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EL GENERADOR DE MULTIPLICIDAD

Nebogipfel continuó sus experimentos con la mesa de billar. Repetidamente la bola encontraba la algarabía que había observado en el centro de la mesa, y varias veces creí ver bolas de billar —más copias de la original— que aparecían del aire e interferían en la trayectoria de la primera. En ocasiones la bola emergía de aquellas colisiones y continuaba con el camino que habría seguido a pesar de los choques; sin embargo, en ocasiones se desviaba en trayectorias muy diferentes, y —una o dos veces— observamos el tipo de incidente que describí antes, en el que una bola estacionaria recibía un golpe que la sacaba de su posición, sin mi intervención o la de Nebogipfel.

Todo aquello era un juego muy entretenido —y estaba claro que había algo raro en ello—, pero no podía entenderlo aunque me fuese la vida en ello, a pesar de los rastros de plattnerita en las troneras. Mi única observación era que cuanto más lentamente viajaba la bola, más probable era que se desviase de su trayectoria.

Sin embargo, el Morlock se emocionaba cada vez más con aquello. Se sumergía en el interior del paciente Constructor, hundiéndose una vez más en el Mar de Información, y salía con algún nuevo fragmento de conocimiento que había pescado —murmuraba para sí en el dialecto obscuro y líquido de su pueblo— y se apresuraba de vuelta hacia la mesa de billar para probar los nuevos datos.

AL fin, estuvo preparado para compartir sus hipótesis conmigo; me sacó del baño de vapor. Me sequé con la camisa y corrí tras él hasta la sala de billar; sus pequeños pies tamborileaban en el duro suelo. No recordaba haberlo visto tan emocionado.

—Creo que entiendo para qué sirve esta mesa —dijo sin respiración.

—¿Sí?

—Es… ¿cómo puedo expresarlo?… es sólo una demostración, poco más que un juguete… pero es un Generador de Multiplicidad. ¿Entiendes?

Levanté las manos.

—Me temo que no entiendo nada.

—A estas alturas ya estás muy familiarizado con la idea de la multiplicidad de la historia…

—Debería; es la base de la explicación de las historias divergentes que hemos visitado.

En todo momento, en todo acontecimiento (resumí), la historia se bifurca. La sombra de una mariposa puede caer aquí o allí; la bala de un asesino puede rozar sin apenas causar daño, o alojarse en el corazón de un rey… Para cada resultado posible de cada suceso hay una versión nueva de la historia.

—Todas esas historias son reales —dije— y, si lo he entendido bien, corren en paralelo unas con las otras, en alguna Cuarta Dimensión, como las páginas de un libro.

Muy bien. Y entiendes también que la acción de una Máquina del Tiempo, incluyendo tu primer prototipo, es producir bifurcaciones más amplias, generar nuevas historias… algunas de ellas imposibles sin la intervención de la máquina. ¡Como ésta! —Movió la mano alrededor—. Sin tu máquina, que comenzó toda la serie de sucesos, los humanos jamás hubiesen podido ser transportados al Paleoceno. Ahora no deberíamos estar sentados sobre cincuenta millones de años de modificación inteligente del cosmos.

—Eso lo entiendo —dije perdiendo la paciencia—. ¿Pero qué tiene todo eso que ver con la mesa?

—Mira. —Dejó que la bola corriese por la mesa—. Aquí está la bola. Debemos imaginar muchas historias, un ramillete de ellas, rodeando la bola en todo momento. Por supuesto, la historia más probable es la que contiene la trayectoria clásica. Pero otras historias, vecinas pero muy divergentes, existen en paralelo. Incluso es posible, aunque muy improbable, que en una de esas historias la agitación térmica de las moléculas de la bola hagan que salte en el aire y te golpee en el ojo.

—Muy bien.

—Ahora… —Recorrió con el dedo el borde de una de la troneras más cercana—: Esta incrustación verde es una pista.

—Es plattnerita.

—Sí. Las troneras actúan como Máquinas del Tiempo en miniatura… limitadas en campo de acción y tamaño, pero muy efectivas. Y, como ya sabemos por experiencia, cuando opera una Máquina del Tiempo, cuando los objetos viajan al pasado o al futuro para encontrarse con ellos mismos, la cadena de causa y efecto puede ser alterada, y las historias crecen como hierba…

Me recordó el extraño incidente que había presenciado con la bola estacionaria.

—Puede que ése sea el ejemplo más claro de lo que digo. La bola estaba en la mesa: podemos llamarla nuestra bola. Entonces una copia de la bola salió de una tronera, y desplazó nuestra bola. Nuestra bola corrió hacia el borde, rebotó y cayó en la tronera, dejando la copia quieta en la mesa, en la misma posición que la original.

