EPÍLOGO

Tal como había dicho Kerrigan, Alfredo era un poco estúpido. Demasiados hombres, hábiles en el arte de buscar la verdad, conocían parte de los hechos y podían adivinar el resto. Muchos detectives de la comisaría de la calle 30 Oeste sabían bastante más. No hubieran dicho nada que pudiera ser publicado, pero con hermanos detectives de otras comisarías los secretos eran compartidos.

Un hombre que era bueno para las adivinanzas, un asistente del Procurador de Distrito, con cara de hurón, llamado Robert Rosetti, fue asignado para manejar la acusación contra Paul Sleven. Citó al teniente Alfredo en su oficina el lunes siguiente por la mañana. En ese momento no sospechaba nada. Pero el héroe del caso Gebhardt estuvo sorprendentemente inseguro sobre cómo había llegado del punto A al B y al C. Para cuando llegó a X, Y y Z, el teniente Alfredo estaba confundido. La nariz de hurón olió a gato encerrado y Rosetti estaba positivamente alarmado cuando se despidió con aspereza del teniente. Ante el Tribunal este Alfredo podría ser un testigo despreciable.

Al fin la verdad hubiera aflorado de todas maneras. Pero lo que la aceleró fue que el miércoles el Procurador de Distrito recibió una carta, que rápidamente envió al procurador de distrito asistente, a cargo del caso, en donde cálidamente se recomendaba a un teniente Kerrigan por su parte en el arresto de Paul Sleven. El que la escribió continuó explicando que él y su esposa habían sido completamente engañados por este Sleven, a quien conocían como Simpson, e incluso le habían confiado el cuidado de sus dos hijos. Enfáticamente sugería que él creía que el teniente Kerrigan había sido parte instrumental en la salvación de la vida de sus hijos. Entendía, continuaba, que el teniente Kerrigan estaba de vacaciones y había estado donando su tiempo para ayudar a resolver el caso de Elsie Gebhardt.

Prácticamente al mismo tiempo, en el Cuartel Central de Policía de la calle Central, un canoso inspector de ojos azules estaba leyendo una carta similar llamando su atención hacia una detective de nombre Jane Boardman. El membrete era bastante impresionante. El firmante era el titular de una firma de abogados de Wall Street, abogados de corporaciones, pensaba el inspector que se llamaban.

Por lo que decía el autor de la carta, un hombre llamado Westbrook, Jane Boardman no sólo era el colmo de la cortesía y el tacto, sino además una joven brillante.

¿Boardman? El nombre era familiar. Lo recordaba ahora. Esa cosa bonita que había tratado de decirle que Frank Kerrigan era el responsable de haber rastreado al testigo que faltaba en el caso Reddy. Pero él no había oído decir que ella hubiera tenido alguna conexión con el caso Gebhardt.

Descolgó el teléfono e hizo dos llamadas que pusieron en movimiento algunas ruedas. Tendría que ser, por supuesto, muy circunspecto sobre el caso. Había que considerar el nombre del departamento.

Rosetti no tenía que ser circunspecto. Llamó a Kerrigan a su oficina.

—Creí haberte oído decir que habías ido al Caribe para tus vacaciones —dijo.

—Así es —dijo Kerrigan, agradablemente.

—¿La semana pasada? —Rosetti era siempre el fiscal, incluso con sus amigos. Siempre estaba tratando de cavar trampas verbales para ellos.

Kerrigan sabía que era mejor no caer.

—No. Pasé las dos últimas semanas de mis vacaciones aquí, en la ciudad.

—¿Haciendo qué?

—Echándole una mano a un amigo en un viejo caso.

—Siempre creí que estabas un poco chiflado —dijo Rosetti.

—Sí, como tú —dijo Kerrigan con una sonrisa. Todos sabían que Rosetti disfrutaba más que nada en la vida al hacer trizas a un testigo en el tribunal.

—Muy bien. Siéntate Frank, y cuéntame todo sobre el caso Gebhardt.

Kerrigan se sentó y contó todo, enfatizando que había sido Jane quien había encontrado a Miss Annette Gimball y establecido el contacto con los niños en el parque. No vio ninguna razón para mencionar el asunto de la calle 8 Oeste, que, de todas maneras, no había dado dividendos.

Cuando terminó, dijo:

—Mira, Bob, Jane tiene que seguir trabajando bajo las órdenes de ese Alfredo. En nombre de Dios, no la pongas en una posición difícil en la comisaría de la calle 30 Oeste.

—Quiero solamente indicar una cosa de manera indudable, Frank: De todas maneras no me has dicho ni una maldita cosa que no hubiera averiguado por mí mismo. Tuve a ese caballero ansioso de publicidad aquí, anteayer. No había hablado con él diez minutos, cuando supe que su historia era falsa. Al cabo de una hora estaba en la cuerda floja. Pero… sí, veré que tu amiguita no se encuentre envuelta en ningún lío. Me moveré con precaución.

En realidad, el hombre canoso a cargo de todos los detectives, moviéndose circunspectamente, se movió más rápido.

Dos semanas después del arresto, cuando el interés periodístico había muerto, al capitán en actividad Alfredo le fue dado el mando de una comisaría. A un extraño eso le hubiera parecido un ascenso. No a los de dentro. Porque ahora el capitán en actividad Alfredo tenía que volver a usar uniforme.

El sargento Richard Pauling fue ascendido a teniente en actividad, y una semana más tarde Jane Boardman fue ascendida a Detective (Primer Grado).

Todo fue hecho muy decorosamente, sin alboroto ni escándalo.