyeran, ¿cómo iban a permitir que ese desconocido (que tenía otro pasado, otra vida y otra familia) entrara en su mundo? Y luego estaba el motivo que interesaba a la empresa de Miguel, según el cual si el donante debía renunciar a su antigua familia era para respetar el compromiso de secreto sobre la operación de trasvase, no fuese que cualquier pequeña indiscreción diera pie a una investigación policial…—. Le podría contar alguna experiencia que ilustraría bien la necesidad de abandonar por completo el entorno familiar tras la operación, pero no creo que le apetezca…
—¿Por qué no? —mostré interés—. Me gustaría escucharle… Igual saco algún provecho de su relato —dije pensando más en la oportunidad de pillar a Miguel en un descuido que en lo que realmente me incumbieran las historias que pudiera explicarme sobre donantes que no pueden vivir sin su familia.
—De acuerdo… —aceptó—. A ver… le podría contar el caso de un cliente, clienta más bien. Era una señora con más de cincuenta años que, al diagnosticársele una enfermedad mortal, solicitó nuestros servicios. La mujer tenía dos debilidades: su nieta y su marido. El marido era su segundo marido, un tipo mucho más joven que ella que la tenía encandilada y con quien se había casado después de varios años de viudez. La nieta era su única nieta, fruto de la unión de su también difunto hijo único y una joven con la que nuestra clienta no se llevaba bien… En fin, le va a parecer todo muy tópico, pero ya se sabe: la vida real, que a veces da sorpresas, por lo general es bastante repetitiva y poco original. En aquella época nosotros, más que preparar a nuestros clientes para una nueva vida en la que no estuvieran sus familiares, nos limitábamos a prohibir que en esa segunda vida se contactara con la familia anterior. Pero en el caso de esta señora no debimos prohibirlo con bastante firmeza, y aquella mujer poco menos que nos tomó el pelo.
—No puedo creerlo —ironicé.
—No le engaño. En el estudio de su personalidad nos convenció de que era una gran amante de los niños y de todo cuanto tuviera que ver con la función pedagógica. Y ella misma sugirió que en el perfil de su receptor se tuviera en cuenta eso. Seguramente nuestros psicólogos entonces no afinaban tanto su trabajo y en algún caso el cliente les embaucaba. Aquí, por ejemplo, la señora de quien le hablo se las ingenió para que su receptor fuese una educadora de guardería. No una educadora cualquiera, tenía que ser una atractiva, emprendedora y joven educadora. Costó, pero encontramos lo que quería en una pequeña y lejana ciudad. Allí, la «elegida», había abierto un jardín de infancia hipotecando la casa que le habían dejado sus padres al morir. Nuestra clienta no se conformaba con pasar a ser una sencilla empresaria de pequeña escala y le legó a su receptora la mitad de su herencia. El otro cincuenta por ciento fue para la nieta. Al marido le dejó en usufructo la mansión familiar (aunque sólo hasta la mayoría de edad de la nieta) y una renta que únicamente se podía destinar al pago del servicio y el mantenimiento de la casa. El tipo no era un pelagatos, tenía una buena formación y ella, antes de casarse, le había dado un cargo importante en su empresa con un sueldo también importante. No se iba a morir de hambre ni tendría que vivir bajo un puente al enviudar. Ella esperaba que él continuara habitando la mansión porque tenía la intención (que nos ocultó a nosotros) de recuperar al marido una vez dispusiera de un nuevo cuerpo. Su plan, que comenzó a materializar sin demasiados problemas, era montar una cadena de guarderías caras entre las que estaría (comprándola al precio que fuese) aquella a la que iba su nieta. Se mudaría a la ciudad en que vivía su viudo y también su nieta, y se autoproclamaría directora de la guardería de ésta. Así podría supervisar muy de cerca la evolución de la única persona con su sangre (su anterior sangre, se entiende) que le quedaba, y tarde o temprano tendría ocasión de relacionarse con su viudo. Fue temprano. Le vio al poco de comenzar a dirigir la guardería de la niña, aunque lamentablemente en compañía de la madre de ésta, cuando un viernes pasaron a recoger a la cría. De eso solía encargarse el servicio, antiguos empleados de nuestra clienta en su pasada vida, gente que apreciaba y con la que en más de una ocasión, cuando venían a por la niña, había querido intercambiar algunas frases. Pero aquel día vio cómo la nuera y su viudo llegaban sonrientes en un coche conducido por él, cómo ella se apeaba (después de un beso prolongado entre ambos) para dirigirse hasta donde nuestra clienta y su nieta aguardaban. No sé qué diálogo mantuvieron, pero sí que nuestra clienta tuvo que reprimir el disgusto que le causaba dejar a la criatura con una mujer que odiaba y que, al parecer, se estaba apoderando además del hombre que ella (nuestra clienta) quería. Para ésta, el nivel máximo de irritación llegó segundos más tarde, cuando vio que nuera, viudo y nieta se marchaban felices de fin de semana. Esa visión cambió radicalmente sus planes. Al cabo de pocos días acudió a nosotros con una nueva petición de trasvase de memoria. Utilizó todas sus armas de persuasión a fin de que aceptáramos instalar su memoria en el cerebro de la nuera. Nos resistimos cuanto pudimos a su demanda porque contravenía nuestras normas y, entre otras cosas, nos podía obligar a matar físicamente a alguien.
