(LA misma decoración que el primer acto. Han pasado unos minutos y están en escena alrededor de la mesa ABBY, MARTA, JONATHAN y el doctor EINSTEIN. Estos dos últimos están acabando de cenar lo que ABBY y MARTA les han preparado)
ABBY.— (Levantándose de la mesa) Bien, supongo que los dos querrán marcharse a donde tengan que ir.
JONATHAN.— (Con un puro en la mano, recostándose en la silla) Mis queridas y amadas tías. Me ha llenado tanto vuestra deliciosa comida que soy incapaz de dar un paso.
EINSTEIN.— (Imitando a Jonathan, con el puro en la mano) Sí. Se está muy bien aquí. (Y cuando se mete el puro en la boca tose, y se cae de espaldas de la silla)
(De su habitación sale TEDDY corriendo, muy contento. Sigue vestido con su traje de explorador, y trae consigo un álbum de fotos)
TEDDY.— ¡Lo encontré!, ¡lo encontré! (Se para enfrente de los hombres. Muy serio) Caballeros, no se levanten. (Cambia de nuevo el tono de voz, igual de contento que antes. Pone el álbum de fotos encima de la mesa, enseñándolo) Aquí está señores. La historia de mi vida. Mi biografía. (Por una foto en especial al doctor EINSTEIN) Esta es la foto de la que le he hablado general. Aquí estamos los dos. El presidente Roosevelt y el general Cotón en Culebra Can. Este soy yo, y este es usted.
EINSTEIN.— ¡Vaya, cuánto he cambiado!
TEDDY.— Es que esa foto no se ha tomado todavía. Ni siquiera hemos empezado a trabajar en Culebra Can. Estamos todavía en la fase previa. Y ahora, mi general. Vamos a ir los dos a Panamá a inspeccionar la nueva esclusa.
ABBY.— (Alarmada) No Teddy, no. A Panamá no.
EINSTEIN.— Ya iremos en otra ocasión señor presidente. Panamá está muy lejos de aquí.
TEDDY.— Tonterías. Está abajo en el sótano.
JONATHAN.— ¿En el sótano?
MARTA.— Le dejamos excavar el canal de Panamá en el sótano.
TEDDY.— (Muy firme) General Coton.
EINSTEIN.— ¿Sí, señor presidente?
TEDDY.— Como presidente de los Estados Unidos, y comandante general de las Fuerzas Armadas, y habiéndole dado a usted este destino, le exijo que me acompañe a comprobar la nueva exclusa.
JONATHAN.— Teddy, ya es hora de que te vayas a la cama.
TEDDY.— Le ruego que me perdone, ¿quién es usted?
JONATHAN.— Soy Wodroow Wilson. Vete a la cama.
TEDDY.— No. Usted no es Wilson. Pero su cara me es familiar. Déjeme ver. (Piensa unos instantes) Ahora no le reconozco. Quizás más tarde, cuando vaya a cazar a África. Sí. Se parece usted a alguien con quien me tropezaré en la selva.
ABBY.— Creo, que será mejor que te fueras a la cama, Teddy. Él y su amigo quieren volver ahora a su hotel.
JONATHAN.— (Viendo que algo debe de pasar en el sótano) General Coton, inspeccione el canal.
EINSTEIN.— (Poniéndose en píe) Bien, señor Presidente. Vamos a Panamá.
TEDDY.— Bien, bien. Sígame general.
EINSTEIN.— (Desde la puerta del sótano, despidiéndose de los demás) Bueno, ¡bon voyage! (Desaparece tras TEDDY por las escaleras del sótano)
JONATHAN.— (Después de desaparecer el doctor EINSTEIN, muy severo a ABBY) Tía Abby. He de aclararte un pequeño detalle. Referente a lo del hotel. No tenemos hotel, vinimos aquí directamente.
ABBY.— Ésta no es tu casa. Y me temo que no podéis quedaros aquí.
(JONATHAN se levanta muy lentamente, y mientras amenaza, camina poco a poco hacia sus tías que se están tirando para atrás asustadas de JONATHAN)
JONATHAN.— El doctor Einstein y yo necesitamos un sitio para dormir. Tú recordarás que de niño era yo bastante desagradable. Y no os convendría a ninguna de las dos que… Me imagino que no es necesario que entre en detalles, ¿no es verdad?
MARTA.— Abby, tal vez deberíamos dejar que duerman aquí esta noche.
EINSTEIN.— (Saliendo del sótano, con un sombrero de explorador. Muy alarmado) ¡Eh! Johnny. Ven aquí enseguida…
JONATHAN.— Se me olvidaba deciros, que el doctor Einstein y yo vamos a convertir la habitación del abuelo en una sala de operaciones. Vamos a estar muy ocupados. (Se dirige a la puerta del sótano donde le espera EINSTEIN) ¿Qué pasa?
EINSTEIN.— ¿Qué crees que he encontrado aquí abajo?
JONATHAN.— ¿Qué?
EINSTEIN.— El canal de Panamá. Y justo a la medida del señor Spenalzo. Mira el agujero que está cavando. Metro y medio de ancho por dos de alto. Es estupendo. Es como si supiera que íbamos a traer al señor Spenalzo aquí. Eso es hospitalidad ¿eh?
JONATHAN.— Es una buena broma para mis tías. Van a vivir con un cadáver en el sótano.
EINSTEIN.— Y, ¿cómo lo traeremos aquí?
JONATHAN.— Sí. No podemos hacer que el señor Spenalzo entre en la casa por su pie. Pondremos el coche entre el patio y la casa, y cuando ellas duerman entraremos el cadáver por la ventana.
EINSTEIN.— Estupendo.
JONATHAN.— (A sus tías) Vamos a estacionar el coche detrás de la casa. Podéis iros a dormir.
MARTA.— Podéis dejarlo donde está. Ya lo haréis mañana.
JONATHAN.— No quiero dejarlo en plena calle. Puede estar prohibido por la ley. (Sale a la calle seguido del doctor EINSTEIN)
MARTA.— Abby. ¿Qué es lo que vamos a hacer?
ABBY.— No podemos permitir que pasen más de una noche en esta casa. ¿Qué pensarían los vecinos? Gente que entra aquí con una cara, y luego sale con otra.
