Al abrirse el telón puede verse la casa de las hermanas Brewster.
Justo en el centro de la escena encontramos unas escaleras que dan al piso de arriba, al lado de estas una puerta que da acceso al sótano. En el lateral del fondo izquierdo está la puerta de la cocina, mientras que un poco más delante de esta hay una gran ventana lo suficientemente grande como para que pueda entrar y salir una persona, justo debajo de la ventana un gran arcón tan grande como para que quepa una persona tumbada. Paralelo al arcón, en el lado derecho de la escena está la entrada de la casa. La casa está amueblada con muy buen gusto, una mesita en el centro rodeada de sillas, en la pared derecha, justo al lado de la puerta una mesa escritorio de época donde se puede ver un teléfono y una mesita para sentarse, en la pared del fondo izquierdo un mueble de dos puertas, el cual su utilidad principal estaba pensada para guardar platos, pero, como ya se verá en la obra, está lleno de once sombreros.
En escena están sentados en la mesa Abby Brewster, de unos 60 años, es muy dulce al hablar y muy fina en todos sus movimientos. Camina a saltitos cortos como si tuviese prisa. A su lado, la señora Harper de la misma edad que Abby, posiblemente un poco más joven. Un poco más apartado en otra silla está TEDDY. Este TEDDY merece un punto y aparte. De mediana edad, unos 40 años aproximadamente, es el vivo retrato del presidente de Estados Unidos Teodoro Roosevelt, gafas redondas, bigotillo y el pelo engominado con la raya muy marcada, viste de traje negro con camisa blanca, chaleco blanco y corbata a juego. No hace falta decir que se encuentra mal de la cabeza y se cree dicho presidente. Como no tiene nada que hacer está cosiendo o tomando una taza de café a su efecto.
ABBY.— (Hablando con la HARPER) Querida Britney, espero que no tengas mala opinión de Mortimer porque sea crítico de teatral y lleve a tu hija al teatro todas las noches.
HARPER.— No es que me disguste que sea crítico, pero ningún hombre que mantenga públicamente que el matrimonio es un fraude y un fracaso, debería de llevar a la hija de su madre a ningún sitio. (Estornuda)
TEDDY.— (Dejando su labor) Creo que me estoy resfriando.
ABBY.— No, querido. Ha sido la señora Britney. Jesús. (Volviendo con HARPER) No debemos de enfadarnos con Mortimer, está perdidamente enamorado de tu hija, y mi hermana Marta y yo estamos tan contentas. Antes, sólo venía a vernos de vez en cuando, y ahora se pasa en Brooklyn seis noches a la semana. (Llaman a la puerta) ¿Me disculpas? (A TEDDY que hace amago de ir a abrir la puerta) No, no, Teddy, querido. Muchas gracias, pero ya voy yo. (Entran en escena el oficial BROPHY y el oficial O’HARA. El primero ya tiene cerca de 50 años y el segundo es un novato de no más de treinta años. ABBY les ofrece encantada la entrada a la casa) Es usted oficial Brophy, pase, pase. ¿Cómo se encuentra?
BROPHY.— Buenas noches, señorita Brewster, venimos a por los juguetes. (Por O’Hara) Este es el oficial O’Hara, se va a hacer cargo de mi ronda.
O’HARA.— ¿Cómo está usted señorita?
ABBY.— Bien, muchas gracias. Bienvenido a nuestra vecindad oficial O’Hara.
TEDDY.— (Muy erguido se dirige a los dos oficiales que acaban de entrar) General MacArthur, ¿qué novedades me traen?
BROPHY.— (Saludando militarmente) No hay novedad, mi coronel.
TEDDY.— (Aparte a BROPHY, por O’HARA) ¿Y este?
BROPHY.— Es el general Daniels. Me sustituirá en mi vigilancia de la Casa Blanca (TEDDY, se queda mirando a O’HARA que está mirando a su alrededor. BROPHY le da un pequeño toque con el codo)
O’HARA.— ¿Eh? ¡Ah! (Saludando) No, ninguna novedad.
TEDDY.— Magnifico. Gracias, caballeros. (Contundente) Descansen.
ABBY.— (Presentando a HARPER) ¿Conocen a la señorita Harper? Es mi vecina de aquí al lado.
BROPHY.— Hola señorita. Este es el agente O’Hara, se hará cargo de esta zona.
HARPER.— ¿Cómo está señor? Encantado de conocerle.
ABBY.— Los juguetes están arriba en una silla, junto a la puerta de la biblioteca. (A TEDDY) Teddy, haz el favor de bajar el ejército y la marina que está en el cuarto de tía Marta. Ya están empaquetados.
HARPER.— Hacen ustedes un magnífico trabajo. Arreglar juguetes rotos, para regalarlos a los niños del campamento.
TEDDY.— (Que está a la altura de la escalera, se para, levanta el brazo, y mientras corre para arriba como si cargase contra un ejército grita:) ¡Carguen! (Desaparece. Todos, menos O’Hara, no hace caso a lo que acaba de pasar y siguen hablando de sus cosas)
BROPHY.— Bueno, eso nos sirve de distracción mientras estamos en la comisaría sin hacer nada. Se cansa uno de jugar a las cartas. (Ríen todos menos O’Hara que sigue sorprendido por la salida de TEDDY. Por una caja de juguetes que hay en una de las esquinas) ¿Son estos los juguetes? (O’Hara coge la caja de juguetes)
ABBY.— (A BROPHY) ¿Cómo sigue su esposa?
BROPHY.— Está mejor, gracias. Pero aún sigue un poco débil.
ABBY.— Le haré un caldito para que se lo lleve.
BROPHY.— Por favor, señorita Abby, no se moleste. Ha hecho usted demasiado.
ABBY.— Tonterías. No tardare ni un minuto. (Sale para la cocina)
HARPER.— Si conozco el significado verdadero de la palabra bondad y generosidad, es gracias a las hermanas Brewster.
(Sale TEDDY con una corneta y desde lo alto de las escaleras sopla con todas sus fuerzas. Del susto se le cae la caja de juguetes a O’Hara)
BROPHY.— (A Teddy) Teddy, me prometió usted que no volvería a hacer esto.
TEDDY.— (Desde lo alto de la escalera) He de convocar al gabinete para que me entregue estos suministros.
BROPHY.— Bueno, pero no vuelva a hacerlo. ¿Me oye? (Sale TEDDY por las escaleras. A O’Hara que está recogiendo los juguetes) Acostumbraba a hacerlo a media noche, y los vecinos se quejaban. Aún hoy le tienen un poco de miedo.
O’HARA.— Sargento, le prometí no decir palabrotas, pero que diantre, ¿quiere decirme qué es lo que pasa?
HARPER.— Es inofensivo.
BROPHY.— Se cree que es Teodoro Roosevelt. Mire el lado bueno, podría creerse que es otro personaje peor.
HARPER.— Jack el destripador por ejemplo.
O’HARA.— Tiene razón, tomaré nota. Es un caso muy interesante.
BROPHY.— (A HARPER) ¿No es una lástima? ¿No es una lástima que una familia tan agradable como esta tenga que albergar a un loco?
(Entra en escena MARTA BREWSTER, es la hermana de ABBY, y como ella han sido solteras toda la vida. Es uno o dos años más joven que ABBY, pero igual que ella en su forma de hacer, es un poco menos refinada en sus movimientos y viste de cuello alto)
MARTA.— ¡Oh, qué agradable sorpresa!
BROPHY.— Buenas tardes, señorita Brewster.