—¿Matar físicamente? —pregunté antes de percatarme de lo que quería decir.
—Sí.
—¿A la educadora de guardería?
—Claro. Hasta entonces, sólo se nos podía achacar el haber dejado sin vida el cuerpo de nuestros donantes porque a los receptores nada más les desproveíamos de la memoria, pero si la memoria que estaba en la cabeza de la educadora la trasladábamos a la de la madre de la niña, ¿qué hacíamos con el cuerpo de la educadora? Tratamos de hacer ver a la clienta que lo que nos pedía era inconveniente, pero ella nos amenazó con denunciarnos y hacer públicas nuestras actividades si no accedíamos a sus pretensiones. Para evitar que cumpliera su amenaza si no la complacíamos, nos dijo que tendríamos que matarla a ella y al abogado al que había dejado una carta sellada explicando nuestras actividades, una carta que sería abierta si no se le daba al abogado una instrucción concreta y en clave al cabo de equis días. Además había otro argumento que jugaba a su favor con fuerza y que no podíamos despreciar: la memoria de la educadora no había sido destruida, la guardábamos en nuestro banco porque así se convino con nuestra clienta en su día. De modo que, en realidad, no era necesario matar a nadie.
—¿Y cómo se solucionó el problema?, si es que se solucionó.
—Más o menos. En pocas horas, la clienta (entonces empresaria de guardería) rellenó todos los papeles necesarios para que todos sus bienes, menos la casa de sus padres y la guardería de su localidad, fuesen a parar a la nuera de la señora que nos contrató. A la educadora le extrajimos la memoria de nuestra clienta y le devolvimos la suya original. Llevamos su cuerpo hasta la casa de sus difuntos padres tan sigilosamente como es posible y allí despertó con un vacío en sus recuerdos que abarcaba toda la época en que fue otra persona. Como compensación, pocos días después, se alegró al enterarse de que su guardería era suya por entero porque ya no estaba hipotecada. Hizo algún intento por averiguar lo que había pasado, pero desistió cuando comprobó que no había forma de encontrar explicación a lo ocurrido, al menos con sus medios.
—¿Seguro? —pregunté incrédulo.
—Hasta donde yo sé, sí.
—No lo entiendo. Una persona despierta y observa que han pasado muchos días desde que se durmió. Además descubre que su principal deuda bancaria ha desaparecido. Supongo que al reencontrarse con la gente conocida, los de su guardería sobre todo, le habrán preguntado dónde ha estado y por qué ha vuelto. Y supongo que tendrá mucho interés en saber ella misma la respuesta. De eso y de por qué ya no soporta la carga de una hipoteca. Y tampoco creo que fuese tan difícil seguir el rastro a tanto cambio de manos de patrimonio… La misma persona de repente tiene una gran fortuna y de golpe y porrazo la pierde. Todo eso mientras duerme… Es increíble, Miguel.
—Bueno —puso cara de no preocuparle el asunto— supongo que una mano negra se ocuparía de borrar cualquier pista que sirviera para llegar al fondo de la cuestión. Yo no puedo darle más información sobre ello porque nunca me he dedicado a ese tipo de tareas. Y en cuanto a la imposibilidad de contestar a los conocidos y a sí misma sobre lo ocurrido… hay mucha gente propensa a creer cualquier historia. Ya sabe…, hoy en día ¿quién no ha oído hablar de fenómenos paranormales, misterios sin resolver, abducciones perpetradas por hombrecillos verdes…?