»Entonces —dijo Nebogipfel lentamente—, nuestra bola retrocedió en el tiempo, ¿entiendes?, y salió de la tronera en el pasado…

—Y procedió a desplazarse a sí misma, y a ocupar su propio lugar. —Miré la mesa de aspecto inocente—. Maldita sea, Nebogipfel, ¡ahora lo entiendo! Después de todo era la misma bola. Estaba feliz sobre la mesa, ¡pero debido a las posibilidades anómalas del viaje en el tiempo, pudo hacer un bucle en el tiempo y golpearse a sí misma!

—Eso es —dijo el Morlock.

—¿Pero qué hizo que la bola se moviese en primer lugar? Ninguno de nosotros la empujó hacia la tronera.

—No era necesario un «empujón» —dijo Nebogipfel—. En presencia de Máquinas del Tiempo, y ése es el propósito real de la demostración, debes abandonar tus viejas ideas sobre la causalidad. ¡Las cosas no son tan simples! La colisión con la copia no era sino una de las posibilidades de la bola, que la mesa demostró para nosotros. ¿Lo ves? En presencia de una Máquina del Tiempo, la causalidad queda tan tocada que incluso una bola estacionaria queda rodeada por un número infinito de extrañas posibilidades. Tu pregunta sobre «cómo empezó» no tiene sentido: es un bucle causal cerrado, no hubo primera causa.

—Puede ser —dije—, pero mira: todavía tengo reparos sobre este asunto. Volvamos a las dos bolas en la mesa, o mejor, a la bola real y su copia. De pronto, ¡hay dos veces más materia presente que antes! ¿De dónde ha aparecido?

Me miró.

—Te preocupa la violación del principio de conservación, la aparición o desaparición de masa.

—Exactamente.

—No noté que te preocupases igualmente cuando viajaste en el tiempo para encontrarte con tu yo más joven. Porque en ese caso había tanta, ¡o más!, violación de cualquier principio de conservación.

—Aun así —dije resistiéndose a ser dirigido—, la objeción es valida, ¿no?

—En cierta forma —dijo—. Pero sólo en el sentido estrecho de una sola historia.

—Los Constructores Universales han estado estudiando las paradojas del viaje en el tiempo durante siglos —dijo—. O mejor, las paradojas aparentes. Y han formulado un tipo de ley de conservación que funciona en las dimensiones superiores de la multiplicidad de historias.

»Comienza con un objeto, como tú. En un momento dado, sumas una copia de ti mismo que puede estar ausente porque has viajado al pasado o al futuro, y luego restas cualquier copia doblemente presente porque uno de vosotros ha viajado al pasado. Entonces descubrirás que la suma global es constante. Realmente sólo hay uno de vosotros, sin que importe cuántas veces viajes arriba y abajo por el tiempo. Por tanto hay una conservación, en cierta forma, aunque, en cualquier momento dado de una historia determinada, puede parecer que se violan las leyes de conservación, porque de pronto hay dos de vosotros, o ninguno.

Pensándolo lo entendí.

—Sólo hay paradoja si restringes tu análisis a una sola historia —señalé—. La paradoja desaparece si piensas en términos de multiplicidad.

—Exactamente. De la misma forma se resuelven los problemas de causalidad en la estructura mayor de la multiplicidad.

»El poder de esta mesa —me dijo— es que permite demostrarnos esas extraordinarias posibilidades… es capaz de utilizar la tecnología de la Máquina del Tiempo para mostrarnos la posibilidad… no, la existencia, de múltiples historias divergentes a nivel macroscópico. De hecho, puede seleccionar historias determinadas que sean de interés: ha sido diseñada con sutileza.

Me contó más cosas de las leyes de los Constructores sobre la multiplicidad.

—Se pueden imaginar situaciones —dijo— en las que la multiplicidad de historias es cero, uno o muchas. Es cero si la historia es imposible, si no es autoconsistente. Una multiplicidad igual a uno es la situación imaginada por vuestros primeros filósofos, quizá de la generación de Newton, en la que los sucesos seguían un único curso en cada punto del tiempo, consistentes e inamovibles.

Comprendí que describía mi visión original —¡e ingenua!— de la historia, como si fuese una inmensa habitación, mas o menos fija, a través de la que podía vagar a voluntad mi Máquina del Tiempo.

—Un curso «peligroso» para un objeto, como tú o la bola de billar, es aquel que puede alcanzar una Máquina del Tiempo —dijo.

—Bien, eso está claro —dije—. Es evidente que he estado produciendo nuevas historias a derecha e izquierda desde el momento en que conecté la Máquina del Tiempo. ¡Ciertamente peligroso!