MARTA.— ¿Cómo está usted, señor Brophy?
HARPER.— Buenas tardes.
MARTA.— Britney, ¿cómo está?
BROPHY.— (Presentando a O’HARA) Señorita, Marta. Este es el agente O’Hara. Me va a relevar en este distrito.
O’HARA.— ¿Cómo está usted?
MARTA.— Encantada de conocerle.
O’HARA.— Gracias.
(Entra ABBY con una olla)
ABBY.— ¡Oh, Marta! ¿Ya has vuelto? (A BROPHY) Aquí está el caldo para la señora Brophy, no se olvide de dárselo calentito. (TEDDY baja las escaleras con una caja llena de juguetes)
BROPHY.— Puede estar segura. Muchas gracias.
TEDDY.— El ejército y la armada listos para combate.
BROPHY.— ¡Oh, coronel! Es estupendo, hará felices a muchos niños.
TEDDY.— (Por un barco que tiene O’Hara en su caja de juguetes) ¿Qué es esto? ¿El Oregón?
MARTA.— Teddy, cariño, déjalo ahí.
TEDDY.— (Afianzándose del barco) Pero, si el Oregón tiene que ir a Australia.
MARTA.— Vamos, Teddy.
TEDDY.— No, se va a Australia.
BROPHY.— Son preciosos. Muchísimas gracias.
MARTA.— No tiene por qué darlas.
BROPHY.— Los niños se volverán locos con estos juguetes.
ABBY.— Vamos, vamos. Que no es para tanto.
O’HARA.— (Saludando marcialmente a Teddy) Adiós, coronel. (Teddy, se queda mirando a BROPHY que está como un niño mirando a los juguetes. Dándole un codazo) ¡Eh, sargento!
BROPHY.— ¿Qué? (Dándose cuenta) ¡Ah, sí! (Saluda)
TEDDY.— (Devolviendo el saludo) Rompan filas.
BROPHY.— Bien, adiós y gracias por todo.
ABBY.— Adiós.
O’HARA.— Buenas noches.
ABBY.— Cuidado con el escalón. No se les caiga los juguetes.
HARPER.— Bien, yo también he de irme.
(TEDDY, se dirige al pie de la escalera, y con el barco en la mano repite el mismo juego.)
TEDDY.— ¡Carguen! Carguen contra el fortín. (Desaparece)
HARPER.— ¿El fortín?
MARTA.— La escalera, para él, es la colina de San Juan.
HARPER.— (Estornuda)
MARTA.— Jesús.
HARPER.— Gracias.
MARTA.— De nada.
HARPER.— ¿No han tratado de convencerle de que no es Teodoro Roosevelt?
ABBY.— ¡Oh, no!
MARTA.— Y ¿por qué? Si se siente muy feliz siendo Teodoro Roosevelt.
ABBY.— ¿Te acuerdas, Marta? Hace ya bastante tiempo, pensamos que siendo George Washington significaría un buen cambio para él. Y se lo sugerimos.
MARTA.— ¿Y sabe lo qué pasó? Se escondió debajo de la cama varios días diciendo que no quería ser nadie.
HARPER.— Bueno, si él es feliz así. Y ustedes también lo son.
MARTA.— Nuestra única preocupación es lo que hará Teddy cuando ya no estemos nosotras.
HARPER.— Sí, en efecto. Ese será un problema.
ABBY.— Pero, Mortimer, ya ha hecho todo lo necesario para que Teddy ingrese en el sanatorio Happy Day, cuando muramos nosotras.
HARPER.— Magnifica idea. Es un sitio muy agradable. Marta, Abby, yo me tengo que ir que estará a punto de llegar Elaine. Adiós y buenas noches.
MARTA.— Adiós, Britney.
ABBY.— Adiós, buenas noches.
(La acompañan hasta la puerta y se va)
ABBY.— Que encantadora es Britney. Sabes, Marta. Creo que al final ya está empezando a ver la luz.
MARTA.— Me parece que no se interpondrá en nuestros planes acerca de Mortimer y Elaine. Y no se interpondrá en la relación entre su hija y nuestro Mortimer.
ABBY.— No, querida.
MARTA.— (Por la mesa, que esta puesta con vasitos de té) ¡Oh! ¿Has estado tomando el té esta tarde?
ABBY.— Sí. Y me temo que la cena va a retrasarse esta noche.
MARTA.— ¿Sí? ¿Por qué?
ABBY.— (Llamando a TEDDY) Teddy, Teddy. (Sale TEDDY) Tenemos que darte buenas noticias. Tienes que ir a Panamá y excavar otra esclusa para el canal.
TEDDY.— Encantado. Eso está bien, muy bien. Me prepararé enseguida para el viaje. (Y repite la salida de siempre.) ¡Carguen!
MARTA.— (Acercándose a su hermana, muy alegre) Abby. ¿Mientras yo estaba afuera?
ABBY.— Sí, querida. La verdad, es que no pude esperarte. No sabía cuándo volverías, y como tenía que venir Britney.
MARTA.— (Un poco desilusionada) ¡Oh! Pero ¿tú sola?
ABBY.— (Muy orgullosa) Sí, lo he hecho muy bien.
MARTA.— ¡Oh! Voy a bajar a verlo enseguida. (Inicia el mutis por el sótano)
ABBY.— No, no, querida. No había tiempo, recuerda que estaba yo sola.
MARTA,— Y ¿dónde está?
ABBY.— Marta, mira en el arcón que hay debajo de la ventana.
MARTA.— (Muy alegre a su hermana) Abby, que ilusión.
(Van las dos hermanas para el arcón. Antes de llegar al arcón entra ELAINE. MARTA está a punto de abrirlo cuando aparece por la ventana ELAINE. ELAINE, es una chica joven de veintitantos años, se le ve muy alegre. Les toca la espalda y las dos ancianas se asustan)
ABBY.— Es Elaine.
ELAINE.— Queridas tías. (Y le da dos besos a cada una. Les guiña el ojo pícaramente) Lo hemos conseguido…
MORTIMER.— (Desde dentro) ¡Elaine!…
ABBY.— (A Marta) ¿Qué habrá querido decir? ¿No supondrás que finalmente Mortimer se ha decidido a…?
MORTIMER.— (Desde dentro) ¡Elaine!
MARTA.— Vamos, Abby. No vayamos a molestar. (Y corren a esconderse dentro de la cocina)
(Entra en escena ELAINE. Tras suyo, y llamándola, MORTIMER. MORTIMER tiene unos treinta años. Viste elegantemente)
MORTIMER.— ¡Elaine! Te has dejado el sombrero en el taxi. (Asoman por la puerta ABBY y MARTA)
ELAINE.— (Coquetamente) Tíramelo, que no pienso acercarme a ti.
MORTIMER.— ¿Por, qué?
ELAINE.— Estaría feo que la novia se acercase al novio antes de la boda.
MORTIMER.— Bueno, pues si la novia no va al novio, el novio irá a la novia.
ELAINE.— (Que sigue con la misma actitud) Pero, Mortimer. Tienes que quererme también por mi inteligencia.
MORTIMER.— (Yendo a por ella como un león) Cada cosa a su tiempo.
ELAINE.— (Volviendo a huir) Me das miedo Mortimer.
MORTIMER.— ¿Sabes, una cosa cariño? Estamos perdiendo el tiempo. Yo iré a decírselo a mis tías y tú díselo a tu madre… Espera no, no se lo digas aún a tu madre o el catarro puede degenerar en pulmonía.
ELAINE.— Sé cómo tratar a mi madre. Es muy buena.
