Yo también terminaré aquí mismo mi relato. Si ha quedado bello y logrado en su composición, eso es lo que yo pretendía; si imperfecto y mediocre, he hecho cuanto me era posible. Como el beber vino solo o sola agua es dañoso, y en cambio, el vino mezclado con agua es agradable y de un gusto delicioso, igualmente la disposición grata del relato encanta los oídos de los que dan en leer la obra. Y aquí pongamos fin.
Macabeos, 2
Con la muerte de Orestes, su hijo comprendió que no podría repeler al ejército invasor germano, y rindió Rávena sin luchar. Odoacro aceptó que el pueblo le proclamara gobernante, y como gesto de buena voluntad, perdonó la vida al niño, a quien juzgaba inocente de las fechorías de su padre, y le exilió a un castillo de Campania con una generosa pensión. El último emperador romano de Occidente, Rómulo Augusto, desaparecía así de la historia.
El Senado romano capituló poco después. Redactó una carta dirigida al emperador de la Roma oriental en Constantinopla, renunciando a cualquier deseo o necesidad de un emperador de Occidente, y declarando a Italia una diócesis «separada», que sería gobernada por su conquistador. Odoacro tampoco olvidó las promesas que había hecho a sus tropas de distribuir territorios entre ellas después de su ascenso al trono. Las familias nobles y acaudalados terratenientes de toda Italia fueron obligados a ceder una tercera parte de sus propiedades para redistribuirlas entre los germanos y ostrogodos del ejército de Odoacro, quienes después de una generación se integraron por completo en el país.
Odoacro gobernó Italia durante casi diecisiete años, hasta que su suerte se torció por fin. Tras una serie de sangrientos enfrentamientos con sus parientes lejanos, los ostrogodos, quienes habían invadido el país a instancias del todavía enfurecido emperador romano de Oriente, Odoacro fue asediado en Rávena, donde aguantó cuatro años pese a que la ciudad carecía casi por completo de alimentos. Por fin, accedió a reunirse con su atacante, el rey ostrogodo Teodorico, en un «banquete de paz» celebrado en los idus de marzo de 493, durante el cual fue asesinado a traición, lo cual significó la ironía definitiva: el destructor del Imperio romano de Occidente fue apuñalado hasta morir el mismo día que su fundador, Julio César. Durante el transcurso de su vida, Odoacro fue testigo de la caída de tres naciones.
Onulf fue asesinado por las tropas de Teodorico poco después, rompiendo así la línea de sucesión real, y la situación política de Europa se hundió en el caos. Contrariamente a las esperanzas de Odoacro, el final del Imperio romano de Occidente no conllevó un alivio de la tiranía, sino que condujo a una era sombría de guerras, ignorancia y enfermedades conocida hoy como la Edad Oscura, de la que Europa tardó en recuperarse varios siglos.