III

Una pelirroja vestida de blanco abrió la puerta.

—Quiero ver al señor Charles Fremont —dijo Guild.

—Sí, señor —dijo la chica amistosamente, con voz resonante, gutural—. Pase.

Lo condujo a una sala de estar confortablemente amueblada, a la derecha del recibidor.

—Siéntese, llamaré a mi hermano —dijo. Salió por otra puerta y llamó con voz cantarina—: Charley, un señor quiere verte.

—Ahora mismo bajo —contestó desde el piso de arriba una voz de hombre.

La chica pelirroja volvió a la habitación donde Guild estaba.

—Bajará en un momento —dijo.

Guild le dio las gracias.

—Pero siéntese —dijo la chica, sentándose en una esquina del sofá. Tenía unas piernas sorprendentes, maravillosas.

Guild se sentó en un sillón, en el otro extremo del cuarto, pero se levantó inmediatamente para ofrecerle un cigarrillo y el encendedor.

—Quiero ver a su hermano —dijo mientras volvía a sentarse— para preguntarle si conoce a la señorita Columbia Forrest.

La chica se rio.

—Es probable que la conozca —dijo—. Es… Se van a casar mañana.

—Bueno, es que… —dijo Guild, y se detuvo cuando oyó pasos que bajaban del segundo piso.

Un hombre entró en la habitación. Tenía unos treinta y cinco años, superaba ligeramente la estatura media, y, de constitución delgada, vestía traje gris, más bien informal, y camisa azul lavanda con un exuberante pañuelo de bolsillo. Su cara era afilada, atractiva, una de esas de labios finos y astutos.

—Le presento a mi hermano —dijo la chica.

Guild se levantó.

—Estoy intentando conseguir información sobre la señorita Columbia Forrest —dijo, y le dio a Charles Fremont una de sus tarjetas.

La curiosidad que había demostrado la cara de Fremont ante las palabras de Guild se convirtió en asombro y rechazo cuando leyó la tarjeta.

—¿Qué…?

—Ha habido problemas en Hell Bend —lo interrumpió Guild.

Los ojos de Fremont, muy claros, se agrandaron.

—¿Wynant ha…?

Guild asintió.

—Le disparó esta tarde a la señorita Forrest.

Los Fremont se miraron desencajados, horrorizados.

—¡Te lo había dicho, Charley! —tartamudeó la chica a través de los dedos de una mano, temblando. Charles Fremont se volvió ferozmente hacia Guild—. ¿Está herida de gravedad? ¡Dígamelo!

—Está muerta —dijo el hombre oscuro.

Fremont sollozó y se sentó con la cara entre las manos. Su hermana se arrodilló a su lado, abrazándolo. Guild, de pie, los miraba.

Levantó la cabeza Fremont, y preguntó:

—¿Y Wynant?

—Se ha ido.

Fremont exhaló el aire con un gemido. Se irguió en la silla, acariciando la mano de su hermana, liberándose de sus brazos.

—Voy a la casa ahora mismo —le dijo, y se puso en pie.

Guild acabó de encender un cigarro. Dijo:

—Eso está muy bien, pero sería más útil que me contara algunas cosas antes de irse.

—Todo lo que me sea posible —se ofreció Fremont sin reservas.

—¿Se iban a casar mañana?

—Sí. Ella estuvo aquí anoche, con nosotros, y la convencí. Íbamos a salir mañana por la mañana, en coche, hacia Portland, donde solo tendríamos que esperar tres días para la licencia de matrimonio, y luego pensábamos ir a Banff. Acabo de mandar un telegrama al hotel para hacer las reservas. Ella cogió el coche (el nuevo, en el que pensábamos viajar) y subió a Hell Bend a recoger sus cosas. Le pedí que no fuera (mi hermana y yo intentamos convencerla) porque sabíamos que Wynant causaría problemas, pero… No se nos había ocurrido pensar que pudiera hacer una cosa así.

—¿Usted lo conocía bien?

—No, solo lo he visto una vez, hace unas tres semanas, cuando vino a verme.

—¿Para qué vino a verle?

—Para pelearse conmigo, por ella. Para decirme que la dejara.

Guild parecía a punto de sonreír.

—¿Y qué le dijo usted?

Los finos labios de Fremont dejaron ver sus dientes.

—¿Tengo pinta de haberle dicho algo que no fuera mandarlo a la mierda? —preguntó.

Asintió el hombre oscuro.

—Muy bien. ¿Qué sabe usted de Wynant?

—Nada.

Guild arrugó la frente.

—Algo sabrá, ¿no? Ella le hablaría de él.

La ira se borró de la afilada cara de Fremont, dejándole solo tristeza.

—No me gustaba que me hablara —dijo—, y no me habló.

—¿Por qué?

—¡Jesús! —exclamó Fremont—. Ella estaba viviendo en su casa y yo estaba loco por ella. Y sabía que Wynant también —se mordió el labio—. ¿Cree usted que era algo de lo que me gustaba hablar?

Guild lo miró pensativamente antes de dirigirse a la chica.

—¿A usted qué le contó?

—Nada. A ella le gustaba hablar de ese hombre tampoco como a Charley.

Guild frunció las cejas.

