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LOS HEREDEROS MECÁNICOS DEL HOMBRE

Nebogipfel reconstruyó algo de la historia de la humanidad en los últimos cincuenta millones de años. Me advirtió que la mayor parte eran conclusiones provisionales: un edificio de especulaciones sostenido sobre unos pocos hechos ciertos que había podido recuperar del Mar de Información.

Probablemente había habido varias olas de colonización estelar por parte del hombre y sus descendientes, dijo Nebogipfel. Durante nuestro viaje en el tiempo habíamos presenciado el lanzamiento de una generación de esas naves desde la Ciudad Orbital.

—No es difícil construir una nave interestelar —dijo—, si se tiene paciencia. Supongo que tus amigos de 1944 en el Paleoceno podían haber diseñado un vehículo así sólo un siglo o dos después de nuestra partida. Se necesita una unidad de propulsión, un cohete químico, de iones o láser; o quizás una vela solar del tipo que hemos visto. Y hay estrategias para emplear los recursos del sistema solar para huir del Sol. Podrías, por ejemplo, ir hacia Júpiter y utilizar la masa del planeta para impulsar la nave estelar hacia el Sol. Con un impulso en el perihelio, podrías conseguir fácilmente la velocidad de escape del Sol.

—¿Y entonces estarías libre del sistema solar?

—En el otro lado, se necesitaría invertir el proceso, emplear los pozos gravitatorios de estrellas y planetas para acomodarse al nuevo sistema. Puede llevar decenas, cientos de miles de años completar el viaje. Así de grandes son los abismos entre las estrellas.

—¿Mil siglos? ¿Quién podría sobrevivir durante tanto tiempo? ¿Qué nave? Sólo las provisiones…

—No lo has entendido —dijo—. No se enviarían humanos. La nave sería un autómata. Una máquina con habilidades manipulativas y una inteligencia de al menos nivel humano. La tarea de la máquina sería explotar los recursos del sistema estelar de destino, utilizando los planetas, los cometas, los asteroides, el polvo y todo lo que pudiese encontrar para construir una colonia.

—Los «autómatas» —comenté— suenan muy parecidos a los Constructores Universales.

No contestó.

—Puedo ver la lógica de enviar una máquina para recoger información. Pero más allá de eso, ¿qué sentido tiene? ¿Qué sentido tiene una colonia sin humanos?

—Pero esa máquina podría construir cualquier cosa si tiene tiempo y recursos suficientes —dijo el Morlock—. Con síntesis celular y tecnología de matrices artificiales, podría incluso construir humanos para habitar la nueva colonia. ¿Entiendes?

Protesté —porque la idea me parecía antinatural y horrenda—, ¡hasta que recordé, con vacilación, que yo había visto una vez la «construcción» de un Morlock de esa misma forma!

Nebogipfel continuó.

—Pero la tarea más importante de la sonda sería construir más copias de sí misma. Se las propulsaría, por ejemplo, con gases tomados de las estrellas, y se las enviaría a otros sistemas estelares.

»Y así, lenta pero segura, se realizaría la colonización de la Galaxia.

—Pero aun así requeriría mucho tiempo. Diez mil años para llegar a la estrella más cercana que está a unos años luz…

—Cuatro.

—Y la galaxia misma…

—Tiene cien mil años luz de diámetro. Sería lento. La migración a través de la galaxia sería como la expansión de las moléculas de gas en el vacío —dijo—. Al menos, al principio. Pero entonces las colonias comenzarían a interaccionar unas con otras. ¿Entiendes? Se podrían formar imperios que abarcasen las estrellas. Otros grupos se opondrían al imperio. La difusión se reduciría… pero continuaría inexorablemente. Por medio de las técnicas que te he descrito se necesitarían diez millones de años para completar la colonización de la Galaxia, pero podría hacerse. Y, como sería imposible cambiar las órdenes de una sonda una vez lanzada, se haría. Debe haberse completado ya, cincuenta millones de años después de la formación de Primer Londres.

