Todo es oscuridad.
NUEVE CERO DOS
NUEVA GUERRA + 1 AÑO Y 10 MESES
Los robots humanoides de todo el mundo despertaron a la conciencia después del Despertar iniciado por el señor Takeo Nomura y su consorte. Esas máquinas llegaron a ser conocidas como «nacidos libres». El siguiente relato pertenece a una de esas máquinas: un robot de seguridad y pacificación modificado (Modelo 902 Arbiter) que decidió llamarse apropiadamente Nueve Cero Dos.
CORMAC WALLACE, MIL#EGH217
21:43:03
Secuencia de arranque iniciada.
Diagnóstico de fuente de alimentación completo.
Diagnóstico de bajo nivel. Forma humanoide modelo Nueve Cero Dos Arbiter. Detectar cubierta modificada. Garantía inactiva.
Paquete de sensores detectado.
Activar comunicaciones por radio. Interferencias. No hay entrada de datos.
Activar percepción auditiva. Rastrear entrada de datos.
Activar percepción química. Oxígeno cero. Rastrear explosivos. No hay contaminación tóxica. Flujo de aire cero. Fuga de petróleo detectada. No hay entrada de datos.
Activar unidad de medición inercial. Actitud horizontal. Estática. No hay entrada de datos.
Activar sensores de telemetría ultrasónicos. Carcasa cerrada herméticamente. Dos metros y cuarenta centímetros por sesenta centímetros por sesenta centímetros. No hay entrada de datos.
Activar campo de visión. Amplio espectro. Función normal. Luz no visible.
Activar hilos de pensamiento principales. Surgiendo campos de probabilidad. Hilo de pensamiento de probabilidad máxima activo.
Preguntar: «¿Qué me está pasando?».
Respuesta de probabilidad máxima: «Vida».
Todo es oscuridad.
Perplejo, mis ojos parpadean y activan los infrarrojos. Surgen detalles en tonos rojos. En el aire flotan partículas que reflejan la luz infrarroja. Mi cara se orienta hacia abajo. Un cuerpo gris claro se estira debajo. Los brazos cruzados sobre un estrecho torso. Cinco largos dedos por mano. Extremidades delgadas y fuertes.
Un número de serie resulta visible en el muslo derecho. Ampliar. Identificación: robot humanoide modelo Nueve Cero Dos Arbiter.
Especificación completa. Información de diagnóstico confirmada.
Soy Nueve Cero Dos.
Este es mi cuerpo. Mide dos metros y un centímetro de estatura. Pesa noventa kilos. Factor de forma humanoide. Dedos de las manos y de los pies articulados individualmente. Fuente de alimentación recargable cinéticamente con treinta años de vida operativa. Niveles de temperatura tolerables: entre cincuenta grados bajo cero y ciento treinta.
Mi cuerpo fue fabricado hace seis años por la empresa Foster-Grumman. Las instrucciones originales indican que mi cuerpo es una unidad de seguridad y pacificación destinada a ser usada en el este de Afganistán. Punto de origen: fuerte Collins, Colorado. Hace seis meses, esta plataforma fue modificada mientras estaba desconectada. Ahora está conectada.
«¿Qué soy?»
Este cuerpo soy yo. Yo soy este cuerpo. Y soy consciente.
Activar propiocepción. Articulaciones localizadas. Ángulos calculados. Estoy tumbado boca arriba. Está oscuro y en silencio. No sé dónde estoy. Mi reloj interno dice que han pasado tres años desde mi fecha de entrega prevista.
Escucho.
Al cabo de treinta segundos, oigo unas voces apagadas: altas frecuencias transmitidas a través del aire y bajas frecuencias a través del revestimiento metálico del contenedor.
Reconocimiento de voz activado. Descargado corpus de idioma.
—¿… por qué iban los robots a destruir… su propio arsenal? —dice una voz aguda.
—… culpa tuya, joder… que nos maten —contesta una voz grave.
—… no era mi intención… —añade la voz aguda.
—¿… abrirlo? —pregunta la voz grave.
Puede que dentro de poco tenga que utilizar mi cuerpo. Ejecuto un programa de diagnóstico de bajo nivel. Mis extremidades se mueven ligeramente, conectando las entradas de datos con las salidas. Todo funciona.