MORTIMER.— Será mejor que se lo digas tú. Ya sabes que tu madre me da miedo, y no quiero tener que presentarme en tú casa con una armadura sólo para pedir tu mano.
ELAINE.— No seas tonto, Mortimer…
MORTIMER.— Oye, ¿y si se lo decimos, después de casarnos, desde las Cataratas del Niágara?
ELAINE.— ¿Las Cataratas del Niágara? ¿Era esa la gestión que tenías que hacer en tu oficina esta mañana?
MORTIMER.— Sí. Vamos a hacer el viaje clásico. A las Cataratas del Niágara, donde siempre va todo el mundo. Tendrías que haber visto la cara de mi secretaría cuando hice la reserva. Tenemos un coche especial en el tren, la suite nupcial en el hotel, y dentro de un mes atravesaremos las cataratas en un tonel.
ELAINE.— ¡Oh!, Mortimer.
MORTIMER.— Venga, corre a casa a decidir tu vestido de novia.
ELAINE.— No hace falta. Al día siguiente de conocerte lo elegí.
MORTIMER.— ¡Ah! Lo ves, lo ves. Eso es lo que no me gusta de las mujeres. Todo el mundo, menos yo sabía que nos íbamos a casar. Hasta creo que mis tías lo sabían antes de nacer yo. Bueno cariño, ves a decírselo a tu madre que tenemos que ir a hablar con el sacerdote para que nos case.
ELAINE.— Tardaré todavía unos minutos. Quiero ducharme y arreglarme un poco para ir a hablar con el sacerdote.
MORTIMER.— Date prisa, que el Padre Martin sale esta noche para Fénix, y si hoy no pedimos fecha no nos podrá casar hasta dentro de un año.
ELAINE.— Tranquilo, son sólo cinco minutos.
MORTIMER.— Vale, pero da un silbido cuando estés lista. (Elaine inicia el mutis para la calle) ¡Oh!, Elaine.
ELAINE.— (Parándose) ¿Sí?
MORTIMER.— Cuando hayas silbado, abre la puerta. Y si ves un alto y moreno rayo de luz, abre la puerta que soy yo.
(ELAINE ríe mientras sale. A los pocos segundos aparece por la ventana y silba la marcha nupcial)
MORTIMER.— ¿Ya? (Corre a donde está ella)
ELAINE.— No, aún no. (Desaparece) (Entran sigilosamente MARTA y ABBY)
MARTA.— Finjamos sorpresa cuando nos lo diga. (Y disimulan)
MORTIMER.— (Viéndolas) Tía Abby, tía Marta. Voy a daros una sorpresa. Elaine y yo nos casaremos dentro de un mes.
MARTA.— ¡Oh!, Mortimer ¡Qué bien!
ABBY.— ¿No es maravilloso, Marta? Se van a casar.
MARTA.— No hace falta que pongáis esas caras de sorpresa, viejas picaras. ¿Puedo telefonear?
ABBY.— Sí, claro que sí. (Haciendo pucheros) ¿Verdad que es algo maravilloso?
MARTA.— (Ídem) Y pensar que se conocieron aquí.
MORTIMER.— Oh, venga, venga, vamos. No os pongáis a llorar, que es una buena noticia. (Al teléfono) Oiga, floristería Manson. ¿Mandaron las flores que les encargué? Bien, pues manden cuatro docenas más a la misma dirección que les di esta mañana… Sí dese prisa… Y ponga flores de azahar. (Cuelga)
ABBY.— Esto lo tenemos que celebrar Marta. Abriremos una botella de vino, cantaremos e invitaremos a alguno de nuestros vecinos.
MARTA.— Y, naturalmente, una tarta nupcial.
MORTIMER.— No tendrías tiempo de hacerla. Me tengo que ir a ver al padre Martin para que nos confirme el día de la boda.
MARTA.— Pero, si ya está hecha. Ya está preparada…
MORTIMER.— Ya está preparada desde el día en que conocí a Elaine. ¿Qué es esto? ¿Es que todo Brooklyn sabía que iba a casarme menos yo?
MARTA.— Sabíamos que lo descubrirías a tiempo.
MORTIMER.— Venir aquí (Abrazándolas) Ya sabéis cuanto os quiero y lo que presumo de tener a las mejores tías del mundo. Y evidentemente vosotras podéis presumir de tener al mejor sobrino del mundo.
MARTA.— Bien, me voy corriendo a prepararlo todo. (Sale para la cocina)
MORTIMER.— Está bien.
ABBY.— Querido, espero que la madre de Elaine no se enfade demasiado. Ya sabes que tus libros a Britney no le gustan demasiado. Y no veía con buenos ojos la relación con su hija.
MORTIMER.— Bien, pues los quemare todos. Dejaré que ella encienda la primera cerilla. Por cierto, ¿deje aquí algunas notas de mi nuevo libro?
ABBY.— ¿De ese que llamas “Cuidado con el matrimonio”?
MORTIMER.— (Mandándola callar) Chist. ¿Dónde está?
ABBY.— Las puse en algún sitio.
MORTIMER.— Pues, venga, corre a buscarlas.
ABBY.— Pórtate bien.
MORTIMER.— Hay que encontrarlas, antes de que Elaine las vea.
(MORTIMER y ABBY empiezan a buscar las notas por toda la habitación. A los pocos segundos aparece TEDDY, vestido de explorador, con la corneta en un lado del cinturón y una pala en la mano)
TEDDY.— Hola, Mortimer.
MORTIMER.— ¿Cómo está, señor presidente?
TEDDY.— Estupendamente, gracias, estupendamente. ¿Qué noticias me traes?
MORTIMER.— Solo esto. Que el país le apoya totalmente.
TEDDY.— Sí, ya lo sé. ¿No es magnífico? Bien, adiós. Me voy a Panamá.
MORTIMER.— Adiós, señor presidente.
TEDDY.— Una nueva compuerta en el canal, ya sabe. (Sale canturreando por el sótano) Dale la noticia a tu madre.
ABBY.— (Por una foto que ha encontrado en una de las mesitas) Oh, vaya.
MORTIMER.— ¿Has encontrado las notas por fin?
ABBY.— Es una foto de tu hermano Jonathan de niño.
MORTIMER.— (Por la foto con gesto de asco) Habría que echarla al fuego con mis libros. Dios mío, vaya cara. Recuerdo que asustaba incluso a los mayores.
ABBY.— Sólo pensar en él me asusta. ¿Recuerdas como partía los gusanos con los dientes?
MORTIMER.— ¿Jonathan? Seguro que está en la cárcel, o lo habrán ahorcado a estas horas. La semana pasada vi una obra de teatro en la que un personaje me hizo recordar a Jonathan.
ABBY.— ¿De verdad?
MORTIMER.— Sí, un lunático encantador. Una de esas obras de misterio tituladas “El crimen al descubierto”.
ABBY.— (Saliendo para la cocina) ¡Oh, Dios mío!
MORTIMER.— (Que está curioseando por los muebles de la casa) Sí. Vaya obra. Cuando se levanta el telón lo primero que se ve es un cadáver. (E instintivamente abre el arcón y lo cierra sin hacer caso a su contenido) Después… (Se para sorprendido y corre hasta el arcón, lo abre y mira dentro, da un respingo y lo cierra de golpe sentándose encima de él. Tras unos segundos de duda vuelve a mirar dentro) ¡Eh, señor! (Y MORTIMER, se vuelve a sentar pensativamente sobre el arcón, a los pocos segundos se escucha a ELAINE silbar desde fuera la “Marcha Nupcial”, MORTIMER intenta devolverle el silbido, pero no puedo a causa de la impresión. MORTIMER deja de intentar silbar y se queda pensativo, al poco rato entran ABBY y MARTA tarareando una canción, ABBY, lleva consigo un plato con arroz.)