MARTA.— ¿Y qué pasará con el pobre señor Hoskins?
ABBY.— ¡Oh! ¡El señor Hoskins! No se debe de encontrar muy cómodo ahí dentro. Ha sido tan paciente el pobre señor. Creo que lo mejor sería que Teddy se lo llevase para abajo cuanto antes.
TEDDY—. (Saliendo del sótano) El general Cotón quedó encantado. Dice que el canal tiene la medida exacta.
ABBY.— Teddy. Tenemos que darte una terrible noticia. Ha habido otra víctima de la fiebre amarilla.
TEDDY.— ¿Otra víctima? Esto impresionará al general.
ABBY.— No, Teddy. Debemos de guardarlo en secreto.
MARTA.— Sí.
TEDDY.— ¿Un secreto de estado?
ABBY.— Sí, un secreto de estado.
MARTA.— ¿Lo prometes?
TEDDY.— Tenéis la palabra del presidente de los Estados Unidos. Que me muera si no la cumplo. Y ahora, veamos. (A parte a las dos ancianas, con todas las precauciones para que no le puedan escuchar) ¿Habéis pensado cómo vamos a guardar este secreto?
ABBY.— Lo mejor es que tú vuelvas al sótano. Y cuando yo apague las luces. Cuando todo esté a oscuras. Tú subes y te llevas al pobre hombre al canal. Ahora, vete ya, Teddy.
MARTA.— Nosotras, ya bajaremos para el funeral.
TEDDY.— ¿Dónde está ese pobre hombre?
MARTA.— En el arcón de la ventana.
TEDDY.— Esto parece una epidemia. Nunca habíamos tenido fiebre amarilla aquí. (Sale por la puerta del sótano)
MARTA.— Abby. Yo aún no he visto al señor Hoskins.
ABBY.— ¡Es verdad! Tú habías salido. Bueno acércate y podrás verle ahora. ¿Sabes?, es bastante apuesto para ser de Chicago.
(Y cuando están a punto de abrir el arcón, aparece por la ventana JONATHAN. De la impresión las dos mujeres dan un grito. JONATHAN, muy lentamente, entra por la ventana sin apartar la vista de sus dos tías)
JONATHAN.— Vamos a entrar el equipaje por aquí.
(Por el mismo sitio aparece el doctor EINSTEIN y va pasando maletas a JONATHAN. Cuando termina, intenta entrar a duras penas por la ventana)
ABBY.— Jonathan. Tú habitación está lista. Puedes irte ya a la cama.
JONATHAN.— Yo no me rijo por el horario de Brooklyn. Os podéis ir a la cama vosotras dos.
ABBY.— Es que nosotras no solemos acostarnos tan temprano. En cambio vosotros, estaréis muy cansados.
JONATHAN.— Irse a la cama tan tarde no es bueno para dos… Ya era hora de que llegase yo para cuidar de vosotras. (A EINSTEIN que al fin ha podido entrar) Suba las maletas arriba.
EINSTEIN.— Dejo aquí el instrumental. Luego vuelvo por él.
ABBY.— (Al doctor EINSTEIN que está yéndose al piso de arriba con las maletas) Buenas noches.
JONATHAN.— (Cogiendo del hombro a su tía) Ahora vayamos todos al piso de arriba a dormir.
ABBY.— (Zafándose de él) Yo esperaré a que estéis todos arriba para apagar las luces.
JONATHAN.— Vamos, sube tía Marta. En la puerta de la izquierda, doctor Einstein. (EINSTEIN y MARTA han desaparecido por la escalera. JONATHAN se para en el último escalón) Vamos tía Abby, ¿a qué estas esperando?
ABBY.— Ahora voy Jonathan.
JONATHAN.— ¡Ahora, tía Abby! Apaga las luces.
(ABBY obedece y apaga las luces. JONATHAN espera a que suba y desaparece tras ella. La escena queda completamente a oscuras, únicamente iluminada por la luz de la luna que entra por la ventana. A los pocos segundos se ve como se abre la puerta del sótano mostrándose la luz de este. Del sótano sale TEDDY que se dirige hacia el arcón, lo abre y saca al señor HOSKINS en brazos y lo lleva hasta el sótano de donde desaparece. Una vez que ha cerrado la puerta del sótano desaparece la luz que se reflejaba al estar la puerta abierta. Nada más cerrar la puerta del sótano, aparecen escaleras para abajo JONATHAN y EINSTEIN. Tienen que alumbrarse con un mechero que trae EINSTEIN encendido)
EINSTEIN.— (Con sigilo) Todo va bien, Johnny.
JONATHAN.— Yo abro la ventana. Usted vaya por fuera y me lo da.
EINSTEIN.— Pero, es que pesa mucho para mí, Johnny. Será mejor que salgas tú y lo empujes. Yo me quedaré aquí y tiraré de él. Luego, entre los dos lo llevaremos a Panamá.
JONATHAN.— Está bien. Pero debemos de actuar con rapidez. Echaré un vistazo alrededor de la casa para vigilar que no hay nadie. Cuando oiga un golpe en el cristal abra la ventana.
EINSTEIN.— Sí. (Sale por la puerta JONATHAN. El doctor EINSTEIN está muy asustado) Qué miedo. (Sigue caminando por la habitación a oscuras, de golpe se tropieza con la mesa, con una silla y con todo el mobiliario que encuentre hasta terminar dentro del arcón que ha dejado abierto TEDDY. Enciende una cerilla y mira a su alrededor) ¿Dónde estoy? ¡Ah!, estoy aquí. (Por el arcón) ¿Quién lo habrá dejado abierto? (Pican a la ventana) ¿Johnny? Está bien, puedes pasármelo… Pesa mucho… Espera un momento Johnny, has perdido una pierna por alguna parte… Ayúdame, pesa mucho… ya lo tengo, ya lo tengo. (En esta escena, JONATHAN habrá pasado un cadáver por la ventana y EINSTEIN habrá intentado cogerlo sin éxito ya que le faltan fuerzas para hacerlo)
JONATHAN.— Tenga cuidado.