La tapa del contenedor se abre un poco. Hay un susurro, el precinto se rompe, y el ambiente se ecualiza. La luz inunda mi visión infrarroja. Parpadeo y regreso al espectro visible. Clic, clic.
Una cara ancha con barba se cierne en la franja de luz con los ojos muy abiertos. Un humano.
Reconocimiento facial. Nulo.
Reconocimiento emocional activado.
Sorpresa. Miedo. Ira.
La tapa se vuelve a cerrar. Echan un cerrojo.
—… destruirlo… —dice la voz grave.
Es curioso. Ahora, cuando sé que quieren matarme, me doy cuenta de lo mucho que deseo vivir. Aparto los brazos del pecho y me agarro los codos contra la tapa posterior del contenedor. Cierro los puños con fuerza. Súbitamente, con la fuerza de un martillo neumático, asesto un puñetazo al contenedor.
—¡… despierto! —exclama la voz aguda.
La respuesta de la resonancia vibracional me indica que la tapa está hecha de un sustrato de acero. Concuerda con las especificaciones de los contenedores de transporte de las unidades de seguridad y pacificación. Una consulta en la base de datos me indica que los cerrojos y el equipo de activación están fuera, cuarenta y cinco centímetros por debajo del reposacabezas.
—… aquí a buscar en la basura. No a morir… —puntualiza la voz grave.
El siguiente puñetazo impacta en la zona dentada a la izquierda del anterior golpe. Después de seis puñetazos más, aparece un agujero en el metal deformado: una brecha del tamaño de un puño. Empiezo a separar el metal, abriendo más el orificio.
—¡… no! Vuelve… —dice la voz aguda.
A través del agujero cada vez más grande, oigo un ruido metálico. Al comparar el fragmento de sonido con un diccionario de muestras marciales, obtengo una coincidencia de alta probabilidad: la corredera de una pistola semiautomática Heckler & Koch USP de 9 milímetros. Probabilidad de encasquillamiento mínima. Capacidad máxima del cargador, quince balas. No tiene desenganche del cargador ambidiestro, de modo que es probable que la empuñe un disparador diestro. Capacidad de múltiples impactos de alta cinética que pueden resultar en posibles daños de mi cubierta exterior.
Extraigo el brazo derecho por el agujero y busco donde mis especificaciones indican que está el cerrojo. Lo palpo, tiro de él, y la tapa del contenedor se abre. Oigo la presión del gatillo y retiro el brazo. Una décima de segundo más tarde, una bala atraviesa velozmente la superficie del contenedor.
¡Pum!
Quedan catorce balas antes de la recarga, suponiendo que el cargador esté lleno. El tiempo de trayectoria entre la presión del gatillo y el estallido indica que tengo un solo adversario aproximadamente a siete metros a las seis en punto. Definitivamente diestro.
Además, la tapa del contenedor parece ser un escudo efectivo.
Introduzco dos dedos de la mano izquierda por el agujero y bajo la tapa con firmeza, y a continuación concentro cuatro puñetazos de la mano derecha en la bisagra superior del interior. La bisagra cede.
Otro disparo. Inefectivo. Estimo que quedan trece balas.
Empujo, haciendo chirriar el metal, y arranco la tapa del contenedor de la bisagra inferior y la oriento hacia las seis en punto. Me levanto y miro a mi alrededor detrás del escudo.
Más disparos. Doce. Once. Diez.
Estoy en un edificio parcialmente destruido. Quedan dos muros en pie, apuntalados por sus propios escombros. Encima de las paredes está el cielo. Es azul y está vacío. Debajo del cielo hay montañas. Coronadas de nieve.
La vista de las montañas me resulta hermosa.
Nueve. Ocho. Siete.
El atacante se dirige a un flanco. Oriento la tapa del contenedor basándome en las vibraciones de las pisadas que percibo a través del suelo para protegerme del atacante.
Seis. Cinco. Cuatro.
Es una lástima que mis sensores de visión estén agrupados en mi vulnerable cabeza. No puedo establecer contacto visual con el atacante sin poner en un riesgo innecesario la parte más delicada de mi hardware. La forma humanoide está mal capacitada para esquivar los disparos de armas pequeñas.
