Elsa Fremont era una figura oscura al lado de Guild, en el taxi que los subía hacia Nob Hill, al oeste. Sus ojos brillaron a la luz de una farola. Tomó aire y preguntó:
—Piensa que Charley ha huido, ¿verdad?
—Es probable —dijo Guild—, pero a lo mejor está en casa cuando lleguemos.
—Así lo espero —dijo Elsa, muy seria—. Así lo espero, aunque… Tengo miedo.
Guild la miró oblicuamente.
—Ya lo ha dicho antes. ¿Es miedo a que le pase algo a Charley o a que le pase algo a usted?
Elsa se estremeció.
—No lo sé. Solo tengo miedo —apoyó la mano en la de Guild, preguntando quejumbrosamente—: ¿No van a coger a Wynant?
—Tiene la mano fría —dijo Guild.
Retiró la mano. La voz no era alta, pero la intensidad la volvía estridente.
—¿No es usted humano? —preguntó—. ¿Siempre es así, o es una pose? —Se retiró a una esquina del taxi—. ¿Es usted un cadáver asqueroso?
—No lo sé —dijo el hombre oscuro. Parecía un poco confundido—. No sé lo que quiere decir.
Elsa no volvió a hablar, y permaneció enfurruñada en su esquina hasta que el taxi llegó a la casa. Guild, sentado cómodamente, fue fumando hasta que el taxi se detuvo. Entonces se apeó y dijo:
—Me entretendré lo justo para ver si está en casa.
La chica cruzó la acera y abrió la puerta mientras Guild le pagaba al chófer. Había entrado, dejando la puerta abierta, cuando Guild subía los peldaños del portal. La siguió al interior. Había encendido las luces de la planta baja y, al pie de las escaleras, llamó:
—¡Charley!
No hubo respuesta.
Lanzó una exclamación de impaciencia y subió corriendo las escaleras. Cuando volvió a bajar, se movía como si estuviera muy cansada.
—No está —dijo—. No ha venido.
Guild asintió. Aparentemente no estaba decepcionado.
—La llamaré cuando me despierte —dijo, camino de la puerta de la calle—, o si tengo noticias suyas.
La chica se apresuró a contestar:
—No se vaya todavía, por favor, a menos que tenga algo que hacer. Yo no… Me gustaría que se quedara un momento.
—Muy bien —dijo Guild, y pasaron a la sala de estar. Cuando Elsa se hubo quitado el abrigo, lo dejó a solas unos minutos, fue a la cocina y volvió con whisky escocés, hielo, limones, vasos y un sifón. Se sentaron en el sofá con vasos en la mano. Entonces, mirándolo con curiosidad, Elsa Fremont dijo:
—Repito lo que dije en el taxi. ¿Es usted humano? ¿No existe manera de llegar a usted, de llegar a lo que verdaderamente tenga en su interior? Creo que es la persona más… —arrugó la frente, eligiendo las palabras—… más inaccesible e irreal que he conocido en mi vida. Intentar tener un auténtico contacto con usted es como intentar coger un puñado de humo.
Guild, que había escuchado con atención, asintió.
—Creo que sé lo que quiere decir. Es una ventaja cuando estoy trabajando.
—No le pregunto eso —protestó Elsa, moviendo el vaso en la mano, impaciente—. Le pregunto si esa es su verdadera forma de ser o si solo simula.
Guild sonrió y movió la cabeza sin comprometerse.
—Eso no es una sonrisa —dijo la chica—. Es fingida.
Se inclinó hacia él en un movimiento rápido y lo besó, manteniendo su boca en su boca durante un tiempo considerable. Cuando despegó los labios, sus pequeños ojos verdes examinaron la cara de Guild con detenimiento. Elsa hizo una mueca.
—Ni siquiera eres un cadáver: eres un fantasma.
Guild dijo amablemente:
—Estoy trabajando —y bebió un trago.
Elsa se puso roja.
—¿Piensa que estoy tratando de conquistarlo? —preguntó con calor.
Guild se rio.
—Me gustaría, sí, pero no me he referido a eso.
—No le gustaría —dijo Elsa—. Le daría miedo.
—Uh, uh —exclamó Guild, tontamente—. Estoy trabajando. Me sería más fácil manejarla.