EINSTEIN.— Se le han caído los zapatos… No puedo Johnny, ayúdame… Ahora sí que lo tengo. (Se dirige con el muerto para el sótano. Cuando está a la altura de la puerta del sótano pican en la puerta de la entrada, EINSTEIN se para con el muerto en brazos) ¡Eh!, Johnny, pican a la puerta. Ves tu a ver lo que pasa. Yo me encargo del señor Spenalzo (Y JONATHAN que acababa de entrar por la ventana desaparece por esta. EINSTEIN esconde a duras penas el cadáver en el arcón que está abierto.)
ELAINE.— (Que es quien picaba a la puerta. Entrando se mueve por la oscuridad buscando a alguien) ¡Mortimer! ¡Tía Abby! ¡Tía Marta! (Cuando ELAINE está en mitad de escena entra JONATHAN que cierra la puerta) ¿Quién está ahí? ¿Eres tú, Teddy?
JONATHAN.— ¿Quién es usted?
ELAINE.— Soy Elaine Harper. Vivo aquí al lado.
JONATHAN.— ¿Qué hace aquí?
ELAINE.— He venido a ver a Mortimer. Es mi prometido.
JONATHAN.— ¿Prometido? ¿Mortimer se va a casar?
ELAINE.— Sí, conmigo. Venía a buscarlo para ir a ver al padre Martin que dentro de una hora se tiene que ir de Brooklyn, y si no pedimos hora hoy, no nos podrá casar hasta dentro de un año.
JONATHAN.— Hay mucha cola de espera, para estas fechas.
ELAINE.— (Nerviosa por el acoso de JONATHAN) Sí, es muy normal. Ya sabe que en esta época… (El doctor EINSTEIN ha corrido al interruptor y enciende la luz de la sala)
JONATHAN.— ¡Doctor!
EINSTEIN.— (Señalando al arcón) Todo va bien, Johnny. Todo va bien. (Bebe de su petaca de whisky mientras JONATHAN se pasea por la habitación buscando el cadáver que el doctor EINSTEIN ha escondido)
ELAINE.— ¿No son ustedes los que tendrían que dar una explicación de lo que hacen aquí?
JONATHAN.— Nosotros vivimos aquí.
ELAINE.— No es cierto. Vengo todos los días a esta casa y no los veo nunca. ¿Dónde están tía Abby, y tía Marta? ¿Qué les han hecho? (JONATHAN acaba de encontrar el zapato del señor SPENALZO tirado en el suelo y lo recoge)
JONATHAN.— Creo que será mejor que nos presentemos. Le presento al doctor Einstein. Un cirujano de gran categoría… (Que sigue buscando el cadáver, mirando debajo de la mesa) Y según parece, casi un mago.
ELAINE.— Y supongo que ahora me va a decir que usted hace películas de terror.
JONATHAN.— (Cortándola de un grito) ¡Yo soy Jonathan Brewster!
ELAINE.— Es usted Jonathan.
JONATHAN.— ¿Ha oído hablar de mí?
ELAINE.— Sí. Sus tías me han hablado de usted.
JONATHAN.— Y, ¿qué le han contado?
ELAINE.— (Muy nerviosa a causa de JONATHAN) Solamente que había otro hermano de Mortimer que se llama Jonathan. Esto lo explica todo… Y ahora que sé quiénes son, me marcharé, si tienen la bondad de abrir la puerta…
JONATHAN.— (Siguiendo a ELAINE hasta la puerta. Le abre la puerta, y cuando ella está a punto de salir la detiene) ¿Qué es lo que explica todo? ¿Y, qué hace usted viniendo aquí a estas horas de la noche?
ELAINE.— Me pareció ver llegar a Mortimer en coche. Debí de confundirlo con usted (JONATHAN cierra la puerta de un golpe.)
JONATHAN.— (Amenazante a ELAINE) ¿Es que vio usted llegar a alguien?
ELAINE.— (Muy asustada) Sí. ¿No estaba hace un momento ahí fuera? ¿No es ése su coche?
JONATHAN.— ¿Vio a alguien en el coche?
ELAINE.— (Más asustada) Sí.
JONATHAN.— Y, ¿qué más vio?
ELAINE.— Solamente eso, nada más.
JONATHAN.— Ya veo. ¿Y por eso ha venido?
ELAINE.— No. He venido a ver a Mortimer. Pero si no está en casa me iré…
(Intenta huir, pero JONATHAN la coge del brazo)
JONATHAN.— (Apretándole el brazo) Dígame la verdad…
ELAINE.— Me hace daño…
JONATHAN.— Creo que es peligrosa…
(Sale TEDDY del sótano y sin hacer mucho caso al grupo habla y se va)
TEDDY.— No se admiten visitas. Este es un funeral privado.
ELAINE.— (Gritando) ¡Teddy! Teddy, diles a estos hombres quien soy yo.
TEDDY.— (Parándose en el borde de la escalera) Esta es mi hija Alice.
ELAINE.— (presa del pánico) ¡No! ¡Teddy, Teddy!
TEDDY.— Y ahora, Alice, no seas pesada. No juegues con estos caballeros. (Y sube las escaleras de su forma habitual) ¡Carguen!
ELAINE.— ¡No! ¡Teddy!
(El doctor EINSTEIN le pasa un pañuelo a JONATHAN y este se lo pone en la boca a ELAINE evitando así que no se le escuche gritar. EINSTEIN apaga la luz de la sala)
JONATHAN.— Al sótano, doctor. (ELAINE se intenta zafar de JONATHAN)
ABBY.— (Con MARTA, salen de su habitación vestidas de luto) ¿Qué es lo qué pasa? ¿Qué ocurre aquí abajo? (Enciende la luz. Del sótano aparece JONATHAN) ¿Qué sucede, Jonathan? ¿Qué haces ahí?
JONATHAN.— Hemos cogido a una ladrona. Volver a vuestro cuarto.
ABBY.— Hay que llamar a la policía.
JONATHAN.— Yo me ocupare de todo. Id a dormir. ¿No me oís? (Pican a la puerta. Las dos ancianas corren a abrir la puerta) No abráis la puerta. (No le hacen caso) No abráis la puerta os he dicho.
(Del sótano sale corriendo ELAINE seguida del doctor EINSTEIN)
ELAINE.— ¡Tía Abby! ¡Tía Marta! (Se refugia en las dos ancianas)
ABBY.— ¿Elaine?