—Sí, y a medida que la máquina, y sus sucesoras, penetran más y más profundamente en el pasado, la multiplicidad generada tiende al infinito, y la divergencia entre las nuevas versiones de la historia se hace mayor.

—Pero —dije algo frustrado— volviendo al tema, ¿cuál es el propósito de la mesa? ¿Por qué nos la han dado los Constructores? ¿Qué intentan decirnos?

—No lo sé —dijo—. Todavía no. Es difícil… el Mar de Información es amplio, y hay muchos grupos entre los Constructores. No me ofrecen la información libremente, ¿me entiendes? Tengo que coger lo que puedo, entenderlo lo mejor posible y construir una interpretación de esa forma… creo que hay una facción que tiene un plan, un proyecto inmenso, cuyo propósito apenas puedo entender.

—¿Cuál es la naturaleza de ese proyecto?

Nebogipfel contestó.

—Mira: sabemos que hay muchas, —quizás un número infinito, de historias que surgen de cada suceso. Imagínate a ti mismo en dos historias cercanas, separadas, digamos, por los detalles del rebote de la bola de billar. Ahora: ¿podrían esas dos copias de ti comunicarse la una con la otra?

Pensé en eso.

—Ya lo hemos hablado antes. No veo cómo. Una Máquina del Tiempo me llevaría arriba y abajo por una sola rama histórica. Si viajo al pasado para cambiar el rebote de la bola, entonces esperarías viajar al futuro y observar diferencias, porque si la máquina produce una bifurcación tiende a seguir la historia nueva. No —dije con confianza—. Esas dos versiones de mí no podrían comunicarse.

—¿Ni siquiera si te permito cualquier máquina concebible o dispositivo de medida?

—No. Habría dos copias de esos dispositivos, cada una tan desconectada de su gemelo como yo.

—Muy bien. Ésa es una posición lógica y razonable. Se basa en la suposición implícita de que dos historias, después de separase, no se afectan de ninguna forma. Desde el punto de vista técnico, estás dando por supuesto que los operadores mecano-cuánticos son lineales… Pero —y ahora la emoción volvió a su voz— resulta que es posible que exista una forma de hablar con la otra historia… si, en un nivel fundamental, el universo y sus gemelos permanecen unidos. Si existe una cantidad, por pequeña que sea, de no linealidad en los operadores cuánticos, casi demasiado pequeña para detectarla…

—¿Entonces la comunicación sería posible?

He visto cómo lo hacen… en el Mar, quiero decir… los Constructores lo han conseguido, pero sólo a una escala experimental muy pequeña.

Nebogipfel me describió lo que llamaba un «fonógrafo Everett».

—… en honor al científico del siglo veinte, de tu historia, que soñó por primera vez con esa idea. Por supuesto, los Constructores lo llaman de otra forma, pero no es fácil de traducir al inglés.

Las no linealidades de las que hablaba Nebogipfel actuaban en los niveles más sutiles.

—Debes imaginar que realizas una medida, quizá del spin de un átomo. —Describió una interacción no lineal entre el spin del átomo y su campo magnético—. El universo se divide en dos, por supuesto, dependiendo del resultado del experimento. Entonces, después del experimento, dejas que el átomo atraviese tu campo no lineal. Ése es el operador cuántico anómalo que mencioné. Resulta que entonces puedes arreglarlo todo de forma que tu acción en una historia dependa de la decisión tomada en la segunda historia…

Continuó describiendo los detalles del tema, incluyendo los aspectos técnicos de lo que llamaba un «dispositivo Stern-Gerlach», pero lo dejé pasar; me preocupaba simplemente entender lo fundamental.

—Por tanto —le interrumpí—, ¿es posible? ¿Me dices que los Constructores han inventado esos dispositivos de comunicación entre historias? ¿Es la mesa uno de ellos? —Comencé a sentirme excitado por la idea. Toda esa cháchara sobre bolas de billar y átomos rotatorios estaba muy bien; pero si podía hablar, por medio del fonógrafo Everett, con mis «yoes» en otras historias, quizás en mi hogar de Richmond en 1891…

Pero Nebogipfel me desilusionó.

—No —dijo—. Todavía no: La mesa utiliza el efecto no lineal, pero sólo para… ah… destacar historias en particular. Al menos muestra alguna selección, algún control sobre el proceso, pero… Los efectos son tan pequeños… Y la evolución temporal elimina las no linealidades.

—Sí —dije con impaciencia—, ¿pero qué crees tú? ¿Al colocar esta mesa aquí, el Constructor intenta decirnos que ese tema, la no linealidad y la comunicación entre historias, es importante para nosotros?

—Quizá —dijo Nebogipfel—. Pero ciertamente es importante para él.