Nunca se sabe cuándo a Rob
le van a entrar ganas de fiesta.
CORMAC «CHICO LISTO» WALLACE
NUEVA GUERRA + 2 AÑOS Y 2 MESES
El pelotón Chico Listo acompañó al Ejército de Gray Horse durante casi un año para llegar al escondite de Archos en Alaska. Recogimos muchas armas y munición por el camino, pues los primeros días después de la Hora Cero murieron muchos soldados. Durante esa época, las caras nuevas iban y venían, pero los miembros centrales nos mantuvimos: Jack, Cherrah, Tiberius, Carl, Leonardo y yo. Los seis libramos incontables batallas juntos… y sobrevivimos a todas.
Las siguientes páginas constituyen mi descripción de una fotografía en color, aproximadamente del tamaño de una postal. El marco es blanco. No tengo ni idea de cómo los robots consiguieron esa foto, ni quién la cogió o con qué fin.
CORMAC WALLACE, MIL#EGH217
El tanque araña liberado es de color gris pálido; su nombre, Houdini, está pintado en un lateral en letras mayúsculas blancas; su torre de instrumentos se extiende desde la sección blindada de la torreta, y de ella brotan antenas, varillas metálicas con cámaras y radares planos; su cañón es corto y grueso y apunta ligeramente hacia arriba; el quitapiedras cuelga de la parte delantera inclinada, cubierto de barro, sólido y romo; su pata delantera izquierda está prácticamente extendida hacia delante, con la garra hundida en las huellas de unas mantis enemigas que han pasado por el lugar; su pata trasera derecha está levantada, con su enorme garra con ganchos suspendida treinta centímetros por encima del suelo casi con delicadeza; la red metálica de su vientre contiene una mezcla confusa de palas, radios, cuerda, un casco de sobra, una lata de combustible abollada, cables de batería, cantimploras y mochilas; su luz de intención redonda emite un brillo constante de un tenue color amarillo para indicar que está alerta; los tornillos de sus patas y de sus tobillos están cubiertos de barro y grasa; le crece moho de la carcasa del torso como un sarpullido verde; se eleva más de un metro y ochenta centímetros por encima del suelo, orgulloso, al acecho y sólido como una roca, y por ese motivo ocho soldados humanos andan a su lado en fila india, pegados a él en busca de protección.
El soldado que va a la cabeza sostiene su rifle apuntando hacia abajo. La silueta de su cara se perfila claramente contra la pata delantera metálica del tanque araña. Está mirando fijamente hacia delante y parece no ser consciente de que se encuentra a pocos centímetros de varias toneladas de acero demoledor. Como todos sus compañeros, lleva un casco verde, unas gafas de soldador apoyadas en la frente, una bufanda alrededor del cuello, una chaqueta militar gris apagado, una pesada mochila con las correas holgadas, un cinturón lleno de munición del rifle y de granadas con forma de palo, una cantimplora que le cuelga en la parte trasera del muslo derecho y un sucio uniforme gris metido por dentro de unas botas negras todavía más sucias.
El líder será el primero en ver lo que hay a la vuelta de la esquina. Su elevado estado de alerta y tiempo de respuesta salvarán las vidas de la mayoría de su pelotón. Ahora mismo su intuición le dice que algo terrible va a pasar; resulta visible en la tensión de su frente y los tendones que sobresalen en el dorso de la mano con la que agarra el rifle.
Todos los soldados son diestros menos uno y sujetan sus rifles con la mano derecha alrededor de la culata de madera y la izquierda ahuecada bajo el guardamanos. Todos ellos están andando, sin separarse del tanque araña. Ninguno habla. Todos entornan los ojos contra la luz del sol. Solo el líder mira al frente. El resto dirige la mirada en mayor o menor grado a la derecha, hacia la cámara.
Nadie mira atrás.
Seis de los soldados son hombres. Los otros dos son mujeres, incluida la soldado zurda. Cansada, apoya un lado de la cabeza contra el vientre de malla del tanque andante, agarrando el rifle contra el pecho. El cañón proyecta una sombra oscura sobre su cara, dejando solo un ojo visible. Está cerrado.
En el fugaz instante entre el grito de advertencia del líder y el infierno que le sigue, el tanque araña llamado Houdini seguirá el procedimiento operativo habitual y se agazapará para ofrecer refugio a los soldados humanos. Cuando lo haga, un perno metálico usado para sujetar la red de malla abrirá de un tajo la mejilla de la mujer zurda y le dejará una cicatriz que lucirá el resto de su vida.
Un día yo le diré que con la cicatriz está todavía más guapa, y lo diré en serio.
El tercer hombre empezando por delante es más alto que el resto. Tiene el casco ladeado en la cabeza y la nuez le sobresale del cuello. Es el ingeniero del grupo, y su casco es distinto al de los demás: en él lleva una serie de lentes, antenas y sensores más misteriosos. De su cinturón cuelgan herramientas adicionales: gruesos alicates, un resistente multímetro y un soplete de plasma portátil.
Dentro de nueve minutos, el ingeniero usará el soplete para cauterizar una grave herida infligida a su mejor amigo en el mundo. Es torpe y demasiado alto, pero él tiene la responsabilidad de avanzar durante los tiroteos y luego dirigir el tanque semiautónomo de seis toneladas a destruir objetivos ocultos. Su mejor amigo morirá porque el ingeniero tardará demasiado tiempo en regresar a Houdini desde su posición de reconocimiento avanzada.
Después de que la guerra acabe, el ingeniero correrá ocho kilómetros cada día de su vida mientras pueda. Durante la carrera, visualizará la cara de su amigo y moverá las piernas una y otra vez hasta que el dolor sea casi insoportable.
Luego apretará el paso todavía más.
Al fondo hay una casa de ladrillos de hormigón. Su canalón cuelga de lado del borde del tejado, rebosante de follaje. Unas pequeñas marcas horadan la superficie de metal ondulado del edificio. Se puede ver una ventana cubierta de polvo. Tiene un triángulo negro roto.
Detrás de la casa hay un bosque de árboles borrosos que se sacuden con el fuerte viento. Los árboles parecen agitarse frenéticamente, intentando llamar la atención del soldado. Solo están siendo agitados por las fuerzas de la naturaleza, pero parece que estén intentando advertir a los combatientes de que la muerte les aguarda a la vuelta de la esquina.
Todos los soldados están andando, sin separarse del tanque araña. Ninguno de ellos habla. Todos entornan los ojos contra la luz del sol. Solo el líder mira al frente. El resto dirige la mirada en mayor o menor grado a la derecha, hacia la cámara.
Nadie mira atrás.
Nuestro pelotón perdió a dos soldados durante el viaje a Alaska. Cuando el suelo se heló y estuvimos a escasa distancia de nuestro enemigo, solo quedábamos seis.
CORMAC WALLACE, MIL#EGH217