(Siguen llamando, esta vez con mucha más insistencia. ABBY corre a abrir mientras JONATHAN echa mano de su pistola. De la calle entra MORTIMER, más nervioso que nunca, las tres mujeres corren a refugiarse en él)
ABBY.— ¡Mortimer!
MORTIMER.— ¿Y Teddy? ¿Está arriba?
ELAINE.— (Tirándose al cuello de MORTIMER) Mortimer, ¿dónde has estado?
MORTIMER.— (Apartándola) Déjate de preguntas ahora, cariño. (A MARTA, cruzándose mientras intenta abrirse paso) Tía, ¿por qué llevas tu mejor vestido?
ELAINE.— ¡Mortimer!
MORTIMER.— (Se cruza con JONATHAN, las mujeres le siguen) Buenas noches. (Se para y se gira señalando a JONATHAN) ¿Qué es eso? (A ABBY) Parece un muñeco de barraca de feria. ¿Qué es?
ABBY.— Es tu hermano Jonathan. Y el otro es el doctor Einstein.
MORTIMER.— ¿No os dije que no dejarais entrar a nadie? ¿Quién dices que es?
(Y alrededor de MORTIMER se agrupan las tres mujeres cada una explicando su situación. ELAINE se queja de que le hayan intentado matar. ABBY y MARTA de que haya entrado sin permiso en su casa. MORTIMER no puede hacer caso a todas y va pasando una por una sin enterarse de lo que le dicen)
JONATHAN.— He vuelto a casa, Mortimer.
MORTIMER.— ¿Qué?
JONATHAN.— Que he vuelto a casa, Mortimer.
MORTIMER.— (Repitiendo lo que a dicho JONATHAN) ¡Que he vuelto a casa!… ¡Anda, si habla!
JONATHAN.— Sí, hablo. Mortimer, ¿te has olvidado ya de las cosas que hacía contigo? Cuando te ataba a la pata de la cama, y te ponía astillas en las uñas.
ELAINE.— Mortimer, él…
MORTIMER.— Un momento. (Se acerca poco a poco a mirar a JONATHAN) ¡No puede ser! Si es Jonathan.
JONATHAN.— Me alegro que me recuerdes, Mortimer.
MORTIMER.— Sí, me acuerdo. Como me iba a olvidar de ti. ¡Pero qué horror! ¿De dónde has sacado esa cara? ¿De una película de miedo? (JONATHAN se tira a por MORTIMER)
EINSTEIN.— (Sujetándole) No, Johnny, no.
JONATHAN.— (Intentado soltarse) Suélteme doctor…
MORTIMER.— (Encarándose) Venga, valiente. A ver si te atreves sin ese renacuajo… ¿O acaso necesitas que te proteja un enano?
ABBY.— (Saliendo al paso y separándolos y cogiendo de la oreja a cada uno) ¡Ya basta! No empecéis a pelearos nada más veros.
JONATHAN.— Ha empezado él.
MORTIMER.— Él me quería pegar…
ABBY.— Sois como críos. Después de tanto tiempo y aún os tenéis que estar peleando por tonterías.
MORTIMER.— Está bien. (ABBY los suelta de las orejas)
MARTA.— Hemos invitado a Jonathan y al doctor Einstein a que se queden.
MORTIMER.— ¿Qué?
MARTA.— Sólo por esta noche.
MORTIMER.— Nada de eso. Esta noche me quedo yo aquí. Me quedo aquí y no me muevo en toda la noche de esta casa.
ELAINE.— Mortimer, ¿y yo?
MORTIMER.— (Sin hacerle mucho caso) Así que en esta casa no hay sitio para nadie más. (A ELAINE que está intentando que le preste un poco de atención) Por favor cariño, un momento. (Otra vez a JONATHAN) De modo que tú y ese hombrecillo os podéis largar. (Dejando el tema zanjado se dirige a las escaleras seguido por ELAINE que sigue con ganas de decirle lo que ha pasado antes) ¿Dónde está Teddy? ¿Está arriba? Tengo que verle.
EINSTEIN.— (Mediando) No ocuparemos mucho sitio. Johnny puede dormir en el sofá. Y yo en el arcón de la ventana.
MORTIMER.— Nada de eso… ¿Dónde ha dicho? (Cambiando de ruta, directo al arcón) No dormirá en el arcón de la ventana. Yo dormiré en ese arcón. A partir de ahora dormiré aquí.
ELAINE.— (Suplicante) Mortimer.
MORTIMER.— Mira, Jonathan. Sé bueno. Toma diez dólares y búscate un hotel que embrujar.
JONATHAN.— (Tirándole el dinero al suelo) Mortimer, ¿sabes lo que yo hago con los que intentan darme ordenes?
EINSTEIN.— (Aparte a JONATHAN) Johnny. El señor Spenalzo.
JONATHAN.— ¿Qué?
EINSTEIN.— ¿Qué vamos a hacer con él? No lo podemos dejar ahí, en el arcón de la ventana.
JONATHAN.— Doctor, debo de reconocer que me había olvidado completamente del señor Spenalzo.
MORTIMER.— (Que estaba pendiente de la conversación) ¡Un momento! ¿Quién es ese señor Spenalzo?
EINSTEIN.— Un amigo nuestro al que Johnny estaba buscando.
MORTIMER.— A esta casa no viene ninguno de vuestros amigos del circo. ¡Vamos, fuera de aquí! (JONATHAN se vuelve a encarar con MORTIMER)
EINSTEIN.— (Separándolos) Está bien, Jonathan. Cuando hagamos las maletas te explicaré mi idea.
JONATHAN.— (En contra de su voluntad inicia el mutis hacía el piso de arriba seguido del doctor EINSTEIN) Ya te ajustaré las cuentas Mortimer, y no tardaré mucho (Desaparecen los dos)
MORTIMER.— ¿Qué te parece? Veinte años fuera de esta casa y tiene que venir precisamente esta noche. (Cayendo que tiene a su lado a ELAINE. La pobre chica esta llorosa y casi no puede hablar) Hola, Elaine. ¿Qué estás haciendo aquí?
ELAINE.— (Tirándose a los brazos de MORTIMER, llorando) Mortimer…
MORTIMER.— ¿Qué te pasa cariño?