No respondió a la broma la cara de Elsa, que dijo pacientemente, con gravedad:
—Con que me escuchara y creyera cuando le digo que no sé más que usted, sería bastante. Está desperdiciando su tiempo, cuando lo que debería hacer es buscar a Wynant. No sé nada. Charley no sabe nada. Los dos le diríamos lo que supiéramos. Ya le hemos dicho todo lo que sabemos. ¿Por qué no me cree cuando se lo digo?
—Lo siento —dijo Guild, como si no tuviera importancia—. Eso es absurdo. —Miró el reloj—. Son más de las cinco. Es mejor que me vaya.
Elsa Fremont tendió una mano para detenerlo, pero, en vez de hablar, miró fija y pensativamente al pañuelo que le envolvía la muñeca y movió los labios.
Guild encendió otro cigarro y esperó sin ningún signo de impaciencia.
Entonces Elsa encogió los hombros desnudos y dijo:
—Esto no es importante —volvió la cabeza para mirar a su espalda, nerviosa—, pero querría… ¿querría hacerme un favor antes de irse? Vea la casa y compruebe que todo está bien. Estoy nerviosa, trastornada.
—Claro —dijo Guild, servicial, y añadió, insinuante—: Si no tiene nada que contarme, la próxima vez nos irá mejor.
—No, no tengo nada que contar. Ya se lo he dicho todo.
—Muy bien. ¿Tiene una linterna?
Asintió y le trajo una de la habitación de al lado.
Cuando Guild volvió a la sala de estar, Elsa Fremont seguía donde la había dejado. Lo miró a la cara y la angustia desapareció de sus ojos.
—Era una tontería por mi parte, pero quiero darle las gracias.
Guild dejó la linterna en la mesa y buscó sus cigarrillos.
—¿Por qué me ha pedido que mire?
Elsa sonrió, avergonzada, y murmuró:
—Ha sido una tontería.
—¿Por qué me ha traído a su casa?
Lo miró fijamente con ojos en los que despertaba el miedo.
—¿Qué quiere decir? ¿Hay…?
Guild asintió.
—¿Qué es? —exclamó Elsa—. ¿Qué ha encontrado?
—He encontrado algo en el sótano.
La chica se llevó la mano a la boca.
—Su hermano —concluyó Guild.
—¿Qué dice? —Elsa Fremont gritó.
—Está muerto.
—¿Lo han matado? —la mano sobre la boca amortiguaba la voz.
Guild asintió.
—Suicidio, o eso parece. La pistola podría ser la misma que mató a la chica. La… —se interrumpió y la cogió por el brazo cuando intentaba apartarlo para alcanzar la puerta—. Espere. Habrá tiempo de sobra para que lo vea. Quiero hablar con usted.
Elsa se quedó inmóvil, mirándolo fijamente con los ojos muy abiertos, sin comprender.
—Y quiero que usted hable conmigo.
No daba señales de oírlo.
—Su hermano mató a Columbia Forrest, ¿no es así?
Elsa Fremont seguía mirándolo sin entender, y apenas movió los labios.
—Está loco, loco —murmuró con voz plana, cansada.
Guild todavía la sujetaba por el brazo. Se pasó la punta de la lengua por los labios y preguntó en un tono bajo y persuasivo:
—¿Cómo sabe que no la mató?
Elsa empezó a temblar.
—No hubiera podido —gritó. La vida había vuelto a sus ojos y a su cara—. No hubiera podido.
—¿Por qué?
Liberó el brazo, con una sacudida, de la mano de Guild, y se encaró con él.
—No hubiera podido, imbécil. No estaba allí. Puedes averiguar dónde estaba sin ningún problema. Lo habrías averiguado mucho antes si tuvieras algo de cerebro. Esa tarde estaba en una reunión de la Comisión de Boxeo, arreglando la licencia o algún asunto de Sammy. Te lo habrían dicho allí. Hay acta de la reunión.
El hombre oscuro no pareció sorprenderse. Los ojos azules meditaban bajo unas cejas un poco juntas.
—No la mató, pero se suicidó —dijo lentamente y con aire de estar oyéndose a sí mismo—. Lo que también es absurdo.