Más tarde, Nebogipfel se unió a mí, en la cámara que yo consideraba como la sala de billar. Comió de un plato que contenía comida parecida al queso.
Yo me senté, bastante malhumorado, en el borde de la mesa de billar, moviendo la única bola por la superficie. La bola iba a mostrar un comportamiento anómalo. Yo apuntaba a una de las troneras al otro lado de la mesa; la mayoría de las veces acertaba, y daba la vuelta para recuperarla de la redecilla. Pero en ocasiones, el camino de la bola quedaba alterado. Se producía un temblor en medio de la superficie vacía —la bola se meneaba, de forma extraña y con demasiada rapidez para poder seguirla— y entonces, normalmente, la bola seguía hacia el destino que yo quería. Sin embargo, en ocasiones, la bola se desviaba de forma pronunciada del camino que yo pretendía, ¡y en una ocasión, incluso volvió de la casi invisible perturbación a mi mano!
—Nebogipfel, ¿viste eso? Es de lo más extraño —dije—. No parece haber ninguna obstrucción en medio de la mesa. Aun así, la mitad de las veces algo impide el paso de la bola. —Lo probé un par de veces para que lo viera, y lo contempló con aire distraído.
—Bien, de cualquier forma me alegro de no jugar aquí —dije—. Conozco a un par de amigos que se pegarían por discrepancias como éstas. —Cansado de mis juegos ociosos, dejé la bola quieta en medio de la mesa—. Me pregunto cuáles eran los motivos de los Constructores al colocar esta mesa aquí. Es decir, es el único mueble sustancial, a menos que uno cuente al Constructor de ahí… Me pregunto si se supone que es una mesa de snooker o billar.
A Nebogipfel pareció divertirle mi pregunta.
—¿Hay alguna diferencia?
—¡Por supuesto! A pesar de su popularidad, el snooker es sólo un juego de tiros, un entretenimiento adecuado para los aburridos oficiales del Ejército en la India que lo inventaron, pero carece de la ciencia del billar, desde mi punto de vista…
Y entonces —miraba mientras sucedía— una segunda bola de billar saltó espontáneamente fuera de una de las troneras y comenzó a rodar, recta, hacia la bola quieta en el centro de la mesa.
Me incliné para ver mejor.
—¿Qué demonios pasa aquí? —La bola se movía muy lentamente, y pude distinguir detalles de su superficie. Mi bola ya no era lisa y blanca; después de los diversos experimentos, su superficie estaba llena de arañazos bastante evidentes. Y la nueva bola estaba igualmente marcada.
La recién llegada golpeó la bola estacionaria con un golpe sólido; la nueva bola se detuvo por el impacto y mi bola corrió por la mesa.
—¿Sabes? —le dije a Nebogipfel—, si no supiese la verdad, juraría que esa bola, la que acaba de salir de ninguna parte, es la misma que la primera. —Él se acercó un poco, y le señalé las marcas características—. ¿Ves eso? Reconocería esos arañazos en la oscuridad… Las bolas son idénticas.
—Entonces —dijo el Morlock con calma—, quizá sean la misma bola.
Ahora mi bola, empujada, chocó con un borde de la mesa y rebotó; era tal la geometría no regular de la mesa que ahora volvía en dirección a la tronera de la que había salido la segunda bola.
—¿Pero cómo puede ser eso? Es decir, supongo que una Máquina del Tiempo podría producir dos copias del mismo objeto en el mismo lugar, ¡piensa en Moses y yo!, pero no veo aquí ningún artefacto para viajar en el tiempo. ¿Y cuál sería el propósito?
La bola original había perdido la mayor parte de su impulso con los impactos, y apenas se arrastraba cuando llegó a la tronera; pero se metió en el agujero y desapareció.
Nos quedamos con la copia de la bola que había surgido tan misteriosamente de la tronera. La cogí y la examiné de cerca. Por lo que podía ver era una copia idéntica de nuestra bola. Y cuando comprobé la tronera, ¡estaba vacía! La bola original había desaparecido, como si no hubiese existido nunca.
—¡Bien! —le dije a Nebogipfel—. Esta mesa es más ingeniosa de lo que había imaginado. ¿Qué crees que ha sucedido? ¿Crees que esto es lo que sucede durante las trayectorias alteradas, esos movimientos que te mostré antes?