ELAINE.— Querían matarme…
MORTIMER.— ¿Matarte?… (Reprochando a sus tías) ¡Tía Abby, tía Marta!
ABBY.— No, no.
MARTA.— ¡Oh, no! Ha sido Jonathan. Es que él la confundió con un ladrón.
ELAINE.— La cosa fue más grave aún…
MORTIMER.— ¿Más?…
ELAINE.— Yo creo que se trata de un maniaco…
MORTIMER.— Lo sé, cariño… (Salen para la cocina ABBY y MARTA)
ELAINE.— Mortimer, le tengo miedo.
MORTIMER.— Esta bien cariño. Ahora estoy contigo, no te preocupes…
ELAINE.— Hoy me has pedido para casarte conmigo. Tenemos que ir a ver al padre Martin para que nos case, tú hermano casi me mata, ¡y ahora tú quieres dormir en el arcón! ¿Estás loco?
MORTIMER.— ¿Loco? ¡Witherspoon! (Empujando a ELAINE para la puerta) Cariño, vete a tú casa.
ELAINE.— ¿Qué?
MORTIMER.— Sé buena chica y vete para tu casa. Tengo cosas que hacer.
ELAINE.— ¿A mi casa?
MORTIMER.— Sí.
ELAINE.— Pero…
MORTIMER.— Buenas noches (Y le cierra la puerta. Se dirige el teléfono) ¿Oiga?… Señorita… Con Happy Day dos, siete, cero. (Entra ELAINE como una bala, llorando)
ELAINE.— Pero Mortimer. ¿No has oído lo que te acabo de decir?…
MORTIMER.— (Que sigue al teléfono) Sí, dos, siete, cero…
ELAINE.— Tú propio hermano ha intentado de estrangularme…
MORTIMER.— (A ELAINE) ¡Por favor! ¡Esto es importante!
ELAINE.— ¿Eso? ¿Eso es importante?… ¿Y yo qué?
MORTIMER.— (Que sigue al teléfono) Oiga señor Whiterspoon, soy Mortimer Brewster… vera usted…
ELAINE.— (Desesperada) Ha intentado matarme.
MORTIMER.— Elaine, te quieres callar, no logro escuchar lo que me dice… (De nuevo al teléfono) Oiga… ya tengo los papeles firmados… Sí, ya sé que es muy tarde, pero quiero que venga inmediatamente y se lleve a mi hermano…
ELAINE.— Pero…
MORTIMER.— Por favor cariño, después… (Al teléfono otra vez) ¿El médico? ¡Oh, no! Se me había olvidado la firma del médico.
ELAINE.— (Que ya no sabe si llorar o ponerse de rodillas) ¡Mortimer!
MORTIMER.— (Gritando a ELAINE) ¡Quieres callarte! Es que no ves que tengo que llamar a un médico… (De nuevo al teléfono)¿Qué tipo de médico? ¿De cabecera?
ELAINE.— (Enfadadísima) ¡Puedes quedarte con tu luna de miel, con tu anillo de boda, con tu arpón, meterlo todo en un barril y tirarlo a las cataratas del Niágara!
MORTIMER.— (Que no ha escuchado lo que ELAINE le estaba diciendo) Bien, cariño, está bien. Gracias (ELAINE se va de la casa muy enfadada, dando un portazo. MORTIMER sigue con el teléfono) ¡Oiga! ¿Y por qué no viene usted para aquí? Mientras está llegando yo conseguiré las firmas del médico… Sí, venga inmediatamente… Muchas gracias. (Cuelga) Elaine, ¿qué me decías? (Mira a su alrededor) No está. ¿Qué mosca le habrá picado? (Corre a llamarla por la ventana) ¡Elaine! ¡Elaine! Se ha ido (Para si mismo) Tengo que sentarme (Se sienta sobre el arcón) Tengo que reflexionar sobre todo esto. Médico, Teddy, firma, Hoskins… ¡Hoskins! ¡Bah! (Se queda unos segundos pensando. Mientras lo hace se queda mirando fijamente el arcón. Se levanta y lo abre para mirar en su interior. Primero mira como sabiendo lo que se va a encontrar, pero su cara cambia cuando en su interior no se encuentra al señor HOSKINS, sino al señor SPENALZO. La impresión, como es evidente es muy grande) ¡Es otro! (Cierra de golpe el arcón. Gritando) ¡Tía Abby, tía Marta! Venid aquí…
ABBY.— (Desde dentro) Ahora no podemos, querido.
MORTIMER.— Cómo que no. ¡Venid aquí inmediatamente!
ABBY.— (Entrando) Bueno, ¿qué sucede? ¿Dónde está Elaine?…
MORTIMER.— Un momento. ¿No me prometisteis que no entraría nadie en casa estando yo fuera?
ABBY.— Jonathan…
MORTIMER.— No hablo de Jonathan, ni del doctor Einstein. ¿Quién hay dentro del arcón?
ABBY.— Ya te lo hemos dicho. El señor Hoskins.
MORTIMER.— No es el señor Hoskins. (Y se dirige con su tía al arcón. Lo abre) ¡Mira!
ABBY.— (Se acerca y mira en su interior. Muy extrañada) ¿Quién es este hombre?
MORTIMER.— Quieres decirme ¿que nunca habías visto a este hombre?
ABBY.— Pues claro que sí. Vaya manera de presentarse. Todo el mundo puede creerse que puede venir a morirse a esta casa.
MORTIMER.— Tía Abby. No intentes disimular, este es otro de vuestros caballeros, lo sabes muy bien.
ABBY.— Mortimer, ¿cómo puedes decir eso? (Por el señor Spenalzo) Este hombre es un impostor. Y si ha venido para que le enterremos en nuestro sótano, está muy equivocado.
MORTIMER.— Escucha… Tú dijiste que habías metido al señor Hoskins en el arcón…
ABBY.— Sí.
MORTIMER.— ¡Pues a este hombre no se lo puede haber dicho el señor Hoskins! A propósito, ¿dónde estará el señor Hoskins? (Buscándolo por toda la sala) Señor Hoskins… señor Hoskins…
ABBY.— Se habrá ido a Panamá…
MORTIMER.— ¿Qué?, ¿lo habéis enterrado?
