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UNA PROPUESTA

El tiempo transcurría lentamente en aquel lugar resguardado y extraño.

Por su parte, Nebogipfel parecía bastante feliz con nuestra situación. Pasaba la mayor parte del día con el rostro contra la piel titilante del Constructor Universal, sumergido en el Mar de Información. Tenía poco tiempo, o paciencia, para mí; le representaba claramente un esfuerzo —una pérdida— apartarse de aquella rica vena de conocimientos antiguos y enfrentarse a mi ignorancia, e incluso más a mi primitivo deseo de compañía.

Me dediqué a haraganear, sin rumbo, por el apartamento. Mascaba la comida; usaba el baño de vapor; jugaba con la mesa de multiplicidad; miraba por las ventanas una Tierra que se me había hecho tan inhóspita como la superficie de Júpiter.

¡No tenía nada que hacer! Y estaba en ese ánimo de futilidad porque me encontraba tan lejos de mi hogar y mi propia gente que no veía cómo podría vivir. Comencé a caer a profundidades mayores de depresión.

Entonces, un día, Nebogipfel vino a verme con lo que él llamaba una propuesta.

Estábamos en la habitación donde se sentaba nuestro amigo el Constructor, tan rechoncho y plácido como siempre. Nebogipfel, como de costumbre, estaba conectado al Constructor por el tubo de cilios brillantes.

—Tienes que entender el fondo de todo el asunto —dijo, y rotó el ojo natural para poder mirarme—. Para empezar, debes comprender que las metas de los Constructores son muy diferentes de las de tu especie o la mía.

—Eso lo entiendo —dije—. Las diferencias físicas por sí solas…

—Va más allá de eso.

Generalmente, cuando empezábamos un debate de ese tipo —conmigo en el papel de Ignoramus—, Nebogipfel mostraba signos de impaciencia, los deseos de un salmón por regresar a las profundidades del Mar de Información. Sin embargo, esta vez habló con paciencia y cuidado, y comprendí que quería dejar bien claro lo que tenía que decir.

Comencé a sentirme incómodo. ¡Era evidente que el Morlock creía que tenía que convencerme de algo!

Siguió discutiendo las metas de los Constructores.

—Una especie no puede sobrevivir por mucho tiempo si sigue cargando con el peso de las antiguas motivaciones que tú soportas. No te ofendas.

—En absoluto —dije seco.

—Por supuesto, me refiero a la territorialidad, la agresión, la resolución violenta de las disputas… Planes imperialistas y cosas por el estilo se hacen inimaginables cuando la tecnología se desarrolla más allá de cierto punto. Con armas del poder de la bomba de carolinio de die Zeitmaschine, u otras peores, las cosas deben cambiar. Un hombre de tu misma época dijo que la invención de las armas atómicas lo había cambiado todo menos la forma de pensar de la humanidad.

—No puedo discutir tu tesis —dije—, porque parece que, como dices, los límites de la humanidad, los vestigios del viejo Adán, fueron al final suficientes para provocar nuestra caída… ¿Pero cuáles son las metas de tus superhombres mentales, los Constructores?

Vaciló.

—En cierto sentido, una especie, considerada como un todo, no tiene metas. ¿Los hombres de tu época tenían metas en común, aparte de respirar, comer y reproducirse?

Lancé un gruñido.

—Metas compartidas con el más pequeño de los bacilos.

—Pero, a pesar de su complejidad, uno puede, creo, clasificar las metas de una especie, dependiendo de su estado de desarrollo y de los recursos que consecuentemente precisa.

Una civilización preindustrial, dijo Nebogipfel —y pensé en Inglaterra durante la Edad Media—, necesita materias primas: para comer, vestirse, mantenerse caliente y demás.

Pero una vez que la industria se ha desarrollado, los materiales pueden sustituirse, para acomodarse a las limitaciones de un recurso particular.

Ese estado podría describir mi propio siglo, y vi que se podrían considerar, en un sentido genérico, las actividades de la humanidad en esa época terrible como guiadas en su mayoría por la competición por esos dos recursos clave: mano de obra y capital.

—Pero hay una fase más allá de la industrial —dijo Nebogipfel—. Es la Postindustrial. Mi propia especie había llegado a ese estadio, a tu llegada ya llevábamos en él buena parte de medio millón de años, pero es una fase sin fin.

—Dime en qué consiste. Si el capital y el trabajo ya no son los determinantes de la evolución social…

—No lo son, porque la información puede compensar su falta. ¿Lo entiendes? Así, el Suelo transmutador de la Esfera, por medio del conocimiento investido en su estructura, podía compensar cualquier limitación de recursos, más allá de la energía fundamental…

—¿Y lo que dices es que esos Constructores, dada su fragmentación en una miríada de facciones complejas, buscan, en su base, más conocimientos?

