Un día, Nebogipfel me llevó a lo que, posiblemente, fuese lo más inquietante que vi en la ciudad-cámara.
Nos acercamos a un área, tal vez de media milla cuadrada, donde las divisiones parecían más bajas de lo normal. Al acercarnos, comencé a notar un incremento en el nivel de ruido —un balbuceo de gargantas líquidas— y un aumento acusado del olor a Morlock, dulzón y mustio. Nebogipfel hizo que nos detuviéramos en el borde de aquel espacio.
Con mis gafas podía ver que la superficie del área estaba viva —se movía—, con las formas retorcidas, lloriqueantes y tambaleantes de bebés. Había miles de infantes Morlock, agarrándose con las pequeñas manos y pies al pelo suelto de los otros. Se revolcaban, como monos jóvenes, y utilizaban versiones infantiles de las divisiones informativas que ya he descrito, o se metían comida en las bocas oscuras; aquí y allá se paseaban adultos por entre la multitud, levantando a los que se habían caído, resolviendo una disputa o calmando unos llantos.
Contemplé perplejo aquel mar de niños. Quizás una colección de niños humanos pudiese atraer a alguien —no a mí, que soy un soltero perpetuo—, pero aquellos eran Morlocks… Deben recordar que un Morlock no es un ente atractivo para la sensibilidad humana, incluso de niño, con sus carnes con la palidez de un gusano, su frialdad al tacto y el aspecto de tela de araña de su pelo. ¡Si piensan en una gigantesca mesa cubierta de gusanos retorcidos, podrán tener una idea de mi impresión!
Me volví a Nebogipfel.
—Pero ¿dónde están sus padres?
Vaciló como buscando la expresión adecuada.
—No tienen padres. Ésta es una granja de nacimiento. Cuando sean lo suficientemente mayores, serán llevados a una guardería, ya sea en la Esfera o…
Pero ya no le escuchaba. Miré a Nebogipfel de arriba abajo, pero su pelo me ocultaba la forma de su cuerpo.
Maravillado, comprendí otro de esos hechos que había tenido delante de los ojos desde mi llegada, pero que mi inteligencia superior no me dejaba percibir: No había pruebas de diferenciación sexual, no en Nebogipfel, ni en ninguno de los Morlocks que había visto, ni tampoco en los visitantes de baja gravedad, cuyos cuerpos apenas estaban cubiertos por el pelo y eran fáciles de explorar. El Morlock medio estaba construido igual que un niño, sin diferenciación sexual, con la misma falta de énfasis en las caderas o en el pecho… ¡Comprendí que no sabía nada —ni se me había ocurrido preguntar— del proceso de amor y nacimiento de los Morlocks!
Nebogipfel me contó entonces algo del proceso de crianza y educación de los jóvenes Morlocks.
Los Morlocks comenzaban su vida en aquellas granjas de nacimiento y guardería —toda la Tierra, recordé con dolor, era una de ellas— y allí, además de los rudimentos del comportamiento civilizado, al joven se le enseñaba la habilidad esencial: la capacidad de aprender. Como si a un escolar del siglo diecinueve, en lugar de haberle metido en la cabeza un montón de tonterías sobre latín, griego u oscuros teoremas geométricos, se le hubiese enseñado a concentrarse, a usar una biblioteca y los mecanismos para asimilar el conocimiento, y sobre todo cómo pensar. Después de eso, la adquisición de un conocimiento en particular dependería de las necesidades de la tarea, y de la inclinación del individuo.
Cuando Nebogipfel me lo resumió, su lógica simple me sorprendió casi físicamente. ¡Por supuesto! —me dije—. ¡Para qué queremos escuelas! ¡Qué contraste con los campos de batalla de la ignorancia y la incompetencia que fueron mis días escolares!
Quise preguntarle a Nebogipfel por su profesión.
Me explicó que una vez que se había establecido mi fecha de origen, se había convertido, a partir de los registros de su pueblo, en un experto en mi periodo y sus costumbres; y había comprendido varias diferencias entre nuestras razas.
—Nuestras ocupaciones no nos absorben tanto como las de ustedes —dijo—. Tengo dos amores… dos vocaciones. —Sus ojos eran invisibles, lo que hacía más difícil leer sus emociones.
Dijo:
—La física y la educación de los jóvenes.
La educación, y el aprendizaje de todo tipo, continuaba a lo largo de la vida de un Morlock, y no era extraño que un individuo siguiese tres o cuatro «carreras», como las llamaríamos nosotros, una tras otra, o incluso en paralelo. El nivel general de inteligencia de los Morlocks era, tuve la impresión, bastante mayor que el de las gentes de mi propio siglo.