ABBY.— (Se dirige a donde está MORTIMER y le tiran arroz como si fuese un recién casado) ¡Felicidades al novio!
MARTA.— Felicidades, querido.
MORTIMER.— (Dejando a un lado su sorpresa por el muerto) Dejad eso, tías. (Les coge el plato y lo deja sobre el arcón) Tía Abby, tía Marta, ¿recordáis que siempre hemos pensado en internar a Teddy en el sanatorio Happy Day?
ABBY.— (Como molesta por la pregunta de MORTIMER, se dirigen las dos ancianas a preparar la mesa para cenar) Sí, claro, en cuanto nosotras hayamos muerto…
MORTIMER.— Sí, tía…
ABBY.— Ya hemos hablado de ello con el Padre Martin.
MORTIMER.— No, no, Teddy tiene que ingresar en el sanatorio ahora. Acaba de bajar al sótano, decidle que suba enseguida.
MARTA.— No creo que haya tanta prisa.
ABBY.— Cuando Teddy está trabajando en el canal, no se le puede distraer en ningún concepto.
MORTIMER.— (Dirigiéndose a sus tías) Escuchadme bien. Lo siento muchísimo, pero os voy a dar una noticia terrible. Teddy ha matado a un hombre.
MARTA.— Tonterías.
MORTIMER.— ¡Hay un cadáver en el arcón que hay debajo de la ventana!
ABBY.— (Muy tranquila y sonriente) Sí, cariño, ya lo sabemos.
MARTA.— Sí.
MORTIMER.— (Muy sorprendido) ¿Qué lo sabéis?
MARTA.— (Con total naturaleza, sigue parando la mesa) De sobras…
ABBY.— (Ídem) Pero no tiene nada que ver con Teddy.
MORTIMER.— (Más sorprendido si cabe) Pero, pero…
ABBY.— Mira, Mortimer, procura olvidarte de esto. Olvídate para siempre de ese caballero.
MORTIMER.— ¿Olvidarme?
ABBY.— Nunca pensamos que llegases a mirar ahí.
MORTIMER.— Y ¿qué?… ¿qué?… ¿quién es?
ABBY.— Es el señor Hoskins. Adam Hoskins. Es todo lo que sé de él, aparte de que era de Chicago.
MARTA.— ¡Oh, es de Chicago! Eso está bien.
MORTIMER.— ¿Eso es todo lo que sabéis? ¿Qué hace aquí? ¿Qué es lo que le ha pasado?
MARTA.— (Tranquilamente poniendo la mesa) Ha muerto.
MORTIMER.— ¿Qué ha…? Mira tía Marta, un hombre no se mete en un arcón y se muere porque sí.
ABBY.— No, no hijito. Se murió antes. Primero llegó… y luego se murió.
MORTIMER.— ¿Queréis dejar todo esto? A ver si logro entender todo este lío. ¿Queréis decirme cómo murió?
ABBY.— Oh, Mortimer, no seas tan preguntón. Ese caballero murió porque bebió un vaso de vino que tenía veneno.
MORTIMER.— ¿Por qué había veneno en el vino?
MARTA.— Se lo pusimos en el vino porque se nota menos. En el té tiene un sabor muy especial.
MORTIMER.— ¿Queréis decir…? ¿Que se lo pusisteis vosotras en el vino?
ABBY.— Sí. Y yo metí al señor Hoskins en el arcón de la ventana porque la madre de Elaine estaba a punto de llegar.
MORTIMER.— ¡Oh! Miradme bien a los ojos. Decís, ¿qué sabíais lo que habíais hecho y no queríais que la madre de Elaine viera el cadáver?
ABBY.— No durante el té. No hubiera sido agradable, ¿no crees?
MARTA.— La gente se encuentra incomoda si toma el té con un muerto al lado.
MORTIMER.— ¡Oh! Asesinato en primer grado.
ABBY.— Y ahora Mortimer, ya que lo sabes todo, procura olvidarlo. Creo que tía Marta y yo también tenemos derecho a nuestros secretillos.
MARTA.— (Iniciando el mutis por la cocina) Oye, Abby. Esta mañana me encontré a la señora Shuttles. Dice que se encuentra mucho mejor, pero a ver si podríamos llevar a su hijo otra vez al cine.
ABBY.— Pues tendremos que llevarle, o mañana o pasado.
MARTA.— Sí, pero esta vez iremos a ver la que queramos nosotras. No voy a permitir que ese niño nos vuelva a llevar a ver otra de esas películas de miedo.
ABBY.— (Desapareciendo por la cocina con su hermana) No, no deberían hacer esa clase de películas que asustan a la gente. (Salen)
(Salen de la cocina ABBY y MARTA esta última con un pastel en las manos)
MORTIMER.— ¿Telefonista?… ¿Puede oír mi voz?… ¿La oye?… ¿Seguro? (Cuelga de golpe) Quiere decir, que estoy aquí. (Se queda pensando, al instante se escucha a ELAINE silbar la marcha nupcial. MORTIMER al escucharla corre hasta la ventana) Un momento Elaine, ahora no puedo… espera… hay aquí…
(La deja por imposible y corre a llamar a sus tías. Estas aparecen de la cocina, MARTA lleva un pastel en sus manos)
ABBY.— Desde luego, Marta, a nadie le salen los pasteles mejor que a ti. Me tendrás que decir tu secreto.
MARTA.— Lo único que le hago es dejar calentar mucho la leche, hasta que se vuelva muy cremosa.
ABBY.— Pues te sale de maravilla.
MARTA. El secreto me lo enseñó la abuela Nicole… (Dándole una palmada en la mano a MORTIMER que desde el mismo momento en que han entrado sus tías no ha dejado de estar a su alrededor intentando decirles algo) Ya basta Mortimer. Comerás la tarta después de la cena, no antes.
MORTIMER.— No quiero comerme la tarta. ¡Quiero saber lo que vamos a hacer!
MARTA.— Bueno, vamos a celebrarlo.
MORTIMER.— ¿Celebrarlo? Pero tía Marta, hay un cadáver en el arcón.
ABBY.— Sí, hijito. El señor Hoskins (Y sigue a sus cosas sin hacer caso a MORTIMER)
MORTIMER.— Ya sé que se llama así. Lo único que quiero saber es lo que vamos a hacer. No os puedo entregar a la policía.
MARTA.— Por lo que más quieras. Deja de preocuparte, ya te hemos dicho que te olvides de todo esto.
MORTIMER.— ¿Olvidarme? ¿Pero es que no os dais cuenta que hay que hacer algo?
ABBY.— Vamos, Mortimer, compostura. Ya eres mayorcito para coger estas rabietas.
MORTIMER.— Pero… ¿Y el señor Hoskins?
ABBY.— Hoskins, querido.
MORTIMER.— Se llame como se llame. Esta muerto y no lo podéis dejar ahí.
MARTA.— Ni lo pretendemos hijito.
ABBY.— No, Teddy está abajo cavando el canal.
MORTIMER.— (Más sorprendido si cabe) Queréis decir… que queréis enterrar al señor Hoskins en el sótano.
ABBY.— Hoskins.
MARTA.— Oh, sí, querido. Es lo que hicimos con los otros…
MORTIMER.— Oye, tía Marta no podéis… (Dando un grito) ¿Otros?