»Creo que las primeras generaciones de Constructores se construyeron con limitaciones antropocéntricas en sus mentes. Fueron construidos para servir al hombre. Pero aquellos Constructores no eran simplemente dispositivos mecánicos, eran entidades conscientes. Y cuando partieron a la galaxia, explorando mundos jamás soñados por el hombre y rediseñándose a sí mismos, pronto superaron la comprensión de la humanidad y rompieron las limitaciones de sus creadores… Las máquinas se liberaron.

—Gran Scott —dije—. Supongo que los militares de esa época remota no se tomarían la idea muy bien.

—Sí. Hubo guerras… Los datos son fragmentarios. De cualquier forma, sólo podía haber un vencedor en un conflicto así.

—¿Y qué hay de los hombres? ¿Cómo se tomaron todo eso?

—Algunos bien, otros mal. —Nebogipfel giró un poco la cabeza y torció el ojo—. ¿Qué crees? Los humanos son una especie diversa, con muchas metas fragmentarias, incluso en tu época; imagina cuán diversas se hicieron las cosas cuando la gente se extendió por cientos, miles de sistemas estelares. Los Constructores, también, se dividieron rápidamente. Como especie son más unificados de lo que nunca lo fueron los humanos, por razón de su naturaleza física, pero debido a la cantidad de información mucho mayor a la que tienen acceso sus metas son mucho más complejas y variadas.

Pero, a través de aquellos conflictos, pensaba Nebogipfel, la lenta conquista de las estrellas había continuado.

Nebogipfel me dijo que el lanzamiento de la primera nave estelar había marcado la mayor desviación que hubiésemos presenciado hasta ahora de la historia original.

—Los hombres… tus amigos, los nuevos humanos… lo han cambiado todo en el mundo, incluso a una escala geológica y cósmica. Me pregunto si lo entiendes…

—Bien, debería. He atravesado ese intervalo contigo, de camino al Paleoceno y de vuelta…

—Pero entonces viajábamos por una historia sin inteligencia. Mira. Te he hablado de la migración interestelar. Si a la Mente se le da la oportunidad de actuar a esas escalas…

—He visto lo que le ha hecho a la Tierra.

—Más que eso, ¡más que un único planeta! La actividad paciente de la Mente puede alterar incluso la misma estructura del universo —susurró—, si se le da tiempo suficiente… incluso nosotros apenas estábamos a medio millón de años de las llanuras de África, y habíamos capturado un sol…

»Mira el cielo —dijo—. ¿Dónde están las estrellas? Apenas queda una estrella desnuda en el cielo. Recuerda que esto es 1891, o sus alrededores: no puede haber ninguna razón cosmológica para la desaparición de las estrellas, si lo comparamos con el cielo de tu Richmond.

»Con mis ojos acostumbrados a la oscuridad, puedo ver un poco más que tú. Y te digo que hay un conjunto de puntos rojizos ahí: es radiación infrarroja, calor.

Entonces lo entendí, casi como un golpe físico.

—Es cierto —dije—. Es cierto… Tu hipótesis de conquista galáctica. La prueba es evidente, ¡en el mismo cielo! La estrellas deben de estar cubiertas, casi todas ellas; por conchas artificiales, como la Esfera de los Morlocks. —Miré el cielo vacío—. Buen Dios, Nebogipfel; ¡los seres humanos, y sus máquinas, han alterado el mismo cielo!

—Era inevitable que así sucediese una vez que se lanzó el primer Constructor. ¿Entiendes?

Miré al cielo oscurecido sintiendo el peso del asombro. No era la naturaleza alterada del cielo lo que me sorprendía, ¡sino la noción de que todo aquello —absolutamente todo, hasta el rincón más lejano de la galaxia— había surgido cuando hice añicos la historia con la Máquina del Tiempo!

—Veo que los hombres han abandonado la Tierra —dije—. La inestabilidad climática nos la ha vedado. Pero en algún lugar… —agité la mano— en algún lugar debe de haber hombres y mujeres, ¡en esos hogares dispersos!