Nebogipfel no contestó inmediatamente, pero —después de eso— dedicó una parte importante de su tiempo, conmigo, a los acertijos de la extraña mesa de billar. En lo que a mí respecta, intenté examinar la mesa misma, esperando encontrar algún dispositivo escondido, pero no descubrí nada, nada de trucos, nada de trampillas escondidas que pudiesen tragar y vomitar bolas. Además, de haber habido trucos de magia tan crudos, ¡todavía tendría que encontrar una explicación para la aparente identidad de la bola «vieja y la «nueva!
Lo que me llamó la atención —aunque no tenía explicación en aquel momento— era el extraño brillo verdoso de las troneras. ¡Maldita sea!, el brillo me recordaba a la plattnerita.
Nebogipfel me contó lo que había descubierto sobre los Constructores.
Nuestro silencioso amigo en el salón de Nebogipfel era, o eso parecía, un miembro de una amplia especie: los Constructores habitaban la Tierra, los planetas transformados e incluso las estrellas.
Me dijo:
—Debes desechar tus prejuicios y mirar a estas criaturas con mente abierta. No son como los humanos.
—Eso lo acepto.
—No —insistió—, no creo que puedas. Para empezar, no debes imaginar que los Constructores son personalidades individuales, de la misma forma que tú o yo. ¡No son hombres recubiertos de metal! Son algo cualitativamente diferente.
—¿Por qué? ¿Porque están hechos de partes intercambiables?
—En parte. Dos Constructores podrían fluir uno en el otro, uniéndose como si fuesen dos gotas de líquido para formar un solo ser, y luego dividirse con facilidad para volver a ser dos. ¡Sería imposible, e inútil; descubrir el origen de este o aquel componente!
Al oír eso, pude entender por qué nunca veía a los Constructores moverse por el paisaje helado del exterior. No necesitaban desplazar el peso de sus grandes cuerpos torpes (exceptuando necesidades especiales, como cuando nos habían reparado a Nebogipfel y a mí). Bastaba con que el Constructor se separase en los componente moleculares que Nebogipfel había descrito. Los componentes podían arrastrarse por el hielo ¡como un ejército de gusanos!
Nebogipfel continuó:
—Pero hay más detalles de la conciencia de los Constructores. Los Constructores viven en un mundo que apenas podemos imaginar, habitan un Mar, si quieres, un Mar de Información.
Nebogipfel describió cómo, por medio de conexiones fonográficas y de otro tipo, los Constructores Universales estaban unidos unos con otros, y utilizaban esas conexiones para hablar unos con otros constantemente. La Información —y la conciencia y una comprensión más profunda— fluía fuera de la mente mecánica de cada Constructor, y cada uno recibía noticias e interpretaciones de cada uno de sus hermanos, incluso de aquellos en las más remotas estrellas.
De hecho, me dijo Nebogipfel, tan rápida y completa era la forma de comunicación de los Constructores que no era realmente similar al habla humana.
—Pero tú has hablado con ellos. Te las has arreglado para obtener información de ellos. ¿Cómo?
—Imitando su forma de interactuar —dijo Nebogipfel. Se tocó la cuenca vacía cauteloso—. Tuve que hacer este sacrificio. —Su ojo natural brilló.
Resultó que Nebogipfel había buscado la forma de sumergir su cerebro en el Mar de Información del que me había hablado. A través de la cuenca podía absorber Información directamente del Mar, sin que tuviese que pasar por el habla normal.
Me sentí temblar, al pensar en aquella invasión de la oscuridad cómoda del cráneo.
—¿Y crees que valió la pena? —le pregunté—. ¿Sacrificar un ojo?
—Oh, sí. Y más aún…
»Mira… ¿puedes ver cómo es para los Constructores? —me preguntó—. Son un orden vital diferente, no por compartir en un nivel puramente físico, sino también por compartir sus experiencias.
»¿Puedes imaginar cómo es existir en un medio como el Mar de Información?
Pensé. Recordé los seminarios de la Royal Society —aquellas estimulantes discusiones cuando una nueva idea era arrojada al grupo, y tres docenas de mentes ágiles batallaban con ella, deformándola y mejorándola en el proceso— o incluso algunas de mis cenas de los jueves por la noche, cuando, con la ayuda de una cantidad adecuada de vino, el ritmo de las ideas era tan intenso y rápido que era difícil decir dónde había dejado de hablar un hombre y había comenzado otro.
—Sí. —Nebogipfel me cortó cuando relaté esto último—. Sí, eso es exactamente. ¿Lo entiendes? Pero con los Constructores Universales esas conversaciones se producen continuamente… y a la velocidad de la luz, con pensamientos que pasan directamente de una mente a otra.
