5. Traje a medida

Las reuniones entre el Dr. Ros y los abogados fueron frecuentes. Hasta que la empresa no comenzó a funcionar con normalidad, es decir, a comercializar su producto, los abogados llevaron desde su bufete las cuestiones financieras, contables y de gestión administrativa en general. De modo que el Dr. Ros, como responsable máximo de producción, no tenía más remedio que rendir cuentas periódicamente a los ejecutivos (los abogados) de la marcha de la investigación. Y en su momento, una vez alcanzada la técnica necesaria para dar cuerpo al sueño de John X, fue cuando se hizo preciso enzarzarse en discusiones sobre perfiles de receptores y donantes. Intercambio de opiniones sobre los primeros ya hemos visto en el capítulo anterior. En realidad, en esa misma sesión de trabajo hubo ocasión de hablar también de los donantes que, salvo excepciones muy concretas, iban a ser los clientes de la compañía. Después de su intervención, el más veterano de los tres abogados presentes le dio la palabra al colega que hasta entonces había permanecido en silencio.

—Bueno —comenzó el letrado al tiempo que abría una carpeta y dejaba a la vista varios folios llenos de apuntes— hemos hecho un estudio sobre las características de los posibles donantes. Tenemos un abanico amplio de diferentes grupos de personas a los que puede interesar nuestro producto…

—Disculpe que le interrumpa —cortó el doctor.

—¿Sí? —el abogado forzó una sonrisa que no podía disimular el enojo que había causado la interrupción.

—A ustedes no se les escapa una —el científico adelantó una pequeña coba para apaciguar los ánimos— y seguramente en su estudio habrán diferenciado claramente entre aquellos donantes que quieren repetir vida y los que desean vivir otra totalmente diferente, ¿verdad?

El abogado dejó de sonreír. Si la interrupción le había molestado, saber que se había producido para formular una pregunta que él consideraba improcedente aún le irritó más. De todos modos ocultó su malestar tras una seriedad aparentemente serena.

—Verá doctor —comenzó la respuesta— en realidad hemos tenido en cuenta muchos factores a la hora de dibujar un perfil sobre el posible donante. Se trata de encontrar a aquellas personas a las que les podría interesar muestro proyecto y, sobre todo, tengan posibilidad de pagarlo. No nos ocuparemos todavía del tipo de segunda vida que les gustaría tener…

—Pero el doctor tiene razón —terció el abogado de mayor edad—. Tú —miró a su colega— nos ibas a ofrecer un valioso informe sobre posibles clientes fruto de un exhaustivo estudio de mercado. Y claro, al doctor la cuestión comercial ni le compete ni le interesa. ¿No es así? —ahora se dirigió al científico.

—Así es.

—De acuerdo —aceptó el abogado del informe— dejemos a un lado los estudios de mercado y limitémonos a los motivos por los que alguien puede querer comprar nuestro producto. Seguro que eso sí es más de la incumbencia del doctor.

—Pues… —intentó decir algo el aludido.

—Limitémonos a los deseos del cliente. ¿Qué desea nuestro cliente en potencia? Lógicamente habrá distintos grados de exigencia. También habrá quien sea muy concreto en sus demandas y quien lo sea menos. En cualquier caso tenemos que estar preparados para cualquier tipo de petición. Doctor, le voy a poner un par de ejemplos. Necesito que me diga si son factibles.

—Usted dirá.

—Bien. Pudiera ser que alguien, con objeto de empezar desde lo más atrás posible, desee que su receptor sea un niño de… pongamos cuatro años.

—Es factible —respondió muy seguro el doctor.

—¿De veras?

—Sí. Lo que deberíamos preguntarnos es si sería prudente.

—Explíquese —ordenó el abogado más veterano.

—Bueno, tendríamos a un crío de cuatro años con la memoria de un adulto, de un sujeto que ha podido vivir setenta u ochenta años. Sería necesario un trabajo psicológico muy grande sobre el donante. Deberíamos asegurarnos de que podría adaptarse a un cuerpo tan joven… En fin, habría que tener en cuenta muchas circunstancias. ¿El niño iría al colegio y aguantaría callado y aburrido, o no podría contenerse y exhibiría sus conocimientos ante los demás? Ese niño podría tener una familia o ser huérfano. En el primer caso…

—Es cierto —interrumpió el abogado del informe—. Habría que tener en cuenta muchas circunstancias, pero usted ya nos ha dicho lo que queríamos saber. Pasemos a otro supuesto, el del donante que desea un receptor del sexo contrario.

—También es factible. Pero insisto en lo de antes: exigiría un trabajo psicológico arduo… y también me permito recordarles que podemos transferir la memoria del donante al receptor, pero no el carácter…

—Lo recordamos, lo recordamos.