ABBY.— No, aún no. El pobre está en el sótano, esperando a que le hagan los oficios. No hemos tenido ni un minuto desde que llegó Jonathan…
MORTIMER.— ¡Jonathan! (Y cierra el arcón por precaución a su hermano)
ABBY.— (Con pena hacia el señor Spenalzo) Pobrecillo. La verdad es que siempre quisimos celebrar un doble funeral. (Cambiando a una expresión más severa) Pero, de ninguna manera cantaremos los himnos por un extraño.
MORTIMER.— ¿Un extraño? Pero tía Abby, ¿cómo voy a creerte? Confesaste haber envenenado a los doce hombres que hay en el sótano…
ABBY.— Sí, lo hice. Pero, no pensarás que voy a rebajarme a decir una mentira. (Inicia el mutis por la cocina, llamando a MARTA) Marta, Marta. ¿Qué crees tú de lo que ha pasado?
MORTIMER.— (Desesperado por la situación) ¡Mentiras! ¡No dice mentiras! No dice mentiras, ¡pero mata a hombres! (Aparece JONATHAN por arriba de las escaleras, al verlo MORTIMER se dirige a su hermano y lo para justo en las escaleras) ¡Alto! ¡Alto! No bajes.
JONATHAN.— Tal vez esto te interese, Mortimer. He decidido que el doctor Einstein y yo nos quedamos aquí. Y también he decidido que tú te vas a ir ahora mismo.
MORTIMER.— Escucha, hermoso. No tengo humor para discutir ahora. O te vas por las buenas o te saco de la oreja.
JONATHAN.— No me amenaces. He llevado una vida muy extraña Mortimer.
ABBY.— (Entrando seguida por MARTA) Marta, ven aquí inmediatamente. Mira quién hay en el arcón de la ventana.
MORTIMER.— ¡No! No, no, no…
(Y por primera vez en mucho tiempo MORTIMER y JONATHAN están de acuerdo en una cosa, y salen los dos disparados para el arcón y se sientan en él antes de que MARTA pueda mirar en su interior)
MORTIMER.— No, no, tía Marta…
(MORTIMER, que hasta ahora no se había fijado que JONATHAN se había sentado a su lado, ahora se da cuenta, y calla antes de poder decir nada. Se queda mirando a su hermano y poco a poco se va dando cuenta de que el señor Spenalzo lo ha metido dentro del arcón JONATHAN. Primero lo mira como sorprendido, y luego poco a poco con más confianza y más alegre. Al fin, después de unos segundos se levanta y se dirige a sus tías)
MORTIMER.— Jonathan, deja que tía Marta vea lo que hay dentro del arcón. Tía Abby, tengo que pedirte perdón. Ahora voy a darte buenas noticias… Jonathan se marcha. Y se llevará con él al doctor Einstein y a su silencioso compañero. Escucha, Jonathan. Eres mi hermano, eres un Brewster, y te doy la oportunidad de llevarte esa prueba que te acusa. (Por Spenalzo claro) No puedes pedir nada más. (Silencio) ¿Y bien? (Ídem) Como quieras, en ese caso tendré que llamar a la policía. (Va al teléfono)
JONATHAN.— (Que sigue sentado) No toques ese teléfono. Recuerda que lo que le ha ocurrido al señor Spenalzo, te puede ocurrir a ti.
MARTA.— ¿Spenalzo?
ABBY.— Ya sabía yo que era un extranjero.
JONATHAN.— Suelta el teléfono, Mortimer.
(Llaman a la puerta. MORTIMER deja el teléfono, JONATHAN echa mano de su pistola y ABBY va a abrir la puerta. Al hacerlo aparece de la calle el agente O’HARA que estaba de ronda)
O’HARA.— Hola.
ABBY.— Hola, agente O’Hara.
O’HARA.— He visto luz y me he dicho si no habrá algún enfermo…
ABBY.— No…
O’HARA.— (Al ver a JONATHAN) ¡Ah!, tienen compañía. Siento molestar.
MORTIMER.— No, no. Pase usted.
ABBY.— Sí, sí, pase agente O’Hara.
MARTA.— Eso, entre agente O’Hara. (Por MORTIMER) Éste es nuestro sobrino Mortimer.
O’HARA.— (Dándose la mano) Me alegro de conocerle.
MORTIMER.— Lo mismo digo.
MARTA.— Y este, es otro sobrino, Jonathan.
O’HARA.— También me alegro de conocerle (JONATHAN no dice nada e intenta esconder la cara) Su cara me es conocida. ¿No habré visto su foto en alguna parte?
JONATHAN.— (Volviéndose, mirando por la ventana) No lo creo.
O’HARA.— Bueno, ha sido un placer haberles conocido. Ahora, tengo que irme.
MORTIMER.— (Deteniéndole) ¿Qué prisa tiene?
O’HARA.— Lo siento señor Brewster, pero… Oiga, ¿no será usted Mortimer Brewster, el escritor y crítico teatral?
MORTIMER.— Pues sí, ¿por qué?
O’HARA.— Qué oportunidad para mí. Soy escritor dramático, estoy escribiendo ahora un drama.
MORTIMER.— ¿En serio? ¡Vaya, vaya, vaya! Quizá pueda echarle una mano.
O’HARA.— ¿Lo haría? ¡Vaya una suerte! Tengo ideas magnificas, pero no sé expresarlas bien.
MORTIMER.— Por eso no se preocupe. Yo puedo ayudarle en lo que haga falta. Vamos para la cocina, ahí se trabaja mucho mejor (lo empuja para la puerta de la cocina) Tía Abby, ¿quieres prepararle un bocadillo al agente O’Hara?
ABBY.— Sí.
MARTA.— Espero que no le moleste comer en la cocina, agente O’Hara.
O’HARA.— ¿Dónde se va a comer mejor que ahí? (Y salen O’HARA, ABBY y MARTA riendo)
MORTIMER.— (A los de dentro) Ahora vuelvo. (A su hermano) Escucha Jonathan. Es tú última oportunidad. Entretendré al agente O’Hara para que os podáis marchar. Tú, el doctor Einstein y el señor Spenalzo. Y si no os vais en cinco minutos, le presentaré al agente O’Hara el señor Spenalzo. (Abre el arcón)
O’HARA.— (Entrando. MORTIMER tal como lo ha abierto cierra el arcón) Señor Brewster, mi obra se desarrolla en…
MORTIMER.— (Empujando a O’HARA para la cocina) Ahora mismo estoy con usted…
O’HARA.— Ya verá cómo le va a gustar…
MORTIMER.— En seguida voy…
O’HARA.— (Entrando en la cocina) Está bien.
