El impacto provocado por el trasvase de memoria de John a Jig no fue igual en el Dr. Ros que en el trío de abogados. Para David y sus colegas no resultó fácil acostumbrarse a que un jovencito, con una voz y un aspecto tan distintos a los de John, se dirigiera a ellos con las palabras y el tono que había usado antes el gran empresario; pero no tardaron en asumirlo y, aunque en esencia se tratara del mismo «espíritu» alojado en otro cuerpo, para ellos aquella transformación pronto significó simplemente que el sujeto que daba las órdenes tenía otra figura. El Dr. Ros también había estado al servicio de John, sin embargo entre éste y el científico no había existido sólo una relación jefe/subordinado. Teniendo en cuenta el carácter huraño del viejo, podríamos aventurarnos a declarar que John y el doctor habían sido amigos, porque el trato que el primero había dispensado al segundo incluía dosis de confianza y sinceridad que no había recibido ningún otro ser vivo. De manera que para el doctor la metamorfosis de John en Jig supuso, sobre todo, que un amigo dejase un cuerpo para instalarse en otro, supuso tener idénticos tipos y temas de conversación con otra forma humana, o sea, charlar amistosamente ahora con un joven (al menos de aspecto) en lugar de con un anciano.
—Estimado doctor —inició un nuevo diálogo Jig en el despacho del Dr. Ros— usted sabe que siempre he tenido en cuenta su opinión porque reconozco y valoro su honestidad y su afán por exponer los problemas en toda su crudeza. Hasta donde he sido capaz, yo también he sido honrado con usted, y en este momento trataré de serlo como nunca —hizo una pausa que el científico respetó limitándose a mirarle curioso—. Recordará que en su día le dije que me gustaría tenerle junto a mí mucho tiempo, el máximo posible, y que intentaría compensarle con justicia por todos los servicios que me ha prestado y sigue prestando. Pues bien, se me presenta ahora la oportunidad de saldar mi deuda con usted. He dicho que trataría de ser honrado como nunca y para cumplir ese propósito me veo obligado a comunicarle que el modo en que he pensado saldar esa deuda daría lugar a una nueva, porque si usted aceptase mi compensación en realidad estaría haciéndome un gran favor…
Por una vez el doctor se sentía confundido con las palabras de su jefe, que siempre había sido muy directo y se había expresado con bastante claridad ante él.
—Perdone, pero no entiendo lo que quiere decirme ni por qué se anda con rodeos.
—Tiene razón, doctor. Como siempre. Al grano, pues. Deseo proponerle la prolongación de su vida. Me gustaría y convendría que su memoria se trasladara a otro cuerpo. ¿Estaría usted dispuesto?
El doctor no mostró sorpresa y respondió de inmediato.
—Lo he pensado más de una vez y… bueno, en determinadas condiciones estaría dispuesto.
—De las condiciones hablaremos cuanto sea necesario, pero antes dígame si estoy equivocado. Me dijo usted una vez que le hubiese gustado ser músico, ¿verdad?
Jig le habló al doctor de la impugnación de la herencia y de las molestias legales que los abogados de Miguel podían causarle, entre las que no había que descartar incluso que al final los tribunales fallaran en todo o en parte a favor de El Maya. Descrito el problema le habló de la solución, simple según Jig, consistente en dejar al cuerpo de Miguel sin su memoria original y colocarle la del Dr. Ros. A éste no le pareció tan simple, pero se abstuvo de decirlo. Eso sí, no pudo evitar una sonrisa cargada de humor burlón, la primera sonrisa burlona que le dedicaba a su jefe desde que se conocían. Podía permitirse el descaro: la situación lo requería y la pregunta que iba a formular le daba derecho a ser incluso irónico.
—¿Me está pidiendo que seamos hermanos?
—Pues… sí —respondió Jig, que hasta ese instante no había reparado en que, si el doctor aceptaba su proposición, efectiva y oficialmente se hermanaría con la persona a la que más respetaba.
Para el doctor no fue una sorpresa, como se ha dicho, que El Oriental tuviera la deferencia de regalarle una segunda vida: habían habido insinuaciones al respecto con anterioridad y llevaba tiempo barruntando que tarde o temprano llegaría esa oferta. De modo que tenía bastante meditado el asunto. Estaban los reparos morales, el cargo de conciencia de eliminar una memoria para preservar la suya. Bien, ese peso podía aligerarlo si en realidad no eliminaba la memoria del receptor, si la guardaba y conservaba indefinidamente en el banco de memorias. Por otra parte, su decisión de aceptar o no ser donante dependería bastante de la personalidad del receptor. Pensó que le resultaría imposible suplantar a un sujeto con una situación familiar feliz y estable. Pero a un tipo solitario, a alguien que nadie iba a echar de menos si abandonaba sus ámbitos habituales de actuación o del que a nadie le importaría que sufriera cambios incomprensibles en su comportamiento, ¿por qué no? Miguel entraba en este segundo perfil y con él los reparos morales no serían excesivos. Además El Maya presentaba un aliciente que hacía apetecible tenerlo como receptor: gozaba de cualidades para la música y dominaba varios instrumentos. El Dr. Ros no era tan ingenuo como para pensar que invadir el cuerpo de Miguel le serviría para adquirir automáticamente los conocimientos musicales del chico, porque si le quitaban la memoria… Pero las manos iban a seguir siendo las originales de Miguel y las habilidades alcanzadas por éstas no iban a desaparecer sin más si en el cerebro que le daba las órdenes se producía un cambio de memoria. ¿O sí? En cualquier caso era una curiosidad que deseaba satisfacer.
El doctor no era un analfabeto del solfeo. Aunque de eso hacía mucho, guardaba recuerdos de los años en que aprendió música y se ejercitó con el piano y el violín. Anhelaba comprobar cómo combinarían sus conocimientos musicales y las habilidades de Miguel. En definitiva, la respuesta a la oferta de Jig fue positiva, aunque no renunció a poner condiciones.
—Intuyo —dijo— que si acepto su proposición no sólo seremos hermanos, sino que continuaremos ligados laboralmente durante muchos años. Supongo que podré soportarlo, pero déjeme pedirle a cambio poder disfrutar en el futuro de más horas libres. Si vuelvo a ser joven tendré más ganas y posibilidades de pasarlo bien…
—Le entiendo y acepto lo que me pide.
—Además…
—¿Hay más?
—Sí, una cosa más.
—Usted dirá.
—Probablemente una segunda vida dedicada a la ciencia me deje bastante saturado… A lo mejor me gustaría tener una tercera existencia sin tanto laboratorio ni experimentos… Es decir, una vida diferente. De modo que preferiría ser yo quien eligiera a mi receptor para esa tercera vida.
—Muy bien. Hecho. Pero todo eso y lo que yo le propongo requiere no perder de vista algo muy importante.
El doctor no tardó en adivinar a qué se refería Jig.
—Quiere saber quién me va a operar a mí.
—Efectivamente. Sé que dispone de un buen equipo y usted me ha asegurado en repetidas ocasiones que tiene plena confianza en todos lo que lo forman. Imagino que sus colaboradores no están en la inopia. Por fuerza tienen que saber…
—Claro, pero respondo de su discreción y de su competencia.
—De todos modos para asegurarnos más si cabe de su discreción… ¿Cuánta gente hay en su equipo que estén al corriente de todo?
—Tres personas.
—Anúncieles una importante subida de sueldo y prométales que en su día, si lo desean, podrán ser donantes. En cuanto a su competencia… ¿es tanta como para hacer un trasvase de memoria sin que usted les dirija ni participe en la operación?
—Lo es.