Siempre negativo, pero, a veces, positivo; esto último ocurre cuando se puede ser paraninfo, esto es, anunciador de buenas nuevas; no se le hizo caso a Unamuno, y también nosotros inventamos; o lo parece. A propósito de un necrófilo que se relacionaba con cadáveres, según quedó contado anteriormente, hube de escribir el vocablo tanatorio, nombre de ese sitio de tanto silencio y reposo. Aunque sin entusiasmo, sentí deseos de saber algo de él, pero de las pesquisas consiguientes resultó que no se halla en otras lenguas de alrededor; por el oeste topamos con el funeral home (como aquel donde, con dolor de José Hierro, reposaba en Nueva York Manuel del Río, natural de España). Y si buscamos por el otro punto cardinal que aporta muchas novedades, encontramos funérarium para designar la citada cosa, reino del sopor.
No cabe nada más culto y más ajustado que nuestro tanatorio; sin embargo, con toda su refulgente belleza clásica, no ha logrado visados para ir por el mundo. Tan hermoso vocablo está formado por el griego thánatos, «muerte», y el sufijo -torio, que, entre otras cosas, indica «lugar»: laboratorio, ambulatorio, observatorio; o purgatorio, si se desea algo de junto al tanatorio. Este término fue introducido en nuestra lengua acompañando a la cosa, lo cual debió de ocurrir hace unos veinte años; la Academia acogió el vocablo en 1992. Orienta sobre cómo lo aceptaron los hablantes el hecho de que en 1994, describiendo nuevas costumbres, un personaje de Rafael Gómez Pérez lo confunde, cosa muy razonable, con sanatorio. Pero, en general, tanatorio no ha entrado en la América hispana, donde parece dominante velatorio, cada vez menos frecuente en España. Siendo tan razonable y significativo tanatorio, ¿cabe esperar que obtenga carta de ciudadanía en otras lenguas? (Pero quizá tampoco nos hacía falta, contando con velatorio, que no suena a difunto sino a personas vivas que lo acompañan con piadosa consternación).
Se trata de una noticia, a la que puedo añadir otra: quirófano. Me la señala como inventada, casi seguro, por un médico español, mi admirado Emilio Lledó, a quien nada del saber le es ajeno: la ha buscado sin éxito por todo Occidente, y, luego, yo también he fracasado. En efecto, ocurre que el inglés llama a lo mismo operating theatre o room; el francés, salle d’opérations; y el italiano, sala operatoria. Excepción: el portugués brasileño, que comparte con nosotros quirófano, quizá por contagio. Cuenta con dos formantes también griegos: khéir, «mano» y -fano, procedente de diapháinein, «mostrar». Y, en efecto, el quirófano era el local en el cual podían verse operaciones quirúrgicas «al través de una separación de cristal» (DRAE); etimológicamente, se veían, claro, las manos del cirujano; por extensión quirófano denomina hoy «cualquier sala donde se efectúan estas operaciones». Y el primer diccionario que acoge el vocablo es el de Alemany Bolufer, en 1917. Ocho años tardó en recibir la consagración académica.
He aquí, pues, dos ejemplos de aparente creatividad española; no en vano poseemos algunos de los mejores helenistas europeos, aunque un poco taciturnos y melancólicos: sus invenciones no son joviales.
Pamplona celebró su San Fermín como suele: jolgorio puro y cornadas. Un munícipe ha prendido la mecha de un cohete pero el chupinazo no se oído a causa del clamor popular, es decir, por el formidable restallido de la plaza según clama una locutora; pero allí no han sonado chasquidos de látigos u hondas, como en los tiempos pastoriles, sino gritos y taponazos de champán o cava. A ella le daba lo mismo estallido que restallido: la embriagaba, nunca mejor dicho, un furor de euménide.
No ha sido mala época para los atrevidos que, sin ser poetas príncipes (a ellos solos reconocía Feijoo la facultad de inventar voces), se han lanzado a la generosa aventura de enriquecer el idioma. En ellos, hay que admirar muchas veces lo bizarro (en el sentido que se dio en francés a bizarre: ‘raro, extraño por apartarse de lo común’: así veían los vecinos a nuestros diplomáticos del XVI y a la gallarda gente de los tercios). Dígase si carece de tal cualidad la oferta de la participante en una tertulia televisiva de las varias que deslumbran con la enorme variedad y riqueza de sus saberes. Se estaba discutiendo una cuestión candente, la del PER, gracias al cual tantos campesinos aún pueden alcanzar el fin de mes. Y, junto a casos de penuria inquietante, otros hablaron de abusos en la percepción del subsidio: alguien los llamó pillos. Y entonces, vehemente y corroboradora, la periodista mencionada, ilustre por cierto, salió afirmando que, en ese asunto, hay mucho pillaje. El Diccionario dice de pillo que equivale a «sagaz y astuto», mientras que define pillaje como «hurto, latrocinio, rapiña», y que es también «saqueo» o «depredación». ¡Pobres perceptores, que a lo sumo se ayudan con chapucillas, convertidos en ladrones o desvalijadores, por gracia de quien asalta nuestras casas ignorancia en boca!
No es creación menor; paro las hay tan buenas, como la de aquel caballero experto en señales viarias que explicaba por qué predomina en ellas el color rojo; es porque alertiza mejor que los otros. ¿No apetece vitorear a sus ancestros?
Por cierto, alcanza auge extremo otro regalo latino; se están haciendo cabalas sobre los resultados probables de una etapa ciclista, y se dice de uno de sus participantes (o dicho audiovisualmente, unidades, como si fueran un tren) que «a priori se sabe que hasta el kilómetro cuarenta no atacará». Esa locución medieval escolástica es utilizada por cuantos desean modernizar su panoplia verbal, y la airean cuanto pueden. La han hecho equivaler a de antemano (que significa ‘por anticipado o anticipadamente’), y esta locución, tan nuestra, va perdiendo presencia a costa de a priori. Los significados de ambas locuciones están próximos, muchas veces pueden intercambiarse, pero no siempre son idénticos. Leo en un periódico: «Sigue la tónica de esta primera semana de Tour, con jornadas a priori reservadas para los velocistas», o bien: «El futuro plan de jubilación anticipada de funcionarios, criticada a priori por algunas centrales». ¿Por qué suplantando a de antemano aparece a priori en contextos tan triviales? Éste es un término con muchos genes filosóficos y no debe tirarse a barato; con él se nombra al conocimiento que se alcanza independientemente de la experiencia: «A priori se sabía que surgirían variantes del virus»; pero aun aquí, la locución de antemano caería bien: urge rescatarla de su actual decaimiento. Ya está de quirófano; con otros achuchones más, se irá al otro probable y apacible hispanismo.