Cuando ideaba al «Hombre Delgado», un hombre tan delgado que probablemente ni existía, Dashiell Hammett se miró al espejo y se vio alto, tuberculoso y con bigote, y exactamente así hizo a su «Hombre Delgado», su último gran sospechoso. Hammett se afeitó el bigote cuando fue a la cárcel en diciembre de 1951, un héroe, víctima de la caza de rojos en los Estados Unidos de América. Hammett es un escritor mítico, fabuloso en una época fabulosa. Nació en Maryland en 1894, y vivió los años veinte, tiempo de revolución mundial, gángsteres, plutócratas y políticos que prohibían el alcohol, mientras se llenaban los cines y la banda tocaba jazz. Se hizo marxista trabajando antes de la Gran Guerra para la Agencia de Detectives Pinkerton, policía privada rompehuelgas y linchadora de huelguistas. Soldado en una compañía de ambulancias, no salió de América, cogió la tuberculosis y se casó con la enfermera como si fuera un personaje de Hemingway.
Volvió a trabajar para Pinkerton, ocho años más, y luego escribió anuncios para una joyería y, desde 1922, fue cuentista barato. Inventó una nueva forma de escribir, de ver el mundo. Publicó su primera novela de verdad en 1929, Cosecha roja, y tuvo su primer gran éxito en 1930 con El halcón maltés. Creó dos detectives populares, el Agente de la Continental y Sam Spade. Fue el hombre de moda en Nueva York y Hollywood, famoso por sus seriales radiofónicos, el tebeo del Agente Secreto X-9, y películas como El halcón maltés y El hombre delgado, que generó una verdadera industria, como dice Diane Johnson en su biografía de Hammett. El autor francés de novelas negras Jean-Patrick Manchette ha definido el método literario de Hammett: decir lo que aparece a la vista y deducir la realidad de las apariencias, no de la dudosa interioridad de la gente. Porque todo el mundo miente, y quienes creen decir la verdad son los ingenuos.
Hammett, agente de la Pinkerton en Baltimore y San Francisco, tenía oído callejero y ojos hábiles en la observación de sospechosos. Era encantador, feliz favorito de las mujeres, bebedor imprevisible e inagotable e insoportable. Enfermo crónico, sin esperanza de vivir al día siguiente aunque no se murió hasta los primeros días de 1961, se lanzaba a la euforia alcohólica, rey de fiestas que destrozaban hoteles y casas. Tuvo suerte en los primeros años treinta, un tiempo de general mala fortuna. Fue rico. Raymond Chandler se lo encontró una noche, en una cena de escritores policíacos, en 1936, y lo consideró un tipo correcto, elegante, discreto, de pelo canoso y tremenda capacidad para el whisky escocés: un hombre auténtico. Se parecía físicamente al «Hombre Delgado», sospechoso de asesinato. Inspiraba confianza. Estando entre los mejor pagados por los estudios, montó sindicatos de escritores en Hollywood. Recaudó dinero para la República Española.
Dijo que el día más feliz de su vida fue el de su admisión en el Ejército, en septiembre de 1942, para luchar contra Hitler. Acabó destinado en Alaska, en las Islas Aleutianas. Veterano de dos guerras mundiales sin pelear en ninguna, un periódico de Chicago lo acusó de agente ruso en Alaska. Acabó la guerra mundial, y participó en campañas contra la guerra de Corea. No escribía, se negaba a volver a publicar los viejos cuentos. Había alcanzado una nueva notoriedad: las revistas de Hollywood lo catalogaban como el más peligroso e influyente comunista de América, uno de los cerebros rojos de la nación, magnate de la alta y distinguida sociedad del caviar y el vodka. Los inspectores de Hacienda y el FBI lo acosaban.
Llevaba sin publicar una novela quince años. Terminar La llave de cristal (1931) le había costado mucho, por pereza, borracheras y enfermedad. Empezó una novela llamada El hombre delgado, la dejó, y las páginas que llevaba escritas pasaron de mano en mano, se perdieron, y ahora son El primer hombre delgado. Volvió a empezar con el mismo sospechoso, otra vez el hombre delgado, el intelectual Wynant, metido en un caso de secretarias asesinadas, suplantación de personalidad y familias difíciles y posiblemente incestuosas. En el primer intento perdido y en el definitivo El hombre delgado (1934) se repite casi literalmente una frase: «El incesto existe, por eso tiene nombre», le dice en la versión definitiva el detective retirado Nick Charles a su mujer, la millonaria Nora, ingeniosa como la gran compañera de Hammett, Lillian Hellman, que convertiría al autor policíaco en personaje literario. Gracias a la obra de Hellman y al director Fred Zinnemann, que la llevó al cine, Hammett llegó a ser héroe de película, en Julia (1977). Jason Robards interpretaba a Dashiell Hammett, que también tuvo el cuerpo del actor Frederic Forrest en Hammett (El hombre de Chinatown, 1982), de Wim Wenders, según la novela de Joe Gores. El apellido de Forrest coincidía con el de la chica asesinada en El primer hombre delgado.
Cuando Hammett publicó por fin la novela El hombre delgado, era muy distinta de las páginas escritas y perdidas en 1930. El detective profesional se había transformado en millonario aficionado a la investigación criminal: Nick Charles, un detective retirado por el dinero de una esposa rica. El ruido de la calle y el tugurio había sido sustituido por la risa y la violencia en el salón, humor y copas incesantes de la mañana a la mañana siguiente. El detective de El primer hombre delgado, Guild el oscuro, callejeaba y fumaba sin fin, metiéndose sin invitación en viviendas y locales nocturnos de San Francisco. Hammett lo abandonó cuando el editor Alfred Knopf aplazó hasta 1931 la aparición de La llave de cristal. Entonces Hammett se fue a Hollywood, fracasó en varios proyectos de dejar la bebida y en un intento de suicidio, y triunfó rotundamente cuando publicó el segundo Hombre delgado. No volvió a publicar nunca más.
Había inventado la literatura de una época que se acababa. Hammett, en 1950, dio la novela negra por liquidada, o así lo declaró en un periódico: la novela negra pertenecía a los años del contrabando de licores y el crimen organizado. En 1950 el mejor de los novelistas policíacos era un belga que escribía en francés, Georges Simenon, dijo Hammett. El primer hombre delgado probablemente sea el último testimonio de novela negra auténtica, tal como Hammett la inventó.
J. N.