MORTIMER.— (A JONATHAN, antes de entrar en la cocina) Y ahora, ¡fuera de aquí los tres! (Entra)
(EINSTEIN ha bajado las escaleras y toca a JONATHAN por la espalda)
JONATHAN.— (Paseando nervioso por la habitación) Doctor. Este asunto entre mi hermano y yo se tiene que terminar inmediatamente.
EINSTEIN.— Pero, Johnny. Ya tenemos suficiente problemas. Anda, vámonos.
JONATHAN.— No nos iremos. Vamos a dormir aquí, en esta casa.
EINSTEIN.— Pero ¿qué dice? ¿Con un policía en la cocina, y el señor Spenalzo en el arcón?
JONATHAN.— Sólo puede amenazarnos con eso. Cogeremos a Spenalzo y lo tiraremos a la bahía. Luego, volveremos aquí. Y si luego intenta interponerse…
EINSTEIN.— No, no, Johnny. Por favor, no.
JONATHAN.— Doctor. Aquí tenemos una situación perfecta para sacar una fortuna. Con las dos viejas como tapadera. Sólo Mortimer se interpone en nuestro camino. Nunca me gustó Mortimer.
EINSTEIN.— Por favor, Johnny, tranquilízate, te lo ruego…
JONATHAN.— Doctor, usted ya sabes que cuando tomo una decisión…
EINSTEIN.— Sí, sí. En cuanto tomas una decisión pierdes la cabeza. Mira Johnny, Brooklyn no es un buen sitio para… (JONATHAN coge del brazo al doctor EINSTEIN) ¡De acuerdo Johnny, de acuerdo! (Lo suelta)
JONATHAN.— Coge el instrumental, y ocúltalo en el sótano (Obedece). Deprisa. (JONATHAN abre el arcón y cuando está a punto de sacar a SPENALZO sale del sótano el doctor EINSTEIN muy alarmado)
EINSTEIN.— ¡Eh!, Johnny. Ven inmediatamente.
JONATHAN.— ¿Qué pasa?
EINSTEIN.— ¿Te acuerdas de ese canal en el sótano?
JONATHAN.— Sí.
EINSTEIN.— Pues bien. Ya hay un barco dentro. (JONATHAN corre para el sótano y desaparece en él seguido del doctor EINSTEIN)
(Salen de la cocina MORTIMER y O’HARA. Por la cara del primero se puede ver que O’HARA no ha parado de hablar en todo el rato)
O’HARA.— Señor Brewster. Usted no sabe lo que pasa en Brooklyn.
MORTIMER.— (Que está mirando que se haya ido JONATHAN y el doctor EINSTEIN) ¿Que no lo sé?
O’HARA.— No. Mi madre era actriz.
MORTIMER.— ¿De verdad?
O’HARA.— Pues claro que era mi madre. Se llamaba Peaches La Tour.
MORTIMER.— (Aparte) Se han ido.
O’HARA.— ¿Qué dice?
MORTIMER.— Nada, nada (Sigue mirando)
O’HARA.— Mi obra no es una idea que viene y se va. Llevo doce años trabajando en esta obra. (Se sienta en el arcón)
MORTIMER.— (Levantándolo) ¿Doce años? Pues vaya resolviéndolo mentalmente. (Empujándolo para la puerta de la cocina) Voy un momento al piso de arriba a buscar un bloc de notas para apuntarme los detalles de su obra. Espéreme en la cocina. El primer acto me gusta…
O’HARA.— Sí, es bueno. (Dándose la vuelta) ¡Pero si no se lo he contado!
(MORTIMER cierra la puerta de la cocina en las narices de O’HARA. Se dirige hacía el arcón y lo abre. Al ver a SPENALZO da un respingo)
MORTIMER.— ¡Oye! ¿Tú no te tendrías que haber ido? (Cierra el arcón. Llamando) ¡Jonathan!, ¡Jonathan!
JONATHAN.— (Seguido por EINSTEIN del sótano) Sí, Mortimer.
MORTIMER.— ¿Cómo es que aún estáis aquí? ¿No os había dicho que os largarais?
JONATHAN.— No nos vamos a ir.
MORTIMER.— ¿Que no os vais?
EINSTEIN.— No.
MORTIMER.— (A EINSTEIN) ¡Usted se calla! Bien, tú lo has querido. (Llamando) Agente O’Hara.
O’HARA.— (Desde dentro). ¡Un momento!
JONATHAN.— Si le dices al policía lo que hay dentro del arcón. Yo le diré lo que hay abajo, en el sótano…
MORTIMER.— ¿En el sótano?
JONATHAN.— Hay un caballero de cierta edad, que al parecer está un poco muerto. Y ahora, ¿qué le vas a decir a O’Hara?
MORTIMER.— ¿Qué hacías en el sótano?
EINSTEIN.— Y, ¿qué es lo que hace él en el sótano?
O’HARA.— (Entrando) ¿Qué hacen todos aquí? (MORTIMER se dirige a O’HARA y le empuja para la puerta de la cocina) A sus tías les ha gustado el comienzo, y quieren oír más. ¿Les digo que vengan?
MORTIMER.— No, no, no. No puede ser. Ahora lo que tiene que hacer es… (Cambiando de dirección y empujándole para la salida de la casa) irse a la comisaría…
O’HARA.— ¡A la porra con la comisaría! Ahora estoy lanzado. Tengo que explicarle toda la obra…
MORTIMER.— No puede hacerlo delante de estos dos tipos… no la apreciarían.
O’HARA.— ¡Ah! ¿Incultos?
MORTIMER.— Eso es. Busque un sitio donde podamos estar solos. Usted va delante y me espera. ¿Ésta bien?
O’HARA.— Ésta bien, sí. (Sale y vuelve a entrar) ¿Qué le parece el reservado de Kelly’s?
