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DIATRYMA GIGANTICA

Me encontré de espaldas, mirando el árbol que había atravesado el coche del tiempo. Oía cerca la respiración de Nebogipfel, pero no podía verle.

El árbol, congelado ahora en el tiempo, se elevaba para unirse a sus compañeros en un dosel arbóreo grueso y uniforme sobre nosotros, y los retoños y plántulas brotaban de la tierra alrededor de su base y a través de los fragmentos del coche. El calor era intenso, el aire húmedo y pesado para mis pulmones, y el mundo a mi alrededor estaba lleno de los ruidos, vibraciones y suspiros de la jungla, todo sobre un retumbar profundo y rico que me hizo sospechar la presencia cercana de un gran cuerpo de agua: ya fuese un río —alguna versión primitiva del Támesis— o un mar.

¡Era más parecido al trópico que a Inglaterra!

Mientras estaba allí tendido y mirando, un animal bajó gateando por el tronco hacia nosotros. Era parecido a una ardilla, de unas diez pulgadas de largo, pero tenía la piel ancha y suelta, y colgada de su cuerpo como una capa. Llevaba fruta en las mandíbulas. A diez pies del suelo la criatura nos vio; inclinó la cabeza, abrió la boca —dejó caer la fruta— y chilló. Vi que sus incisivos tenían la punta dividida en cinco. Saltó directamente del tronco. Extendió brazos y piernas y la capa de piel se abrió de golpe, convirtiendo al animal en una cometa cubierta de piel. Voló hacia las sombras y desapareció de mi vista.

—Vaya una bienvenida —dije con un jadeo—. Era como un lémur volador. ¿Pero viste sus dientes?

Nebogipfel, todavía fuera de mi vista, contestó.

—Era un Planetatherium. Y el árbol es un dipterocarpo, no demasiado diferente de la especie que sobrevivirá en los bosques de nuestros días.

Hundí la mano en el humus del suelo —estaba podrido y era resbaladizo— y luché por darme la vuelta para verle.

—Nebogipfel, ¿estás herido?

El Morlock yacía de lado, con la cabeza doblada para mirar al cielo.

—No estoy herido —susurró—. Propongo que empecemos a buscar…

Pero yo no escuchaba; porque había visto —detrás de él— una cabeza con pico, del tamaño de la de un caballo, que se abría paso a través del follaje, ¡y que se dirigía hacia el frágil cuerpo del Morlock!

Durante un instante me paralizó la sorpresa. El pico curvo se abrió de golpe, los ojos redondos se fijaron en mí con todos los signos de la inteligencia.

Entonces, con un fuerte picado, la gran cabeza se hundió y cerró el pico alrededor de la pierna del Morlock. Nebogipfel gritó, y sus pequeños dedos arañaron la tierra, y trozos de hojas se le pegaron al pelo.

Me eché hacia atrás y acabé con la espalda contra un tronco.

Ahora, con un crujido de ramas rotas, el cuerpo de la bestia salió de la vegetación ante mi vista. Tenía unos siete pies de alto, y estaba cubierto de plumas negras y escamosas; las patas eran robustas, con pies fuertes, y estaban cubiertas de una piel amarilla y arrugada. Unas alas residuales, desproporcionadamente pequeñas para el inmenso torso, golpeaban el aire. El pájaro tiró de la cabeza arrastrando al pobre Morlock por el suelo.

—¡Nebogipfel!

—Es un Diatryma —gritó—. Un Diatryma Gigantica, yo… ¡oh!

—No me importa su filogenia —grité—, ¡huye!

—Me temo… no puedo… ¡oh!

Una vez más, sus palabras se convirtieron en un aullido inarticulado de angustia.

Ahora la criatura giraba la cabeza de lado a lado. Vi que intentaba golpear el cráneo del Morlock contra un árbol, ¡sin duda como paso preliminar para comerse su pálida carne!

Necesitaba un arma, y sólo pude pensar en la llave inglesa de Moses. Me puse en pie y rebusqué por entre los restos del coche del tiempo. Había cantidad de tornillos, paneles y cables, y el acero y la madera pulida de 1938 parecían extrañamente fuera de lugar en aquel bosque antiguo. ¡No podía ver la llave! Hundí los brazos, hasta los codos, en la cubierta del suelo. Me llevó muchos y agónicos segundos de búsqueda, mientras el Diatryma arrastraba todavía más su presa hacia el bosque.