ABBY.— Sí, los otros caballeros.
MORTIMER.— ¿Cuando dices otros, quieres decir otros? Más de uno… ¿otros?
MARTA.— Sí querido. (Haciendo memoria) A ver, este debe de hacer el número once. ¿No es así Abby?
ABBY.— (Muy natural) No, no, querida. Este hace el número doce.
MARTA.— Abby, yo creo que te equivocas, con este hace solamente once.
ABBY.— ¡Oh!, no Marta. Me acuerdo perfectamente que cuando llegó el señor Hoskins pensé que con él llegaríamos a la docena.
MARTA.— Bueno, Abby. Yo creo que no deberías de poner en la cuenta al primero.
ABBY.— Pues claro que lo pongo en la cuenta, por eso son doce.
MARTA.— ¿Doce?… Bueno pues seguramente tendrás razón. Abby siempre tiene razón, yo los confundo algunas veces (Y siguen a sus cosas tan tranquilamente)
MORTIMER.— (Resignado) ¿Quedamos en doce? Bien, doce es un buen número. (Llaman al teléfono, y MORTIMER creyendo que lo tiene al lado coge cualquier cosa de encima de la mesa y se lo pone de auricular) ¿Diga? (Dándose cuenta de lo que tiene en la mano lo deja y va corriendo para el teléfono)
ABBY.— (A MARTA muy extrañada) Vaya, ¿qué le pasará hoy a Mortimer?
MARTA.— No sé qué podrá haberle pasado.
MORTIMER.— (Descolgando el teléfono) ¿Diga? (Desde el otro lado se escucha a ELAINE volviendo a silbar la marcha nupcial) Ahora no estoy para felicitaciones. (Y cuelga) Era Elaine, (Descolgando el teléfono) Oye Elaine, yo no quería… (Dándose cuenta de que no hay nadie en la otra línea lo deja) Vamos a ver, donde estábamos. Doce, ¡doce! (Y corre a donde están sus tías tranquilamente poniendo la mesa)
MARTA.— Sí querido, Abby, cree que deberíamos de contar al primero.
MORTIMER.— Eso es lo de menos ahora. Vamos, siéntate ¿quién fue el primero?
ABBY.— El señor Midgley. Era del Bronx.
MARTA.— Era un viejo caballero que se encontraba muy solo. Sus conocidos y sus parientes habían muerto. Nos dio mucha pena el pobre señor.
ABBY.— Y por eso, cuando le dio el ataque al corazón y se quedó muerto justo en esa silla (por donde está sentado MORTIMER) tan sosegado… ¿Recuerdas Marta? En aquel mismo instante tomamos la decisión de que si podíamos ayudar a otros viejecitos solitarios a encontrar ese sosiego lo haríamos.
MORTIMER.— ¡Oh! Pobre hombre… ¿Dices que cayó muerto en esta silla?
(ABBY asiente y MORTIMER da un respingo y se levanta del susto)
ABBY.— Entonces subió Teddy, que estaba cavando en Panamá. Y pensó que era una víctima de la fiebre amarilla. Y eso significaba que había que enterrarlo inmediatamente.
MORTIMER.— ¿Y entonces?
MARTA.— Entonces, entre los tres lo llevamos a Panamá y lo pusimos en una exclusa. Y no te preocupes, le hicimos un entierro muy decente. ¡Bien! Ya lo ves, por eso te habíamos dicho que no te preocupes en absoluto, nosotras sabemos exactamente lo que hay que hacer. (Inician el mutis tan tranquilamente)
MORTIMER.— (Para él) Claro ellas saben… (A sus tías, cortándoles el paso) ¡Un momento! Decidme, ¿qué pasó con los otros? No llegarían aquí y caerían muerto los doce, precisamente.
ABBY.— No querido ¡Claro que no!
MORTIMER.— ¡Oh! Bien, bien, eso está bien.
ABBY.— (Aparte a su hermana) ¿Te parece que se lo digamos?
MARTA.— Creo que sí. (A MORTIMER) Mortimer…
MORTIMER.— ¿Qué?
MARTA.— ¿Recuerdas los frascos de veneno que estuvieron en los estantes del abuelo durante tantos años?…
ABBY.— Ya sabes la habilidad que tiene tía Marta para mezclar cosas… Has comido muchos picadillos hechos por ella.
MARTA.— Pues bien, por cada cuatro litros de licor de saúco, pongo una cucharadita de arsénico, luego media cucharadita de estramonio, y añado, una pizca de cianuro…
MORTIMER.— Es un buen combinado…
ABBY.— A que sí. Y tanto es así que uno de los caballeros murió diciendo: ¡Qué bueno que está!
MORTIMER.— ¿Ah, sí? Que amable por su parte.
MARTA.— Abby, no podemos estar de charla toda la tarde, tenemos que acabar de preparar la tarta.
ABBY.— Tienes razón…
MORTIMER.— No os preocupéis por la tarta, no podría comer nada.
MARTA.— ¿Por qué estás tan nervioso Mortimer?
ABBY.— Dentro de poco te casarás, y por eso estás tan nervioso. Un buen vaso de vino te sentara bien.
(Salen las dos tías para la cocina)
MORTIMER.— Sí, tienen razón, un buen vaso de vino me sentará bien. (Se dirige a donde tienen sus tías todos las bebidas, se sirve un vaso de vino y cuando está apunto de bebérselo da un respingo y lo deja donde estaba. MORTIMER está tan nervioso que no sabe lo que hacer, se dirige, por hacer algo, al sótano, abre la puerta y desde abajo se escucha cantar a TEDDY) Es magnífico. Feliz como un pájaro cantando fuera de la jaula… cantando… cavando fosas… pensando en las victimas de la fiebre amarilla. Esto es el fin… ya me imagino los titulares… “El sindicato del crimen otra vez en acción”… A ver, pensemos en algo… ¡Teddy! Claro. Todo el mundo sabe que está loco… Veamos, ¿con quién podría hablar? ¿Dewie… La guardia… Winchell?… ¡El juez Cullman! ¿Cuál será su teléfono? ¿Dónde lo tendré anotado?… ¡Información! (Marca) Oiga, información… quiero el teléfono el juez Cullman, de la calle North Street de Brooklyn… Sí, quiere decirle que me llame. (Cuelga. Se dirige pensativo hacia el arcón, cuando llega a la altura de este se para) Oh, qué maravilla si ya no estuviera (Lo abre para comprobar que no esté)
ELAINE.— (Desde la puerta a MORTIMER por el arcón. Con un vestido más elegante. Del susto MORTIMER cierra el arcón y se sienta sobre este) ¿Qué haces? Estoy esperando el alto y moreno rayo de luz.
MORTIMER.— ¿Qué haces aquí?
ELAINE.— ¿Que qué hago yo aquí? ¿Acaso no te he silbado?
MORTIMER.— (Le sale al paso para que no se acerque al arcón) Silbar, ¡oh!, sí, sí. Ya lo he oído.
ELAINE.— (Dándose la vuelta para que MORTIMER pueda verla) ¿Qué tal me encuentras?
MORTIMER.— (Echándola) Elegante, muy elegante. Pero corre ya te llamaré mañana.
ELAINE.— ¿Mañana?
MORTIMER.— Sí. Ya sabes que siempre te llamo un día sí, otro no.
ELAINE.— Siempre bromeando. Venga, coge el sombrero, el taxi nos está esperando que hemos quedado con el sacerdote para concretar el día de la boda…
MORTIMER.— Taxi… Sacerdote… boda… Lo siento Elaine, ha ocurrido algo.
