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REVELACIONES Y REPRIMENDAS

Volví en mí, una vez más tirado sobre el suelo, mirando aquella maldita luz.

Me apoyé en los hombros y me froté los ojos. Mi amigo Morlock todavía estaba allí, justo fuera del círculo de luz. Me puse en pie arrepentido. Me había dado cuenta de que aquellos nuevos Morlocks no iban a ser fáciles.

El Morlock entró en la luz con las gafas azules brillando. Como si nada hubiese interrumpido nuestro diálogo dijo:

—Mi nombre es —su pronunciación volvió a la estructura informe normal en los Morlocks— Nebogipfel.

Nebogipfel. Bien.

Yo le dije mi nombre. En unos pocos minutos era capaz de repetirlo con claridad y precisión.

Aquél era el primer Morlock cuyo nombre conocía. El primero que se destacaba de la masa que había encontrado y con la que había luchado; el primero en tener los atributos de una persona reconocible.

—Así que, Nebogipfel —dije. Me senté con las piernas cruzadas al lado de las bandejas y alisé con la mano la erupción de arrugas que mi última caída me había provocado en el brazo—, le han elegido como mi cuidador en este zoo.

Zoo —vaciló en la palabra—. No. No me eligieron. Me ofrecí voluntario para trabajar con usted.

—¿Trabajar conmigo?

—Yo, nosotros, queremos saber cómo llegó aquí.

—¿Quieren saberlo, por Júpiter? —Me levanté y di vueltas alrededor de la Prisión de Luz—. ¿Y si le digo que llegué aquí en una máquina que puede trasladar a un hombre a través del tiempo? —Levanté las manos— ¿Que construí esa máquina con estas manos? ¿Entonces qué, eh?

Pareció meditarlo.

—Su época, por lo que se deduce de su estructura física y su forma de hablar, está muy alejada de la nuestra. Es capaz de grandes logros tecnológicos; su máquina, le lleve o no a través del tiempo como dice, las ropas que lleva, el estado de sus manos y el ritmo de desgaste de sus dientes demuestran un alto grado de civilización.

—Me halaga —dije un poco agitado—, pero si me cree capaz de tales cosas, si soy un hombre y no un mono, ¿por qué estoy encerrado?

—Porque —dijo con tranquilidad— me ha intentado atacar con la intención de hacerme daño. Y en la Tierra, causó grandes daños…

Sentí que mi furia se encendía de nuevo. Me acerqué a él.

—Sus monos manoseaban mi máquina —grité—. ¿Qué esperaba? Me defendía…

Eran niños —dijo.

Esas palabras despedazaron mi furia. Intenté aferrarme a lo que quedaba de mi rabia justificadora, pero ya la estaba perdiendo.

—¿Qué ha dicho?

Niños. Eran niños. Desde que se completó la Esfera, la Tierra se ha convertido en un… jardín de infancia, un lugar para que los niños vivan. Sentían curiosidad por la máquina. Eso es todo. Jamás hubiesen causado daño deliberado ni a usted ni a su máquina. Y sin embargo, les atacó salvajemente.

Me eché atrás. Recordé —ahora que meditaba sobre ello— que los Morlocks reunidos alrededor de la máquina me habían parecido más pequeños que aquellos que había encontrado antes. Y no habían intentado atacarme… exceptuando aquella pobre criatura que había capturado, la que me había mordido la mano, ¡antes de golpearle en la cara!

—El que golpeé. ¿Sobrevivió?

—La heridas físicas pudieron ser reparadas. Pero…

—¿Sí?

—Las cicatrices internas, las cicatrices de la mente. Ésas puede que nunca sanen.

Dejé caer la cabeza. ¿Podría ser cierto? ¿Me había cegado tanto el odio a los Morlocks que había sido incapaz de reconocer a las criaturas alrededor de la máquina como lo que eran: no los seres viciosos del mundo de Weena, sino niños indefensos?

—No creo que entienda lo que digo, pero me siento atrapado en otra de esas «imágenes cambiantes».

—Está expresando vergüenza —dijo Nebogipfel.

Vergüenza… ¡Nunca creí que oiría, y aceptaría, una amonestación así de un Morlock! Lo miré desafiante.

—Sí. ¡Muy bien! ¿Y eso a sus ojos me hace más una bestia o no?

No dijo nada.

Mientras me enfrentaba a esos horrores personales, una parte calculadora de mi cerebro repasaba algo que Nebogipfel había dicho. Desde que se completó la Esfera, la Tierra se ha convertido en un jardín de infancia

—¿Qué Esfera?

—Tiene todavía mucho que aprender de nosotros.

—¡Explíqueme lo de la Esfera!

—Se trata de una Esfera alrededor del Sol.

Ocho palabras simples y aun así… ¡Por supuesto! La evolución solar que había presenciado en el cielo acelerado, la exclusión de la luz solar de la faz de la Tierra.

—Comprendo —le dije a Nebogipfel—. Presencié la construcción de la Esfera.

Los ojos del Morlock parecieron abrirse, en un gesto muy humano, al considerar aquella noticia inesperada.

Y ahora, para mí, otros aspectos de mi situación se me aclaraban.

—Dijo: «En la Tierra, causó grandes daños», algo así. —Frase extraña, pienso ahora, si todavía estuviese en la Tierra. Levanté la cara y dejé que la luz me golpease—. Nebogipfel. Bajo mis pies. ¿Qué se ve a través del suelo?

—Las estrellas.

—No es una representación. No es algún tipo de planetario…

—Estrellas.

Asentí.

—Y la luz…

—Es luz solar.

Creo que de alguna forma ya lo sabía. Estaba de pie bajo la luz del Sol, que permanecía arriba veinticuatro horas al día; sobre un suelo por encima de las estrellas…

Sentí que el mundo cambiaba a mi alrededor; sentí que se me iba la cabeza, y un silbido me llenaba los oídos. Mis aventuras me habían llevado a través de los desiertos del tiempo, pero ahora —al haber sido capturado por aquellos asombrosos Morlocks— me habían llevado a través del espacio. Ya no estaba en la Tierra. Me habían transportado a la Esfera solar de los Morlocks.