MORTIMER.— ¿Kelly’s? Perfecto, el sitio perfecto. Ambiente teatral genial para trabajar. Vaya a hacer su ronda y me espera ahí.
O’HARA.— Estupendo…
JONATHAN.— (Deteniendo a O’HARA) Un momento, ¿por qué no se van los dos al sótano?
O’HARA.— Por mí estupendo (Y va para el sótano)
MORTIMER.— (Deteniéndole) No, no, no. Hay más atmósfera literaria en Kelly’s, se lo aseguro. Espéreme ahí… (Y lo empuja para la puerta de salida)
O’HARA.— Magnífico. El principio le sorprenderá… Yo estoy a punto de nacer… entra el médico y dice…
MORTIMER.— (Acordándose de que tiene que llamar) ¡El médico!
O’HARA.— Sí.
MORTIMER.— Esta bien. Vaya tirando que yo ahora le alcanzaré… (Le cierra la puerta)
O’HARA.— (Volviendo a entrar) Oiga, no me deje tirado. Es una magnífica obra. Le aseguro que le encantará…
MORTIMER.— Sí, sí, espéreme ahí… (Y le cierra la puerta definitivamente. Buscando en sus bolsillos) Médico, médico. ¿Dónde están esos papeles? (Por la mesita del teléfono) ¡Ahí están! (Con los papeles en la mano. A JONATHAN) Te crees muy listo, te crees que me has derrotado. Pues no es así. Crees que temo contarle a la policía lo de Spenalzo, porque tú contarías lo de Hoskins, ¡pues te equivocas! Cuando consiga que Spenalzo… Quiero decir, el médico me firme esto, lo demás me tiene sin cuidado. Y tú ves pensando lo que vas a hacer con Spenalzo. Digo… ¡Sí, con Spenalzo! (Sube las escaleras)
JONATHAN.— ¿A dónde vas?
MORTIMER.— A ver al médico. (Corrigiendo la ruta) Y cuando vuelva, ¡espero que te hayas ido! (Se va para la calle)
EINSTEIN.— (Que ha estado bebiendo de su petaca, ahora está completamente borracho) Je, je, je. Tiene cara de asesino.
ABBY.— (Entrando con MARTA) Bueno, Marta. Creo que ya podemos empezar el funeral. (Viendo a los dos hombres) Creía haber oído que os marchabais…
JONATHAN.— No os hagáis ilusiones, tías. El que se ha ido ha sido Mortimer. Y hablando de funeral… Tía Marta, ¿quieres prepararnos café mientras bajamos al señor Spenalzo al sótano? (Seguido por EINSTEIN, ahora se encuentra en el arcón)
MARTA.— No.
ABBY.— No, Jonathan. Tienes que llevártelo de aquí.
JONATHAN.— (Abriendo el arcón) Un amigo de Mortimer le está esperando ahí abajo.
ABBY.— ¿Un amigo de Mortimer?
JONATHAN.— Cójale por los pies, doctor. Él y el señor Spenalzo se llevarán muy bien juntos, tienen mucho en común. Los dos están muertos (Ríe EINSTEIN)
MARTA.— ¡Ah! Debe de referirse al señor Hoskins. (JONATHAN y EINSTEIN dejan al muerto)
EINSTEIN.— ¿Señor Hoskins?
JONATHAN.— ¿Es que vosotras sabéis lo que hay ahí abajo?
ABBY.— Por supuesto que lo sabemos, y no es amigo del Mortimer. Es uno de nuestros caballeros.
EINSTEIN.— ¿De sus caballeros?
MARTA.— Sí, y no consentiremos que en nuestro sótano se entierre a ningún extraño…
JONATHAN.— Pero ¿y el señor Hoskins?…
MARTA.— El señor Hoskins no es ningún extraño.
ABBY.— Además. No hay sitio para el señor Spenalzo, el sótano está completamente lleno.
JONATHAN.— ¿Lleno de qué?
ABBY.— De nuestros caballeros. Ahí abajo ya tenemos doce tumbas.
JONATHAN.— (Cruzando la mirada con EINSTEIN) ¿Doce tumbas?
MARTA.— Claro.
ABBY.— Queda muy poco espacio. Y aún vamos a necesitarlo.
JONATHAN.— Queréis decir, ¿qué tú y tía Marta habéis asesinado a doce hombres?…
ABBY.— ¿Asesinado? Pues claro que no. Es una de nuestras obras de caridad.
MARTA.— Es una de nuestras buenas obras.
ABBY.— Así que coge al señor Spenalzo y llévatelo de aquí.
(EINSTEIN, completamente borracho esté en una de las sillas riendo)
JONATHAN.— ¿Y habéis hecho todo esto… aquí…, en vuestra casa, y los habéis enterrado en el sótano?
EINSTEIN.— (Borracho) Esto es estupendo, Johnny. A nosotros nos han perseguido por todo el mundo, y ellas, sin moverse de Brooklyn. Han empatado contigo.
JONATHAN.— ¡Qué!
EINSTEIN.— Sí. Tú tienes doce, y ellas tienen doce. Empatados.
JONATHAN.— ¡Yo tengo trece!
EINSTEIN.— No, Johnny, doce. No exageres.
JONATHAN.— Trece con el señor Spenalzo. (Contando) El primero fue en Londres, dos en Johannesburgo, uno en Sydney, otro en Melbourne, dos en San Francisco, uno en Phoenix, Arizona.
EINSTEIN.— Phoenix?
JONATHAN.— En la estación de gasolina.
EINSTEIN.— ¿En la estación de gasoil?… ¡Ah! Sí.
JONATHAN.— Tres en Chicago, y uno en South Bend…
EINSTEIN.— No…
JONATHAN.— Trece en total…
EINSTEIN.— No, no. No puedes contar al de South Bend. Murió de pulmonía.
JONATHAN.— No hubiera muerto de pulmonía si no le tiro al agua.
EINSTEIN.— No, Johnny, no puedes contarlo. Tú tienes doce, y ellas tienen doce. Las abuelas son igual de buenas que tú. (Ríe)
JONATHAN.— Conque sí, ¿no? Pues eso se arregla fácilmente. Tan sólo me falta uno más. Nada más que eso, uno más. Y… tengo una idea acerca de quién va a ser el número trece…
Y mientras termina esta última frase se cierra el…
TELÓN