ELAINE.— (Coqueta) ¿Acaso has perdido tu brío? ¿Dónde está esa mirada que iba a ver con frecuencia? (Le silba la marcha nupcial)
MORTIMER.— ¡Basta! No me silbes en el oído, por favor…
ELAINE.— Mortimer, ¿pero qué te pasa? Mira tu cabello…
MORTIMER.— (Poniéndole la cabeza a la altura de su cara) Dios mío, dime de que color es… ¡Ha encanecido!
ELAINE.— Cariño, ¿pero qué te pasa? ¿Qué te ocurre? ¿Por qué no me lo dices?
MORTIMER.— ¡Oh! Elaine. Si pudiera decírtelo. (Suena el teléfono. MORTIMER cambia completamente y echa a ELAINE por la puerta) Vete a tu casa…
ELAINE.— (Que se resiste a irse) ¿A mí casa?
MORTIMER.— (Volviendo a empujarla para fuera) Sí, a tu casa ya nos veremos mañana.
ELAINE.— (Repitiendo la jugada) Pero, cariño, que pasa con el sacerdote…
MORTIMER.— (Ídem) Anda, vete a tu casa y descansa.
ELAINE.— ¿Qué descanse? (MORTIMER le cierra la puerta y corre para el teléfono)
MORTIMER.— Diga… ¿quién?… ¿El juez Cullman?… ¡Ah! Soy Mortimer Brewster. (Entra ELAINE muy indignada y se dirige al arcón donde se sienta. MORTIMER no la ve ya que está de espaldas) Escuche, se trata de Teddy. Tengo que hablar con usted inmediatamente… Me temo que no puedo esperar hasta mañana, juez… Sí es muy importante, mucho. Hay que hacer algo con Teddy inmediatamente. Se trata de un asunto de vida o… ¡Elaine! (Que ha visto sentada a ELAINE en el arcón. Deja el teléfono y ELAINE da un brinco del susto. MORTIMER se le acerca muy nervioso) ¿Quieres irte de aquí?
ELAINE.— Mortimer, ¿qué es lo que está sucediendo aquí? Quiero saber cuál es mi situación, quiero saber dónde estoy…
MORTIMER.— (Empujándola para la puerta) Donde quieras, pero aquí no.
ELAINE.— Pero ¿no íbamos a ver al sacerdote?
MORTIMER.— Eso es, esperarme ahí…
ELAINE.— No, espera tú. No puedes pedirme la mano y al cabo de un minuto echarme de casa.
MORTIMER.— (La levanta por lo hombros y la deja en el umbral) Cariño, yo no te estoy echando de casa… ¿Quieres irte ya de una vez? (Cerrándole la puerta en las narices. Desde fuera se escucha a ELAINE gritar a MORTIMER mientras llama a la puerta. Este sin hacerle ni caso se va para el teléfono, al cabo de unos segundo ELAINE deja de llamar) Lo siento señor juez, pero ha sucedido algo. Verá, es respecto a Teddy. Es por la trompeta, los vecinos se han quejado a la policía y están decididos a encerrarle en un manicomio… Bien, si usted firma esos papeles y yo convenzo a Teddy, podríamos ingresarlo en Happy Day… Sí, es un sitio estupendo… ¿Los firmará?… Bien, estupendo, maravilloso, hago otra llamado y vengo enseguida (Llaman a la puerta un par de veces. MORTIMER sigue con el teléfono sin hacer caso)
ABBY.— (Entrando) Están llamando a la puerta, querido (Abre la puerta de la calle y entra GIBBS. GIBBS es un hombre ya mayor, viste con unas ropas muy usadas, con sombrero muy usado, con una barba de hace días y un pelo que se nota que hace tiempo que no se peina. De lejos se puede ver q es un mendigo. GIBBS es un hombre mal encarado que siempre se está quejando de todo. Camina por la casa con desconfianza mirando por donde pasa) ¡Oh, pase, pase usted!
GIBBS.— Creo que tienen una habitación para alquilar.
ABBY.— Sí, pase usted.
(De la cocina sale MARTA que ha escuchado las voces. Tanto ABBY como a MARTA se les ve muy contentas por el recién llegado. MORTIMER, por su contra sigue con el teléfono y no cae en que ha entrado un nuevo huésped)
GIBBS.— (A ABBY) ¿Es usted la dueña de la casa?
ABBY.— Sí, soy la señorita Brewster.
MORTIMER.— (Al teléfono) Oiga señorita, quiero una conferencia…
ABBY.— (A GIBBS por MARTA) Y esta es mi hermana, la otra señorita Brewster.
GIBBS.— (Muy seco) Me llamo Gibbs.
ABBY.— Bien, siéntese. Perdone por el desorden, pero estábamos poniendo la mesa para cenar.
MARTA.— (Ofreciéndole una silla junto a la mesa) Aquí tiene una silla, agradable y cómoda…
MORTIMER.— Oiga, ¿conferencias?… Quiero hablar con el sanatorio Happy Day… Happy Day, Nueva York.
ABBY.— ¿Su casa está en Brooklyn?
GIBBS.— No tengo casa, vivo en un hotel y no me gusta.
MARTA.— Y ¿su familia vive aquí, en Brooklyn?
MORTIMER.— ¡Oiga…! (Y durante toda la conversación siguiente se escucha de fondo a MORTIMER al teléfono)
GIBBS.— No tengo familia…
ABBY.— ¿Está solo en el mundo?
GIBBS.— Sí.
ABBY.— Bien… (A MARTA guiñándole un ojo) Marta…
MORTIMER.— No, no, Happy Day.
ABBY.— Pues me parece que ha venido al sitio adecuado…
MORTIMER.— ¡Sí! Day… con de, de defunción… a, de arsénico…
GIBBS.— (Por MORTIMER) ¿Hay siempre tanto ruido?
MARTA.— ¡Oh!, no. Él no vive con nosotras.
MORTIMER.— Ya veo los titulares… (Al grupo que hay sentado alrededor de la mesa sin acabar de hacerles mucho caso) ¡Oh!, perdón… ¡Oiga!
GIBBS.— (Poniéndose en pie) Quisiera ver la habitación, creo que no me va a gustar.
ABBY.— La habitación está arriba. ¿No quiere probar un vasito de nuestro vino antes de verla?
GIBBS.— No bebo nunca…
MARTA.— Este vino lo hacemos nosotras, es de licor de saúco.
GIBBS.— ¿De saúco? (Cambiando totalmente de expresión, esta vez más alegre, se sienta dónde estaba antes) No he probado vino de esta clase desde que era chico…
MORTIMER.— ¿Oiga?…
GIBBS.— (Por el vaso que le han ofrecido las hermanas. No hace falta decir que este vino es el que lleva arsénico) Gracias…
MORTIMER.— Oiga señorita, no quiero hablar con la lavandería, quiero hablar con el sanatorio Happy Day. Sanatorio, sanatorio, ¡sanatorio! ¡Sí!… como un disco rayado.
GIBBS.— Y, ¿cultivan ustedes esta planta?
ABBY.— No, pero el cementerio está llena de ellas.