¡Al fin la encontré! Mi mano derecha salió del humus sosteniendo la llave.

Con un rugido, levanté la llave hasta el hombro y corrí. Los ojos del Diatryma me miraban al acercarme —redujo sus golpes—, pero no soltó la pierna de Nebogipfel. Por supuesto, nunca antes había visto a un hombre; dudaba que hubiese entendido que yo podía ser una amenaza. Cargué, e intenté ignorar la horrible piel escamosa alrededor de las garras de las patas, la inmensidad del pico y el aliento a carne podrida que desprendía.

Como un golpe de criquet, hendí el mazo en la cabeza del Diatryma. Las plumas y la carne amortiguaron el golpe, pero sentí la agradable colisión contra el hueso.

El pájaro abrió el pico, soltando al Morlock, y chilló; un sonido como el del metal rompiéndose. El inmenso pico estaba ahora encima de mí, y todos mis instintos me decían que corriese, pero sabía que si lo hacía los dos estaríamos acabados. Volví a levantar la llave sobre la cabeza, y golpeé contra el cráneo del Diatryma. Esta vez la criatura se apartó y el impacto fue lateral; así que levanté la llave de nuevo y golpeé la base del pico.

Algo se rompió, y la cabeza del Diatryma se echó hacia atrás. Se tambaleó, y luego me miró con ojos calculadores. Emitió un chillido tan bajo que más parecía un gruñido.

Entonces —muy rápido— agitó las plumas negras, se volvió y se hundió en el bosque.

Me puse la llave en el cinturón y me arrodillé al lado del Morlock. Estaba inconsciente. La pierna le sangraba y estaba aplastada, y el pelo de la espalda estaba manchado de la saliva del monstruo.

—Bien, mi compañero en el tiempo —le susurré—, ¡después de todo, quizás hay ocasiones en que es útil tener a un salvaje primitivo a mano!

Encontré sus gafas en el suelo, las limpié con la manga, y se las coloqué sobre la cara.

Observé la penumbra del bosque preguntándome qué hacer a continuación. Podía haber viajado en el tiempo y a la gran Esfera de los Morlocks, pero en mi propio siglo jamás había viajado a ningún país tropical. Sólo tenía vagos recuerdos de libros de viaje y otras fuentes populares para guiarme en mi lucha por la supervivencia.

Pero al menos, me consolé, ¡los retos que me aguardaban serían comparativamente simples! No tendría que encontrarme con mi yo más joven. No ahora que el coche del tiempo estaba destruido. Ni tendría que lidiar con las ambigüedades filosóficas y morales de la multiplicidad de historias. En su lugar, sólo tendría que buscar comida, refugio contra la lluvia y una forma de protegernos contra las bestias y aves de aquel tiempo remoto.

Decidí que buscar agua fresca debía ser mi primera misión; incluso dejando de lado las necesidades del Morlock, mi propia sed me mataba, ya que no había tomado nada desde el bombardeo de Londres.

Coloqué al Morlock entre los restos del coche del tiempo, cerca del tronco. Lo creí un lugar tan seguro como cualquier otro para evitar que fuese atacado por los monstruos de la época. Doblé la chaqueta y se la puse debajo de la cabeza, para protegerle de la humedad del suelo, ¡y de cualquier cosa que se arrastrase y mordiese que pudiese vivir allí! Entonces, después de vacilar un poco, saqué la llave del cinturón y la coloqué sobre el Morlock, para que sus dedos se agarrasen al mango del arma.

No me sentía bien al quedarme sin armas, por lo que rebusqué por entre los restos hasta que encontré una pieza de hierro corta y la doblé hasta que la pude arrancar de la estructura. La sopesé en la mano. No tenía la satisfactoria solidez de la llave, pero sería mejor que nada.

Decidí dirigirme hacia el sonido de agua; parecía estar en dirección opuesta al sol. Me puse el trozo de hierro al hombro y me adentré en el bosque.