—La información, su recogida, interpretación y archivo, es la meta definitiva de toda vida inteligente. —Me miró sombrío—. Nosotros entendimos eso, y habíamos comenzado a emplear los recursos del sistema solar para ese fin; los hombres del siglo diecinueve apenas habíais comenzado a acercaron a tientas a entender esa idea.

—Muy bien —dije—. Por tanto, debemos preguntar ¿qué limita la acumulación de información? —Miré las estrellas cubiertas—. Me parece que los Constructores Universales ya han vallado la mayor parte de la galaxia.

—Y hay más galaxias más allá —dijo Nebogipfel—. Un millón de millones de sistemas estelares tan grandes como éste.

—Por lo tanto, es posible que incluso ahora las grandes naves a vela de los Constructores vaguen, como semilla de dientes de dragón, hacia lo que esté más allá de la galaxia… quizás, al final, los Constructores puedan conquistar todo este universo material, y dedicarlo al almacenamiento y clasificación de información tal y como lo describes. El universo se convertiría en una gran biblioteca, la mayor imaginable, infinita en profundidad y amplitud…

—Ciertamente es un gran proyecto y, sí, la mayor parte de las energías de los Constructores se dedica a esa meta: a estudiar las formas en que la inteligencia pueda sobrevivir en el futuro remoto, cuando la Mente ocupe todo el universo, y cuando todas las estrellas hayan muerto, y los planetas se hayan separado de sus soles… y la misma materia comience a desintegrarse.

»Pero te equivocas: el universo no es infinito. Y por tanto no es suficiente. No para algunas facciones de los Constructores. ¿Ves? Este universo está limitado por el Espacio y el Tiempo; comenzó en un punto determinado del pasado, y deberá terminar con la desintegración final de la materia, en el final definitivo del tiempo…

»Algunos Constructores, un grupo, no están preparados para aceptar esa finitud —dijo Nebogipfel—. No pueden aprobar ninguna limitación del conocimiento. ¡Un universo finito no es suficiente para ellos! Y se preparan para hacer algo al respecto.

Eso me produjo un escalofrío —temor puro y sin adulterar— por el cuero cabelludo. Miré las estrellas escondidas. Ésa era una especie que ya era inmortal, que había conquistado una galaxia, que absorbería un universo, ¿cómo podían sus ambiciones ser aún mayores?

Y me pregunté, tenebroso, ¿cómo podría afectarnos a nosotros?

Nebogipfel, todavía unido al dispositivo ocular, se rozó la cara con el revés de la mano, de la misma forma que un gato, limpiándose restos de comida del pelo y la barbilla.

—No entiendo todavía por completo su plan —dijo—. Tiene algo que ver con la plattnerita y el viaje en el tiempo y, creo, con el concepto de multiplicidad de la historia. Los datos son complejos, tan brillantes

Pensé que ésa era una palabra extraordinaria para que él la usara; por primera vez pensé en el coraje y la fuerza intelectual que debía emplear el Morlock para descender al Mar de Información de los Constructores, para enfrentarse a ese océano de deslumbrantes ideas.

—Se está construyendo una flota de Naves, enormes Máquinas del Tiempo —continuó—, mucho más allá de las posibilidades de tu siglo o el mío. Con ellas, los Constructores intentan, creo, penetrar en el pasado, el pasado profundo.

—¿Cuánto? ¿Más allá del Paleoceno?

Me miró con calma.

—Oh, mucho más allá.

—Bien. ¿Y qué pasa con nosotros, Nebogipfel? ¿Cuál es esa «propuesta» que tienes?

—Nuestro anfitrión, el Constructor que está aquí con nosotros, pertenece a esa facción. Pudo detectar nuestra aproximación en el tiempo. No puedo darte detalles; están muy avanzados. Pudieron sentir nuestra llegada, en el tosco coche del tiempo, desde el Paleoceno. Y por tanto, estaba allí para darnos la bienvenida.

El Constructor había podido seguir nuestro avance hacia la superficie del tiempo ¡como si fuésemos tímidos peces de aguas profundas!

—Bien, agradezco que estuviese allí. Después de todo, si no nos hubiese recibido y nos hubiese curado con cirugía molecular, estaríamos tan muertos como clavos.

—Es cierto.

—¿Y ahora?

Separó la cara del dispositivo ocular del Constructor; se soltó con un ruido obsceno.

—Creo —dijo lentamente— que entienden tu importancia; el hecho de que tu invención inicial propagara los cambios, la explosión de multiplicidad que condujo a todo esto.

—¿Qué quieres decir?

—Creo que saben quién eres. Y quieren que viajemos con ellos, en sus grandes Naves, a los límites del Inicio del Tiempo.