GIBBS.— ¡Ah!, bueno. Salud…
(Y se acerca el vaso a los labios. Durante el monologo de MORTIMER, GIBBS estará más pendiente de lo que está hablando este y cada vez que se acerca el vaso a los labios lo aparta extrañado. ABBY y MARTA lo miran con cara de alegría pues dentro de poco habrá concluido su buena obra, pero cada vez que GIBBS aparta su vaso de la boca estas se desilusionan, para volverse a ilusionar cuando se lo vuelve a acercar)
MORTIMER.— Pero bueno señorita… ¿Cómo puede tardar tanto en ponerme con la comunicación? Está al otro lado del río, nadando llegaría antes… Sí, claro…
¿Oiga? ¡Oiga!… ¿Qué? ¿Que la línea está ocupada? ¿Ocupada la línea? ¡Y usted atontada!… ¡No, no estoy borracho, pero acaba de darme una idea! (Y cuelga el teléfono muy enfadado. Se dirige para la mesa y coge la botella que contiene el veneno, se sirve un vaso)
MARTA.— (Que está viendo lo que hace) Mortimer, ¡ah!… ¡Ah!…
MORTIMER.— No me vengas con ¡Ah!, ¡ah!, ¡ah! Estoy nervioso, no hagas eso.
ABBY.— (Muy tranquila bajándole el vaso que ya está casi en sus labios) Mortimer, de este no.
MORTIMER.— ¿Eh? ¡Oh! (Y lo deja en la mesa. Reprocha a sus tías con la mirada y al acto cae en que GIBBS está apunto de beberse su vaso de veneno. Da un grito que hace que a GIBBS se le caiga el vaso) ¡No beba! (Como un loco al pobre. Este del susto no solo ha dejado caer el vaso sino que se ha levantado de la mesa muy asustado mientras MORTIMER le está desafiando con el dedo) ¿Quiere que le envenenen? ¿Quiere que le asesinen? ¿Quiere que le maten aquí? (Y GIBBS sale corriendo por la puerta de la casa perseguido por MORTIMER. Cuando GIBBS ha desaparecido por la puerta, MORTIMER se dirige a sus tías que se han sentado sobre el arcón muy desilusionadas) Escuchad, no podéis hacer esas cosas. Ya no sé cómo puedo explicároslo para que lo entendáis. Es que no solamente va contra la ley, es que está mal. No está bien hacer eso. La gente no lo entendería. (Por la puerta refiriéndose a GIBBS) ¡Él no lo entendería! ¡El muerto no lo ha entendido!… Lo que quiero decir es que los seres humanos no somos los que decidimos sobre la vida de una persona. Y por mucho que sea mayor o esté sufriendo la decisión de que viva o muera no nos pertenece a nosotros (Llaman al teléfono) Un momento. (Descolgando) ¿Diga? ¿Quién?… El sanatorio Happy Day… ¡Oh! Qué bien… Con el señor Whiterspoon… Señor Whiterspoon, ¿cómo está usted?… Sí, sí, yo muy bien, gracias… Señor Whiterspoon, ¿recuerda la conversación de mi hermano Teddy en el sanatorio?… Perfecto, pues queremos que ingrese en el sanatorio inmediatamente… ¿Qué? ¿Qué tienen muchos Teodoro Roosevelt?… No, no, no puedo decirle que se cambie a Napoleón solo porque les faltan Napoleones… Sí, sí, la decisión ya está tomada… ¿Los documentos? No, no, no están preparados, pero voy a ocuparme de ellos inmediatamente. En cuanto los tenga le volveré a llamar… gracias señor Whiterspoon. (A sus tías) Ahora escuchadme. Voy a ir a ver al juez Cullman, pero antes quiero que me prometáis una cosa…
MARTA.— Bueno, primero tenemos que saber de qué se trata.
MORTIMER.— Sabéis que os quiero mucho, y también sabéis que haría cualquier cosa por vosotras, ¿no es así?
ABBY.— Sí, hijito…
MORTIMER.— De acuerdo… entonces quiero que hagáis una cosa por mí, como buenas chicas.
ABBY.— ¿Qué es lo que quieres que hagamos?
MORTIMER.— ¡Qué no hagáis nada…!, eso es. ¡Qué no hagáis nada! Que no dejéis entrar a nadie en casa. Y que dejéis a este señor donde está. (Levantándolas del arcón) Levantaos de ahí. No puedo hablaros… no puedo concentrarme. Yo no quiero que os ocurra nada a ninguna de las dos…
MARTA.— Pero ¿qué podría ocurrirnos a alguna de nosotras?
MORTIMER.— Pues… Bueno, de todos modos vais a hacer lo que os pida. ¿Dónde está mi sombrero? ¡Ah, aquí está! (Por error a cogido el sombrero de Hoskins)
MARTA.— Pero, Mortimer…
MORTIMER.— ¿Qué, tía Marta?
MARTA.— Pensábamos celebrar el servicio fúnebre antes de la cena…
MORTIMER.— Bueno, mirad. ¿No podrías esperar a que yo vuelva?
ABBY.— (Muy contenta) Así podrás cantar los himnos con nosotras.
MORTIMER.— Sí, tía. Cantare los himnos, haré lo que sea… Pero recordad, que nadie entre en casa hasta que yo vuelva. ¿Prometido?
MARTA.— Sí.
MORTIMER.— Bien. (Se pone el sombrero y se va para la puerta)
ABBY.— (En el mismo momento que MORTIMER está cruzando el umbral de la puerta) ¡Mortimer!
MORTIMER.— ¿Qué pasa?
ABBY.— (Por el sombreo) El… ¡eh!… ¡Eh!…
MORTIMER.— Basta de, ¡eh!, ¡eh! ¡Eh! ¿Qué pasa ahora?
ABBY.— Es el sombrero del señor Hoskins.
(Mortimer da un grito se quita el sombrero y lo tira al suelo mientras sale corriendo por la puerta)
ABBY.— (Recogiendo el sombrero de HOSKINS) Imagínate, el sombrero del señor Hoskins, todo arrugado. (Dándoselo a MARTA)
MARTA.— Lastima, un sombrero tan bonito. (MARTA abre la estantería donde tienen todos los sombreros de sus caballeros, once para ser exactos y deja el del señor HOSKINS) Sabes Abby, Mortimer no parecía hoy el mismo de siempre.
ABBY.— Creo que ya sé porque está tan nervioso.
MARTA.— ¿Por qué?
ABBY.— Está a punto de casarse. Y creo que eso a los hombres les pone un poco nerviosos.
MARTA.— Sí, pobrecillos (Apagando las luces del comedor) Bueno, estoy muy contenta por los dos. ¡Oh! Abby. Si Mortimer va a venir al servicio fúnebre del señor Hoskins necesitaremos otro libro de himnos. En mi habitación tengo uno.
(La escena está parcialmente a oscuras cuando pican a la puerta)
ABBY.— Ya voy yo.
MARTA.— (En voz baja) Abby, habíamos prometido a Mortimer no dejar entrar a nadie. No abras. (Se dirige hacia la mirilla de la puerta y vuelve un poco alterada) Abby, son dos hombres. Y no los había visto nunca en mi vida.
ABBY.— ¿Estas segura?
MARTA.— Sí.
ABBY.— Déjame que mire yo.
MARTA.— Sí, mira tú. (Vuelven a picar, pero más pausadamente) ¿Los conoces?
ABBY.— No, son desconocidos para mí.
MARTA.— (Alejándose de la puerta con su hermana) Bueno, pues fingiremos que no estamos en casa.
