23. En definitiva

Es demasiada vehemencia comparar lo que usted tiene en las manos con la Biblia, pero, ya que cometemos la osadía, permítanos señalar un par de diferencias claras. La primera es que no aspiramos a que nuestro libro, este volumen de tapas grises, pueda ser considerado santo, ni sus escrituras sagradas. La otra es que, así como la Biblia es interpretada de modo distinto según la Iglesia a la que pertenece el cristiano que la lee, nuestro libro no admite diferentes lecturas. Es lo que es. No un compendio de diferentes escritos de autores anónimos o de apóstoles inspirados por una difusa voluntad divina; ni siquiera una novela, desde luego no una de ciencia ficción; y mucho menos un cuento. Es… un folleto publicitario de larga extensión en el que damos a conocer nuestro producto, que no es milagroso sino resultado del estudio riguroso, de la ciencia objetiva y empírica y no de la infusa. No pretendemos quedarnos con su alma, nos conformamos con que pague nuestra factura. En el folleto que está terminando de leer hemos preferido ahorrar las especificaciones técnicas de nuestro producto, hemos querido utilizar los recursos del relato porque consideramos que es la manera más fácil de atraer y mantener su atención. Relato, sí, pero no fantástico. Todo lo que se cuenta en él es cierto excepto los nombres de los personajes. Yo, por ejemplo, no me llamo Lucas. Pero sí es verdad que en mi primera vida fui abogado y mantuve una relación amorosa con una mujer como Laura. Y, como habrán deducido sin dificultad, finalmente ella me convenció y acepté su propuesta. Efectivamente, soy el modesto responsable de estas páginas y, efectivamente, terminé enterándome de que el cerebro de la tal Laura albergaba la memoria del tal David. No fue aquélla tarde porque ella pensó con acierto que si me hubiese contado entonces lo de David hubiese provocado en mí, sobre todo, rechazo. Lo hizo poco después, cuando ya había visitado el centro de investigación, cuando ya conocía la historia de John X y sus hijos adoptivos y, en suma, cuando ya estaba al corriente de casi todo. Como quiera que yo, a pesar de lo visto y oído, seguía manteniendo reservas y no sabía ni quería disimular el resto de escepticismo que todavía guardaba, Laura (sigamos llamándola por ese nombre) no tuvo más remedio que echar mano de su última baza. Me preguntó:

—¿Tú sabes por qué he sugerido que seas tú quien escriba nuestra «biblia»?

—No.

—Porque sé que hace muchos años quisiste ser escritor.

—¿Ah, sí? —me sorprendí porque… sí, hacía tanto tiempo que casi ni yo mismo lo recordaba.

—Cuando empezaste tu carrera de abogado le confesaste a David que tu vocación secreta era la de novelista, y que habías escogido Derecho por cuestiones prácticas. Pero que confiabas en dedicar los ratos libres a la literatura. Lástima que tu trabajo no te dejara mucho tiempo para el ocio y lástima, como también le dijiste a David, que cada vez que intentabas construir una historia no pudieras desprenderte del estilo jurídico, que tus proyectos de novela recordasen tanto a los proyectos de ley aunque no giraran en torno al ámbito judicial ni a las cuestiones legales. ¿Lo recuerdas?

—Vagamente.

—¿Y recuerdas si hablaste de eso mismo con otras personas?

—No lo recuerdo, pero creo que no.

—¿Ni siquiera conmigo?

—Ni siquiera.

—¿Y si sólo se lo dijiste a David cómo es que yo lo sé?

—Porque seguramente David lo comentaría con alguien, con John, por ejemplo.

—¿Por qué iba a comentárselo?

—No sé, quizá por…

—No busques explicación. Te daré una concluyente: tengo la memoria de David.

Tardé pocos segundos en interpretar lo que quería decir Laura.

—No me digas que…

Sí lo dijo y lo repitió. Y para dar más contenido a la revelación de su secreto y credibilidad a éste, sacó a relucir pasajes antiguos de mi época en el bufete de David que raramente podían conocer más personas que el propio David y yo porque tenían que ver con el elevado aprecio que él me había insinuado y que yo, para no herir su orgullo ni ponerle en un aprieto, había preferido ignorar.

No soy el personaje principal de este libro y no voy a robarle más tiempo contándole ahora la impresión que me causó saber que me estaba acostando con el cuerpo de Laura y la memoria de David, ni los pormenores de la selección de la persona que acabaría siendo el receptor de mi memoria. Como esto no es una novela al uso no importa que la historia esté mal cerrada y queden puntos oscuros, ni que la acción se precipite en determinados momentos o no se profundice lo suficiente en los personajes. No se moleste en comparar, por ejemplo, el extraño despertar del protagonista de La metamorfosis con el renacimiento de John X en el cuerpo de Jig. Lo que escribió Kafka le valió para ganar la inmortalidad en la historia de la literatura. Claro está, una inmortalidad entendida en sentido figurado. Sin embargo, con este libro gris lo que perseguimos es que el inmortal, inmortal de verdad y hasta cuando quiera, no sea el autor sino el lector. Se trata de que usted conozca el servicio que podemos prestarle, que se familiarice con nuestro producto y sus propiedades. Ha recibido bastante información al respecto y esperamos haber despertado su interés. Si es así, no le preocupe ignorar cómo localizarnos, en breve nos pondremos en contacto con usted. Ya sabe, alguien le llamará y le hará una pregunta muy concreta. Esperamos que su respuesta sea afirmativa y dé lugar a una estrecha colaboración que, no lo dude, sería satisfactoria para ambas partes.