—No —dijo—. Recuerda que los Constructores lo ven todo; lo saben todo. Y no he visto hombres como tú. Oh, aquí y allá podrías encontrar criaturas biológicas que descienden del hombre, pero tan distintas de tu forma como yo. ¿Y me considerarías tú un hombre? Y las formas biológicas son en su mayoría degeneradas…

—¿No hay verdaderos hombres?

—Hay descendientes del hombre por todas partes. Pero en ningún lugar encontrarás una criatura más relacionada contigo que, digamos, una ballena o un elefante…

Cité lo que recordaba de Charles Darwin:

—«A juzgar por el pasado, podemos suponer con seguridad que ninguna especie viva transmitirá su forma inalterada al distante futuro…»

—Darwin tenía razón —dijo Nebogipfel con suavidad.

Esa idea —¡que de tu tipo eres el único en la galaxia!— es difícil de aceptar, y guardé silencio, mirando las estrellas cubiertas. ¿Estaba cada uno de esos globos tan densamente poblado como la Esfera de Nebogipfel? Mi fértil imaginación comenzó a poblar aquellos enormes mundos-edificios con los descendientes de los verdaderos hombres, con hombres peces, hombres pájaro, hombres de fuego y hielo, y me pregunté qué relatos se contarían si un Gulliver inmortal pudiese viajar de mundo en mundo, visitando a todos los distintos descendientes de la humanidad.

—Puede que el hombre se haya extinguido —dijo Nebogipfel—. Toda especie biológica se extingue en una escala de tiempo suficiente. Pero los Constructores no pueden extinguirse. ¿Entiendes eso? Con los Constructores la esencia de la raza no está en la forma, biológica o de otro tipo, está en la Información que la raza ha acumulado y almacenado. Y eso es inmortal. Una vez que una raza se ha entregado a Hijos así, de metal e Información, no puede desaparecer. ¿Lo entiendes?

Me volví hacia el paisaje de la Tierra Blanca más allá de la ventana. Lo entendía muy bien, lo entendía todo ¡demasiado bien!

Los hombres habían lanzado aquellos obreros mecánicos a las estrellas, para encontrar nuevos mundos y construir colonias. Imaginé aquella nao de luz saliendo de una Tierra que se había hecho demasiado pequeña, avanzando brillante hacia el cielo, más y más pequeña hasta que el azul se la tragase… Había un millón de historias perdidas, pensé, de cómo los hombres habían aprendido a soportar las extrañas gravedades, los gases no familiares y los rigores del espacio.

Era una migración de las que hacen época —cambió la naturaleza del cosmos—, pero su lanzamiento era, tal vez, un último esfuerzo, un espasmo antes del colapso de la civilización en el Mundo Madre. Frente a la desintegración de la atmósfera, los hombre de la Tierra se debilitaron, se marchitaron —para probarlo tenemos la evidencia del patético espejo en la Luna— y, al final, murieron.

Pero entonces, mucho más tarde, regresaron a la Tierra desierta las máquinas de colonización que había enviado el hombre, o sus descendientes, los Constructores Universales, enormemente sofisticados. Los Constructores eran descendientes del hombre, en cierta forma, y aun así habían ido más allá de los límites de lo que los hombres podían hacer; y habían desechado al viejo Adán, y todos los restos de bestias y reptiles que acechaban en su cuerpo y espíritu.

¡Vi todo eso! La Tierra había sido repoblada; y no por el hombre sino por los Herederos Mecánicos del Hombre, que habían vuelto, cambiados, de las estrellas.

Y todo eso —todo eso— se había producido a partir de la pequeña colonia fundada en el Paleoceno. Pensé que Hilary había previsto algo así: la reestructuración del cosmos se había producido a partir del pequeño y frágil grupo de doce personas, aquella insignificante semilla plantada a cincuenta millones de años de profundidad.