(Y se van a las escaleras donde pueden observar a los recién llegado que acaban de entrar por la puerta muy sigilosamente. Entran JONATHAN y el DOCTOR EINSTEIN. El primero es el hermano mayor de MORTIMER y TEDDY, es alto, muy alto, y fuerte, destaca sobre todo en que su cara está llena de cicatrices cosa que demuestra que ha sido sometido a multitud de operaciones para cambiar la imagen. Habla y camina muy pausadamente, JONATHAN es muy frío en sus acciones, y por encima de todo, malvado. JONATHAN está perseguido por todo el mundo por asesinato. En su contra está el doctor EINSTEIN, que es todo lo contrario, bajo y asustadizo, que siempre recurre a la bebida cuando no sabe lo que hacer. El doctor EINSTEIN es el socio de JONATHAN y el que le ha hecho todas sus operaciones de cara. Para EINSTEIN estar con JONATHAN es un suplicio ya que sabe que su socio está completamente loco. JONATHAN entra muy despacio en la casa, se para y mira a su alrededor)
JONATHAN.— Puede pasar doctor (Entra EINSTEIN poco a poco y asustado, cierra la puerta. JONATHAN dice mirando a su alrededor) Este es el hogar de mi juventud. De joven no veía el momento de abandonarlo. Y ahora, me alegro de volver a ella.
EINSTEIN.— Sí, Johnny, es un buen escondite.
JONATHAN.— La familia aún debe de vivir aquí. Espero que un ternero cebado salude el regreso del hijo prodigo.
EINSTEIN.— ¿Un ternero cebado? Oh Johnny, tengo mucha hambre. (Por la mesa que aún esta puesta) ¡Mira lo que hay ahí! ¡Bebida! (Se acerca)
JONATHAN.— Como si nos estuvieran esperando. (Ídem)
EINSTEIN.— Sí.
JONATHAN.— Buen presagio… (Están a punto de beber, cuando ABBY y MARTA salen de su escondite)
ABBY.— ¿Quiénes son ustedes? ¿Qué están haciendo aquí?
JONATHAN.— Tía Abby. Tía Marta. ¡Soy Jonathan!
ABBY.— ¿Usted? No puede ser. ¡Márchense!
JONATHAN.— (Acercándose a ella lentamente) Soy Jonathan. ¿No me conoces? Tú sobrino Jonathan.
ABBY.— (Nerviosa) No, usted no lo es. No se le parece en nada. Y es inútil que se haga pasar por él. De modo que ¡márchense de aquí!
JONATHAN.— Veo que aún conservas ese anillo que la abuela Brewster compró en Inglaterra. Y tú, tía Marta, veo que sigues usando cuello alto para que no se te vea la cicatriz que te hizo el abuelo al quemarte con el ácido.
MARTA.— Vaya. Su voz parece la de Jonathan.
ABBY.— (Asustada, con miedo de preguntar por su cara deformada) ¿Has tenido algún accidente?
JONATHAN.— Mí cara. El doctor Einstein la ha cambiado. Me hizo la cirugía estética.
MARTA.— Yo he visto esa cara en alguna parte… Abby, ¿recuerdas cuando llevamos al cine al pequeño Shuttles y yo me asuste tanto? Era esa misma cara.
(JONATHAN se dirige muy lentamente al doctor EINSTEIN desafiante)
EINSTEIN.— (Muy asustado) Tranquilízate Johnny. (A las abuelas) En los últimos cinco años le he cambiado de cara tres veces. Y se la volveré a cambiar. Esta última cara se la vi yo también en la película, precisamente antes de operarle. Yo estaba algo bebido.
JONATHAN.— (Cogiendo del cuello violentamente al doctor) Ha visto doctor lo que ha hecho conmigo. Ni mi propia familia me reconoce…
EINSTEIN.— Johnny, Johnny. Has vuelto a tu hogar (A las tías quitándose de encima a JONATHAN. Siempre tembloroso) ¿Saben ustedes cuantas veces ha hablado acerca de Brooklyn, su casa y sus queridas tías a las que tanto quiere? (A JONATHAN) Sí te reconocen Johnny. (A las tías) Díganselo, por favor…
ABBY.— (Lentamente y asustada se va acercando a su sobrino) Bueno… Jonathan… ha pasado tanto tiempo.
JONATHAN.— Qué buenas que sois. Me alegro de estar en casa. (Se sienta en una de las sillas que están junto a la mesa)
ABBY.— Vamos, Marta. No podemos dejar que se queme lo que hay en el horno. (Coge las dos copas con veneno. Una de ellas estaba a punto de cogerla el doctor EINSTEIN y casi se la quita de la mano) Si nos perdonas un momento Jonathan. A no ser que tengas prisa por marcharte. (Sale con las copas para la cocina. Detrás suyo sale MARTA que antes de irse a cogido el ultimo vaso que quedaba sobre la mesa y la botella con el veneno, del mismo modo, el doctor EINSTEIN estaba a punto de beber un poco de esta botella y se la han vuelto a quitar de las manos)
EINSTEIN.— (Sacando una pequeña botellita de whisky que tiene en su abrigo) Bueno, Johnny. ¿A dónde quieres que vayamos? Tenemos que pensar rápidamente. La policía ya tiene fotos de tu nueva cara. Y debo de operarte cuanto antes. Y no podemos meternos en cualquier sitio… Y debemos meter en algún sitio al señor Spenalzo.
JONATHAN.— (Que esta entretenido con un juego de ingenio) No debe de preocuparse por esa rata.
EINSTEIN.— Pero tenemos entre manos a un fiambre calentito y nos está quemando las manos.
JONATHAN.— Olvídese del señor Spenalzo.
EINSTEIN.— Pero, Johnny. No podemos dejar su cadáver metido en el coche. No deberías de haberlo matado únicamente porque sabía algo de nosotros… ¿Y qué le haces? (Haciendo el gesto con las manos de rebanarle el cuello a una gallina) No está bien.
JONATHAN.— ¡Cállese! Él se lo buscó. Acudimos a él en busca de ayuda y quiso traicionarnos. Además… dijo que me parecía a Boris Karloff. Esta es su obra doctor, usted me ha hecho esto…
EINSTEIN.— (Muy nervioso, después de un trago) Por favor, Johnny, tranquilízate. Buscaremos un sitio y te haré una cara nueva.
JONATHAN.— Esta misma noche.
EINSTEIN.— Sí, esta noche. Pero antes necesito comer.
JONATHAN.— Y esta vez quiero una cara perfectamente anónima, o en su caso lo más parecida a Cary Grant…
EINSTEIN.— Bueno Johnny, soy médico, Y los médicos no hacemos milagros.
JONATHAN.— ¿Qué dice doctor?
EINSTEIN.— (Muy asustado) Sí, sí, Johnny. Como Cary Grant.
JONATHAN.— Tenga cuidado doctor con lo que me hace. Ya sabe que su vida pende de un hilo.
EINSTEIN.— Sé perfectamente lo que voy a hacer. En primer lugar voy a coger esto y te lo voy a subir…
JONATHAN.— Tenga cuidado con los puntos…
EINSTEIN.— Sí, sí está bien…
JONATHAN.— Se lo digo por su bien…
EINSTEIN.— Aquí te daré nueve puntos…
JONATHAN.— La última vez se descuidó, ¿me oye? Se descuidó…
EINSTEIN.— Y después en los ojos, te haré un Schmidt que es mi especialidad…
JONATHAN.— No, los ojos no, déjeme los ojos tranquilos…
EINSTEIN.— Y la nariz un poco más recta…
JONATHAN.— La nariz tampoco quiero que me la toque, la necesito para oler…
Y mientras el doctor sigue buscando lo que cambiar y Jonathan se queja de los cambios que le quieren hacer se va cerrando el…
TELÓN