»Y en ese miasma de comunicación, ¿quién puede decir dónde termina la conciencia de uno y dónde comienza la de otro? ¿Es ésta mi idea, mi recuerdo, o son tuyos? ¿Lo entiendes? ¿Ves las implicaciones?
Sobre la Tierra —y quizás en cada mundo habitado— debe de haber inmensas Mentes centrales, compuestas de millones de Constructores, unidos para formar una gran entidad divina, que mantenía la conciencia de la especie. De hecho, me dijo Nebogipfel, la misma especie era consciente.
De nuevo sentí que nos adentrábamos demasiado en la metafísica.
—Todo esto es muy fascinante —dije—, y puede que sea como dices; pero quizá deberíamos volver a ocuparnos de los detalles prácticos de nuestra situación. ¿Qué tiene eso que ver contigo o conmigo? —Me volví hacia el Constructor que brillaba en medio de la habitación—. ¿Qué hay de él? —dije—. Todo eso sobre la conciencia y demás está muy bien… ¿pero qué quiere él? ¿Por qué está aquí? ¿Por qué nos salvó la vida? Y ¿qué quiere de nosotros ahora? ¿O es que esos hombres mecánicos trabajan juntos, como abejas en un panal, unidos por las Mentes comunes de que me hablas, por lo que nos enfrentamos a una especie con metas comunes a todos?
Nebogipfel se frotó la cara. Caminó hacia el Constructor, miró por el dispositivo ocular, y fue recompensado a los pocos minutos por una extrusión, del interior del cuerpo brillante del Constructor, de un plato de aquella comida como queso que tanto había visto en el siglo natal de Nebogipfel. Miré con asco mientras Nebogipfel cogía el plato y mordía la comida regurgitada. Realmente no era más horrible que la extrusión de materiales del Suelo de la Esfera de los Morlocks, pero había algo en la mezcla líquida de Vida y Máquina en el Constructor que me repugnaba. ¡Evité pensar, con determinación, sobre el origen de mi propia comida y agua!
—No podemos decir que los Constructores estén unidos —decía Nebogipfel—. Están conectados. Pero no comparten un propósito común… de la misma forma que lo hacen, digamos, los distintos componentes de tu propia personalidad.
—¿Pero por qué no? Eso sería razonable. Con comunicación perfecta y continua no tiene que haber comprensión, ni conflicto.
—Pero no funciona así. La totalidad del universo mental de los Constructores es demasiado grande. —Se refirió nuevamente al Mar de Información, y describió cómo estructuras de pensamientos y especulaciones, complejas, cambiantes y efímeras, iban y venían, surgiendo de las materias primas de aquel océano mental—. Esas estructuras son análogas a las teorías científicas de tu propia época… siempre puestas en duda por nuevos descubrimientos y las especulaciones de nuevos pensadores. El mundo de la comprensión no es estático…
»Además, recuerda a tu amigo Kurt Gödel, que nos enseñó que ningún cuerpo de conocimientos codificados puede ser completo.
»El Mar de Información es inestable. Las hipótesis e intenciones que surgen de él son complejas y tienen muchos aspectos; rara vez hay unanimidad completa entre los Constructores sobre un tema. Es como un debate continuo; y dentro de ese debate pueden surgir facciones: agrupamientos de cuasindividuos, que se unen alrededor de algún esquema. Se podría decir que los Constructores están unidos en sus deseos de aumentar los conocimientos de la especie, pero no en lo que se refiere a los medios para conseguirlo. De hecho, en general puede decirse que cuanto más avanzada es la capacidad mental, parece que surgen más facciones, porque el mundo aparece más complejo…
»Y así, progresa la raza.
Recordé lo que Barnes Wallis me había dicho de los nuevos modos del debate parlamentario, en 1938, donde la oposición había sido prohibida esencialmente como una actividad criminal, ¡una desviación de energía de la aproximación correcta y evidente a las cosas! Pero si lo que Nebogipfel decía era cierto, no puede haber una respuesta universalmente correcta a una pregunta dada: como los Constructores habían aprendido, ¡puntos de vista múltiples son una característica necesaria del universo en que nos encontrábamos!
Nebogipfel masticó pacientemente el queso; cuando acabó, volvió a meter el plato en la sustancia del Constructor, donde fue absorbido; supuse que era reconfortante para él, ya que se trataba de un proceso muy similar al del Suelo de su Esfera de origen.