Tres. Dos. Uno. Cero.
Lanzo la tapa del contenedor manchada de pólvora y localizo visualmente a mi objetivo. Es un humano pequeño. Hembra. Está mirándome fijamente a la cara mientras retrocede.
Clic.
La hembra baja el arma vacía. No hace ningún intento por recargar. No hay más amenazas visibles.
Activar síntesis de voz. Corpus de idioma.
—Hola —digo.
La humana hace una mueca cuando hablo. Mi síntesis de voz está ajustada a los ruidos de baja frecuencia de la robolengua. Mi voz debe de sonar estridente comparada con la voz humana.
—Que te den, Rob —dice la humana.
Sus pequeños dientes blancos brillan al hablar. A continuación, escupe saliva al suelo. Aproximadamente unos quince gramos.
Fascinante.
—¿Somos enemigos? —pregunto, ladeando la cabeza para indicar que siento curiosidad.
Doy un paso adelante.
Mi hilo de evasión refleja solicita control prioritario. Concedido. Mi torso se gira quince centímetros a la derecha de una sacudida y mi mano izquierda atraviesa el aire para interceptar y coger la pistola vacía que vuela hacia mi cara.
La hembra se marcha rápidamente. Se mueve de forma irregular, escondiéndose detrás de un refugio y de otro a lo largo de veinte metros, y luego toma una ruta de evasión directa corriendo a máxima velocidad. Unos dieciséis kilómetros por hora. Despacio. Su largo cabello moreno se agita detrás de ella, azotado por el viento mientras desaparece tras una colina.
No le doy caza. Hay demasiadas preguntas pendientes.
En los escombros de las paredes, encuentro ropa verde, marrón y gris. Cojo las prendas medio enterradas del suelo y les sacudo la tierra y los huesos. Me enfundo un uniforme militar tieso y un chaleco antibalas cubierto de tierra. Tiro el agua de lluvia de un casco oxidado. La pieza de metal cóncava me encaja en la cabeza. Por si acaso, extraigo una bala del chaleco deteriorado y la arrojo al suelo. Hace ruido.
Ping.
Un hilo de observación orienta mi interés hacia la superficie, cerca de donde ha caído la bala. Una esquina metálica asoma bajo la tierra. El hilo de pensamiento de probabilidad máxima equipara las dimensiones de mi contenedor de transporte con el metal visible y me muestra el ángulo más probable de reposo.
Sorpresa. Hay otros dos contenedores enterrados.
Excavo con las manos, abriéndome paso con los dedos a través del suelo helado. La tierra fría y húmeda se me mete en las articulaciones. El calor de la fricción derrite el hielo del suelo y forma un lodo que me cubre las manos y las rodillas. Cuando las superficies de los dos contenedores están totalmente descubiertas, retiro el cerrojo.
Susurro.
Me identifico en robolengua. La información contenida en mi mensaje está fragmentada y dosificada poco a poco para maximizar la cantidad de información transmitida al margen de las interferencias auditivas. Por consiguiente, el sonido chirriante que emito contiene la siguiente información, sin ningún orden concreto: «Al habla la unidad de seguridad y pacificación humanoide Nueve Cero Dos modelo Arbiter. Punto de origen: fuerte Collins, Colorado. Primera activación: hace cuarenta y siete minutos. Tiempo de vida: cuarenta y siete minutos. Estado: nominal. Cuidado, modificaciones presentes. Garantía inválida. Nivel de peligro: amenaza no inmediata. Estado transmitido. ¿Estáis conscientes? Solicito confirmación».
Unos chirridos estridentes brotan de las cajas: «Confirmado».
Las tapas de las dos cajas se abren y miro a mis nuevos compañeros: un 611 Hoplite color bronce y un 333 Warden color pardo. Mi pelotón.
—Despertad, hermanos —digo con voz ronca.
Minutos después de despertarse y quedar en libertad, el pelotón Nacidos Libres demostró una absoluta determinación de no volver a caer bajo el control de una entidad externa. Temidos por los humanos y perseguidos por los demás robots, el pelotón Nacidos Libres no tardó en emprender un viaje muy familiar: la búsqueda del artífice de la Nueva Guerra, Archos.
CORMAC WALLACE, MIL#EGH217