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NIÑOS Y DESCENDIENTES

Los primeros frutos de las nuevas uniones llegaron durante el primer año, bajo la supervisión de Nebogipfel.

Nebogipfel inspeccionó al primer nuevo colono cuidadosamente —oí que la madre no las tenía todas consigo sobre dejar que el Morlock tocase a su bebé y protestó; pero Hilary Bond estaba allí para calmar esos temores— y finalmente anunció que el bebé era una niña perfecta, y se la devolvió a sus padres.

Con rapidez —o eso me parecía— nacieron varios niños en el lugar. Era normal ver a Stubbins llevar a su hijo en hombros para que disfrutara; y sabía que no pasaría mucho tiempo antes de que hiciese que el niño le diese patadas a los bivalvos como si fuesen balones de fútbol.

Los niños eran una inmensa fuente de alegría para la colonia. Antes de los primeros nacimientos, varios de los colonos habían sufrido severos ataques de depresión, producidos por la nostalgia y la soledad. Ahora, sin embargo, había niños de los que ocuparse: niños que sólo conocerían Primer Londres como hogar, y cuya prosperidad futura proporcionaba una meta —la mayor meta de todas— a sus padres.

Y para mí, al mirar los miembros suaves e ilesos de los niños, mecidos entre las carnes llenas de cicatrices de padres que todavía eran jóvenes, era como ver que la sombra de aquella guerra terrible se levantaba al fin, una sombra desterrada por la luz abundante del Paleoceno.

Sin embargo, Nebogipfel inspeccionaba a cada recién llegado.

Finalmente, llegó un día en que no devolvió un niño a su madre. Ese nacimiento se convirtió en una oportunidad para la tristeza privada, en la que el resto no nos entrometimos; y después Nebogipfel desapareció en el bosque, para dedicarse a sus actividades secretas, durante largos días.

Nebogipfel pasaba mucho tiempo dirigiendo lo que él llamaba «grupos de estudio». Estaban abiertos a cualquiera de los colonos, aunque de hecho sólo aparecían tres o cuatro, dependiendo del interés o de otros compromisos. Nebogipfel hablaba de aspectos prácticos de vida en las condiciones del Paleoceno, como la fabricación de velas y telas a partir de ingredientes locales; incluso inventó un jabón, una pasta basta y arenosa fabricada con sosa y grasa animal. Pero también se extendía en temas de importancia más amplia: medicina, física, matemática, química, biología, y los principios del viaje en el tiempo…

Asistí a varias de esas sesiones. A pesar de la naturaleza ultraterrena de su voz y maneras, la exposición del Morlock siempre era admirablemente clara, y tenía la habilidad de saber hacer preguntas para probar la comprensión de la audiencia. Escuchándole, ¡comprendí que podía haber enseñado bastantes cosas a los profesores de las universidades británicas!

Y en lo que se refiere al contenido, se cuidaba de limitarse al lenguaje de su audiencia —al vocabulario, si no a la jerga, de 1944—, pero resumía para ellos los desarrollos principales posteriores a esa fecha. Preparaba demostraciones siempre que podía, con trozos de metal y madera, o trazaba diagramas en la arena con palos; hizo que sus «estudiantes» cubriesen todo trozo de papel que se pudo recuperar con sus conocimientos codificados.

Una noche obscura sin luna, lo discutí con él. Se había quitado la máscara, y sus ojos rojo grisáceo parecían luminosos; trabajaba con un mortero y una mano de almirez primitivos, con los que deshacía hojas de palma en un líquido.

—Papel —dijo—. O al menos un experimento en esa dirección… ¡Debemos conseguir papel! La memoria verbal humana no es lo bastante fiel. Cuando me marche, lo perderán todo a los pocos años…

Pensé —resultó que erróneamente— que se refería al miedo, o a la expectativa, en cualquier caso, de la muerte. Me senté a su lado y cogí el mortero y la maja.

—¿Pero tiene esto sentido? Por el momento, al menos sobrevivimos. ¡Y les hablas de Mecánica Cuántica y de la teoría unificada de la tísica! ¿Qué necesidad tienen de eso?

—Ninguna —dijo—. Pero sí sus hijos… si quieren sobrevivir. Mira: según teorías aceptadas, se necesita una población de varios cientos, en cualquiera de las especies de grandes mamíferos, para tener la suficiente diversidad genética que garantice la supervivencia a largo plazo.

Diversidad genética… Hilary lo mencionó.

—Está claro que el material humano aquí es demasiado pequeño para la viabilidad de la colonia, incluso si todo el material genético disponible entra en juego.

—¿Por lo tanto?

—Por tanto, la única posibilidad de supervivencia para estas gentes más allá de dos o tres generaciones es que obtengan rápidamente avanzados conocimientos tecnológicos. De esa forma, pueden convertirse en dueños de su destino genético: no tienen por qué tolerar las consecuencias de la endogamia, o los daños genéticos a largo plazo provocados por la radiactividad del carolinio. Ves por tanto que necesitan de la Mecánica Cuántica y de todo lo demás.

Empujé la mano de almirez.

—Sí. Pero hay una pregunta implícita… ¿debe la humanidad sobrevivir aquí, en el Paleoceno? Quiero decir, no deberíamos estar aquí… no durante los próximos cincuenta millones de años.

Me estudió.

—¿Pero cuál es la alternativa? ¿Quieres que mueran?

Recordé mi decisión de erradicar la Máquina del Tiempo antes de que fuese construida… detener la interminable fragmentación de la historia. Ahora, gracias a mis meteduras de pata, había provocado indirectamente el establecimiento de una colonia humana en el remoto pasado, ¡un asentamiento que podría provocar con seguridad la fractura más significativa de la historia! De pronto sentí que caía, era un poco como el vértigo que se siente en el viaje en el tiempo. Y sentí que la divergencia de la historia estaba más allá de mi control.

Y entonces recordé la expresión del rostro de Stubbins al contemplar a su primer hijo.

Soy un hombre, ¡no un dios! Debía dejar que me guiasen los instintos humanos, porque con seguridad era incapaz de manejar la evolución de la historia en una dirección determinada. Cada uno de nosotros, pensé, poco podía hacer para cambiar el curso de las cosas —de hecho, cualquier cosa que intentásemos probablemente sería tan incontrolable que provocaría más daño que bien— y aun así, de la misma forma, no debíamos permitir que el inmenso panorama que nos rodeaba, la inmensidad de la multiplicidad de la historia, nos superase. La perspectiva de la multiplicidad nos hacía a cada uno, y a nuestros años, diminutos, pero no nos quitaba el sentido; y cada uno de nosotros debíamos recorrer nuestras vidas con fortaleza y estoicismo, como si lo demás —el final de la humanidad, la multiplicidad sin fin— no existiese.

Fuera cual fuese su impacto cincuenta millones de años en el futuro, pensé que había una nota de salud y corrección en la colonia del Paleoceno. Por tanto, mi respuesta a la pregunta de Nebogipfel era inevitable.

—No. No, por supuesto que debemos hacer todo lo posible por ayudar a que los colonos y sus descendientes sobrevivan.

—Por tanto…

—¿Sí?

—Por tanto debo encontrar la forma de fabricar papel.

Seguí dándole al mortero y a la mano de almirez.