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EL RELATO DE BOND

Stubbins y yo nos quedamos con Hilary durante algunas horas, dándole sorbos de agua. Periódicamente Stubbins salía en rondas circulares por el bosque, gritando para llamar la atención de más supervivientes. Intentamos curar las heridas de Hilary con el equipo de primeros auxilios de Stubbins; pero su contenido —bueno para cortes y arañazos— no podía tratar quemaduras tan intensas y severas como las de Hilary:

Hilary estaba débil, pero coherente, y pudo hacer un relato racional de lo que había visto del bombardeo.

Después de dejarme en la playa, había ido por el bosque todo lo rápido que podía. No estaba ni a una milla del Messerschmitt.

—Vi la bomba caer por el aire —dijo en un murmullo—. Sabía que era carolinio por la forma en que ardía… No lo había visto antes, pero había oído contarlo… y pensé que todo había acabado. Me quedé paralizada como un conejo, o como una idiota, y para cuando recobré el sentido común, sabía que no tenía tiempo de echarme al suelo, o esconderme tras los árboles. Me eché los brazos a la cara…

El resplandor había sido brillante hasta lo inhumano.

—La luz me quemó la carne…, Era como si se abriesen las puertas del infierno… podía sentir que se me fundían las mejillas, y al mirar podía ver que la punta de mi nariz ardía como una pequeña vela… era extraordinario… —Le dio un ataque de tos.

Luego llegó el golpe —«como un gran viento»— y se cayó de espaldas. Rodó por el suelo del bosque hasta que chocó con una superficie dura —supongo que el tronco de un árbol— y, de pronto, ya no supo más.

Cuando recobró el conocimiento, el pilar de llamas púrpura y carmesí se elevaba como un demonio desde el bosque, con sus asistentes familiares de tierra fundida y vapor. A su alrededor, los árboles estaban destrozados y quemados, aunque —por casualidad— estaba lo bastante lejos del centro para evitar la mayor parte del daño, y no la habían herido las ramas que caían.

Se tocó la nariz y sólo recordaba la espesa curiosidad al desprendérsele un trozo.

—Pero no sentí dolor, es extraño… aunque —dijo tenebrosa— se me compensó pronto…

Yo escuchaba en un silencio morboso, veía claramente en mi mente la mujer esbelta alta y torpe que había buscado bivalvos conmigo, unas pocas horas antes de aquella terrible experiencia.

Hilary creía haber dormido. Cuando despertó, el bosque estaba muy oscuro —las primeras llamas habían disminuido— y, por alguna razón, el dolor se había mitigado. Se preguntó si sus nervios habían quedado destruidos.

Con gran esfuerzo, estaba ya muy débil por la sed, se puso en pie y se acercó al centro de la explosión.

—Recuerdo el resplandor de las explosiones continuas de carolinio, el púrpura ultraterreno que brillaba al moverme entre los árboles… El calor se incrementó, me pregunté cuánto podría acercarme antes de verme forzada a retroceder.

Había llegado hasta el límite del espacio de aparcamiento de los Juggernauts.

—Apenas podía ver, tal era el brillo del carolinio, y había un rugido, como agua corriente —dijo—. La bomba había caído en el centro del campamento, el alemán era competente, era como un volcán en miniatura, con humo y llamas incluidos.

»El campamento está destrozado y quemado, la mayoría de nuestras posesiones destruidas. Incluso los Juggernauts han quedado convertidos en chatarra: de los cuatro, sólo uno conserva la forma, aunque abierto en canal; los otros están abiertos como juguetes, quemados y destrozados. No vi a nadie —dijo—. Creo que esperaba… —Vaciló—. Horrores. Esperaba horrores. Pero no había nada, no quedaba nada de ellos. Oh, menos una cosa, lo más extraño. —Puso la mano sobre mi brazo; las llamas la habían convertido en una garra—. En la superficie de aquel Juggernaut, la pintura había desaparecido, menos en un lugar, donde había una mancha con forma… era como la sombra de un hombre agachado. —Me miró fijamente con los ojos brillando en el rostro en ruinas—. ¿Me entiendes? Era una sombra, la de un soldado, no sé de quién, atrapada en una explosión tan intensa que la carne se había evaporado y los huesos quedaron dispersos. Y sin embargo quedó la sombra en la pintura. —Su voz era monótona, desapasionada, pero tenía los ojos llenos de lágrimas—. ¿No es extraño?

Hilary había vagado por el borde del campamento durante un rato. Convencida de que no encontraría a nadie con vida, tenía la idea lejana de buscar suministros. Pero, dijo, sus ideas eran pocas y confusas, y el dolor residual tan intenso que amenazaba con superarla; y, con las manos dañadas, descubrió que era imposible buscar por entre los restos quemados del campamento con un mínimo de sentido.

Por tanto, había intentado llegar al mar.

Después apenas podía recordar nada de su vagar por el bosque; había durado toda la noche, y aun así se había alejado tan poco del lugar de la explosión que supuse que había andado en círculo hasta que Stubbins y yo la encontramos.