—¿Y entonces por qué estaba con Wynant?

Fremont, dolorido, contestó:

—Iba a dejarlo. Por eso la mató.

El hombre oscuro se metió las manos en los bolsillos, atravesó la habitación, llegó a la pared de las ventanas y volvió al punto de partida, entrecerrando los ojos un poco entre el humo de su cigarro.

—¿No sabe a dónde ha podido ir Wynant? ¿Con quién podría contactar? ¿Cómo podríamos encontrarlo?

Fremont negó con la cabeza.

—¿No cree que ya se lo habría dicho si lo supiera? —preguntó con amargura.

Guild no le contestó. Preguntó:

—¿De dónde es la familia de la señorita Forrest?

—No lo sé. Creo que aún vivía su padre, en algún lugar de Texas. Sé que era hija única y que su madre había muerto.

—¿Desde cuándo la conocía usted?

—Desde hace cuatro o cinco meses.

—¿Dónde la conoció?

—En un bar clandestino de Powell Street, un par de calles más abajo del Fairmont. Estaba en una fiesta con alguna gente que conozco, con Helen Robier, que vive, creo, en el Cathedral, y con un tipo que se llama MacWilliams.

Guild paseó otra vez hasta las ventanas y volvió.

—No me gusta esto —dijo, alzando la voz, pero aparentemente no se dirigía a los Fremont—. No tiene sentido. Es… Vean esto.

Se paró ante los Fremont y se sacó del bolsillo algunas fotografías.

—¿Son buenas? —eligió tres—. Yo solo la he visto muerta.

Los Fremont las miraron y asintieron.

—Especialmente la del centro —dijo la chica—. Tú tienes una igual, Charley.

Guild separó las fotos de la chica y desplegó dos de un hombre con bigote.

—¿Y estas?

—Nunca he visto a ese hombre —dijo la chica, pero su hermano asintió y dijo—: Es él.

Guild pareció satisfecho con las respuestas de Charles Fremont. Volvió a guardarse las fotos.

—No sé exactamente lo que es, pero hay algo raro —miró al suelo con cara de pocos amigos, y rápidamente levantó la vista—. Ustedes, amigos, ¿no me la estarán jugando, verdad?

—No diga imbecilidades —dijo Charles Fremont.

—Muy bien, pero hay algo que falla.

—¿Qué? —dijo la chica—. A lo mejor, si nos dice qué cree usted que falla…

Guild negó con la cabeza.

—Si yo supiera dónde está el fallo, ya hubiera descubierto por mi cuenta el motivo. No importa. Lo sabré. Quiero los nombres y direcciones de todos los amigos de Columbia Forrest, la gente que conocía y que ustedes conocen.

—Ya le he dicho que Helen Robier vive en el Cathedral, estoy seguro —dijo Fremont—. MacWilliams trabaja en el Edificio Russ, para un agente de bolsa, creo. Eso es todo lo que sé sobre él y no creo que Columbia lo conozca… —tragó saliva—. No creo que lo conociera demasiado. Son los únicos que conozco.

—No creo que sean los únicos —dijo Guild.

—Por favor, señor Guild —dijo la chica, acercándosele—, no sea desagradable con Charley. Está intentando ayudarle. Estamos intentando ayudarle, pero… —dio una patada en el suelo y gritó irritada, entre lágrimas—: ¿No puede tener usted alguna consideración con él?

Guild dijo:

—Por supuesto, por supuesto —cogió su sombrero y se dirigió a Fremont—. Le he traído su coche. Está aparcado delante de la casa.

—Gracias, Guild.

Algo golpeó una de las ventanas, arrancando un triángulo de cristal del ángulo inferior izquierdo, que cayó al suelo. Charles Fremont, frente a la ventana, se tiró al suelo, lanzando un sonido inarticulado. Hubo un disparo de pistola a través del hueco en el cristal. La bala pasó sobre la cabeza de Fremont e hizo un pequeño agujero en la pared pintada de verde.

Guild se lanzaba hacia la puerta de la casa en el mismo momento en que el agujero de bala apareció en la pared. Llevaba una pistola negra en la mano derecha. Afuera, aquel tramo de Guerrero Street estaba desierto. Guild se dirigió rápidamente, aunque echando miradas a su espalda, a la esquina más próxima. Y, desde allí, volvió sobre sus pasos lentamente, deteniéndose para escudriñar en los sombríos portales y en las oscuras entradas a los sótanos, bajo las escaleras de acceso a las casas.

Fremont salió para reunirse con él. Se abrían ventanas a lo largo de la calle y la gente se asomaba a mirar.

—Vuelva adentro —dijo, cortante, Guild a Fremont—. Le están disparando a usted. Entre y llame a la policía.

—Elsa la está llamando. Se ha afeitado el bigote, Guild.

—Pues sería lo primero que ha hecho. Vuelva a la casa.

Fremont dijo:

—No —y siguió a Guild, que inspeccionaba la calle. Allí estaban cuando llegó la policía. No encontraron a Wynant. Al doblar una esquina, dos calles más abajo de casa de los Fremont, encontraron un cupé Buick del año anterior, cuya matrícula coincidía con la que Boyer le había dado a Guild: el coche de Wynant.