Aun así, las vocaciones de Nebogipfel me sorprendieron. Había creído que Nebogipfel sólo se especializaba en la ciencia física, tal era su habilidad pare seguir mi relato inconexo dé la teoría de la Máquina del Tiempo y la evolución de la historia.
—Dígame —dije con ligereza—, ¿por cuál de sus talentos se le asignó pare supervisarme? ¿Por su experiencia en física o su habilidad pare la educación?
Me pareció que la boca negra de dientes pequeños se extendió en una sonrisa.
Y la verdad me golpeó, y algo de humillación me quemó al pensarlo. Soy un hombre eminente de mi época, ¡y sin embargo me habían puesto a cargo de alguien con experiencia en cuidar niños!
…Y sin embargo, reflexioné, ¿qué fueron mis actos, al llegar al año 657 208 sino las acciones de un niño?
Nebogipfel me llevó a una esquina de la guardería. Aquel lugar especial estaba cubierto por una estructura del tamaño y forma de un pequeño invernadero, fabricado con el material pálido y translúcido del Suelo. De hecho, era una de las pocas zonas de la ciudad-cámara que estaba cubierta. Nebogipfel me llevó al interior de la estructura. El refugio carecía de muebles o aparatos, exceptuando una o dos de las divisiones con pantallas brillantes que ya había visto en otras partes. Y en el centro del Suelo se encontraba lo que parecía ser un pequeño bulto —de ropas, quizá— que surgía del vidrio.
Vi que los Morlocks que atendían aquel lugar tenían una actitud más seria que los que cuidaban de los niños. Sobre el pelaje llevaban batas sueltas —prendas como chalecos con muchos bolsillos— llenas de herramientas de propósito desconocido pare mí. Algunas de las herramientas brillaban débilmente. Aquel tipo de Morlock parecía tener un aire de ingeniero, pensé: un extraño atributo en un mar de bebés; y aunque se distraían con mi torpe presencia, los ingenieros vigilaban el pequeño bulto del Suelo, y periódicamente pasaban instrumentos por encima de él.
Habiendo captado mi curiosidad, me acerqué al bulto. Nebogipfel se echó atrás, dejándome continuar solo. La cosa apenas tenía unas pocas pulgadas de largo, y todavía estaba medio metida en el vidrio, como una escultura a medio tallar de un trozo de roca. Es más, se parecía un poco a una estatua: tenía los brotes de los brazos, y lo que podría convertirse en la cara, un disco cubierto de pelo y dividido por una fina boca. La extrusión del bulto parecía lenta, y me pregunté qué dificultad presentaba pare la maquinaria oculta el fabricar aquel artefacto en particular. ¿Era quizás especialmente complejo?
Y entonces —fue un momento que me atormentará mientras viva— la diminuta boca se abrió. Los labios se separaron con un ruido suave, y un llanto, más débil que el del más pequeño de los pollitos, se elevó en el aire; y la cara en miniatura se arrugó como si sufriese una incomodidad.
Me eché atrás, tan sorprendido como si me hubiesen golpeado.
Parece que Nebogipfel había previsto mi sorpresa. Dijo:
—Debe recordar que se encuentra medio millón de años en el futuro: la distancia entre nosotros es diez veces la edad de su especie…
—Nebogipfel, ¿cómo puede ser cierto? ¿Sus jóvenes, usted mismo, surgen del Suelo, son fabricados como una taza de agua sin mayor ceremonia?
Los Morlocks realmente habían «dominado su herencia genética», pensé: habían abolido los sexos y eliminado el nacimiento.
—Nebogipfel —protesté—, esto es… inhumano.
Inclinó la cabeza. Evidentemente, aquella palabra no significaba nada pare él.
—Nuestra política está diseñada pare optimizar el potencial de la Forma humana… porque también somos humanos —dijo con severidad—. La forma viene dada por una secuencia de un millón de genes, v por lo tanto, aunque el número de individuos diferentes es grande, es finito. Y todos esos individuos pueden ser… —vaciló— imaginados por la inteligencia de la Esfera.
La sepultura, me dijo, también era asunto de la Esfera.
Los cuerpos abandonados de los muertos pasaban al Suelo sin ceremonia o reverencia, para ser desmantelados y sus materiales reutilizados.
—La Esfera reúne los materiales necesarios pare dar vida al individuo elegido, y…
—¿Elegido? —Me enfrenté al Morlock, y la rabia y la violencia que había suprimido de mi ánimo volvieron nuevamente a mi alma—. ¿Qué más han racionalizado, Morlock? ¿Qué pasa con la ternura? ¿Con el amor?