En descargo y honor de los periódicos, debo decir que trataron muy bien a Sheila una vez que la policía la declaró libre de culpa. Publicaron el relato con mucha extensión, convirtiéndola en heroína; y no puedo quejarme por lo que dijeron de mí, salvo que hubiese preferido que no hablaran. La señorita Church lo confesó todo y la mandaron una larga temporada a Tehachapi. Llegó a admitir que había sido ella quien trajo la araña. El dinero estaba intacto, de modo que el doctor Rollinson recuperó su parte y la compañía de seguros no tuvo que pagar nada, con lo cual desapareció la preocupación que me había tenido despierto muchas noches.
Pero no era eso lo que nos inquietaba a Sheila y a mí, sino la pobre criatura que seguía en el hospital; fue sencillamente horrible. Los médicos no sabían lo que podía suceder. Durante dos o tres días mejoró en apariencia, y cualquiera hubiese creído que mejoraba, de no ser porque la temperatura subía lentamente y se le estaban poniendo más brillantes los ojos y más rojas las mejillas. Después se declaró la peritonitis, con bastante violencia. Luego, durante dos semanas, la temperatura se mantuvo en cuarenta grados, y cuando parecía que empezaba a descender hizo su aparición la bronconeumonía. Tres días tuvieron que aplicarle oxígeno, y quedó tan postrada que costaba trabajo suponer que pudiera vivir. Pero, por último, empezó a mejorar.
Durante todo aquel tiempo acompañé a Sheila al hospital dos veces por día, y mientras nos quedábamos sentados observando el gráfico, hablábamos de lo que pensábamos hacer en el futuro. Yo no tenía la menor idea. El enredo relativo a la compañía de seguros estaba solucionado; pero no me habían dicho que volviese a trabajar, ni esperaba que esto pudiera ocurrir. Después de toda la publicidad de los periódicos en torno a mi persona, dudaba que pudiera conseguir empleo, y no sabía adónde habría de dirigirme. Sabía algo de bancos, pero en esta clase de trabajos lo primero que uno debe tener es una hoja de servicios limpia.
Estábamos una noche sentados en el hospital, con las dos niñas acostadas, hojeando un libró de ilustraciones, cuando se abrió la puerta y entró el jefe de la casa central. Era la primera vez que le veíamos desde la noche en que bailó con Sheila, precisamente antes de salir para Honolulú. Traía una caja de flores, que depositó en manos de Sheila, con una reverente inclinación de cabeza.
—Se me ha ocurrido que podía venir un momento a ver cómo sigue su hija.
Sheila tomó las flores y escondió el rostro rápidamente para ocultar su emoción; después llamó a la enfermera, pidiéndole que pusiera las flores en agua. Le presentó a las niñas, y el director se sentó en la cama, jugando con ellas y pidiéndoles que le enseñaran el libro de ilustraciones. Trajeron las flores, y Sheila aspiró su aroma; eran crisantemos gigantes. Sheila le dio las gracias, y el hombre explicó que provenían de su propio jardín de Beverly. La enfermera se fue, y las niñas se quedaron quietas un rato; en ese momento Sheila se le acercó, se sentó en la cama a su lado, y cogiéndole una mano, dijo:
—Usted ha supuesto que nos daba una sorpresa, ¿no es verdad?
—Es lo que forzosamente tenía que pensar.
Buscó en un bolsillo y extrajo un par de muñecas. Las niñas se pusieron locas de alegría, y durante cinco minutos no hubo manera de seguir hablando. Pero Sheila seguía reteniendo la mano del anciano, y al final dijo:
—No es ninguna sorpresa. Le esperaba.
—¿Cómo es posible?
—Leí que había vuelto.
—Regresé ayer.
—Y estaba segura de que vendría.
El anciano me miró, sonriendo entre dientes.
—Debí resultar un excelente bailarín aquella vez. Sin duda me salió muy bien la rumba.
—No estuvo mal.
Sheila se rió y besó la mano: yo me levanté para sentarme en una silla. También él se sentó en una silla y, mirando los crisantemos, dijo:
—Bueno, cuando a uno le agrada una persona, es forzoso que le lleve flores.
—Y cuando a una le resulta agradable un hombre, sabe que las flores vendrán.
Estuvo callado un minuto y después dijo:
—Creo que ustedes dos forman la pareja de tontos más redomados que he conocido. Los más tontos.
—Lo mismo pensamos nosotros.
—Pero que no son delincuentes… Lo he leído todo en Honolulú, y al llegar me he enterado de los detalles. Si hubiera estado aquí, le habría sancionado exactamente igual que lo hizo Lou Frazier, y no tengo una sola palabra de censura sobre su actitud; pero yo no estaba aquí, y me alegro de haber estado ausente. Ahora que he vuelto, no sería capaz de hacerle pagar por su conducta. Se apartó usted de los reglamentos y de la prudencia, pero moralmente no hizo mal. Ha… ha sido estúpido. Pero suelo pensar que todos cometemos estupideces alguna vez. Hasta yo siento impulsos… especialmente cuando bailo la rumba.
Se detuvo, se restregó los ojos con las yemas de los dedos, los abrió mucho y mirándonos fijamente, agregó:
—Pero… los jefes son los jefes, y si bien Frazier no está ya tan indignado, no podría decir que se le haya pasado todavía el mal humor. Dudo que por ahora tenga usted nada que hacer en la casa central, amigo Bennett, por lo menos hasta que estas cosas hayan caído en el olvido. Sin embargo, he decidido abrir una nueva sucursal en Honolulú. ¿Le agradaría hacerse cargo de ella?
Amigos míos, ¿a qué gato no le gustan las sardinas?
De modo, pues, que en Honolulú es donde ahora vivimos los cinco: Sheila, yo, Anna, Charlotte y Arthur, un pequeño socio nuevo de quien ustedes no tenían noticias todavía, que llegó al mundo poco después de un año después de instalarnos aquí, y a quien hemos puesto el nombre del jefe. En este momento están afuera, en la playa; les veo mientras escribo en la galería, y puedo añadir, por si se les ocurre preguntarlo, que mi mujer está preciosa con su traje de baño. El anciano jefe vino hace una semana y nos contó que a Frazier le han trasladado al este, y que en cualquier momento que yo desee volver el campo está libre y me encontrará un puesto en seguida. Me gusta este lugar, y a Sheila y a los niños les agrada también. La sucursal hace buenos negocios. Otra cosa: me temo que, en el fondo, no quiero facilitar demasiado el camino para que Sheila y el viejo vuelvan a bailar la rumba.