—Ya —sonreí con sorna y convencido de que mi interlocutor estaba pisando terreno resbaladizo.
—Pero volviendo a la historia que le contaba, si es que tiene interés en conocer como acaba…
—Sí, sí. Continúe, por favor.
—Finalmente nuestra clienta obtuvo su segunda operación —prosiguió sin inmutarse— y mi empresa no necesitó cargar con un cadáver indeseado e inconveniente. Con ese nuevo trasvase de memoria, la mujer alcanzaba dos propósitos de una tacada: pasaba a ser la madre de su ser más querido y volvía a estar junto al hombre que amaba. Ella pensaba que la relación de su viudo con su nuera era algo reciente facilitado por la circunstancia de encontrarse los dos libres de ataduras. Enseguida supo que estaba equivocada. Como ahora tenía oportunidad de estar y hablar con él, no tardó en descubrir que ya la había engañado en vida, que el lío con la nuera venía de antiguo y que a ella, a la clienta, en palabras del sujeto, no la podía aguantar… En resumen, sin saber que lo hacía, claro, el hombre la provocó tanto, habló tan mal de ella (probablemente diciendo cosas como que le había repugnado hasta el vómito tener que hacer el amor con aquella vieja) que la mujer no fue capaz de resistir la tentación de contarle toda la verdad, o sea, de explicarle lo del trasvase de memoria. Él no la creyó en principio, y pensó que era una broma, aunque no entendía que ella hubiese cambiado tan radicalmente en poco tiempo, que se volviese más distante, más arisca, y que, además, le dejase sin trabajo y le pidiera que abandonase la mansión familiar. Eso y meditar sobre el testamento de su difunta esposa y que después su nuera y amante, que se llevaba fatal con su suegra, dispusiera de repente de una gran fortuna, le hizo empezar a creer que quizá lo del trasplante de memoria no era sólo una fantasía. Como había perdido su empleo tenía mucho tiempo para pensar e investigar. Sus pesquisas le condujeron hasta la ciudad de la joven educadora. Por suerte llegamos a tiempo. Nuestra clienta remedió en parte el grave error de irse de la lengua al informarnos de su indiscreción y de que seguramente su ex amante estaría buscando respuestas. Una vez más tuvimos que improvisar, que es lo que menos nos gusta. Nos vimos forzados a convencer a un nuevo cliente de que el sujeto que estaba a punto de hablar con la educadora era el receptor adecuado para él.
—Pues no parece tan mal final.
—Para nuestra clienta no lo sé, se hubiese ahorrado muchos problemas si a su debido tiempo se hubiese desvinculado de su primera vida. En lo que se refiere a nosotros… hubiésemos preferido no ser engañados ni tener que actuar precipitadamente con otro cliente que quizá no recibió de nosotros el mejor servicio posible. Por no hablar del trastorno que supuso entrar en estado de alerta máxima y movilizarnos para desactivar el peligro de ser descubiertos.
—Se diría entonces —quise ser un poco hiriente— que lo de no querer prescindir de la familia de la primera vida es más problemático para ustedes que para sus clientes.
—No se engañe —dijo muy serio—. A nuestros clientes no les conviene que se haga público el negocio al que nos dedicamos. También ellos saldrían malparados —añadió en un tono intimidante que no le conocía— tendrían que dar muchas explicaciones a la policía, y a sus parientes y amigos de sus dos vidas, la anterior y la presente.
No carecía de lógica el argumento de Miguel, pero la conclusión que obtuve del mismo tenía que ver más con la incompatibilidad entre los ingresos de la empresa de John X y las familias de sus clientes. La tajada que John y los suyos pudiesen sacarle a la fortuna de sus clientes podía depender de las familias de éstos, de lo que a ellos les importara su familia o de lo que luchara la familia por acaparar todo el patrimonio del teórico difunto. De manera que me pareció comprensible todo intento de la empresa de Jig y Miguel por distanciar a sus clientes de sus parientes. Y si no había parientes por medio, como en mi caso, mucho mejor.
—Bueno —dije— conmigo no habrá conflicto familiar.
—Perfecto, entonces, si usted no opina lo contrario, podemos dar por acabada la fase previa a la elección de su receptor.